6 de febrero de 2016

El singular atractivo del incesto en la literatura (4). De la Ilustración al Romanticismo

La legitimación teórica del in­cesto puede leerse en “La philosophie dans le boudoir” (La filosofía en el tocador) del Marqués de Sade: “¿Es el incesto más peligroso que el adulterio? Sin lu­gar a dudas, no. Extiende los lazos familiares y, por lo tanto, hace más activo el amor de los ciudadanos por la patria. Sentimos que nos está dictado por las primeras leyes de la naturaleza y el goce de los objetos que nos pertenecen siem­pre nos pareció más delicioso”. Una humorada termina la argumenta­ción, en esos tiempos de civismo revolu­cionario: “Me atrevo a asegurar que el incesto debería ser la ley de todo gobier­no cuya base fuera la fraternidad”. Luego del escándalo que suscitaron estas consideraciones, Sade fue internado en el hospital psiquiátrico de Charenton, donde finalmente murió no sin antes alcanzar a publicar “Les crimes de l'amour” (Los crímenes del amor).
Varias de las once nouvelles que componen esta obra están construidas alrededor del incesto como forma suprema del amor. Sucede en “Rodrigue, ou la tour enchantée” (Rodrigo, o la torre encantada) y en “Ernestine” (Ernestina). Más drástico es en “Florville et Courval, ou le fatalisme” (Florville y Courval, o el fatalismo), donde narra las aven­turas de la virtuosa Florville, una criminal incestuosa, con su hijo y su padre, mientras que en la última nouvelle, “Eugénie de Franval” (Eugenia de Franval), cuenta los amores escanda­losos y triunfantes de un padre con su hija. Finalmente, la muerte encuentra a Franval -como al Edipo de Sófocles dos milenios antes- en el corazón de un oscuro bosque desgarrado por una tormenta, como si el recuerdo de lo prohibido y de la penitencia contribuyera a hacer brillar con todo su esplendor la perfección del incesto. En esa noche tormentosa en que Fran­val se suicida, al igual que Florville, se presienten los grandes monstruos de la prehistoria íntima y cultural de los hombres que temblaban en la tragedia griega.
Casi tres siglos antes de que estos personajes saltaran a la escena, Erasmo de Rótterdam (1466-1536) en su célebre texto “Enchomion moriae seu laus stultitiae” (Elogio de la locura) se había burlado de la falsa religiosidad y otras ideas y pasiones como el amor y el patriotismo enfáticamente mantenidas por aquellos que en realidad las menospreciaban. El ensayo era en verdad un elogio entusiasta de todos aquellos sentimientos que aparentemente fustigaba. En él, primero se refería al incesto como hijo de las furias en el infierno, al igual que el sacrilegio, la guerra, la ambición insaciable por el oro o el parricidio, a todos los cuales calificaba de abominaciones o depravaciones. El incesto era “una de las serpientes lanzadas por las furias para morder en el pecho de los mortales despertando las pasiones”. Sin embargo, más adelante se preguntaba: “¿Qué sería la vida si se suprimen los placeres? ¿Merecería ser vivida? Que digan si hay un sólo instante en la vida que no sea triste, enojoso, desagradable, insípido, insoportable, si no interviene el placer, es decir, la locura”. Y culminaba: “Los animales más felices, ¿no son aquéllos que viviendo sin regla y sin arte no conocen otras leyes que las de la naturaleza?”. Para Erasmo, entonces, existían dos clases de “locura”: una que se instalaba en el corazón de los mortales para “agitar con furor en sus almas perversas el volcán de una espantosa cólera”, y otra que estaba “destinada a hacer la felicidad de todos los hombres” al permitir que “una cierta e inefable ilusión se apodere de sus almas haciéndoles olvidar todas sus penas, todas sus inquietudes, todos los disgustos de la vida sumergiéndolos en un torrente de placeres”.
Ese “torrente de placeres” que rodeaba a los personajes de Sade sin duda hizo volar en pedazos a la diosa Afrodita incestuosa hacia donde se arrastraron los filósofos y los libertinos (y con ellos sus seguidores) del siglo XVIII. Su amoralidad se convirtió en inmoralidad agresiva en el momento en que el siglo XIX empezó a hundirse en la culpabilidad. Ya en los primeros años de ese siglo, en la novela “René” Virginia prefiere morir antes que amar a Pablo, que ni siquiera es su hermano, y René arrastra hasta Amé­rica el duelo de una hermana que lo amó demasiado. “El verdadero culpable” es castigado mientras que “su victima demasiado débil” vuelca su alma lastimada a Dios. En su prólogo, François René de Chateaubriand (1768-1848), el autor de la novela, propone a René como el culpable y a Amelia como la víctima, mientras que en la novela parece decirse lo contrario. ¿Quién era Justina y quién era Julieta? En la larga noche de la Culpa y durante dos siglos, fueron raras las ráfagas de la utopía incestuosa de la Ilustración que llegarían hasta los siglos siguientes. Pero lo hicieron.
El siglo XIX, en el que predominó en Europa el Romanticismo con su carga de individualismo, desgarro interior y tendencia evasiva, tuvo algunos exponentes de esas ráfagas. Jan Potocki (1761-1815) lo inauguró con “Manuscrit trouvé à Saragosse” 
(Manuscrito encontrado en Zaragoza), una novela de estructura laberíntica en la que el autor presenta una cantidad de personajes fabulosos, erráticos, místicos e idealistas. Las historias de amor son muchas y variadas, pero siempre provocativas, perturbadoras; herejías inaceptables para la moral dominante de la época. La poligamia, la infidelidad, las relaciones sexuales de cualquier índole, son tratadas con naturalidad. Escenas lésbicas e incestuosas entre dos hermanas, Emina y Zibedea, capaces de compartir “un marido para las dos” (para la Iglesia un pecado que conduce al infierno, pero para ellas un acto de liberación); o el protagonista principal, Alfonso, haciendo el amor enardecidamente con sus primas musulmanas, son algunas de las audacias que se permitió el escritor polaco en 1804.
Más adelante, a lo largo del siglo, proliferó en Europa una literatura decididamente erótica. Autores menores como George Cannon (1789-1854), Edward Sellon (1818-1866), James Bertram (1824-1892) y William Lazenby (1834-1888) incluyeron en sus obras una gran variedad de actividades sexuales: orgías, masturbaciones, flagelación, felaciones, cunnilingus, sexo anal y doble penetración, pero el incesto sólo apareció tangencialmente. Notable fue en todos los casos la influencia de Leopold von Sacher Masoch (1836-1895), quien hizo una exaltación del maltrato, la flagelación y la humillación al colocarlos como requisitos indispensables para la obtención del placer. Reveladora en ese sentido es su novela “Venus im pelz” (Venus de las pieles) la que, publicada en 1870, escandalizó y cautivó en partes iguales a la sociedad de la época. Allí planteó al dolor, la crueldad y la infidelidad como gozosas alternativas a la prohibición del incesto. Luego, en la década siguiente, varias novelas provocarían un enorme revuelo al satirizar los excesos sentimentales, idealistas y melodramáticos del Romanticismo.
Una de ellas fue “La madre naturaleza” de la española Emilia Pardo Bazán (1851-1921), novela innovadora en cuanto al tratamiento de los instintos y complejos sexuales y al uso del monólogo interior. Un hombre, Gabriel, que ha mantenido una relación “no apropiada” con su hermana Nucha, tras el fallecimiento de ésta pretende casarse con su hija Manuela, esto es, su sobrina. Ella, a su vez, mantiene una relación erótica de matiz incestuoso con su propio hermano, Perucho, quien en realidad es su hermanastro ya que fue el producto de la unión de su padre con una criada, algo que ambos desconocen. Semejante entuerto genera una acción “potente y lasciva” más allá de las “normas culturales, religiosas y sociales”. Sin embargo, cuando descubren su parentesco, actúan como se esperaría de ellos según esas mismas normas: Perucho se va de la casa y Manuela se retira a un convento.
Por su parte el escritor portugués José Maria Eça de Queirós (1845-1900) publicó en 1888 la novela “Os Maias” (Los Maia), en la que cuenta la decadencia de una familia de la alta burguesía lisboeta representada por el anciano Afonso y su nieto, el joven Carlos. Más allá de su aspecto melodramático, representado por los amores apasionados, las mujeres deshonradas y los adulterios, la novela es un óptimo retrato de una época y de una sociedad. Oscilando en el Romanticismo y el Realismo, Eca de Queirós urdió una trama que comienza con el matrimonio de Pedro de Maia y María Monforte. De esa unión nacen dos hijos: Carlos y María Eduarda. Cuando los padres se separan, el niño se queda con el padre y la madre huye con un amante llevándose a la hija. Pedro termina suicidándose y Carlos es criado por el abuelo. Con el paso de los años, Carlos y María Eduarda se reencuentran, se enamoran y viven una relación intensa como amantes sin saber que son hermanos. El incesto accidental terminará en tragedia ya que “impide cualquier tipo de futuro y tan sólo conlleva la muerte”, cosa que ocurre con el abuelo quien no puede tolerar semejante transgresión ni soportar los comentarios insidiosos de los vecinos.
El Romanticismo llegó a Latinoamérica en la segunda mitad del siglo XIX y, dentro de esa corriente literaria, hubo varias novelas que también incluyeron el tema del incesto, aunque de una manera mucho más encubierta para evitar censuras. Siguiendo muchos de los paradigmas en relación a la representación del incesto que se había formulado en el discurso romántico europeo, a estas obras sólo el mestizaje fue lo que las distinguió del modelo europeo, creando así una interpretación local y regional que interrogaba la construcción de raza y género. El conflicto entre la estratificación racial y la consanguinidad biológica unía irrevocablemente el incesto y el mestizaje precisamente dentro del contexto de la familia burguesa y su función como institución normalizadora dentro del Estado. En esa dirección puede citarse a “Cumandá” del ecuatoriano Juan León Mera (1832-1894), obra en la que se narra -con descripciones melosas propias de ese movimiento- la historia de Carlos y Cumandá, dos hermanos que se enamoran sin reconocerse porque la hermana, siendo muy 
niña, había sido raptada por unos indígenas selváticos. La relación jamás llega a concretarse en algo físico, queda sólo en palabras empalagosas y promesas de un amor imposible. En el desenlace, Cumandá es asesinada por los mismos indígenas y recién entonces Carlos se enterará del parentesco.
También está la novela “María” del colombiano Jorge Issacs (1837-1895), obra que tiene como protagonistas a Efraín y María. Ambos son primos y lo saben, pero eso no impide que se enamoren. Al igual que en “Cumandá”, la relación no se concretará en algo físico. Los padres de Efraín lo envían a Europa a estudiar y la relación se mantendrá de manera epistolar. Cuando regresa con la intención de casarse, se encuentra con que María había fallecido víctima de un ataque epiléptico. Mientras tanto, a la literatura cubana también le tentó esta temática. Cirilo Villaverde (1812-1894), en su novela “Cecilia Valdés o la loma del ángel”, subió los riesgos de la trasgresión sexual permisibles en la sociedad colonial al llevar al incesto fraternal a su entera consumación. En la novela, los personajes Cecilia y Leonardo, pese a ser hermanos por parte de padre, llegan a casarse, tener relaciones sexuales y procrear un hijo. Sin embargo, ante las presiones sociales de las que son víctimas, finalmente el matrimonio debe interrumpirse.