12 de agosto de 2015

Zygmunt Bauman (3): "Es absolutamente falso que si los ricos se hacen más ricos eso será beneficioso para todos"

Bauman comenzó su carrera académica en 1954 ejerciendo como  profesor en la Universidad de Varsovia. Cuando en 1968 se vio forzado a abandonar su país natal por tener serias desavenencias con el gobierno, emigró a Israel, donde se incorporó a la Universidad de Tel Aviv. Luego, en 1971, se radicó en Inglaterra, país en el que enseñó en la Escuela de Ciencias Políticas y Económicas de Londres y, más adelante, en la Universidad de Leeds. Desde entonces Bauman escribió y publicó prácticamente toda su obra en inglés, su tercer idioma, y su reputación en el campo de la sociología creció exponencialmente a medida que iba dando a conocer sus trabajos. El primero de ellos lo publicó en 1957: "Zagadnienia centralizmu demokratycznego w pracach Lenina" (Aspectos del centralismo democrático en las obras de Lenin). A éste le seguirían "Socjalizm brytyjski. Źródła, filozofia, doktryna polityczna" (Socialismo británico. Fuentes, filosofía, doctrina política) y "Klasa, ruch, elita. Studium socjologiczne dziejów angielskiego ruchu robotniczego" (Clase, movimiento, élite. Un estudio sociológico sobre la historia del movimiento obrero británico). Más adelante aparecerían, entre otros, "Spoleczeństwo w ktorym żyjemy" (La sociedad en la que vivimos), "Socialism, the active utopia" (Socialismo, la utopía activa) e "Idee, ideały, ideologie" (Ideas, ideales, ideologías). Para Bauman, la ética no existe para ciertos campos del quehacer humano. Los grandes grupos económicos y los funcionarios políticos, por ejemplo, prescinden de todo compromiso moral. Hacen y deshacen a su antojo, guiados siempre por sus propios intereses, sin importarles en absoluto las consecuencias que su comportamiento pueda traer aparejado para la ciudadanía. Lo que sigue es la tercera parte del resumen de entrevistas concedidas por el sociólogo polaco a lo largo del último año en la que desmitifica aquella idea de que la mejor manera de ayudar a los pobres a salir de su miseria es permitir que los ricos sean aún más ricos, una creencia generalizada que entra en flagrante contradicción con el resultado de numerosas investigaciones, con la lógica y con los resultados de la experiencia diaria que demuestran el indefendible y apabullante crecimiento de la desigualdad social y la brecha cada vez mayor entre la élite de los pobres y el resto de la sociedad.


En "¿La riqueza de unos pocos nos beneficia a todos?" dice que el sistema económico vigente potencia y perpetúa la desigualdad, y que está pauperizando la clase media. ¿Es su obra un intento de demostrar que la mano invisible no funciona, que el mercado no es tan sabio como presume?

Es interesante lo que plantea sobre el papel de la mano invisible, pero hay que tener en cuenta que Adam Smith lo escribió en un contexto muy diferente. Lo que ha pasado recientemente, en los últimos cuarenta años, desde los años '70 del siglo pasado, es que la mutua dependencia entre empleadores y empleados se ha roto de forma unilateral. Hasta entonces los empleados, los trabajadores, dependían de sus jefes para poder vivir. Pero al mismo tiempo los jefes también dependían de sus empleados. Era una dependencia mutua. Y en las ciudades donde se levantaban las grandes fábricas una gran parte de la población era una especie de ejército de reserva de trabajadores. Hablando de este "ejército de reserva", listo para volver al servicio, ocupar los puestos de trabajo cuando fuera necesario, los "generales" encargados de ese ejército de reserva se preocupaban del estado, de las circunstancias en las que vivían esos desempleados. Cierto que no estaban en servicio de momento, pero podrían necesitarlos. De ahí que hubiera un servicio social, una serie de atenciones, educación, alojamiento... Sobre todo después de la Gran Depresión, con el desempleo masivo, y especialmente tras la Segunda Guerra Mundial, se creó el estado de bienestar. Lo que sin embargo me gustaría resaltar es que la introducción del estado de bienestar no fue fruto de una decisión partidista, había un consenso general en la opinión pública, entre la izquierda y la derecha, porque la mayoría estaba de acuerdo en que o bien mantenías a tu población en buen estado o bien serías derrotado en la próxima guerra o en la próxima batalla comercial con otros países. De tal manera que la mano invisible del mercado podía funcionar a favor de controlar las fuerzas en presencia. De hecho, entre los años '40 y '70 la desigualdad se redujo en toda Europa. Eso cambió a raíz de las políticas económicas que se empezaron a poner en práctica en los años '70, como la desregulación, la privatización, subcontratando obligaciones del Estado en el mercado (como proporcionar pensiones, educación, servicios sanitarios y prestaciones por el estilo). ¿Y por qué ocurrió esto? Porque los jefes, los propietarios del capital, los dueños de las empresas, vieron que ya no entraba dentro de sus necesidades e intereses ocuparse de los vecinos, de los locales, de los habitantes de su país. Se sintieron libres para ir donde quisieran a buscar mano de obra, donde no tuvieran que preocuparse de las pensiones o la seguridad social de los trabajadores, y donde habría huelgas para defender los salarios y los derechos consolidados de los empleados. Se dieron cuenta además de que era fácil hacer negocios, porque todos los datos los tenían en sus ordenadores portátiles, en sus teléfonos inteligentes, y se llevaron el trabajo a otra parte. De tal forma que se creó una dependencia unilateral. Los indígenas, la gente que vive en los viejos países, todavía dependen de los dueños del capital para conseguir un trabajo, pero los jefes ya no dependen de esos trabajadores. De tal modo que la mano invisible del mercado empezó a funcionar de otra manera.

¿Es decir, que al final mis padres tenían razón cuando me dijeron que siempre habrá pobres y ricos?

Bueno, no tiene necesariamente que ser así, aunque me temo que la desigualdad está entre nosotros para quedarse. El problema es si la cuestión de la desigualdad está bajo control y si podemos aplicar medidas para mitigar estas diferencias entre el "modus vivendi" de ricos y pobres. Y los datos nos dicen que la distancia entre pobres y ricos está agrandándose a un ritmo sin precedentes. Las ochenta y cinco personas más ricas del mundo poseen una riqueza que equivale a la que suman las cuatro mil millones de personas más pobres del mundo. Es increíble. El 90% de toda la riqueza producida en el mundo después de la gran crisis que se inició en 2007, con el colapso del crédito y la amenaza de desaparición de bancos si no eran recapitalizados con el dinero de los que pagan impuestos, se la han apropiado el 1% de las personas más ricas de la Tierra. Y no sólo los pobres, los proletarios, ni tampoco la clase alta, también la clase media que no sólo ha visto cómo disminuían sus ingresos sino también sus perspectivas de mejora. El nuevo fenómeno que tenemos ante nosotros es precisamente la desaparición del futuro para esta clase media, de sus expectativas de progresar. Incluso el trabajo es un bien que se ha instalado en el terreno de la incertidumbre, seguirá desapareciendo. Puedes haber estado trabajando treinta, cuarenta años para una empresa, y de repente se produce una fusión, y enseguida corta la mano de obra sobrante. Suben las acciones de la nueva firma y tú te encuentras sin empleo en una sociedad donde los mayores de cincuenta años no tienen la menor esperanza de volver a conseguir un trabajo.

Pero al mismo tiempo se sigue insistiendo en que es necesario reformar el mercado de trabajo y aumentar la desregulación porque dicen que es la única manera de conseguir que haya más trabajo...

Eso es absolutamente falso. Forma parte de una leyenda, de una falsedad que ha sido introducida en la mente del público: que si los ricos se hacen más ricos eso será beneficioso para todos. Y no es así, no ha ocurrido.

¿Es una quimera?

Nunca ocurrió. La mayor parte de la economía hoy es puramente monetaria. El dinero trae más dinero. Todas las transacciones que se producen en la Bolsa, en el Mercado de Valores, y que afectan a la vida de personas como usted, no tienen el menor interés en la economía, en las condiciones de vida que afectan a gente como usted, que no son capitalistas, que no juegan en la Bolsa. Hay un creciente golfo de separación entre los que juegan a la Bolsa, entre el mundo de las altas finanzas, y la gente que hace cosas, los empleados que sirven a la mayor parte de la población. La naturaleza del juego ha cambiado por completo, y eso no es algo que haya ocurrido de repente y de lo que nos hemos dado cuenta de la noche a la mañana. La desigualdad ha estado entre nosotros desde el comienzo de la especie humana. Pero ese no es el problema, el problema es el carácter diferente que está adoptado, y lo peor es que no hay hoy día forma de controlarla, de mantenerla a raya.

¿Y qué ocurre entonces con los políticos? ¿Están al servicio de los trabajadores, de la población en general, o son asalariados de las grandes finanzas?

Ellos se mueven en una doble obediencia. Desde 1648, tras la paz de Westfalia en donde se creó un nuevo orden político en el centro de Europa, un concepto de soberanía basado en que los gobernantes de cada territorio tenían la capacidad de decir a la población bajo su mando en qué dios deberían creer, arrancó el periodo de construcción de nuevos Estados, en los que la religión era sustituida por la Nación. Resultó muy bien en cuanto a la independencia territorial de los Estados, la habilidad de promover el autogobierno de un territorio. Pero ahora las reglas del juego han cambiado por completo. Porque vivimos en la interdependencia, no en el de la independencia. Formalmente, nominalmente, los Estados siguen siendo soberanos en lo que concierne a su territorio, pero en la realidad ya no lo son. El problema no es que los políticos sean corruptos; algunos lo son, pero no todos lo son. El problema no es que sean estúpidos; algunos de ellos lo son, pero no todos. El problema no es que sean miopes; algunos de ellos lo son, pero no todos. El problema fundamental, al que todos ellos tienen que hacer frente, sean corruptos, estúpidos o miopes o no suficientemente sabios, es que están sometidos a una doble obediencia. Por una parte, son los gobernantes de un territorio concreto, y los ciudadanos de ese territorio les eligieron precisamente para que gobernaran, por lo que están obligados a escuchar a su electorado. Tienen que tener en cuenta lo que su electorado les demanda. E incluso deben prometerles que trabajarán para ellos, que satisfarán sus necesidades. Sin embargo, lo que a menudo se ven obligados a hacer es que tienen que mirar en otra dirección: cuáles serán las consecuencias de sus decisiones en el mercado global o, como esta de moda decir hoy día, la reacción de los inversores globales. En otras palabras, la libre circulación, emancipada de todo tipo de control político, del mercado financiero. Los viernes deciden cómo mejorar la situación del país y para ello adoptan una serie de medidas, pero el fin de semana no pueden conciliar el sueño, porque temen que el lunes, cuando vuelvan a abrir las bolsas, un nuevo cataclismo en los mercados puede llevar al traste con todos sus planes, con un nuevo colapso del Estado que ponga en fuga a los capitales.

¿Cuán acertados o erróneos eran los análisis de Marx? ¿Le resultan todavía útiles para usted?

Algunas de los vaticinios de Marx no se produjeron, en parte por la influencia de sus propias predicciones. Por ejemplo la profecía de que habría una catástrofe. Marx habló de la pauperización del proletariado y que eso llevaría al proletariado a las calles y desencadenarían una revolución. Creo que la gente inteligente entre los dueños de los recursos escuchó atentamente y tomó medidas. En el siglo XIX, en Inglaterra, se adoptaron medidas para mejorar las condiciones de los obreros, sus pensiones, el derecho a afiliarse a sindicatos y a declararse en huelga para defender sus derechos. Todo ello estaba orientado a mejorar las condiciones de vida de la clase obrera. Se acabó incrustando en la mentalidad de la gente la necesidad de mejorar las condiciones de vida y de trabajo dentro del propio sistema capitalista, sin cuestionar el propio sistema. Entonces llegó la revolución bolchevique, que partía de la idea de que todos somos iguales, lo cual no es cierto, pero es lo que la gente creía, o quería creer. Y se logró que dejara de haber desempleo, eso es cierto. Se proporcionó educación para todos, lo que también era verdad. Y había sanidad gratuita para todos. Y eso también era verdad. Al otro lado del Telón de Acero, la gente veía lo que había y tomaba precauciones. En respuesta a esas realidades hay que contar el New Deal del presidente Franklin Roosevelt, el estado de bienestar en buena parte de Europa... Ahora, con el colapso del bloque soviético, no hay alternativa, el capitalismo se ha quedado solo en el campo de batalla, sin enemigos a la vista, hasta el punto de que muchos gobiernos buscan ávidamente nuevos enemigos para mantener la vigilancia y la unidad de la población. Pero lo cierto es que no hay un sistema alternativo, y desafortunadamente no hay nada que constriña, que limite algo que es endémico a un sistema que está basado en la competencia: la codicia, la codicia, que pretender sobreponerse, derrotar a los otros, y la escasa sensibilidad hacia el destino de los desafortunados, de las víctimas causadas por tu propia actividad. Es una nueva situación, que surgió tras la caída del Muro de Berlín. Por primera vez en ciento cincuenta años las predicciones de Marx podrían hacerse realidad, no sólo en lo que se refiere al proletariado, sino a la clase media, que ha visto cómo se ha ido deteriorando, pauperizando, su nivel de vida, perdiendo tanto su nivel de ingresos como su percepción de la seguridad, la quiebra de su sentimiento de pertenencia, de formar parte de una comunidad, de contar con instituciones que se preocupen de ellos cuando sufran una desgracia individual. El temor a que se reduzcan o directamente se supriman las prestaciones de desempleo, o a tener que trabajar más años para disfrutar de sus pensiones. De repente, el suelo ha empezado a temblar bajo nuestros pies. De ahí, de esa inquietud, han surgido movimientos que buscan de manera febril nuevas formas de participar en política, porque han perdido por completo la fe en las instituciones políticas establecidas. Lo cierto es que el sistema ha dejado de cumplir sus promesas, de cumplir con sus obligaciones.