26 de mayo de 2015

Marechal en tiempo y forma (1). Observaciones al margen

En Argentina, la narrativa con intencionalidad política fue empleada desde los tiempos previos a la Organización Nacional. Entre los ejemplos más significativos de esa modalidad pueden citarse obras como "El matadero" de Esteban Echeverría (1805-1851), "Facundo" de Domingo F. Sarmiento (1811-1888) o "Amalia" de José Mármol (1817-1871). A Leopoldo Marechal (1900-1970) suele incluírselo en esa vertiente por las características de sus tres novelas: "Adán Buenosayres", "El Banquete de Severo Arcángelo" y "Megafón o la guerra". Aunque todas tienen una fuerte connotación autobiográfica y en ellas se evidencia la profunda religiosidad del autor, también poseen un carácter acentuadamente político, sobre todo las dos últimas. Pero reducir a Marechal a esta condición sería menospreciar el resto de su extensa obra que abarca también la poesía, el teatro, el cuento y el ensayo. En casi toda ella se reflejan sus inquietudes metafísicas. Para él, la existencia humana era una imagen barroca del "theatrum mundi", aquel tópico literario cuyo origen se remonta a la Antigüedad Clásica en el cual se concibe la realidad como un escenario, a la sociedad como una obra teatral ya escrita en la que los hombres interpretan un papel (o varios), en función de la situación imperante. Así, en el ámbito social, las personas importan no por quienes son, sino por el papel que representan. Para Marechal, todas estas cosas eran vanas, ilusorias. La verdadera realidad estaba más allá de la muerte.
Marechal fue poeta muy tempranamente. La etapa juvenil, en contacto con los escritores que inauguraban una nueva etapa de cambio literario influenciado por el positivismo altruista del filósofo francés Augusto Comte (1830-1842), lo vinculó primero con el grupo "Proa" que integraban, entre otros, Macedonio Fernández (1874-1952), Ricardo Güiraldes (1886-1927) y Jorge Luis Borges (1899-1986), y luego con el movimiento "Martín Fierro", en el que participaban Leopoldo Lugones (1874-1938), Oliverio Girondo (1891-1967) y Raúl González Tuñón (1905-1974), por citar sólo a algunos. Marechal se identificó con esa camada de autores vanguardistas que, irreverentemente hastiados de la historia, creía en la palabra como manifestación de la belleza, como un ariete para la demolición de estructuras decadentes.
En 1919 fue contratado como bibliotecario rentado en la Biblioteca Popular Alberdi al tiempo que se recibía de maestro, tarea que desempeñaría hasta 1944. Los libros que publicó en su primera etapa lo consagraron como una de las principales nuevas figuras de aquella época: "Los Aguiluchos", "Días como flechas" y "Odas para el hombre y la mujer", entre otros, son los títulos de su autoría en la década del '20. "Laberinto de Amor", "Cinco poemas australes", "Sonetos a Sophia" y "El Centauro" fueron sus obras siguientes. Esta última recogió el caluroso elogio de Roberto Arlt (1900-1942) quien le mandó una esquela el 30 de octubre de 1939: "He leído en 'La Nación' tu poema 'El Centauro'. Me produjo una impresión extraordinaria. La misma que recibí en Europa al entrar por primera vez a una catedral de piedra. Poéticamente sos lo más grande que tenemos en habla castellana. Desde los tiempos de Rubén Darío no se escribe nada semejante en dolida severidad. He recortado tu poema y lo he guardado en un cajón de mi mesa de noche. Lo leeré cada vez que mi deseo de producir en prosa algo tan bello como lo tuyo se me debilite". Marechal devolvería la gentileza al afirmar en una entrevista poco antes de la muerte del autor de "Los siete locos": "Al leer sus obras, siempre me dio la idea de un Miguel Ángel tallando un tronco de quebracho con un cortaplumas, porque tenía mucho que decir y medios expresivos rudimentarios. ¡Mejor para vos, Roberto! Hay otros que manejan complicados recursos expresivos y no tienen nada que decir". En esos años también publicó, en prosa: "Historia de la calle Corrientes" y "Descenso y ascenso del alma por la belleza". Ya se advertía entonces en su obra una profunda preocupación metafísica.


Su personalidad intelectual, alentada por una vocación muy temprana, se formó en la lectura y en los ejercicios de taller literario. En tal sentido se consideraba un autodidacto, vale decir, un hombre que buscaba en los libros, en las cosas y en la meditación una respuesta vital a sus problemas interiores. En los años '30 pasó por una crisis existencial cuya resolución fue religiosa, más estrictamente, cristiana o, más aún, católica, algo que influiría en toda su obra posterior. Fue así que ella, si bien compartió los años finales de la literatura modernista y vivió las aventuras de la vanguardia argentina de matices vitalistas y criollistas, terminó por no ceñirse a ninguna de ellas y, como si volviera atrás en la historia de estilos, produjo una paulatina reconversión de índole espiritual y religiosa, asumiendo un cristianismo católico que no renegaba de las fuentes clásicas ni tampoco del tramo vanguardista-modernista. Ferviente defensor de las teorías platónicas y aristotélicas, su estética estuvo signada por un cierto modo de pensar medieval, lo que se reflejó claramente en sus novelas y ensayos de madurez.
Uno de los temas que siempre preocuparon a Marechal fue la justificación de su labor como escritor de novelas. Él mismo, ya en sus últimos años de vida, se encargó de aclarar en "Cuaderno de navegación" que, tras la publicación de su primera novela y con motivo de algunos estudios que ésta había merecido, se ocupó de indagar sobre el género de la novela y la directa relación entre ésta y la epopeya. Reconoció que había encontrado en "Poiêtikê" 
(Poética) de Aristóteles de Estagira (384-322 a.C.) las bases de su concepción de novela. Si bien, la obra del filósofo griego no se refiere de manera explícita a la misma, Marechal consideró válida la distinción que en ésta se hace entre epopeya y tragedia en vistas de la justificación de su labor como novelista. En todo caso, lo que Marechal consiguió desde sus novelas fue crearle, desde su clasicismo paródico, una tradición a Buenos Aires: la de su tristeza como una ubicación equivocada frente a la vida, algo en cierto sentido similar a lo que Borges, desde su criollismo, recreó en varios de sus poemas.
No obstante Borges y Marechal caminaron por veredas opuestas. Es curioso observar cómo las iniciales coincidencias literarias de los dos jóvenes poetas del "martinfierrismo" se fueron transformaron con el correr de los años. Marechal había redactado un artículo elogioso de "Luna de enfrente" en 1925 y Borges correspondió con otro tanto al reseñar "Días como flechas" en 1926. Sin embargo, muchos años después del período vanguardista de Marechal, Borges declaró con su proverbial ironía haberlo conocido pero no haber leído nada de su obra. La opinión de Marechal sobre el autor de "Ficciones" tampoco sería positiva. En una entrevista, en 1967, afirmó: "Borges fue siempre un 'literato', vale decir un 'mosaiquista de la letra', dado a prefabricar mosaicos de palabras según recetas de fácil imitación o aplicación".


El otro aspecto que marcó su vida, tanto en el aspecto personal como en el literario, fue su adhesión y respaldo al peronismo. Si bien reconocía siempre que no era hombre de acción sino de contemplación y meditación, y que no tenía condiciones de político militante, participó activamente en la campaña electoral que llevó a Juan D. Perón (1895-1974) por primera vez a la presidencia. Esta actitud no hizo más que poner de manifiesto su escasa y confusa formación política, probablemente debido a su incondicional sumisión al catolicismo. Su evidente desorientación en la materia lo llevó a coquetear con las ideas socialistas en su juventud, a sentirse atraído luego por el anarquismo, a adherir al nacionalismo católico en la década del '30 y comienzos de la del '40, para luego apoyar con firmeza la irrupción de peronismo en la vida política nacional. De hecho, Marechal fue el afiliado nº 46 de la "Comisión pro candidatura del general Perón". Cuando ocurrió el golpe militar de 1943 -de características claramente fascistoides- Marechal no vaciló en consagrarlo como "revolucionario", al tiempo que ensayaba un aval religioso para la alternancia de la derecha y la izquierda fomentada por el líder justicialista remitiéndose a una leyenda norteña: "Dios tiene dos manos con las que suele obrar alternativamente: la de su benevolencia y la de su rigor; la mano de su rigor actúa cuando no basta la de su benevolencia".
Por entonces trabajó en la Biblioteca Popular de Villa Crespo y luego como presidente del Consejo General de Educación y la dirección General de Escuelas de Santa Fe. Con Perón en el gobierno, se involucró de lleno en la gestión siendo director general de Cultura de la Nación primero, y director nacional de Enseñanza Superior y Artística después. El hecho de haber ocupado cargos públicos durante los gobiernos del justicialismo peronista lo llevó al enfrentamiento con sus antiguos compañeros de generación literaria, los que decretaron su "proscripción intelectual". Su adhesión al peronismo se convertiría en el dato más controvertido de su biografía y el que con mayor peso invadiría su bibliografía en un doble sentido: primero en su propia producción y, por extensión, en la atención de la crítica que lo enaltecería o ignoraría en función de esa elección.
Diría por entonces: "Como sistema político económico social, yo diría que el Justicialismo es perfecto: se basa en una doctrina de 'tercera posición', ubicada entre un capitalismo agonizante y un socialismo extremo que lucha todavía, creo que inútilmente, por adaptare al rigor abstracto de las teorías a la contingencias de un mundo real y concreto, y que se desdice y agota en esa lucha estéril. Por el contrario, el Justicialismo, lejos de fomentar una lucha de clases en verdad suicida, trata de armonizar y jerarquizar las clases entre sí, para que cada una cumpla la función que le es propia en el organismo social, porque cada clase social no es un conjunto de hombres agrupados arbitrariamente, sino una función necesaria e inalienable que debe jugar con las otras en armonía y sólo teniendo en cuenta la salud del organismo social". Semejante desconocimiento de los más elementales rudimentos sociológicos lo llevó también a afirmar que "el peronismo, que es cristiano, digan lo que digan, transformó una masa numeral en un pueblo esencial. Hay un vieja y pequeña Argentina, representada por la oligarquía, que se obstina en no terminar de morir. Pero todo mejoramiento social que no se funde en la caridad crística no puede crear una felicidad trascendente". En aquellos días de euforia populista, a Marechal le ceden el teatro Cervantes para estrenar su obra "Antígona Vélez" bajo la dirección de Enrique Santos Discépolo (1901-1951), obra por la que, en 1951, recibió el Primer Premio Nacional de Teatro.
Marechal nunca había tenido dificultades para publicar sus libros de poesía, llegando incluso a obtener el Primer Premio Municipal de Poesía en 1929 por su "Odas para el hombre y la mujer", y el Primer Premio Nacional de Poesía en 1941 por sus "Sonetos a Sophia" y "El centauro". Sin embargo, cuando apareció "Adán Buenosayres" en 1948, el peso del prejuicio antiperonista que dominaba al mundo editorial de entonces generó  un adverso silencio que rodeó la aparición del libro. Fueron escasas las críticas que recibió en diarios y revistas, y durante los años siguientes un buen número de ejemplares de la primera edición permanecieron apilados en los depósitos. Fue Julio Cortazar (1914-1984) quien, en el ejemplar de marzo/abril de 1949 de la revista "Realidad", elogió la obra de manera contundente: "La aparición de este libro me parece un acontecimiento extraordinario en las letras argentinas, y su diversa desmesura un signo merecedor de atención y expectativa". Con esas líneas el autor de "Los reyes" mostró como, a pesar de encontrarse muy alejado del peronismo, se podía abordar un tema literario desde una óptica distanciada de los prejuicios. Mientras la crítica tradicional silenció su carácter insólito dentro de la tradición novelística en castellano, y la libertad igualmente inédita en el uso del lenguaje narrativo, Cortázar -por entonces un desconocido columnista- se encargó de destacar dichos aspectos con lucidez y alborozo.


Su segunda novela, "El banquete de Severo Arcángelo", una parábola religiosa que enlazaba con la historia argentina y tenía una carga política donde se justificaba la militancia del autor, apareció en plena proscripción del peronismo y fue un éxito. El diario "Clarín" decía el 22 de Septiembre de 1966: "En Leopoldo Marechal las arduas jornadas de la creación nunca perturbaron su condición de practicante de la belleza ni su olvido de todo problema circundante. El ensayista polémico y genial novelista no eran aquel otro que escribía versos memorables y, generalmente, desconocidos". Poco después Marechal viajaba a Cuba para ser jurado del Premio Casa de las Américas. Muy alejado del marxismo, al que consideraba incompatible con su religiosidad, no obstante se sintió seducido por la Revolución y así lo expresó el 7 de junio de 1967 en la revista "Primera Plana". Evidentemente desconociendo las diferencias entre bonapartismo y socialismo (una falencia habitual, tanto en el peronismo de los '70 como en el actual), afirmó: "He encontrado bastantes puntos de contacto entre el peronismo y la revolución cubana y bastantes parecidos entre los dos líderes: Perón y Fidel dialogan con las masas. Me parece que, más que una revolución marxista, la de Cuba es una revolución nacional y popular, como la nuestra, la de Perón; con la diferencia que Fidel ha llevado el socialismo a extremos más rigurosos que Perón". De todos modos se encargó de aclarar que, si bien "como latinoamericano me interesa la liberación de las trabas que nos impone el imperialismo yanqui, la verdadera trascendencia la visualizo como metafísica y sólo viable mediante Cristo".
Debe admitirse que Marechal siempre estuvo abierto a un espíritu crítico que también aplicó, aunque tenuemente, al movimiento político al que adhería: "Entre los errores del Justicialismo en su primera encarnación, no pocos se redujeron a 'exteriorizaciones irritantes' que se debieron y pudieron evitar. Su mayor error, a mi juicio, fue el de haber realizado una revolución 'a medias'. Una revolución debe ser integral porque, si se hace a medias, en la otra mitad no tocada subsisten anticuerpos que la derrotarán al final. Y lo comprobamos en 1955". Lo que ignoraba Marechal, probablemente en su buena fe, es que el peronismo jamás se propuso hacer una "revolución integral". En otro reportaje admitió que "el movimiento me ignoró. Lo justifico porque estaba sobre todo preocupado por solucionar problemas económicos más perentorios. No creo, desde luego, que se deba hacer eso; una resolución debe solucionar todos los problemas paralelamente. Y se produjo un hecho muy curioso: la intelectualidad argentina, antiperonista en su mayoría, y que me conocía bien, personalmente, me excluyó de su seno. Por otro lado, los peronistas prácticamente ignoraron mi existencia: ponía el acento sobre los aspectos populistas de la cultura".
Así como "El banquete de Severo Arcángelo" careció del andamiaje realista y en cierta medida costumbrista de "Adán Buenosayres", "Megafón o la guerra", su tercera novela, no alcanzó la riqueza de las anteriores, pero es una síntesis, en cierto sentido testamentaria, de las inquietudes políticas y metafísicas del autor ligadas a la experiencia peronista. La novela estaba en imprenta cuando acaeció su fallecimiento y vería la luz un mes después. Marechal dejó una decena de obras de teatro inéditas: "El arquitecto del honor", "El superhombre", "Aligerando", "Mayo el seducido", "Muerte y epitafio de Belona", "Don Alas o la virtud", "Un destino para Salomé", "La parca", "Estudio en Cíclope", "El Mesías" y "Polifemo"; una gran cantidad de cartas, conferencias y ensayos, y se sabe que estaba trabajando en una cuarta novela "El empresario del caos".


El principal valor estético de la obra de Marechal es quizás el hecho de que ayudó a quitarle marginalidad al lunfardo y a ciertos ámbitos solemnes de la Argentina al frecuentar palabras y términos habituales en el habla coloquial de los argentinos. Fue en ese territorio donde Marechal se reveló como un maestro. Como dijo Tomás Eloy Martínez (1934-2010), "su idioma es el que puede oírse en cualquier esquina de Buenos Aires, está teñido de giros zumbones, de alguna invención lunfarda y del barullo y la calidez que crecen en las conversaciones cotidianas". La obra literaria de Marechal, en definitiva, es en su conjunto un ambicioso esfuerzo de síntesis. Mezcla lo culto con lo popular, lo universal con lo local, lo antiguo con lo moderno, lo religioso con lo cómico y también -de modo bastante provocativo- lo didáctico con lo literario.