1 de enero de 2014

Homero Alsina Thevenet. Personalidades del cine (1). Introducción (I)

Aunque la proyección de imágenes en movimiento ya existía desde 1893, se considera que el nacimiento del cine ocurrió el 28 de diciembre de 1895, día en que Auguste Lumière (1862-1954) y su hermano Louis Lumière (1864-1948) presentaron en el Salon Indien du Grand Café situado en el Boulevard des Capucines de París el film "La sortie des ouvriers des usines Lumière à Lyon Monplaisir" (Salida de los obreros de la fábrica Lumière en Lyon Monplaisir). Tras haber patentado el cinematógrafo el 13 de febrero de ese año, los Lumière rodaron aquella, su primera película de apenas 46 segundos de duración, la que fue presentada el 22 de marzo, tres días después del rodaje, en una sesión de la Société d'Encouragement à l'Industrie Nationale en París y luego en varias sociedades científicas y diversas universidades. Pero aquel 28 de diciembre se procedió a la primera exhibición comercial, es decir, un espectáculo pago a un costo de 1 franco la entrada, lo que marcó oficialmente el inicio del cine. En aquella oportunidad se ofrecieron además otros nueve films, todos ellos realizados por los hermanos Lumière, logrando un éxito clamoroso. La noticia rápidamente corrió de boca en boca por toda la ciudad y, tres semanas después, la asistencia diaria llegaba a las tres mil personas.
Tras aquella presentación en París, en muchas otras ciudades tanto europeas como americanas empezó a difundirse el nuevo invento. Esto generó un gran número de proyecciones y, con ellas, la demanda de más títulos, con lo que se inició la producción a gran escala de películas. En Estados Unidos fue Thomas Alva Edison (1847-1931) -inventor de la película de celuloide en formato de 35 mm. con perforaciones laterales, y de los primeros proyectores cinematográficos: el quinetoscopio y el vitascopio- el máximo impulsor del cine, consolidando una industria en la que deseaba ser el protagonista indiscutible al considerarse como el inventor y propietario del nuevo espectáculo. A su sombra fueron creciendo otros directores como William Heise (1847-1910) que en 1896 filmó "The kiss" (El beso), el primer ósculo visto en pantalla que se convirtió en el primer escándalo y, también, en el gran éxito de aquel año; o Edwin S. Porter (1870-1941), quien pasaría a la historia con su mítica "The great train robbery" (Asalto y robo de un tren), la película rodada en 1903 que dio inicio al género del western.


Luego de sus primeros escarceos básicamente artísticos, para la década del '10 el cine se propuso ser un es­pectáculo. Sin abandonar la sorpresa que pro­venía de cada imagen hecha con una cámara ni la preocupación científica y documental, desde la pantalla se pasó a contar historias. En los Estados Uni­dos, David W. Griffith (1875-1948) -considerado el precursor del cine moderno- basándose en su notable capacidad de observación comenzó a elaborar un modelo que sería luego perfeccionado y seguido ciega­mente por sus sucesores casi sin excepciones. Por entonces, la cinematografía se expandía rápidamente por el mundo. Pronto se entendió que el cine como entretenimiento generaba dinero, y mucho. Así, el negocio de la cinematografía buscó atrapar a la audiencia. En contraposición con la tendencia al espectáculo que desde un principio mostró Estados Unidos, las vanguardias europeas se caracterizaron por su experimentación formal con el lenguaje cinematográfico, tratando de buscar la especificidad de la recién inventada técnica capaz de captar y reproducir imágenes en movimiento, y reivindicando para el cine el estatus de arte. Los ru­sos hicieron importantes aportaciones al desarrollar la teoría del montaje como recurso narrativo: todo un completo estudio de la percepción en base a la asociación que establece el espectador entre dos planos que se le muestran seguidos; los franceses optaron por imitar una modalidad de la literatura popular: el cine en episodios, equivalen­te del folletín literario en boga a mediados del siglo XIX; los italianos probaron con el gran entre­tenimiento: el cine de los colosos y con el melodra­ma interior de las grandes divas, primeras estrellas con las que soñó el espectador en la sala oscura; los alemanes incursionaron en el expresionismo: una corriente que hizo hincapié en la importancia de las escenografías para lo cual sustituyeron las telas pintadas por decorados construidos por arquitectos y pintores, lo que dio paso a una iluminación más compleja como medio expresivo.
Mientras tanto, en Estados Unidos, entre 1909 y 1914 se verificó el punto más conflictivo de la guerra de patentes que desató el trust liderado por Edison con el objetivo de controlar a productores y exhibidores. Mientras el trust peleaba con abogados, detectives y una producción uniforme, los directores y productores independientes se dedicaron a la realización clandestina de películas para abas­tecer sus salas. Cansados de las persecuciones encarnizadas, de­cidieron abandonar Nueva York -ciudad que, con los estudios Kaufman-Astoria en Queens y Chelsea en Manhattan, era hasta entonces el epicentro de los cineastas- y trasladarse a la Costa Oeste. Tras varios intentos, finalmente encontraron el lugar ideal en un suburbio de Los An­geles llamado Hollywood. Por sus condiciones climáticas, la variedad de paisajes y su cercanía con la frontera de México (lo que les permitiría escapar fácilmente de los acosos lega­les), uno a uno los independientes se fueron asentan­do en ese lugar.
En 1908, el productor William Selig (1864-1948) envió a California al director Francis Boggs (1870-1911) para rodar escenas de "The Count of Monte Cristo" (El Conde de Montecristo). Al año siguiente, el mismo director realizó "The heart of a race tout" (El corazón de un pura sangre) e "In the Sultan's power" (En poder del Sultán), primeras películas íntegra­mente filmadas allí, e inició la construcción de un estudio. En 1913 el productor de operetas Jesse Lasky (1880-1958) se orientó hacia la producción de películas y, junto a su socio Cecil B. DeMille (1881-1959), alquilaron, por doscientos dólares a la semana, un establo en la esquina de las calles Vine y Selma, establo que se convertiría en el primer verdadero estudio de Hollywood. Pronto aparecerían otras empresas pioneras, entre ellas la New York Motion Picture Co. de Charles Baumann (1874-1931) y la Independent Motion Picture de Carl Laemmle (1867-1939) quien construiría en 1915 Universal City, un gran es­tudio que distinguiría a la nueva era de Hollywood. También arribaron la Bison Life Co. de Adam Kessel (1866-1946), la Essanay Film Manufacturing Co. de George K. Spoor (1872-1953) y la Kalem Co. de George Kleine (1864-1931). Exhibidores que querían producir, producto­res que deseaban comercializar sus películas, direc­tores y actores que montaban sus propios estudios; la futura meca del cine mundial estaba en marcha.


Desde un principio, los productores independientes tuvieron como propósito mejorar la calidad y la rentabilidad de los films. Para ello le arrebataron a la Motion Picture Patents Company de Edison sus más desta­cados actores, directores y técnicos, ofertándoles mejores salarios y el reconocimiento de ver sus nombres proyectados en la pantalla. Rápida­mente los actores se convirtieron en grandes estrellas adoradas por el público. Esa estrate­gia comercial, la estandarización temática y la adopción del largometraje fueron las cla­ves productivas sobre la base de las cuales se siste­matizó la naciente industria. Con la fundación en 1917 de la distribuido­ra Paramount Pic­tures Co. (la pionera en la materia) a cargo de Adolph Zukor (1873-1976), se pasó al control total del circuito que iba desde la realización hasta la distribución y la exhibición de los films que ésta producía. Se inauguró entonces una nueva modalidad: las compañías pusieron en práctica dos mecanismos de distribu­ción: el "block-booking" (compra por lote) y el "blind-booking" (compra a ciegas). De este modo, los exhibidores eran obligados a comprar un paquete de películas de las cuales sólo unas pocas tenían la taquilla asegurada, o a adquirir -a veces con un año de antelación- la producción futura de la empresa, teniendo como única garantía previa el prestigio del sello produc­tor y del personal contratado.
Durante la Primera Guerra Mundial, cuando se paralizó la producción euro­pea, Hollywood aprovechó entonces para expan­dirse y afianzar la industria. Pero, a excepción de la Fox Film Co. fundada en 1914 por William Fox (1879-1952), fue apenas terminada la guerra cuando, con más fuerza que antes, se reactivó la creación de grandes estudios. Con la intención de tener una mayor independencia, lograr films de mejor cali­dad y aumentar la rentabilidad, figuras como Mack Sennett (1880-1960), Thomas Ince (1882-1924), Douglas Fairbanks (1883-1939), Charles Chaplin (1889-1977), Mary Pickford (1892-1979) y King Vidor (1894-1982), entre otras, se vieron involucradas en sucesivas compras, ventas, asociaciones y fusiones de unas empresas con otras, manteniendo una carrera desenfrenada por lograr el dominio del negocio cinematográfi­co. Entre fines de la década del '10 y mediados de la siguiente, fueron naciendo así compañías cinematográficas que harían historia: la United Artists, la Associated Producers, la Warner Bros., la Columbia Pictures y la Metro Goldwyn Mayer. La "máquina de los sueños", tal como se llamó a Hollywood, no descansaba.
Fueron épocas de esplendor aquellos "felices años '20" o "años locos". La prosperidad económica de Estados Unidos desde el fin de la Primera Guerra Mundial -basada en la venta de armamentos y el colonialismo- vino a configurar un nuevo diseño mundial. "La vida es algo que se rinde a tus pies si tienes algo de talento" escribía Francis Scott Fitzgerald (1896-1940) en "The great Gatsby" (El gran Gatsby). Toda una generación de jóvenes norteamericanos vivió una larga borrachera, ambientada con música de jazz y, paradójicamente, a la sombra de la Ley Seca, aquella que prohibía la fabricación, el transporte y la venta de alcohol, y que no hizo más abrirle las puertas no sólo al mercado negro sino también ejemplificar, una vez más, la doble moral que siempre acompañó al país. Había dinero por todas partes, pero también evasión y despilfarro. Para Hollywood fue un momento de cambios. Bajo el lema "the bigger, the better" (cuanto más grande, mejor), la idiosincrasia hollywoodense de los años '20 aunó las excéntricas mansiones de las estrellas y los espectaculares escenarios de los films con lujosas salas de exhibición para el público. Sin embargo, las altísimas ganancias de la recaudación no eran suficientes para sus­tentar los costos de la nueva etapa. Hollywood pasó a ne­cesitar de capitales externos que amorti­guasen sus exorbitantes inversiones y Wall Street, el mayor ícono de la especulación financiera mundial, no dudó en aportar esos capitales.
La vinculación de Hollywood con Wall Street implicó en lo inmediato una reestructuración del sistema pro­ductivo. La división del trabajo se hizo más tajan­te. El director se convirtió en un asalariado que, salvo raras excepciones, sólo intervenía en el roda­je, quedando al margen de la concepción global de la obra. Paralelamente, se crearon departamentos de guión, decorado, actores, montaje. La figura del productor/supervisor (representante de Wall Street) era la que controlaba todo. Inevitablemente, esta sistematización pronto repercutió en la producción fílmica. De allí en más, los films, como cualquier otro producto de la industria capitalista, debieron regirse según patrones estándares que asegurasen su rentabilidad y evitasen riesgos económi­cos. Para ello se establecieron fórmulas comerciales y artísticas regidas por el star system -la estrella, base de la propaganda- y la catalogación temática. De este modo, sólo las grandes productoras sobrevivieron para im­poner las leyes del mercado, llegando a constituir un monopolio más rígido aún que el del trust que lideraba Edison. Otra etapa comenzaba.


Mientras todo esto ocurría en Hollywood, Estados Unidos, a unos diez mil kilómetros al sur, más precisamente en Montevideo, Uruguay, nacía en agosto de 1922 el que sería uno de los más prestigiosos críticos de cine, un periodista que habría de convertirse con el correr de los años en un maestro en la materia: Homero Alsina Thevenet. Él, junto a los argentinos Agustín Mahieu (1924-2010) y Aníbal Vinelli (1940-2006), compondría la tríada más lúcida y fructífera del Río de la Plata en lo concerniente al análisis y la apreciación del arte cinematográfico.