24 de diciembre de 2013

Periodismo de autor (X). Alberto Manguel: "Cortázar en París"

Julio Cortázar (1914-1984) publicó "Bestiario", una colección de ocho relatos que le valieron cierto reconocimiento en el ambiente local, en 1951. Poco después obtuvo una beca del gobierno francés y viajó a París con la firme intención de establecerse allí, cosa que efectivamente hizo al instalarse en el n° 4 de Rue Martell en el 10ème Arrondissement, cerca del Boulevard de Magenta, a un paso del canal de St. Martin y muy cerca de la estación Château d'Eau de la línea 4 del metro, antes de Gare de l'Est. En el frente había una fábrica y al fondo, subiendo unas escaleras de madera, estaba su departamento. Comenzó a trabajar con un distribuidor de libros y como locutor radial, trabajo que perdería debido a su acento, hasta que, en 1954, consiguió un puesto como traductor para la UNESCO. Así, durante años, su modo de sustento provino de sus traducciones, tarea a la que se entregó con la misma intensidad que a la literatura. Tradujo a Daniel Defoe (1660-1731), Henri Bremond (1865-1933), André Gide (1869-1951) y Gilbert Keith Chesterton (1874-1936), pero lograría el reconocimiento con las hoy míticas traducciones de la obra en prosa de Edgar Allan Poe (1809-1849) y la de las "Mémoires d'Hadrien" (Memorias de Adriano) de Marguerite Yourcenar (1903-1987). Realizaría luego innumerables viajes por el mundo, pero ya no saldría de París, ciudad en la que fallecería y sería enterrado en el cementerio de Montparnasse.
Alberto Manguel (1948), escritor, traductor y editor argentino, pasó su infancia en Israel y luego vivió en distintos lugares como Canadá, Italia, Tahití e Inglaterra hasta radicarse definitivamente en Francia. Es autor de una frondosa obra, tanto de ficción como ensayística, que incluye entre otros títulos "Guía de lugares imaginarios", "Noticias del extranjero", "Una historia de la lectura", "En el bosque del espejo", "Leer imágenes. Una historia privada del arte", "Stevenson bajo las palmeras", "Diario de lecturas", "Con Borges", "El regreso", "Vicios solitarios. Lecturas, relecturas y otras cuestiones éticas", "El amante extremadamente puntilloso", "La biblioteca de noche", "Nuevo elogio de la locura", "La ciudad de las palabras. Mentiras políticas, verdades literarias" y "Todos los hombres son mentirosos". Manguel ha ejercido a lo largo de su carrera también como periodista y lo hizo en distintos medios. Así, ha colaborado en el "Globe & Mail" de Canadá, en "The Times Literary Supplement" de Inglaterra, en el "New York Times" y el "The Washington Post" de Estados Unidos, en el "The Sydney Morning Herald" y el "Australian Review of Books" de Australia, en el "Svenska Dagbladet" de Suecia y en "El País" de España. En la Argentina trabajó en el diario "La Nación" entre los años 1972 y 1974, pero antes había emprendido un viaje a Europa para trabajar como lector para varias editoriales como Denoël, Gallimard, Les Lettres Nouvelles y Calder & Boyars. Precisamente estando en París, en 1969, fue que se encontró con el autor de "Rayuela". El producto de ese encuentro lo reflejó en el artículo titulado "Cortázar en París", que fuera publicado por la revista argentina "Siete Días Ilustrados" en su edición del 26 de mayo de 1969.

CORTÁZAR EN PARÍS

Hace dieciocho años que el escritor Julio Cortázar abandonó Buenos Aires. Durante una caminata por París, enfundado en un sobretodo de tweed azul, aceptó describir para "Siete Días" los lugares que lo seducen y los turistas desechan. No quiso hablar de literatura porque -piensa- ya ha dicho todo lo que tenía que decir.

"Realmente estoy un poco cansado de esta costumbre de venir a verme como punto obligado de visita para todo argentino que esté por París. Antes se visitaba solamente la torre Eiffel, el Café de la Paix... Soy una especie de "lugar turístico", reprocha Julio Cortázar cuando terminó de plegar su metro noventa y cinco de estatura sobre una silla del café Les Deux Magots, hace tres semanas. De todas formas, el lugar elegido para la cita era una especie de tierra de nadie; un punto estratégico desde el que se hacía imposible alterar la tranquilidad casi pueblerina de la calle que da a la plaza Géneral Beuret. Allí hay una puerta estrecha que desemboca en un patio; en el patio, otra puerta -más estrecha todavía que la anterior- se abre abruptamente sobre una empinadísima escalera: en adelante, subiéndola, se pisan los dominios de Cortázar, dos plantas remodeladas que alguna vez ocultaron un granero.
"Hay que viajar lejos sin dejar de querer su hogar", había escrito Apollinaire, y la frase sirvió como epígrafe para la segunda parte de "Rayuela"; pero quizá sirva también para justificarle -si es posible- las distancias a este belga, criado en Banfield, en la provincia de Buenos Aires, alumno del Mariano Acosta, que prefirió contar "cachadoramente" -a una de sus exegetas-por carta: "Nací en Bruselas en agosto de 1914. Signo astrológico, Virgo, por consiguiente, asténico; tendencias, intelectuales; mi planeta es Mercurio y mi color el gris (aunque en realidad me gusta el verde). Mi nacimiento fue un producto del turismo y la diplomacia...". A esos datos podría agregarse que alcanzó el título de maestro en 1932, y el de profesor normal en Letras en 1935, con promedios brillantes y sin esfuerzos, y que tuvo cátedras en Chivilcoy y en Mendoza. Después de 1946 "vida porteña solitaria e independiente; convencido de ser un solterón irreductible, amigo de muy poca gente, melómano, lector a jornada completa, enamorado del cine, burguesito ciego a todo lo que pasaba más allá de la esfera de lo estético. Traductor público nacional. Gran oficio para una vida como la mía entonces, egoístamente solitaria e independiente".
Desde un departamento de Lavalle al 300 se establecen los últimos preparativos de su viaje a Europa, se barajan las posibilidades de la travesía. Hasta ese momento, Julio Cortázar es -salvo para los iniciados, para los lectores de "Los anales de Buenos Aires", de la edición que Daniel Devoto hizo del poema dramático "Los reyes" o de las excelentes traducciones de Defoe, Villier de L'Isle, Adam, Gide- un perfecto, ilustre desconocido; y la situación no le molesta demasiado porque "por mi parte, preferí guardar mis papeles". Claro que esa resolución no impidió que Sudamericana editara "Bestiario", recibido sin pena ni gloria por un público acostumbrado a la solemnidad y el acartonamiento. Ya en París -1951- lo devoraron innumerables oficios. Un concurso de traducción para cubrir puestos en la UNESCO le permitió, sin dificultades, conseguir el primer lugar y un trabajo que todavía conserva sin abandonar la condición de "contratado", es decir, defendiendo obstinadamente su independencia, guardándose siempre seis meses de cada año para escribir, viajar, sumergirse en una casa de campo a quinientos kilómetros de París. Entretanto, la trayectoria de sus libros es bastante más curiosa: comienzan a agrandarse a fines de los años cincuenta, la década del sesenta lo marca definitiva y paradójicamente como el gran narrador argentino, como uno de los más originales que Latinoamérica es capaz de ofrecer para demostrar que también tiene una literatura.
La aparición de "Rayuela" es el anuncio de que el "match" de la novela argentina tiene un ganador absoluto. Esa novela lúdica que viene a deslumbrar, a sorprender a los que ya habían perdido las esperanzas de una salida, tiene la misión de demoler el lenguaje estereotipado en el que naufragan los mejores intentos, de tomarle el pelo -desde adentro- a la literatura misma, de demostrar que sólo es posible decir "detesto las búsquedas solemnes" cuando se ha producido la voladura de los diques que atascan cualquier embestida de la imaginación. A tres años de "Rayuela" se edita su último libro de cuentos, "Todos los fuegos el fuego"; en él es posible hallar -oculto en los cuentos "La autopista del sur" o en "La salud de los enfermos"- sus mejores momentos de narrador. Un poco más tarde, "La vuelta al día en ochenta mundos" confirmó para algunos las fúnebres augurios que señalaban el agotamiento, el fin de un ciclo y, tal vez, de una obra; para otros fue, en cambio, el testimonio de que Cortázar seguía vivo a través del "collage", del humor, de la burla a envejecidos mitos porteños, de los fuegos artificiales disparados alrededor de Louis Armstrong o Thelonius Monk. "62. Modelo para armar" -abstrusa, reiterativa, imperdonablemente aburrida- y "Buenos Aires, Buenos Aires", un lujoso parloteo sobre lugares comunes, parecieron dar la razón a los que, frente a ese combate, habían apostado en contra.
Lo cierto es que hace dieciocho años que Cortázar se abroquela en París; que volvió unas pocas veces a Buenos Aires -sigilosamente-; que cada uno de esos regresos coincidió con una muerte dolorosa y, por indiferencia, por temor o por cábala -cuentan- prefirió no hacerlo más. Tiempo atrás había comentado al escritor Luis Harss: "Me voy acercando a un punto desde el cual pueda tal vez empezar a escribir como yo creo que hay que hacerlo en nuestro tiempo. 
En un cierto sentido puede parecer una especie de suicidio, pero vale más un suicida que un zombie"; y quizá ese punto haya llegado porque el título de su próximo libro -"Ultimo round"- suena demasiado a desafío o a final de un juego, un juego peligroso.

Tampoco quiere hablar de literatura ("Ya dije -responde, contestando a un telegrama-, que he dicho todo lo que tengo que decir y Cronopios odian repetirse"), prefiere vagar por París, hacer turismo subterráneo, mostrar los lugares que estima, entusiasmarse con los derroches de imaginación de los estudiantes franceses y pensar, tal vez, como Oliveira: "¿De qué hablarán los muchachos de mi país ahora?". Sí admitió, en cambio, un paseo moroso, a pesar de los tres o cuatro grados con que empezaba la primavera de París. Merodeó mientras atravesaban la plaza Furstemberg, los afiches callejeros, el busto de Apollinaire; pidió una foto "entre mis parisienses".
Frente de un café de Saint Germain des Prés. "Estoy trabajando bastante aquí, en París. El próximo libro es una especie de continuación de aquel 'La vuelta al día en ochenta mundos'. Para ése pensaba en Julio Verne, claro. Verne fue una de las cosas fijas que me quedaron de mí niñez. Los niños que fuimos leímos a Verne y a Salgari, por sobre todo, y es por ese Julio que yo guardo el recuerdo más amistoso. Un poco el libro está dedicado a él. Yo había leído a Verne en esa gran edición con ilustraciones antiguas que para los chicos son mágicas. Y aquí, en París, volví a encontrar esa edición en francés: dos o tres tomos que compré. Cuando tuve la idea del libro, le sugerí al diagramador la inclusión de esas ilustraciones. Pero por cuestión de espacio, algunos textos quedaron afuera. Con otros textos, que he escrito recientemente, compondré el nuevo libro, que se llamará 'Ultimo round'. Será una especie de libro con juego. Porque las hojas estarán cortadas en escalera, al pie de la página, y de ese modo, se irán viendo textos que queden abajo. Eso me permite la inclusión de textos pequeños, en ese espacio de la hoja, como una especie de agenda. El libro, creo, será de mejor apariencia que 'La vuelta al día...' porque estará impreso en Italia".
"Esta es una especie de sorpresa. Es, sin duda, la plaza más pequeña de París. Y para mí tiene una intimidad muy especial. Rodeada así de casas del viejo París, con esos dos bancos, solos, frente a frente, y los cuatro árboles... Están por quitar los árboles ahora, y reemplazarlos por nuevos. Es una plaza muy curiosa. En verano, a veces, los estudiantes piden permiso y dan representaciones, de Marivaux, de Moliére, los clásicos. Montan un pequeño escenario, una tarima, y en esta plaza se dan las funciones. Creo que el conjunto de casas, los árboles, dan un buen clima para eso, ¿no?".
"Esta es una de esas calles que sólo se encuentran en París. No son tan estrechas ni tan antiguas como por ejemplo en España o Italia, pero tienen algo de íntimo, de secreto que en aquéllas es más turístico. Odio esas fotos turísticas, espero que no saquen ninguna así. Claro que aquí también han hecho como en Buenos Aires y en todo el mundo, esos edificios de fines del siglo pasado, llenos de vericuetos y espirales y ramitas: horrendos. Las paredes de ladrillo rojo no le sientan bien a París. En Londres es lo clásico, pero es otro el temperamento. Aquí no va".
"Vean este afiche. Rebeyrolle es amigo mío. Tiene un gran sentido de lo trágico, pero estoy seguro de que no se lo conocerá en Buenos Aires. En cuanto a la literatura, ya no hay círculos literarios en París. Hay escritores independientes. Los movimientos son pocos: los estructuralistas que se reúnen en torno a la revista Tel Quel y los surrealistas viejos, del grupo de Bretón. Pero todas sus revistas están pasadas, siempre dan la impresión de ser algo leído antes. Ya no existe ese magnífico movimiento que fue el surrealismo francés. Hay fogonazos aislados, pero sólo eso. Hojeando las revistas se siente lo que me dijo Borges una vez: 'Son como esos libros que lees y que cuando terminas te queda una libreta'".
"Aquí vivió Delacroix. Sin duda es uno de los precursores del arte moderno, un gran maestro. Pero si me preguntaran si me gusta, diría que no. También pienso que Rubens es un gran pintor, pero... En cambio, se está haciendo ahora en París, en las Tullerías, una magnifica retrospectiva de Mondrian; nunca se había hecho una cosa así en París. Está muy bien organizada, porque se puede ver muy claramente su trayecto del figurativismo al abstracto. En la sala central, donde se ve la serie del árbol, en la que el tronco y las ramas van perdiendo (o ganando) sus formas hasta convertirse en líneas, en cuadros, en espacios de color, es donde mejor se puede estudiar esa trayectoria. Volviendo a Delacroix, vivía en un lugar bastante agradable".
"Esto creo que es muy poco conocido en la Argentina. Es un busto de Apollinaire hecho por Picasso. Se ve bastante bien con el fondo gris de la iglesia, ¿no? Uno se encuentra con estas sorpresas todos los días en París. Da vuelta una esquina y hay una escultura de Rodin, un busto de Picasso, la casa de Baudelaire. Este Picasso creo que ni está firmado. Hay unos Picassos magníficos acá. Pero los mejores están en Suiza."
"Ahora, cruzando el Sena, llegamos a uno de los lugares más significativos de París. Es la Place Dauphine. Aparece mencionada en un viejo texto de Bretón, del viejo surrealismo, en donde se habla de París como de una mujer, y la plaza sería el sexo de esa mujer. La plaza se abre en dos calles y otra pequeña parte de ella por la mitad. Lástima la cantidad de coches. Ese era el buen surrealismo. Porque París es absolutamente femenino, no en el sentido burdo de la metáfora, sino en el de la sutileza, la minuciosa intuición que despiertan sus cosas. París es una mujer extendida, sensual, secreta. Tiene algo de mágico, como si hubiese sido trasformada por un hechicero. Y de esta mujer, la Place Dauphine es el sexo. Voilá".
"Sea realista -reza el cartel-, pida lo imposible. Este es uno de los carteles más hermosos de la revolución. Es un pensamiento exacto, claro, lúcido. Estoy absolutamente de acuerdo. Son endiabladamente inteligentes los estudiantes franceses. No sólo saben qué decir, sino que lo dicen con humor. Por ejemplo, aprovechando la 'x' de Nixon la trasformaron en una cruz esvástica. Los sucesos de Mayo fueron la gran obra. Ahora están en un período de descanso; más bien de preparación. Hay brotes aislados, pero el otro gran golpe todavía no se ha dado. Y existe un hecho muy significativo, que se va viendo poco a poco: es que el 'degaullismo' ya se ha resquebrajado; el alejamiento de De Gaulle significa su fin y esto está creciendo lentamente en la conciencia de todos. Se desmigajó a causa de los sucesos de Mayo, y los estudiantes lo saben, y conocen su fuerza. Cuando se viaja en metro, se puede ver cómo se aprovechan los afiches de publicidad. Eso forma parte de la técnica; todo estudiante anda con un marcador y donde puede deja su consigna".

20 de diciembre de 2013

Entremeses literarios (CLXXI)

ATAQUE MASIVO
Alonso Ibarrola
España (1934)

El enemigo estaba allí, fuertemente atrincherado y protegido por numerosas baterías que cubrían con su fuego todo el valle. Era preciso atravesarlo con cargas furiosas de la caballería. El Alto Estado Mayor calculó que serían precisas cinco oleadas, cada una de ellas con cinco mil hombres. Teniendo en cuenta que el enemigo causaría un sesenta o setenta por ciento de bajas, era lógico suponer que la quinta oleada llegaría a su destino. Dadas las órdenes pertinentes se iniciaron las cargas. La batalla no se desarrolló según el cálculo previsto y lo cierto es que para la supuesta última y definitiva oleada, sólo quedaban dos soldados. Preguntaron éstos si la carga tenían que hacerla al galope forzosamente como las anteriores. Vistas las circunstancias se les dio plena libertad para hacer lo que quisieran. Y los dos soldados, pie a tierra, cansadamente, arrastrando de la brida a sus respectivos caballos, se lanzaron contra el enemigo, hablando tranquilamente de sus cosas...


EL INFIERNO DE SOR JUANA
Andrés Neuman
Argentina (1977)

La noche en que la conocí, Sor Juana me explicó que todo había sido culpa de la menopausia. Pero la menopausia, objeté con pedantería, es a los cincuenta. Juana me contempló como esos curas que están a punto de castigarte y deciden absolverte. Se me quedo mirando con una sonrisa superior, invitadora, y contestó tranquilamente: tú qué vas a saber de la menopausia de las monjas, guey. Quince minutos más tarde, Juana pagó las copas. Veintidós minutos más tarde, milagro, encontramos un taxi libre en medio del paseo de la reforma. Cuarenta y tres minutos más tarde, ella brincaba sobre mí, inmovilizándome las muñecas. Según me confesó, Juana perdió la virginidad con un fraile rubio, una semana antes de abandonar el convento. Para ser más precisos, digamos que perdió la virginidad con seis o siete frailes, no todos ellos rubios, a los treinta y nueve años de edad. Fue, en sus propias palabras, probar apenas uno y quererlos todos, todos, todos. La repetición no es mía, sino de Juana. Así lo contaba ella, con los ojos cerrados y las piernas abiertas. En cuanto comprendió que nunca más sería digna a los ojos del Señor (cosa que comprendió enseguida), Juana se dejó crecer el cabello, consiguió un trabajo de ayudante en una veterinaria y dedicó todo su tiempo libre (todo, todo, todo) a fornicar con hombres de cualquier edad, raza y religión. El único requisito, según advertía Juana, era que no se enamorasen de ella. Y que se lo prometieran desde el primer día. Yo ya he estado comprometida con mi Señor, les explicaba (nos explicaba), desde los dieciocho y los treinta y nueve. Y como es imposible aspirar a entregas más altas, ahora quiere sexo, sexo, sexo. Aunque sé que por eso me voy a condenar. Cualquiera que no se haya acostado con Juana (y reconozcamos que esa posibilidad empieza a ser remota en Ciudad de México) podría desconfiar de semejante frase: "Sé que por eso me voy a condenar". Y la consideraría quizás una excusa beata. Pero bastaba una sola noche con ella, quizás un breve coito, para comprender hasta qué punto la afirmación de Juana era severa y transparente.
La vida sexual de Juana era mucho más que eso. Que vida, me refiero. Y de no haber sido tan entusiasta, me atrevería a añadir que se trataba justo de lo contrario, de una muerte. Con sus correspondientes, y absolutamente inevitables, resurrecciones carnales. Puedo imaginar los equívocos que esto despertará en las mentes más retorcidas. Éxtasis espasmódicos. Succiones insondables. Inverosímiles duraciones. Burdas acrobacias. Por Dios, por Dios, por Dios. Lo de Juana era distinto. Llano. Sin posturas incómodas. Sin técnicas orientales. Lo de Juana era algo que nuestra civilización casi ha perdido: pura lascivia. Con sus tentaciones irrefrenables, sinceros remordimientos y reincidencias fatales. Lo increíble era que estos ciclos, que a los demás pueden llevarnos días, meses, años, Juana los resumía en pocos minutos. Intentando una aproximación científica, digamos que la población femenina suele experimentar las fases de excitación, meseta, orgasmo y resolución. Juana en cambio padecía rubor, enajenación, arrepentimiento y recaída. Sin preámbulos. Sin demora. Como una tormenta de verano.
Desde nuestro primer encuentro en su casa, asistí boquiabierto a la liturgia que se repetiría siempre. Juana me desnudaba con brutalidad. Me mordía. Me rechazaba. Se arrancaba la ropa interior y me atraía dentro de ella. Entonces daba comienzo la parte más asombrosa, esa que terminaba de capturar mis sentidos y que, de alguna forma, terminó por condenarme: Juana me hablaba. Hablaba, aullaba, rezaba, suplicaba, lloraba, reía, cantaba, daba gracias. Para hacerla ingresar en aquel trance, no hacía falta hazañas físicas de ninguna clase. Sólo había que aceptarla. La recompensa era apabullante. Entre los cientos de obscenidades bíblicas que Juana profería durante el acto, me fascinaban sobre todo las más simples: "me fuerzas a pecar, maldito", "por tu cuerpo ya no tengo perdón", "me empujas al infierno", etcétera. Algún escéptico pensará que eran meras exclamaciones de doctrina pero a mí esas cosas me conquistaban. Soy un hombre corriente. No suelo despertar grandes pasiones. Y nunca jamás, entiéndanme, había llevado a nadie hasta el infierno. Mi tragedia era esta: ¿cómo fornicar después de Juana? ¿Valía la pena salir de las voluptuosas llamas del Averno para acomodarse en las blanduras de un colchón cualquiera? Con ella, cada vez era un acontecimiento. Un placer deplorable. Un acto de maldad trascendente. Con las demás mujeres el sexo era apenas sexo. Desde que conocí a Juana, mis amantes esporádicas, especialmente las progresistas, me parecían tibias, previsibles, de una normalidad desesperante. Lo que hacíamos juntos no era terrible, ni atroz, ni imperdonable. Al tocarnos, ninguno de los dos perdía sus principios. Fingíamos encontrarnos para cenar. Bromeábamos con cortesía. Nos aburríamos gratamente. Con el tiempo fui pasando de la apatía a la fobia, y llegué a detestar los gestos vacíos que intercambiaba con mis compañeras. Los comienzos precavidos. Las pequeñas contracciones. Los grititos moderados. Ya no sabía estar con nadie, nadie, nadie.
La última noche que pasé en casa de Juana, ella estaba vestida como de costumbre: falda ancha y zapatos viejos. Sin peinar. Sin maquillarse. Y con la carne erizada. Cuando se arrancó la ropa y contemplé de nuevo su sexo velludo, no pude evitar besarla y susurrarle al oído: estoy enamorado, Juana. Ella cerró los muslos de inmediato. Se ovilló en el sofá, alzó el mentón y dijo: entonces vete. Me lo dijo tan seria que ni siquiera tuve fuerzas para insistir. Además, era yo quien había incumplido su promesa. Me vestí avergonzado. Mientras cruzaba la salita poblada de crucifijos y vírgenes, oí que Juana me chistaba. Me volví esperanzado. La vi acercarse desnuda. Caminaba rápido. Se notaba que tenía los píes fríos. Me miró a los ojos con una mezcla de rencor y compasión. No se puede ir al infierno por amor, me dijo. Después, se apagó la luz.


SELF-SERVICE
María Montero
Costa Rica (1970)

La mano suicida escarba en la basura y me invita a acompañarla. Busca desesperadamente lo perdido: un ojo inalterable para el mundo, la intimidad de antes. Ahora cada letra pretende la altura que no tuvo su herida. Ya no es más la solitaria estúpida, la que repara el cuchillo y la risa de otros espectáculos. La mano suicida salta al vacío pues no arriesga más que veintisiete letras. La mano suicida se ha quedado en mi casa. Le debo la vida.


JUICIO
Ángel Olgoso
España (1961)

Aquel ciudadano no ha acusado de brujería a la mu­jer ante el Tribunal que habrá de torturarla porque cre­yera que negociaba carnalmente con Belcebú la ruina de su familia, ni porque la haya visto danzar hasta el amanecer en torno al Macho Cabrío, o amasar ungüentos con belladona y hojas de álamo y grasa de niño, o beber la leche de los jarros que reposan en los alféiza­res de las ventanas, ni siquiera para vengarse y que sus bienes sean confiscados, sino porque cuando los inquisidores busquen en su cuerpo la señal del Diablo (una heridita impía, un pliegue satánico, una pequeña pero obscena mancha, un lunar sacrílego) él podrá al fin contemplar desnuda a su vecina.


SALA DE ESPERA
Sergio Gaut vel Hartman
Argentina (1947)

Mientras aguardaba al cardiólogo reparé en el tablero que detallaba las especialidades de los médicos que empleaba la clínica, sus nombres, apellidos y las obras sociales que se atendían. No era demasiado diferente de cualquier pizarra que podía encontrarse en un consultorio, excepto por un detalle que llamó mi atención: en casi todas las palabras faltaba una letra, lo que no era un obstáculo para comprender lo escrito. A "reumatología" le faltaba la "t", a Oscar Leiva la "o", a "dermatología" la "d", y así por el estilo. Lo malo fue que en algún momento, agotado por la espera, decidí organizar las letras que faltaban en un texto coherente, y el resultado me perturbó de un modo atroz. "Todos los pacientes del Dr. Smert morirán antes de fin de mes". Está de más que señale que el Dr. Smert es el cardiólogo al que visito por primera vez.


PLOBLEMA Nº 639
Álvaro Menen Desleal
El Salvador (1932-2000)

Una rata adulta, de unos 300 gramos de peso, necesita para morir alrededor de 30 gramos de raticida. El periódico "ABC" informa que en Madrid fueron censadas tres millones de ratas en 1969. Calcúlese el costo de una guerra de exter­minio contra las ratas madrileñas: a) mediante la aplicación de ratici­das; y b) mediante la explosión de una bom­ba atómica.


SERÁ ELLA, QUIÉN SABE...
Francisco Moro
Argentina (1953)

Buscó en la sentina de la memoria y encontró un tren a cuerda, unos zapatos absurdos y una mirada desolada en un tranvía 22 una tarde de verano, hace ya demasiado tiempo. Entonces recordó que aquella muchacha, Cecilia Nakamura, le dijo una vez que miraba como un niño. Se lo dijo poco después de conocerlo, cuando ya estaba en su vida desde siempre, cuando cada mujer era un esbozo de ella, cuando cada encuentro con otras que la precedieron era un simulacro, un ensayo del abrazo definitivo con la vida y con la muerte, esa impostora.
"Te imagino alta y mía / abrazada a un amor que te deja ir. / Y así desconsolada y seca / (y todavía enamorada) / te imagino entonces anegada / de íntimo orgullo en la derrota. / Te imagino apenas demorada / en un llanto duro y breve… / y con rabia. / Será entonces cuando el dolor / haga lo suyo / y el olvido en tu memoria / se haga carne. / Para que seas alta, / para que seas mía".
El doctor Barcezat escribió esos versos premonitorios en una servilleta de papel en el bar de siempre, casi sin corregir nada, porque las palabras se le amontonaban en algún rincón del alma hasta llegar a la mayoría de edad y salían entonces a nombrarla a ella. Eran las palabras que ni siquiera sabían su nombre, las que tenían la gracia de evocar a Cecilia Nakamura cuando aún no era suya. Se preguntó por el destino de esos versos que nadie leería jamás aunque hayan tenido, lo supo tiempo después, el don de anudar los vientos que barrían sus recuerdos.


TIEMPO DE AMOR
Javier Alfaro Calvo
España (1947)

El tiempo no funciona cuando llega el amor. Mañana te estuve contemplando durante dos horas seguidas. Ayer me compraré dos ojos de repuesto y así seguir mirándote.  


CONDUCTAS FILOSÓFICAS
Gilles Deleuze
Francia (1925-1995)

Un lejano sucesor de Spinoza dirá: miren a la garrapata. Admiren esa bestia que se define por tres afectos, los únicos de los que es capaz en función de las relaciones de que está compuesta, un mundo tripolar, ¡eso es todo! Si la afecta la luz, se sube hasta la punta de una rama. Si la afecta el olor de un mamífero, se deja caer sobre él. Si los pelos le molestan, busca un lugar desprovisto de ellos para hundirse bajo la piel y chupar la sangre caliente. Ciega y sor­da en ese inmenso bosque, la garrapata tiene sólo tres afectos, y el resto del tiempo puede dormir mientras espera el encuen­tro. Y a pesar de todo, ¡qué fuerza! Comiencen siempre por los animales simples, que sólo tienen un número pequeño de afec­tos y que no están en nuestro mundo ni en otro sino con un mundo asociado que ellos han sabido cortar, recortar, volver a coser: la araña y su tela, el piojo y el cráneo, la garrapata y un pedazo de piel de mamífero, ésos si que son animales filosófi­cos y no el pájaro de Minerva. Y llamamos señal a lo que pro­voca un afecto, a lo que hace susceptible algo que conviene que sea afectado: la tela se mueve, el cráneo se estremece, un poco de piel se desnuda. Tan sólo unos pocos signos en una inmen­sa noche negra. Devenir-araña, devenir-piojo, devenir-garrapata. Una vida desconocida, fuerte, oscura, obstinada.


LOS DOS CABALLOS
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914) 

Un caballo salvaje que acababa de encontrarse con un caballo doméstico le echaba en cara su condición de esclavo. El animal amansado juraba que era tan libre como el viento.
Si es así -dijo el otro-, explícame, te lo ruego, ¿para qué sirve ese freno que llevas en la boca?
- ¿Esto? Es de hierro. Uno de los mejores tónicos que puedan encontrarse.
- ¿Y esas riendas que tiene el freno?
- Son para impedir que el freno se me caiga cuando me siento demasiado perezoso para retenerlo.
- ¿Y la montura?
- Me evita la fatiga. Cuando estoy cansado, me subo a la montura y cabalgo.

17 de diciembre de 2013

Periodismo de autor (IX). Luisa Valenzuela: "Tras el último sueño, con pánico y a las carcajadas"

Carlos Fuentes (1928-2012) dijo de ella en una oportunidad que "usa una corona opulenta y barroca, pero tiene los pies descalzos", y Jorge L. Borges (1899-1986) la consideraba capaz de matar a su madre por un juego de palabras. Julio Cortázar (1914-1984), por su parte, afirmó: "Los mejores escritores argentinos trabajan en la búsqueda y muchas veces el hallazgo de un difícil equilibrio del que siempre ha surgido la gran literatura. Ella me parece un acabado ejemplo de lo que afirmo. Sus libros son nuestro presente pero contienen también mucho de nuestro futuro; hay verdadero sol, verdadero amor, verdadera libertad en cada una de sus páginas". Los tres geniales escritores, el mexicano y los argentinos, se referían a Luisa Valenzuela (1938), una gran narradora argentina caracterizada por su gran precisión en el uso del idioma, su notable capacidad para el humor y lo grotesco, la profunda exploración psicológica de sus personajes, y su crítica insobornable a la sociedad y el poder. Oriunda de Buenos Aires, Luisa Valenzuela cuenta en su haber con una notable y extensa obra literaria que ha sido copiosamente traducida y estudiada en diversas partes del mundo. Su bibliografía comprende "Los heréticos", "Aquí pasan cosas raras", "Libro que no muerde", "Cambio de armas", "Donde viven las águilas", "Simetrías" y "Tres por cinco" (cuentos); "Brevs. Microrrelatos completos hasta hoy", "Juego de villanos" y "ABC de las microfábulas (microrrelatos)"; "Hay que sonreír", "El gato eficaz", "Como en la guerra", "Cola de lagartija", "Realidad nacional desde la cama", "Novela negra con argentinos", "Cuidado con el tigre", "El mañana", "La travesía", "La máscara sarda, el profundo secreto de Perón" (novelas); y "Peligrosas palabras. Reflexiones de una escritora", "Escritura y secreto", "Los deseos oscuros y los otros (Cuadernos de New York)", "Acerca de Dios (o aleja)" y "Taller de escritura breve" (ensayos). Doctora Honoris Causa de la Universidad de Knox, Illinois, y miembro de la American Academy of Arts and Sciences, Valenzuela ha trabajado como periodista durante largos años. En medios gráficos como las revistas "Atlántida", "El Hogar", "Esto Es" y "Crisis", y el diario "Página/12"; y en medios radiofónicos como Radio Belgrano de Argentina y Radio Télévision Française de Francia. Actualmente es columnista del diario "La Nación". Precisamente en este último publicó en febrero de 2004 el artículo "Tras el último sueño, con pánico y a las carcajadas", en ocasión de conmemorarse el vigésimo aniversario de la muerte del autor de "Rayuela", "Las armas secretas" e "Historias de cronopios y de famas" en otros clásicos de la literatura universal, el inolvidable Cortázar.

TRAS EL ÚLTIMO SUEÑO, CON PÁNICO Y A LAS CARCAJADAS

De chico le fascinaron los cristales, materia sólida a través de la cual se transparenta y a veces se desdobla y multiplica la realidad. Su escritura supo respetar esa fascinación temprana y nos legó una forma de espiar lo invisible. Aprendimos de él las frases truncas que se abren a nuevas instancias, supimos del juego peligroso de acechar el conocimiento prohibido. "Como un relámpago articulante que cuaja el cristal en un acaecer sin tiempo". Por mi parte, poseo un cristal Cortázar y a veces lo contemplo a trasluz e intento compartirlo con otros. Se trata de un sueño, de un sueño recurrente. Julio me lo contó en diciembre del '83 en una larga tarde neoyorquina, a punto de volar de vuelta a París, y después para él fue lo que ya sabemos y su ingreso a aquello que no podemos saber: la muerte.
Han pasado veinte años. Un lapso que nos mueve a creer que por fin vamos a entender las cosas como pretendo entender aquel sueño. Veinte años después, dice Dumas padre y nos muestra la otra cara de los mosqueteros; veinte años no es nada, dice el tango y sin embargo todo ha cambiado; correrá un río de sangre y vendrán veinte años de paz, dice la profecía de Don Bosco para la Argentina, que conviene revisar para que no se repitan los horrores. Veinte años tardó Ulises en regresar a Itaca. Y han pasado veinte años de aquel 12 de febrero tan lamentado. Como si se hubiera apagado una luz. Nos quedan los resplandecientes reflejos que irradia la caleidoscópica escritura de Cortázar. Y en el inasible tiempo, atrapado como en ámbar, el último sueño recurrente sigue palpitando allí donde los hechos y las cosas están a punto de transformarse en algo que ni siquiera podemos entrever.
Así es el mundo Cortázar, territorio de lo "unheimliche", lo casero-siniestro; hay que irse asomando con cuidado. Como aquella tarde mientras Julio me decía, con suave voz de arrastradas erres, que necesitaba tomarse un año sabático para escribir su novela. Pero tantos compromisos previos con los compañeros en Nicaragua, y ese encuentro de escritores en La Habana, y después un viaje a Buenos Aires para visitar a su madre, se lo impedían.
Andaba con problemas de salud, y la novela esperándolo. "Me la debo, de distintas revistas me piden cuentos, obras de ficción, y con lo mucho que me gustaría escribirlos opto por mandarles un texto sobre los problemas latinoamericanos". Pero la novela, la novela... Fue el artículo determinante lo que me permitió arriesgar la pregunta que sospechaba "perdedora" de antemano. Quien alguna vez dijo que se sentaba a la máquina de escribir sintiendo sólo un impulso y emprendía la labor "como quien se saca de encima una alimaña", quien dijo de la obra que lo había consagrado en el mundo: "yo seguía escribiendo un libro del que no sabía casi nada", ¿qué me iba a contar de algo que era apenas una intención? Sin embargo le pregunté si tenía idea del argumento, y la respuesta que recibí como un regalo la repito porque es iluminadora de manera tangencial, cortazariana.
No, me contestó Julio entonces; no tenía ni el menor atisbo del tema o del clima de la futura novela. Pero estaba convencido de que estaba ya armada en su cabeza, perfecta, completa. Se le había aparecido en un sueño recurrente en el cual el editor le entregaba el libro impreso, y al hojearlo él se sentía feliz. Por fin había podido decir todo lo que nunca antes había podido, aunar mundos, atravesar barreras, fusionar de la manera más limpia y menos dogmática aquello tan difícilmente fusionable en literatura: sus paralelas vidas de escritor y de activista político. Y no sólo eso: había encontrado por fin el acceso directo a lo inefable, a aquello que había estado persiguiendo toda su vida. Y (hizo una pausa, atento al desconcierto que podía producirme lo que vendría) en el sueño no le sorprendía en absoluto que el libro impreso estuviera compuesto tan sólo por figuras geométricas: perfectas, elegantes y armónicas figuras geométricas. Un libro mucho más claro y comprensible que cualquiera de los otros nacidos de su pluma.
No sé si registrarlo acá (táchese si no corresponde) pero, naturalmente, una coincidencia (las coincidencias tan caras al autor de "Octaedro") saltó en aquel instante. Porque me vi precisada a contarle que camino a nuestro encuentro yo había entrado en una librería para buscar un libro de Oliver Sacks que, pensé, le interesaría. Pero el libro estaba agotado. Sobre una mesa de saldos vi otro que despertó mi curiosidad y decidí comprármelo al regreso. Su título: "Geometría sagrada". Mis intuiciones, se ve, funcionan a medias. Quizá ocurra lo mismo con las intuiciones en general y aquello que Cortázar interpretó como un libro futuro estaba ya diseminado a lo largo y lo ancho de su obra.
Puedo pensar esto último ahora, veinte años después, en el entrecruzamiento de las improbables coordenadas que damos en llamar tiempo y lenguaje. "Rara baraja", habría dicho Julio, como el turbio encuentro surrealista del paraguas y la máquina de coser. La mesa de vivisección, lugar de la cita, podría ser en este caso el propio escritor que quiso verle el revés a las palabras, descubrir todo lo ominoso que las palabras enmascaran con una sonrisa, como él diría. Muchos años después, Baudrillard hablaría de la transparencia del mal que se deja vislumbrar tras los dichos y los hechos.


Cortázar escuchaba ese latido sordo, Cortázar desesperadamente se enfrascó en una búsqueda que no muere con él, que renace con cada lectura y cada día porque las efemérides también tienen sus caprichos, tienden a encuentros fortuitos y en este 2004, al mismo tiempo que los veinte años de su muerte, se cumplen noventa de su nacimiento. Cifras redondas, cabalísticas, que hablan de las dos puntas imbricadas que él intentó siempre reconocer en simultaneidad, la muerte colándose en la vida para hacerla más viva. Porque su geometría no es la euclidiana, tan cómoda para la explicación, es la geometría del Secreto, aquella de los símbolos móviles, cambiantes.
En 1997 apareció una edición limitada, sólo para amigos, del llamado "Cuaderno de Zihuatanejo", donde Cortázar menciona un sueño muy anterior -como un preanuncio del volumen final del que me habló- que parecería ser premonitorio de la muerte. En ese libro, en una entrada de agosto de 1980, dice: "¿Cumplo hoy, tantos años después, lo que no fui capaz de hacer cuando soñé repetidamente ese sueño de la rue de l'Éperon? Porque en ese sueño yo abría siempre un cajón del escritorio y sacaba el texto [...] En el sueño el Libro era un enorme manuscrito como los que sin duda escribían San Buenaventura y Guillaume d'Occam y Roger Bacon y Pierre Abelard, grandes páginas de cincuenta por cuarenta centímetros, [...] mi libro final escrito con tinta negrísima y caracteres que nada tienen que ver con mi letra de la vigilia, algo no gótico pero decididamente arcaico, una especie de runas absolutamente ininteligibles para mí inclinado sobre el Libro con la indecible maravilla de estar comprendiendo que mi obra había llegado a su fin y era eso".
Por fortuna su obra no había llegado a su fin, aunque sí era y siguió siendo eso. Porque con temeraria inteligencia supo tejer en el lenguaje cotidiano una red de cazar significados. En el libro de conversaciones con Omar Prego, Cortázar cuenta cómo, de muy niño, le gustaba dibujar palabras en el aire, disfrutar de las formas inasibles de las palabras que disfrazaban otras palabras. En cada una de sus obras Cortázar nos da a entender que el vacío no es tal, todo lo contrario. Mejor dicho, es todo lo contrario y el vacío: una y la misma cosa. Hoy, partiendo de Lacan, se dice que el ser humano es un extranjero en la casa de nadie: el lenguaje. Cortázar pudo haberse reído de tamaña pretensión porque supo llevar su extranjería al extremo y al mismo tiempo pareció sentirse perfectamente "at home" en la casa de nadie. Como nadie. Traductor de los mundos.
Grandes de la literatura han caminado el difícil filo hasta tocar con la punta de los dedos el vértigo de lo inefable. Pocos o ninguno lograron la mirada doble del que está inmerso en la búsqueda y a la vez observa al que busca y de a ratos se burla de ambos. Johnny Carter y su abominable biógrafo, ¿quién de los dos es el verdadero Perseguidor? Oliveira y Traveler, y todos los personajes que se encuentran en la ciudad de sueños de "62", en un modelo para armar que se nos desarma en las manos y se rearma a cada instante para brindar nuevas figuras donde el vampirismo es sólo una anécdota más de todo lo que estamos a punto de entender, con pavor.
El horror y el humor bailan al unísono, no los une solamente la muy aspirada hache de la ironía cortazariana, también el espanto los une: "se explicará como en broma para despistar a los que buscan con cara solemne el acceso a los tesoros". Es un salto al vacío, posición post existencialista que ávidos lectores de los años '60 acogieron como propia, "rayueleando" entre la tierra y el infierno, y donde se vieron en espejo. En espejo oscuramente, como por supuesto alentaba el maestro. Hoy podemos seguir compartiendo su búsqueda eterna, porque mucho más allá de "Rayuela", de los inolvidables cuentos, de toda su obra de reflexión, está la apuesta que el sueño de la perfecta geometría pretendió clausurar pero para felicidad y angustia de todos los humanos -lectores y no lectores- sigue abierta: las palabras son lo único que tenemos, las palabras no alcanzan para comprender el misterio de la vida y de la muerte, pero son el andamiaje y tenemos que intentar alzarlo lo más alto, lo más excelsamente posible. Respetando el Misterio. Con pánico y a las carcajadas. Como nos enseñó Cortázar.

14 de diciembre de 2013

Richard Sennett: "El capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida"

El sociólogo estadounidense Richard Sennett (1943), uno de los grandes ensayistas sobre la sociedad contemporánea, interpela en sus obras los nuevos métodos de gestión del capitalismo, con sus relaciones sociales cada vez más socavadas por la pérdida de civismo y de los lazos de cooperación y de respeto como producto de una sociedad basada en la desigualdad. Adscripto a la corriente de la sociología crítica, Sennett es profesor emérito en la London School of Economics, y profesor adjunto en el Massachusetts Institute of Technology y en la New York University. Su obra incluye ensayos como "Personal identity and city life" (Vida urbana e identidad personal), "The corrosion of caracter. The personal consequences of work in the new capitalism" (La corrosión del carácter. Las consecuencias personales del trabajo en el nuevo capitalismo), "The fall of public man" (El declive del hombre público), "Respect in a world of inequality" (El respeto. Sobre la dignidad del hombre en un mundo de desigualdad),"The culture of the new capitalism" (La cultura del nuevo capitalismo) y "Together. The rituals, pleasures and politics of cooperation" (Juntos. Rituales, placeres y política de cooperación). "El capitalismo financiero ha cambiado el mundo. Y no para mejor -opina-. Al contrario, se ha hecho hostil a la vida". En la siguiente compilación de las entrevistas que concediera a Carolina del Olmo (revista anual "Minerva" nº 2, 2006) y a Justo Barranco (revista "Ñ" nº 531, 30 de noviembre de 2013), el sociólogo estadounidense hace un recorrido por su obra y, fundamentalmente, habla de su último libro, "The craftsman" (El artesano), ensayo en el que plantea un elogio del trabajo manual con un estatuto de dignidad propia. Partiendo de una vieja conversación con su profesora Hannah Arendt (1906-1975) quien en su obra "The human condition" (La condición humana) separaba la producción física de la creación mental, Sennett considera que en el proceso de producción del artesano están integrados el pensar y el sentir. "La mano y la cabeza no están separadas, aunque nuestra sociedad sólo valore una", dice.


En su libro "El respeto", habla usted abundantemente de su vida: del compromiso político de sus padres, de su infancia en un bloque de viviendas sociales en Chicago… ¿Contribuye de algún modo esa herencia a explicar la orientación o el enfoque de su trabajo teórico?

Mi padre y mi tío, que eran anarquistas, lucharon en la Guerra Civil española con el POUM, y su relación con España estuvo bastante circunscrita a Cataluña y a Barcelona en particular. Cuando volvieron a Estados Unidos se encontraron con que allí a nadie le importaba la diferencia entre estalinistas, anarquistas y trotskistas, y fueron catalogados simplemente como izquierdistas. En cuanto a la relación de mi historia personal con mis libros, lo cierto es que si incluí en "El respeto" todo este material autobiográfico no fue para intentar explicar de dónde proceden mis teorías o, al menos, no fue exactamente por eso. Pero, ya que estaba escribiendo sobre el respeto, esa relación tan básica para el buen funcionamiento de la sociedad, para el estado de bienestar y los pobres, pensé que sería más ilustrativo describirlo recurriendo a mi propia infancia que limitarme a teorizar.

Resulta habitual que en los estudios sociales de los últimos años se mencione un cambio económico, político y social que habría tenido lugar entre finales de los sesenta y comienzos de los setenta, un cambio que se ha conceptualizado de maneras muy diferentes: capitalismo tardío, sociedad posindustrial, paso a un sistema de producción posfordista o a un régimen de acumulación flexible… En "La corrosión del carácter" también usted aludía a esta transformación. ¿Cree que se trata de un cambio de gran calado o de una modificación superficial?

En mi opinión, se trata de un cambio profundo y estructural: el capitalismo ha entrado en una nueva era que no se puede describir únicamente en términos de globalización. Se ha producido una transformación profunda en las instituciones y también en las expectativas que tiene la gente acerca de la relación entre la economía política y la cultura. En mis libros he intentado demostrar que no estamos presenciando simplemente un fenómeno pasajero. Y no creo que la izquierda haya comprendido aún el calado de esta mutación, como no ha comprendido las profundas modificaciones que la tecnología está introduciendo en el sistema capitalista ni en qué medida esta tecnología se emplea para incrementar las desigualdades y la dominación. Si no tenemos en cuenta esta transformación nos limitaremos a mirar hacia atrás y a pedir que las cosas no cambien. No creo que ése sea un buen método para combatir este tipo de cambio. Cuando emprendí esta investigación sobre el nuevo capitalismo que me ocupa desde hace prácticamente quince años, casi todo el mundo identificaba lo que estaba ocurriendo con una nueva fase del imperialismo norteamericano. Sin embargo, ahora vemos que los mismos cambios están teniendo lugar en China, en la India… Sería demasiado simplista decir que ya hemos visto antes lo que está ocurriendo allí. Se trata de dos países extremadamente pobres que, de pronto, han alcanzado una posición de poder muy importante y están presenciando cómo en su seno se genera una profunda contradicción entre los nuevos tipos de clase media y la gente que se está quedando rezagada. No cabe duda de que éste es un cambio estructural producido, digamos, por la economía y no el resultado intencionado de las maniobras de Estados Unidos. Son temas importantes sobre los que es preciso reflexionar.

Dice usted que sociología y literatura no son cosas tan distintas… Hace algún tiempo declaró que su intención era volver a convertir la sociología en un género literario, como lo fue en el siglo XIX. ¿Qué opinión le merecen las pretensiones científicas de los sociólogos? Y, una vez que aceptamos la sociología como género literario, ¿a qué tipo de verdad cree que pueden aspirar sus conocimientos?

La primera parte de la respuesta es que no hay por qué pensar que ciencia y arte son excluyentes. Las cosas se pueden hacer como las hago yo o de otro modo. En realidad, siento un enorme respeto por los investigadores que trabajan con estadísticas, aunque mi método sea distinto. El trabajo que yo llevo a cabo, y que desarrollan otros muchos estudiosos con los que comparto un enfoque similar, desemboca en un tipo de conocimiento diferente que en alemán se denomina "verstehen"; es una labor de reconocimiento y empatía, aunque tal vez "empatía" no sea la palabra adecuada. En cualquier caso, es la capacidad de imaginar una vida diferente de la propia. Naturalmente, este método basado en el "verstehen" no es algo que yo haya inventado, procede de una tradición muy respetable en la que destacan figuras como Dilthey o Nietzsche. Los conceptos de "verdadero" y "falso" forman parte de un lenguaje propio de un mundo muy específico. En las investigaciones de este tipo, en cambio, no se trata tanto de producir verdades cuanto de conseguir un entendimiento, una comprensión que constituye también conocimiento objetivo, aunque de un tipo muy peculiar, que permite descubrir qué es lo que hace que otro ser humano sea diferente de uno mismo. Y para lograr que el lector experimente esas diferencias y comprenda ciertos aspectos concretos que están en el interior de otras personas, quien realiza el análisis debe trabajar mucho su escritura. Si yo quiero, por ejemplo, expresar qué hay de extraño en la vida de un señor que trabaja como programador informático, no puedo limitarme a explicarlo, tengo que convertirlo en una experiencia concreta que poder narrar. Si me limito a decir "estas personas son diferentes de ustedes", el lector no captará nada. Por eso le doy tanta importancia a la forma en la que escribo.

En los últimos años parece como si el discurso acerca de la justicia social, tan común en los estudios urbanos, hubiera sido remplazado por un discurso, muy típico del Nuevo Laborismo, que habla de "sostenibilidad social" y en el que los objetivos de competitividad y cohesión social, antaño considerados contradictorios, aparecen como complementarios. ¿Cree que los gobiernos pueden realmente lograr esta meta conjunta?

No, cohesión y competitividad son conceptos que no pueden ir de la mano. Ése es el problema. En el capitalismo, al menos en su etapa actual, no puede haber conciliación entre las ganancias económicas y la cohesión social. Todo ese discurso no es más que palabrería, es imposible producir simultáneamente más desigualdades económicas y más solidaridad. Esta cuestión cobra tintes dramáticos en países como China. Allí el capitalismo está en plena eclosión de una manera que los europeos no podemos ni imaginar. El Partido Comunista ha resultado ser un perfecto motor para llevar a cabo esta revolución capitalista. Pero este desarrollo está separando drásticamente las zonas urbanas de las rurales, violando uno de los principios fundamentales del comunismo chino y provocando una terrible pérdida de cohesión y un conflicto dramático del que sólo se está beneficiando un tercio de la población, mientras las barreras que separan a este grupo de los dos tercios restantes se vuelven cada día más infranqueables. Últimamente están empezando a producirse revueltas en las zonas rurales y se está forjando todo un discurso sobre las desigualdades que el Partido Comunista Chino no está preparado para asumir. Este asunto constituye, por cierto, un buen ejemplo de las razones por las que debemos evitar dirigir la mirada únicamente a Estados Unidos o hablar sólo del capitalismo anglosajón. Yo creo firmemente que no es realista afirmar que puede haber crecimiento económico y un incremento de la cohesión social al mismo tiempo. Tal vez fuera posible hace un siglo, pero ahora no.

En sus libros, especialmente en "La corrosión del carácter", explica cómo la gente que se siente de un modo u otro amenazada por esta fragilización de las relaciones sociales que conllevan las nuevas condiciones flexibles del trabajo y la economía, tiende a desplazarse a posiciones políticas de derechas. ¿Qué es lo que motiva este giro político?

Me intriga sobremanera saber por qué el primer impulso de la gente en momentos de cambio como el actual es desplazarse a posiciones de derechas. Para comprenderlo, hay que tener en cuenta que generalmente se trata de una derecha particular, muy marcada por el individualismo, que viene a decir a la gente: "Tú también puedes alcanzar el éxito. El problema son esos pesados de la izquierda que se interponen en tu camino". Es un discurso que apela a una mentalidad de derechas individualista, desligada, en apariencia, de los intereses de los grandes grupos de poder. La única razón que se me ocurre para explicar este fenómeno es que el nuevo capitalismo pone el énfasis en la responsabilidad de cada persona frente a su propio destino antes que en la responsabilidad colectiva, y este tipo de movimientos de derechas también refuerzan esa responsabilidad personal: le dicen a la gente que también ellos son importantes como individuos, que no son simplemente parte de la gran masa, aunque las circunstancias les hayan impedido demostrar de lo que son capaces. En la India, por ejemplo, resulta muy interesante observar cómo las personas que más sufren los efectos de este nuevo capitalismo están siendo atraídas en gran medida por este tipo de ideología derechista que les dice: "Sí, ustedes también merecen tener su oportunidad". De modo que no es un fenómeno únicamente occidental. Y la cuestión es saber por qué los movimientos de izquierdas no conectan con estos sentimientos. Esta es la gran pregunta que la izquierda debe abordar porque, en estos momentos, lo único que parece transmitir a la gente es desesperanza. Tal vez simplemente tengamos que esperar unos años para que la situación evolucione; al fin y al cabo, estas tendencias actuales sólo tienen diez o quince años de vida. Puede que lo único que haga falta sea un cambio generacional para conectar mejor con la gente, que la solución radique simplemente en librarse de los líderes de mi generación que hay en los sindicatos y los partidos de izquierdas. Por ejemplo, me parece imprescindible reinventar los sindicatos de forma que apoyen a la gente que vive inmersa en esta economía flexible y va cambiando de un trabajo a otro; deberían reconvertirse en una especie de combinación de agrupación comunitaria y servicio de empleo, así podrían aportar a las personas algo de continuidad y estabilidad a pesar de las interrupciones y las rupturas que implica el nuevo capitalismo.

En "El artesano" habla de la relación entre la mano y la cabeza. ¿Por qué es básica esa relación?

Nuestra potencia mental se desarrolló a través de las manos, de la manipulación de cosas. Hoy pensamos en las actividades materiales como cosas estúpidas, percibimos nuestros cerebros como una maquinaria autosuficiente. Es erróneo. Hay un proceso abierto entre mejorar las capacidades físicas y el pensamiento, una relación estrecha entre la mano, la cabeza y el corazón. Pensamos un diseño y creemos que esa imagen mental puede proyectarse al mundo. Una política malísima: no aprendemos de la práctica.

Parece aquella vieja división filosófica entre alma y cuerpo.

No es sólo la filosofía, la política también. El capitalismo ha alentado esta división. En las últimas décadas los bancos han negociado con abstracciones, teorizan sobre los valores y pierden el contacto con lo que es una fábrica, una tienda. Muchos compran y venden empresas que no entienden. Ni lo necesitan, porque compran su valor monetizado. Y no hay posibilidad, artesanía, de hacer que la empresa sea buena o mala, no hay conocimiento. Compran una empresa de colchones y la venden a otra pero con más deuda, esta hace lo mismo. La empresa cada vez tiene menos capital y tiende a la quiebra. Le pregunté a uno de los compradores: ¿Has visto cómo se fabrica un colchón? Me dijo que para qué, si sólo iba a ser propietario tres meses. Así se desarrolla ahora la economía capitalista, se desprecia la praxis, las manos en la masa, no saben qué hacer porque de hecho nunca han gestionado nada.

¿Es la explotación actual?

Sí, la dominación de las finanzas sobre la economía real. Las finanzas son una operativa abstracta. Siempre pensamos que el capitalismo es hostil a la artesanía porque discapacita al artista, pero es más sofisticado: no está implicado en la práctica. Teoriza. Por ejemplo, con la deuda. Es una de las razones de la crisis actual.

¿Y las otras?

Otra es la forma del tiempo en el capitalismo hoy: todo es a corto plazo. La economía global se reorienta al comercio del precio de las acciones más que a sus beneficios finales. La noción de gestionar una empresa para tener beneficios a largo plazo ha desaparecido. Puedes ganar dinero con empresas que están perdiendo. De manera que cuando llegas a una economía como esta no tienes ningún interés en lograr que la economía real funcione.

¿Qué piensa el autor de "La corrosión del carácter" de la alarma por la alta tasa de suicidios en empresas como Renault o France Télécom?

En mi equipo estamos estudiando el desempleo a largo plazo en Wall Street y encontrando cosas muy similares. Alcohólicos y suicidios no sólo entre los que pierden el trabajo sino entre los que se quedan, que están tan estresados porque para conservar el puesto de trabajo tienen que hacer cada vez más. El capitalismo en los últimos veinte años se ha hecho completamente hostil a la construcción de la vida. En el antiguo capitalismo corporativo de mediados del siglo XX podías sufrir injusticias pero construirte la vida. En los últimos veinte años se ha convertido en algo inhumano y la izquierda tan contenta de ser hombres prácticos que pueden hablar con los banqueros. De hecho, el primer movimiento en la crisis ha sido ayudar a los bancos. En Inglaterra se compraron cuatro y aun así se decidió no interferir en lo que hicieran.

¿Cuál es su alternativa?

No podemos volver al antiguo capitalismo. La izquierda debe reflexionar sobre cómo hacer crecer empresas que realmente permanezcan. Empresas de tamaño pequeño como las del norte de Italia y sur de Alemania, con trabajos muy especializados. No fabrican en masa y trabajan más a largo plazo, desde la formación de los trabajadores a sus relaciones de exportación. Un trabajo artesanal, que puede ser muy avanzado, como pantallas de enorme definición para operaciones quirúrgicas.

"El artesano" es el inicio de una trilogía de despedida.

Quería unir las preocupaciones básicas de mi obra, la relación entre lo material y lo social, lo concreto y lo abstracto. Luego me dedicaré al violoncelo, he recuperado la posibilidad de tocarlo, pero sólo me quedan diez años en la mano. Por cierto: todos los músicos son artesanos, saben que no existe una idea musical sin base física. El segundo libro estará dedicado a la relación entre lo material y lo social: la confianza, el respeto, la cooperación, la autoridad, la artesanía de las relaciones sociales. Y el tercero, a nuestra relación con el medio ambiente.

Usted rechaza lo que implica la idea de sostenibilidad.

Porque no somos propietarios de la naturaleza. Sostenibilidad significa mantener las cosas como están. Es una metáfora errónea. Podemos funcionar con mucho menos. Menos tráfico, menos carbono. Distintos tipos de edificio. Debemos cambiar la noción de la modernidad de que el ser humano siempre dominaría la naturaleza. Produce autodestrucción. Aterrador.

2 de diciembre de 2013

Liliana Heker: "Una novela, un cuento, un poema, que es incapaz de provocarte esa sacudida rara que es la percepción de la belleza, no sé si vale la pena que haya sido escrito"

Liliana Heker (1943) es una cuentista, novelista y ensayista argentina. Precozmente comenzó a colaborar en la revista literaria "El Grillo de Papel", en la que publicaría su primer cuento en 1960, y en la que pronto pasaría a ser secretaria de redacción. Al año siguiente cofundó "El Escarabajo de Oro", donde se desempeñaría como secretaria de redacción hasta 1963 y como subdirectora hasta su último número en 1974. Dos años más tarde se convirtió en cofundadora y codirectora de "El Ornitorrinco". La revista, que apareció hasta 1985, es considerada una de las publicaciones más importantes en el campo de la resistencia cultural a la dictadura militar. Su bibliografía se compone de "Los que vieron la zarza", "Acuario", "Las peras del mal", "Los bordes de lo real" y "La crueldad de la vida" (cuentos); "Un resplandor que se apagó en el mundo", "Zona de clivaje" y "El fin de la historia" (novelas); "Diálogos sobre la vida y la muerte" (entrevistas) y "Las hermanas de Shakespeare" (ensayos). Lo que sigue es una síntesis editada de las entrevistas que la autora concedió a Verónica Dema para la edición del 27 de enero de 2012 del diario "La Nación"; y a Diego Erlan y Mauro Libertella para el nº 532 de la revista "Ñ" aparecida el 7 de diciembre de 2013. En ellas, la escritora argentina habla sobre el rol de los intelectuales y el lugar de la literatura en la sociedad a treinta años de la recuperación de la democracia formal.


¿Cuál es el rol ideal de los intelectuales en la sociedad?

Haría una diferencia entre escritores e intelectuales. Cuando hablamos de escritores, hablamos de literatura, entonces, en realidad no puedo ir más allá de la idea esta de que a mí la literatura me modificó. Convivo con ella y uno trata que alguna frase o cuento o libro pueda marcar a alguien tal vez de la manera en que ciertos libros lo han marcado a uno. Siento que la literatura actúa de una manera muy laberíntica, muy compleja y muy difícil de predecir. Lo que sí es que no concibo el mundo sin literatura. De alguna manera, los grandes libros han dejado una marca en la sociedad, en el mundo. Pueden decir del tiempo que se vive, de los conflictos humanos, de ciertas posibilidades de horror, de belleza, de absurdo que están llevadas a un límite y están registradas en la literatura. Esos sentimientos efímeros o pasiones que nos constituyen están fijados en los libros y todavía ciertos lectores se pueden identificar con ciertas pasiones a través de un libro. Pero estoy convencida de que la literatura llega a una minoría de la sociedad.

De la participación de los intelectuales de hoy, ¿qué dirías?

Hay épocas en las que los intelectuales pesan en el pensamiento y en el comportamiento. No creo que ésta sea la época. A fin de los años '50 y en los '60 los intelectuales tenían un peso real y creo que estaban a la altura de ese peso.

¿Qué creés que pasa ahora?

No quiero hacer un análisis apurado, pero creo que, como estamos en una época donde hay exceso de información, importa mucho más esa información -que está rápidamente suplantada por otra- que el análisis de una realidad vasta. Al mismo tiempo creo que son tantos los indicios que resulta muy difícil analizar una época. No digo que sea imposible, pero es cada vez más difícil y se busca menos ciertas claves de cada época, de cada realidad en los intelectuales.

Hay grupos como Carta Abierta o Plataforma 2012. ¿Qué opinás de ellos?

La verdad es que, ante ciertos hechos muy puntuales, está muy bien que muchos intelectuales den una posición, pero una concepción profunda de una realidad corresponde a cada intelectual. Me sorprende un poco esta necesidad de actuar en manada, no la entiendo demasiado pese a que en cada grupo puede haber gente que individualmente respeto. Creo que se va a cosas muy generales, la reflexión sobre una realidad es muy personal para que toque fondo y tienen que arriesgarse ciertas ideas: cuando cien personas tienen que coincidir hay que limar todas las asperezas y a mí me parece que un texto que toca fondo está lleno de asperezas, inquieta realmente. Entonces, no digo que no haya intelectuales en esos grupos, pero no lo veo como una expresión muy fascinante de ellos. Son declaraciones, está bien, pero no son movilizantes como debe ser el verdadero pensamiento intelectual.

¿Cuáles son las deudas de la democracia?

Después de todo el horror de la dictadura militar y de algunos gobiernos que realmente siguieron perfectamente el plan de destrucción de la dictadura, estamos saliendo de esa noche en muchos sentidos. Sin dudas, falta mucho. Pero la situación actual es mucho mejor, incluso de lo que podíamos concebir diez años atrás. Es importante que seamos lúcidos para luchar, para salir, para que haya una real, verdadera democracia, que es aquella en la que todo individuo en la sociedad tenga posibilidad de elegir, no sólo a quien lo gobierna, sino también, de elegir lo que va a hacer de su vida: para eso tiene que estar bien educado, bien alimentado, tener una vivienda y un trabajo. Eso es lo mínimo.

Contanos un poco cómo era el contexto literario e intelectual en el que te movías en los momentos previos al golpe de estado.

Nosotros habíamos sacado "El Escarabajo de Oro" durante los '60 y hasta el '74, una época en que había fuertes debates dentro de las distintas corrientes de izquierda. Pertenecíamos a una generación de escritores jóvenes; en Latinoamérica había ocurrido y seguía ocurriendo una revolución, la cubana, que nos hacía ver como posible un cambio social y claro, había distintas posiciones ideológicas sobre cómo hacerlo. Este ámbito creaba un caldo de cultivo propicio; los escritores jóvenes estábamos convencidos de que nuestras palabras y nuestros libros tenían peso. Y de hecho lo tenían: se leía mucha literatura argentina. Había numerosas editoriales chicas que nos publicaban a los escritores jóvenes. Jorge Alvarez por ejemplo, que constituyó un verdadero fenómeno, consiguió convocar a escritores notables y darnos cabida a los más jóvenes. Publica a David Viñas, publica por primera vez a Puig, a Rodolfo Walsh, a Abelardo Castillo. Otra carácterística de la época, las polémicas en los cafés; en el caso de "El Escarabajo de Oro", nos reunimos los viernes, durante muchos años, en el Café Tortoni y venían cantidad de escritores jóvenes, que leían sus cuentos y discutían los acontecimientos políticos y culturales. Por eso no tenían sentido los talleres, las discusiones sobre literatura ocurrían en los cafés, y eran discusiones a fondo. Este, por supuesto, es un panorama brevísimo. Lo cierto es que todo ese movimiento, esa visibilidad de la literatura, del arte y del trabajo intelectual, desaparece con el golpe del '76. No hablemos ahora de la muerte, de los desaparecidos, del horror de la dictadura: también ese campo propicio para la literatura y para la expresión de los escritores desaparece violentamente. Además de la censura, la autocensura, el exilio, y la muerte de escritores, hubo un feroz plan económico (en el que no sólo participaron los militares) que, además de la industria nacional y la cultura del trabajo, borró del mapa a las editoriales chicas. Varias de las editoriales grandes pasaron a ser empresas multinacionales a las que sólo les interesaba el negocio. Empezó una época de "best-séllers" abominables, que se vendían en los quioscos donde antes comprábamos los libros del Centro Editor. Y el interés por la literatura argentina languideció.

Y cuando vuelve la democracia, ¿algo se destraba en la literatura? ¿Podemos hablar de una "primavera literaria"?

Bueno, el 10 de diciembre de 1983 fue un día inolvidable para todos aquellos que lo hemos vivido. El sólo hecho de salir a la calle y no pensar que la muerte era un destino posible, fue un acontecimiento. Ese 10 de diciembre fue de verdad un día histórico. Ingenuamente se podría esperar que, a partir de ahí, emergiera la literatura como parte de esa fiesta. Y la verdad es que no fue así; más bien lo que se notó fue una especie de caos y bastantes resquemores. Era bastante entendible: había habido una gran desconexión entre los que se habían ido y los que nos habíamos quedado. En el exterior no habían tenido posibilidad de leer lo que se escribía acá, que tenía una difusión escasa. Y acá no nos llegaban los autores que habían publicado en el exterior. Por otra parte, había habido una generación que no había podido publicar durante la dictadura, y que buscaba su lugar junto con los escritores más nuevos.

Vos tuviste una discusión muy resonante con Cortázar. ¿Podrías reponerla brevemente?

He hablado demasiado sobre esa polémica y no querría volver demasiado sobre ella; surgió a partir de una ponencia de Cortázar sobre el exilio, que se publicó en la revista "Eco", de Colombia. Allí señalaba que el escritor que tenía algo que decir se tenía que ir de Argentina. Planteaba el exilio como una militancia y no como una fatalidad. Además, se llamaba a sí mismo exiliado político, cuando Cortázar se fue de Argentina en 1951. Y en tercer lugar, decía que la literatura argentina, en Argentina, estaba aniquilada. Un argumento realmente ingenuo que usaba era que a él ya no le llegaban, como en otros tiempos, los textos de jóvenes escritores. Y ocurría que, además de lo difícil de la comunicación, a los nuevos escritores ni se les ocurría mandarle sus textos porque no lo consideraban, como nosotros antes, una especie de par, sólo que más grande; los jóvenes ya lo veían como a un clásico. En cuanto a nuestro "aniquilamiento" yo le decía que acá había una resistencia cultural cuyo puntal más fuerte eran las Madres de Plaza de Mayo. No voy a dar más detalles porque ya hablé mucho sobre esa polémica y está muy publicada. Sí voy a señalar que, según creo, tuvo su razón de ser en su circunstancia. No se trataba de dictaminar si había que irse o quedarse sino de ver qué hacía un escritor con su estar acá y su estar allá, que un escritor podía jugarse afuera -como era el caso del propio Cortázar- y ser muy efectivo en la lucha contra el horror, o simplemente acomodarse lo mejor que podía. Que podía ser un traidor dentro de la Argentina, o alguien que resistía y se abría paso a pesar y en contra de la censura, o alguien que, silenciosamente, seguía escribiendo. Es decir, había distintas posibilidades y eso de estigmatizar al boleo no tenía mucho asidero. Nunca creí que Cortázar haya dicho de mala fe lo que dijo. Sí creí que podía ser muy dañino que un escritor tan querido y admirado como él decretara desde París el aniquilamiento de la literatura argentina en Argentina. Además, me pareció importante restituir la polémica. La necesidad de coincidir a ultranza frente al terror, la muerte, las desapariciones y la catástrofe económica, había apagado en nosotros la voluntad de discutir, de luchar contra la muerte en tanto intelectuales.

¿Y cuál sería, si se pudiera pensar así, la característica del debate de esta década?

Bueno, sin dudas estamos en una instancia mucho más interesante que la de los años '90, donde se discutía si mercado o no mercado; me parecía lamentable esa discusión. Creo que esta es una época propicia para los debates intelectuales; debates, digo, desde una posición, desde una ideología. La literatura, pienso, sería una de las cuestiones a discutir, dentro de un debate más amplio.

¿Cuál es la idea de la literatura que tenés hoy?

Creo que una novela, un cuento, un poema, que de alguna manera no te modifica -a través de su horror, de su capacidad de revelación, de su poder de abrir fisuras en un mundo ordenado-, que es incapaz de provocarte esa sacudida rara que es la percepción de la belleza, si no puede nada de eso, no sé si vale la pena que haya sido escrito. A grandes trazos, es la misma idea que yo tenía cuando empecé. Creo que se siguen escribiéndose textos que cumplen con esa condición, Cambian los temas, cambian los lenguajes; cada nuevo autor, se lo proponga o no, está inmerso en la realidad en que está escribiendo. Pero me consta que, entre los muchos nuevos escritores, hay varios capaces de movernos el piso, de dejarnos un poco distintos después de haberlos leído.

Para terminar, ¿qué críticas se le pueden hacer hoy a la democracia, a treinta años?

Pese a que no creo que, en un sentido profundo, esta sea ya una verdadera democracia -sólo cuando todo hombre y toda mujer esté en condiciones de elegir plenamente su destino lo será- creo que, en nuestro país, cualquier cuestionamiento a la democracia como sistema, cualquier propuesta destitutoria, venga de un medio o de un político, es un acto delictivo, porque todos sabemos, acá en la Argentina, a qué nos han llevado los golpes de estado. Yo soy de izquierda y cualquier crítica que yo hiciera apuntaría a que cada vez haya más inclusión social, a que todos los chicos y los adolescentes puedan acceder a una educación pública de excelencia, a que la salud pública sea un derecho y un bien para todos, a que cada argentino tenga un trabajo y una vivienda dignos. Eso es, a grandes trazos, lo que yo quiero para mi país. Y, del mismo modo que cuestiono lo que todavía falta, apoyo todas las medidas que se acercan a esa idea de lo que, para mí, es justo.