29 de septiembre de 2012

Homero Alsina Thevenet. De mosquitos, hongos y censores

Durante sus sesenta y cinco años ininterrumpidos de trayectoria periodística, Homero Alsina Thevenet (1922-2005) dejó una impronta única e inolvidable. Dueño de una amplia cultura, desarrolló en su veintena de libros y los centenares de artículos que publicó, un estilo que combinaba la prosa clara, el dato exacto y un humor muy personal que influyó sobre varias generaciones de lectores y, especialmente, sobre otros colegas periodistas, quienes lo consideraron maestro de maestros. Se inició en el periodismo en 1937 cuando ingresó a la revista montevideana "Cine Radio Actualidad", para pasar en 1945 a formar parte de la legendaria redacción del semanario "Marcha". Especializado en crítica cinematográfica, trabajó luego en el diario uruguayo "El País" hasta 1964. Radicado en la Argentina, escribió para las revistas "Primera Plana", "Panorama" y "Siete Días", y para los diarios "La Razón" y "Página/12". Vivió en Barcelona durante los años de dictadura y, tras su regreso a Uruguay, fundó y dirigió "El País Cultural" -el suplemento semanal del diario "El País"-, una actividad que desarrollaría hasta su fallecimiento. Homero Alsina Thevenet fue uno de los máximos referentes del periodismo rioplatense, recordado no sólo como crítico lúcido e influyente, sino también como síntoma de una época en la que quien escribía podía señalar caminos como un faro. En 1986 y 1987 dio a conocer sus dos tomos de "Una enciclopedia de datos inútiles", verdaderos libros-tesoro en los que, con textos breves, irónicos y punzantes, dibujó su visión del mundo, el mapa de sus intereses, sus desprecios y sus curiosidades. A ellos pertenecen los siguientes textos.

GRAN INSECTO

El mosquito cambió decisivamente las estructuras políticas mundiales durante los siglos XIX y XX, pero su trascendencia ha sido subestimada por his­toriadores que prefieren creer en personalidades (Napo­león, la reina Victoria o Roosevelt), en ideas (las de Marx o las de Hitler) o en guerras (todas). Aunque los mosqui­tos no se han ofendido por ese desdén, algo debe decirse de su trayectoria.
Hacia 1650 algunos millones de mosquitos pasaron de Africa a América, a bordo de los barcos que transportaban esclavos negros. Todavía no tenían el elegante nombre Aedes aegypti, ni se sospechaba siquiera que merecieran la aten­ción de los seres humanos, excepto por su zumbido y por otras molestias ocasionales. Pero ponían sus huevos en los toneles de agua y así se las ingeniaron para importar desde Africa el virus de la fiebre amarilla, que hasta entonces era una enfermedad selecta de los monos y de otros mamífe­ros de la jungla. En las décadas siguientes, y favorecida por las altas temperaturas y por la humedad, la fiebre amarilla se hizo indeseablemente popular en toda América Central. En 1802 Napoleón Bonaparte envió una fuerte expedi­ción militar al Caribe para intervenir en un sitio que fue­ra conocido, primero, como Isla Española (desde Colón), después como Hispaniola, y hoy como Haití-República Do­minicana. Allí se había rebelado el líder negro Toussaint-Louverture, que pretendía nada menos que abolir la escla­vitud, en sucesivas luchas y negociaciones con españoles, ingleses y franceses. La expedición comandada por el ge­neral Leclerc (cuñado de Napoleón) triunfó militarmente, pero un año después ese ejército había sido diezmado por la fiebre amarilla, que causó una enorme mortandad. En­tre las bajas figuraba el propio Leclerc, muerto en 1801 a los treinta años de edad. El dato incomodó a Napoleón y fue uno de los motivos que lo indujeron poco después a vender a Estados Unidos el territorio de Louisiana.
La obra del mosquito no terminó allí, sin embargo. Su­cesivos gobernantes franceses habían tomado nota de la pérdida de posiciones nacionales en América, donde sólo se conservaban una Guayana francesa y una Isla del Dia­blo que ya tenía mala reputación. En 1869 se había inau­gurado al este de Africa el Canal de Suez, que en buena me­dida fue la creación del francés Ferdinand de Lesseps, aun­que con apoyo de capitales británicos. En 1879 el gobier­no francés y el mismo Lesseps se lanzaron a un proyecto si­milar, dispuestos a construir el Canal de Panamá. A ese efecto se constituyó una empresa privada, dirigida por Les­seps y por su hijo Charles, con aporte de diversos capita­listas franceses. Diez años después, el proyecto francés de­bió ser abandonado con grandes pérdidas. Como lo seña­lara el historiador William H. McNeill, "los costos se ha­bían disparado hasta niveles intolerables, como resultado de la fuerte mortandad provocada en el personal obrero por la malaria y la fiebre amarilla". El fracaso provocó en Fran­cia un notable escándalo político y financiero. Algunos fun­cionarios y parlamentarios franceses fueron acusados por haber aceptado sobornos de la Compañía del Canal. En 1893 Lesseps y su hijo Charles fueron condenados a cinco años de prisión, fallo que después fue anulado por una cor­te de apelaciones.
En esos mismos años Estados Unidos daba otros pasos adelante, triunfando en una guerra contra España y apo­derándose de Cuba (1898). Todavía le quedaba por derro­tar a la fiebre amarilla, y allí les ganó un segundo partido a los franceses. El médico cubano Carlos Finlay había sos­tenido hacia 1881 que el mosquito era el agente transmi­sor de la fiebre amarilla, pero sus opiniones fueron escasa­mente escuchadas durante veinte años por los gobernan­tes y por otros hombres de ciencia. En 1900 el norteamericano Walter Reed interpretó correctamente las enseñan­zas de Finlay. Cuando se produjo en La Habana un brote muy serio de fiebre amarilla, Reed presidió un comité de investigación, diagnosticó la índole y origen de la enfer­medad e inició una campaña sanitaria. Varios de sus cola­boradores murieron en esa crisis, pero en 1901 el coman­dante William Crawford Gorgas aplicó radicalmente al­gunas medidas y eliminó en noventa días la epidemia de La Habana. Los procedimientos habían sido resueltos en los tres años previos, cuando Gorgas se vio obligado a in­cendiar totalmente un campo en Siboney (Cuba) para des­truir un foco. En La Habana ordenó segregar a los enfer­mos, establecer cuarentenas, implantar una higiene gene­ral, destruir todo depósito de agua que pudiera contener larvas de mosquitos. En 1904 Gorgas fue llevado a la zo­na donde se haría el Canal de Panamá. Aplicó medidas idénticas, en enorme escala, y así los Estados Unidos pu­dieron construir el Canal, lo inauguraron en 1914 y tuvieron desde entonces una llave política de enorme impor­tancia, porque la conexión marítima entre el Atlántico y el Pacífico se reunía, en el caso, a la gravitación norteame­ricana en el Caribe, hecho del cual llegaron a enterarse des­pués en Cuba y en Nicaragua.
Tras haber contribuido a la derrota de Francia y a la ex­pansión territorial de Estados Unidos, tanto en América del Norte como en América Central, el mosquito no fue debidamente homenajeado con monumento alguno. La mejor parte de su fama fue que William Faulkner dio el nombre de "Mosquitoes" a su segunda novela (1927). Fuera de ello, los mosquitos nunca tuvieron buena prensa.

LA INFLUENCIA DE LOS HONGOS EN LA VIDA LITERARIA

El tomate fue uno de los viajeros americanos más ilustres entre los llegados a Europa durante el siglo XVI, tras las expediciones de Colón y otros. Algunos documentos llevan a creer que el tomate desembarcó en Italia hacia 1544, con lo que cabe imaginar la medieval desesperación de los italianos en los siglos previos, debiendo comer su pizza y sus spaghetti sin el tomate debido. Esa tragedia nacional no impidió sin embargo el florecimiento artístico. De hecho, el tomate llegó a Italia con el Renacimiento ya empezado.
La patata (vulgo papa) superó al tomate en su adaptación al nuevo medio europeo, donde encontró las debidas condiciones de humedad, temperatura y diversos otros factores físicos, sin las limitaciones del tomate, que sólo progresó naturalmente en los climas templados del Mediterráneo. El notable rendimiento de la patata, en comparación aritmética con la superficie cultivada, llevó a que el tubérculo (aparentemente nativo del Perú) se convirtiera en tarea intensiva y lucrativa para los campesinos de otros países más fríos, como Irlanda, Bélgica y Alemania. Su rendimiento en el primero de esos países ascendió a tal punto que una de las más difundidas subespecies llevó el nombre de Irish potato (patata irlandesa) y contribuyó señaladamente a mejorar la economía y la demografía nacionales.
Como suele ocurrir en la Naturaleza, la patata tenía también sus enemigos. En Perú existía un hongo (Phytophthora infestans) que manifestaba tanta atracción por las patatas como la que sentían los comensales europeos. Durante tres siglos (aproximadamente entre 1540 y 1840) el hongo de la patata fue inofensivo para los cargamentos que se enviaban desde Perú a Europa. Simplemente el hongo no resistía un viaje tan largo, parte del cual se hacía a través de los calores del trópico. Pero como lo señala el historiador y médico William H. McNeill, esa situación fue modificada con los progresos de la navegación en el siglo XVIII. Se redujo la permanencia a bordo, con lo que el hongo llegó activo a Europa. Fue así como la Revolución Industrial produjo indirectamente los grandes fracasos en las cosechas irlandesas de patatas (especialmente durante 1845 y 1846), lo que a su vez derivó a una crisis alimenticia general, a episodios críticos de hambruna, al progreso del tifus y de otras enfermedades que se agravan con la desnutrición.
El enorme avance demográfico de la población irlandesa, a lo largo de tres siglos, se vio detenido de pronto con la muerte de medio millón de personas. La década pasó a ser conocida como los "hungry forties" (cuarentas hambrientos) y durante ella el primer ministro inglés Robert Peel terminó por dejar sin efecto las leyes tradicionales que regulaban la importación de cereales y que ya eran objeto de enorme controversia, por el choque de intereses distintos. La crisis alimenticia provocó a su vez la emigración de un millón de irlandeses, que cayeron sobre Inglaterra, Estados Unidos, Canadá y Australia, generando una diáspora que duró más de un siglo. Entre los emigrantes irlandeses y sus descendientes se contarían después los escritores Oscar Wilde, George Bernard Shaw, James Joyce, Sean O'Casey, Eugene O'Neill, Liam O'Flaherty. La influencia de los hongos sobre la vida literaria no ha sido estudiada a fondo.

CENSORES

El puesto de censor fue instituido en Roma en el año 443 a.C. como derivación del censo, o sea el recuento y clasificación de los ciudadanos. Durante cuatro siglos los censores fueron magistrados que vigilaban la conducta de los romanos, llegando a la supervisión de obras teatrales, a los casos privados de adulterio y al uso intensivo de delatores. Su titular más famoso fue Catón el Censor (234-149 a.C.) quien combatió las influencias griegas, objetó el lujo y solicitó la guerra contra Cartago, además de escribir sobre medicina, leyes y ciencia militar. Siglos después, el inglés Thomas Bowdler (1754-1825) pasó a la historia por su empeño en "depurar" obras literarias, quitando todo lo que creyó inmoral de ellas. En 1818 editó así su "Family Shakespeare", que disminuía los textos haciéndolos aptos para la lectura por niños y adolescentes. Desde entonces, "to bowdlerize" fue en los diccionarios ingleses un equivalente al acto de limpiar de procacidad o erotismo cualquier obra literaria.
Pero ni Catón ni Bowdler llegaron a los extremos del norteamericano Anthony Comstock (1844-1915) quien emprendió una campaña personal contra el vicio, el adulterio, los anticonceptivos, la prostitución y otros territorios afines. Tras obtener una ley en ese sentido (1873), Comstock asumió funciones policiales, abrió correspondencia privada, encarceló a sus opositores y recurrió con abundancia a diversas argucias ilegales para identificar y detener a los presuntos infractores. Fue abiertamente combatido por un agnóstico y liberal llamado D. M. Bennett, pero a su vez Comstock consiguió enviar a Bennett dos veces a la cárcel: la segunda por haber vendido un folleto que no había escrito ni editado.
Se atribuye a Comstock la reiterada jactancia sobre los hombres que había encarcelado y sobre las mujeres cuyo suicidio provocó, tras la amenaza de ventilar públicamente ciertos incidentes de adulterio que sólo Comstock y pocas otras personas pudieron conocer. En el diccionario inglés Webster's, la palabra "comstockery" está definida ahora como "preocupación mojigata por combatir la inmoralidad, especialmente en libros, periódicos y fotografías".