16 de febrero de 2012

Entremeses literarios (CXLVII)

UN MILAGRO
Mario Benedetti
Uruguay (1920-2009)

Aquel día que estuvimos en su casa, y cuando ya nos íbamos, Norberto me llamó aparte y me entregó una hoja doblada. "Para que lo leas después. Es un cuentito. No sé si tiene algún valor. Tal vez sea fruto de mis desgastes y desajustes religiosos". No lo leí esa noche en mi casa sino mucho después en la de Mariana. Se titula "Un milagro": "Un santo milagroso. Eso era. Las beatas del pueblo juraban que lo habían visto sudar, sangrar y llorar. Desde la capital una agencia turística organizaba excursiones para mostrar al Santo. Para unos se trataba de san Miguel; para otros, de santo Domingo o de san Bartolomé y no faltó quien afirmara que se trataba de un san Sebastián; algo extraño, ya que le faltaban las flechas. Y como la propia Iglesia no se ponía de acuerdo, la feligresía optó por llamarle el Santo y nada más. De todas maneras, el párroco estaba encantado con el aluvión limosnero. Marcela no vino en excursión. Ella y sus padres vivían desde siempre en el pueblo, o sea que conocía al Santo desde niña. Su imagen había estado presente desde sus primeros sueños infantiles. Ahora tenía diecisiete años y era la más linda en varias leguas a la redonda. También el Santo era apuesto y cuando Marcela iba a la capilla y se arrodillaba frente al altarcito lateral en que el Santo moraba, su devoción tenía sutiles trazos de amor humano. Una mañana de lunes, cuando el templo estaba desierto, la muchacha se acercó al Santo, lo miró largamente y esta vez su suspiro fue profundo. Luego se arrimó y comenzó a besar minuciosamente aquellos dolidos pies de yeso. Luego acompañó sus besos con caricias en las piernas descascaradas. De pronto sintió que algo humedecía su brazo. Al comienzo no quiso creerlo, pero era así. Un milagro inédito, después de todo. Porque aquello no era llanto ni sangre ni sudor. Era otra cosa". "¿Qué te parece?", le pregunté a Mariana. "No sé. Me ha dejado algo confusa. Tengo la impresión de que transcurre en una línea fronteriza. Pero es una frontera que no aparece muy frecuentemente en la literatura: la que separa la religión del erotismo". Con un levantamiento de cejas, inquirió mi propia opinión. "A mí me gustó, tal vez porque ocurre justamente en esa frontera. El Santo se humaniza. En esa última línea, deja de ser de yeso para ser de carne". "¿Y qué le vas a decir a Norberto?". "Pues eso".


JAULA
Raul Brasca
Argentina (1948)

El melón con gruesas cicatrices que abrí hoy tenía dentro una jaula de fino alambre. Qué paradoja: el pequeño fruto apresado que sólo pudo crecer incorporando su propia cárcel era, sin embargo, dulce.


UNAS MONEDAS
Jordi Cebrián
España (1964)

Unas monedas, pidió el mendigo tras su historia, así que el rey mandó que lo arrojaran desde lo alto del palacio, como ejemplo para sus súbditos de que el dinero requiere esfuerzo. Aún se cantan canciones de aquel día en que el pueblo se indignó y se alzó como nunca antes. Se aprendieron lecciones diferentes, aquel día. El rey también aprendió algo, aunque nunca pudo contarlo a nadie, y quienes le conocieron dicen que, antes de ser colgado, mantenía su porte y su arrogancia. Pero todo esto son historias que se cuentan, ya sabeis, a cambio de unas monedas, majestad.


MAR DEL PLATA, FEBRERO 21
Francisco Moro
Argentina (1953)

De la percha de la justicia, se descuelgan los fosfóricos batracios, que asisten (nada más que por vanidad) al ingrato espectáculo de la decadencia, cuando, sin saber por qué y extremando precauciones, los panqueques no admiten otro engarce más que de rubíes, esperanzados como están, pobres, en que por fin, la mágica ceniza helicoidal les otorgue la insulsa majestad de su presencia. A que decir, de nada vale una mentira, un ropero es un ropero como dicen excelsos escribanos, y entonces sí que es válido el chocolate con churros, amén de prodigiosas clavelinas, no es cuestión de arrancarse todos los botones, desde ya que no, aunque se obstine el feldespato, imposible transar en esas cuestiones. No te pongas así Julio Carmelo, en una de esas me compro una polea, hermana voluptuosa del incesto. No está demás tampoco volver a la tertulia para mostrar todos los dientes o empezar de nuevo la porfía. No creo que me entiendas, yo sé de tu vejiga humilde y laboriosa a pesar de todo, los monos esconden siempre un poco de codicia. Ya lo ves (y te hablo a vos mi pálida Vicenta) no todos los bigotes son causa de despido, es más, pretendo todavía una estampita. ¡No me mires así, carozo impertinente! Que para darte un bife me sobran zapatillas; déjame que no quiero dormir en tu inodoro. Ya todo pasará, te lo aseguro, los camarones serán más responsables (es una cuestión de alegre adolescencia), creo que debemos esperar y recuerda siempre (insensato y querido Julio Carmelo): "la marsopa se hospeda en Filadelfia". Prometo que esta noche te mando la bufanda, ya no ladra como antes, te aconsejo le cambies las pilas y le des un laxante suave, yo corro con los gastos. Cuando vuelva estoy resuelto a iniciar una nueva vida, aunque se ofendan los gladiolos insolentes, después de todo una sopa de hongos no es más que un pretexto, vos me conoces bien. Inevitable pibe, la mosca me pregunta, no durará mucho su altanera prepotencia, por otra parte le contesto en sumerio (un idioma que la mosca no domina) y la confundo, por poco tiempo, se entiende, sabes como es la mosca. No los entretengo más, mi insensato y querido Julio Carmelo y mi pálida Vicenta (las escobas se tornan sedentarias), vuelvo el jueves 28, a las 14 horas. Constitución. Papá. PD: hizo un tiempo bárbaro, aprovechamos todos los días, he engordado por lo menos dos kilos. Me parece que mañana voy al casino.


ORDEN
Diego Muñoz Valenzuela
Chile (1956)

Es de noche. El hombre toma un taxi. Viaja. El taxista asalta al hombre. Le quita dinero y documentos. El hombre queda abandonado en una esquina. Vienen asaltantes, cuchillo en mano. Lo despojan de sus vestimentas. Huyen. El hombre, desnudo, va en procura de auxilio. Detiene un coche policial. Lo golpean. Es arrestado por no portar identificación. Sospechan delincuencia sexual. Lo encierran en la celda de los sodomitas. Es violado. Grita. Los guardias no vienen. Al día siguiente lo trasladan a enfermería. El médico ordena cambiarlo de celda. Lo dan de alta. Es trasladado a la sección de presos políticos. Después de algunos días lo interrogan. Nada le creen, pues no posee documentos. Nadie sabe o recuerda a quienes lo detuvieron. Lo torturan. Exigen entregue el nombre de sus contactos. El hombre cuenta su historia. Todos ríen. Es incomunicado. Permanece en la celda solitaria por varios meses. Cuando se acuerdan de él, está flaquísimo y loco. Lo envían al manicomio. Grita que lo dejen en paz. Muere.


LA VERDAD ACERCA DE JULIETA
Sandro Centurión
Argentina (1975)

Romeo yacía muerto en la tenebrosa cripta, asesinado por su propia mano, por su propio puñal. Todo había terminado. El corazón de los capuletos había recibido una puñalada certera. Cuando Julieta despertó de su fingida muerte observó el cuerpo sangrante de Romeo y supo que su plan había sido un éxito. Luego, esquivó el cadáver con desdén y abandonó la cripta. Afuera la esperaba un joven inglés, de apellido Shakespeare, con quien pronto se casaría. Mientras tanto, en la bulliciosa Verona la vida y el amor corrían por las calles como la moneda más corriente.


LA LARGA DIGESTION DEL DRAGON DE COMODO
Angel Olgoso
España (1961)

Alrededor de las once de la mañana, a petición mía, el vehículo oficial del ministerio me deja ante la vieja casa -ahora abandonada- donde viví cuando era niño. El asistente dobla mi abrigo en su brazo, esperándome. Aplasto el puro contra la acera deshecha. Sin pena, sin ternura, puede que con suficiencia y hasta con un ligero asco, veo el zócalo gris ratón, la puerta carcomida, los escombros de la salita. Subo las mismas escaleras que cuarenta años atrás me llevaban al pequeño dormitorio. Los balcones están cerrados. Parece de noche.
- ¿De dónde vienes a estas horas, sinvergüenza?
Es el vozarrón de menestral de mi padre, repudiando una vez más mi conducta. Bajo la cabeza para tolerar el horror. Miro mis pantalones cortos, mis zapatitos embarrados que se tocan por la puntera buscando un arrimo, un cálido refugio. En la penumbra, mi padre hace un movimiento amenazador, como si inclinara su cuerpo hacia delante. Oigo un eco familiar, ese roce seguido de un chasquido que se escucha cada vez que mi padre se quita el cinturón.


EL PADRE
Carlos Nine
Argentina (1944)

"¡Mirá hacia ambos lados antes de cruzar!" fue el sabio consejo emitido por Simón Gravedinsky a su hija Elena aquella tarde de otoño de 1948. La joven, resuelta y altanera, se lanzó por entre el nutrido tráfico de la avenida Santa Fe con un gracioso contoneo juvenil que llamaba la atención de los transeúntes. No así por parte de los conductores de vehículos que, sin piedad alguna, la revolearon por el aire. Elena, o lo que quedaba de ella, ganaba altura hacia los cielos gracias al brutal impacto. Arrastrándose por el purgatorio intentó llegar al paraíso, haciendo caso omiso del consejo de Dios Padre que le dijo: "¡Mirá hacia ambos antes de cruzar!". Una manada de ángeles del cielo la lanzó por el espacio, desperdigando los trozos que aún restaban y que cayeron como una fina lluvia por toda la avenida Santa Fe. Y sobre su asombrado padre.


LA GRAN CUESTION
Rafael Barrett
Paraguay (1876-1910)

El banquero dio en el cigarro, para desprender la ceniza, un golpecito con el meñique cargado de oro y de rubíes.
- Supongo -dijo- que aquí no nos veremos en el caso de fusilar a los trabajadores en las calles.
El general dejó el cóctel sobre la mesa, y rompió a reír:
- Tenemos todo lo que nos hace falta para eso: fusiles.
El profesor, que también era diputado, meneó la cabeza.
- Fusilaremos tarde o temprano -dictaminó-. Por muy poco industrial que sea nuestro país, siempre nos quedan los correos, el puerto, los ferrocarriles. La huelga de las comunicaciones es la más grave. Constituye la verdadera parálisis, el síncope colectivo, mientras que las otras se reducen a simples fenómenos de desnutrición.
El general levantó su índice congestionado:
- Sería vergonzoso limitar el desarrollo de la industria por miedo a la clase obrera.
- La tempestad es inevitable -agregó el profesor-. Las ideas se difunden irresistiblemente. ¡Y qué ideas! Cuanto más absurdas, más contagiosas. Han convencido al proletariado de que le pertenece lo que produce. El árbol empeñado en comerse su propio fruto... Observen ustedes que los animales suministradores de carne son por lo común herbívoros. El Nuevo Evangelio trastorna la sociedad, fundada en que unos produzcan sin consumir y otros consuman sin producir. Son funciones distintas, especializadas. Pero váyales usted con ciencia seria a semejantes energúmenos. Los locos de gabinete tienen la culpa, los teorizadores y poetas bárbaros a lo Bakunin, a lo Gorki, que pretenden cambiar el mundo sin saber siquiera latín. Se figuran que el proletario tiene cerebro. No tiene sino manos; las ideas se le bajan a las manos, manos duras, que aprietan firmes y que, apartadas de la faena, subirán al cuello de la civilización para estrangularla.
- ¡Qué tontería! ¡Los pobres obstinados en ser ricos! -suspiró el banquero-. ¡Como si los ricos fuéramos felices! Estamos agobiados de preocupaciones, de responsabilidades. La fortuna es un obstáculo a nuestras virtudes. Nos es muy difícil entrar en el paraíso, cuando tan fácil les sería a ellos si se resignaran. Y no se resignan, no creen ya en Dios. Sin Dios, todo se desquicia. ¿Por qué no se conforman los pobres con su suerte como nosotros los ricos nos conformamos con la nuestra?
- Ya no les basta el sufragio universal -dijo el profesor-. No les satisface esa ilusión que tan útil nos era. Ahora quieren arreglar por sí mismos sus asuntos. Nada más peligroso.
- Las leyes son deficientes -exclamó el general-. La ley debe asegurar el orden, y no hay orden posible sin trabajo. La asociación de agitadores, la huelga, son delitos. El trabajo no puede cesar. En el instante en que el trabajo cesa el orden se destruye. El trabajo es santo, es una plegaria, como leí ayer. ¿Acaso el espectáculo de Buenos Aires sin pan, peor que si la sitiara un ejército, es un espectáculo de orden? Yo, militar, hubiera hecho fuego sobre los huelguistas. Los hubiera considerado extranjeros, enemigos de la patria. ¡Sacrilegos! A mí, sin la patria, no me sería posible vivir.
- Lo terrible no es que se nieguen a respetar y defender el orden establecido -dijo el profesor-, sino que, con el pretexto de que no tienen patria, viajen por otras patrias llevando consigo la rebelión y la dinamita. Buenos Aires está plagado de anarquistas rusos. Y sigamos elevando salarios y disminuyendo horas de labor para que el obrero, ¡maldita cultura superflua!, compre libros o aprenda a fabricar bombas.
- En lo que hicimos bien -notó el banquero-, fue en no autorizar aquí mítines contra la nación amiga, o contra las autoridades amigas. Es equivalente.
- Sí -apoyó el general-. Cualquier autoridad será amiga nuestra. Seamos lógicos. Lo confieso, yo estaré del lado de los cañones. No es sólo mi oficio sino mi doctrina. Y si los rebeldes se resisten a construir cañones, obliguémosles a cañonazos. ¿Verdad?
Un criado anunció que el almuerzo se había servido. Los tres personajes pasaron al comedor, donde les esperaban las ostras y el vino del Rhin.


DOS MUNDOS
Wilson Gorj
Brasil (1977)

La falta de empleo ejerce una presión insoportable sobre la autoestima de un hombre. Mientras más se prolonga el estado de desempleo, tanto más se acotará su moral. Da Silva estaba desempleado desde hacía casi dos años y necesitaba decidirse entre dos opciones. Dos mundos diferentes. De su fallecido padre había heredado una pistola automática, modelo antiguo, eficiente sin embargo. Sin dinero ni dignidad, ponderaba seriamente poner fin a su propia vida. Bastaría un simple tirón del gatillo y pronto pasaría a formar parte del "otro mundo". No obstante, le faltó coraje. Decidió, entonces, y optó por el mundo del crimen.