13 de enero de 2012

Entremeses literarios (CXLVI)

LOS TRENES DE LOS MUERTOS
Sara Gallardo
Argentina (1931-1988)

El rápido a Bahía Blanca arrastró al hijo del capataz de la cuadrilla que repara las vías. Era un hombre triste desde la muerte de su mujer; con esto se dio a beber. El hijo estuvo un mes como dormido. Cuando volvió a su casa no era el mismo. Rengo. Pero sobre todo ausente. Se entregó a encender pequeñas fogatas. Las alimentaba de día, de noche. A veces levantaba los brazos dando un grito. Una tarde, su padre llegó del almacén y se puso a llorar. ¿Qué hacía con esos fuegos, por Dios Santo? Causaba la compasión de los vecinos. A la hora del accidente, dijo el niño, vi los trenes de los muertos. Cruzándose como rayos sobre el mundo. Unos venían y otros iban y otros subían o bajaban sin dirección y sin destino. Vio en las ventanillas las caras de los muertos de este mundo. Lívidas caras con sonrisa, caras dobladas. Caras sujetas por telas que asfixian, manos que cuelgan, pelos de colores, electricistas, amas de hogar, sacerdotes, presidentes de compañías. Muertos en vida. Pómulos cubiertos de polvillo de hueso. Zarandeándose. Vio conocidos. Vecinos. En trenes que refulgían como fantasmas que se levantan de pantanos. A cabezadas, rizos contra los vidrios, sin pedir ayuda, sin desearla. En una noche permanente, los trenes sin voz ni silbato, cruzándose. Sin señales, sin orden. Se superponían, se sucedían, se cambiaban. Nadie los oye ni los ve, volando en todas partes sobre el mundo. El dolor que había visto era alegre junto al dolor en esos trenes. Vio, como si los tocara, que el frío congelaba a esos viajeros, igual que a los que duermen para siempre en los Andes. Y dentro de esos témpanos los ojos llamaban sin llamado. Ponía señales para eso. Para los trenes de los muertos.


UNA NOCHE DE INVIERNO
Mark Strand
Canadá (1934)

Fui a una fiesta de estrellas de Hollywood que deambulaban por ahí, citaban sus memorias y bebían. La más linda de todas se sacó el vestido, se hincó de rodillas y dijo que sólo su marido había vislumbrado la tenebrosa flor de sus partes pudendas, y que él era un principe. Una línea de luz cabalgó por la curva de sus pechos hasta los deslumbrantes eslabones de su collar y luego se estrelló. Afuera, en el jardín, los Plateros cantaban "Twilight Time": "Caen las celestiales sombras de la noche...". Esto era un sueño. Después, fui a la ventana y me puse a observar a un enorme toro rosa en un campo nevado. La luna le bañaba el lomo con su luz, y el vapor de su aliento creció hasta envolverlo en una nube de plata. Cuando alzó la cabeza, soltó un mugido que estalló y retumbó como si fuese un trueno en los cuartos de abajo. También eso era un sueño.


LA MELANCOLIA DE LOS GIGANTES
Angel Olgoso
España (1961)

Sin compasión, hunde la hoja de su arma en el centro de mi cuerpo indefenso. No hubo provocación alguna por mi parte. Una ira ciega alimenta cada tajo, cada incisión arbitraria y salvaje de la carne. Los míos dijeron que no opusiera resistencia, que ello involucraría a los demás en nuevos peligros. El, mientras tanto, profundiza la herida. Qué puedo hacer yo ante quien contraría de este modo la ley natural sino sentir una vaga tristeza y esperar aquí, bajo el camino de estrellas, la bárbara amputación final, el momento en que me desplome sin más quejidos que los de mis frondosas ramas al golpear agonizando contra el suelo.


SUEÑO EQUIVOCADO
Mempo Giardinelli
Argentina (1947)

Dos amigos discuten, en una interminable noche de vino y diletancia, sobre la concepción del Tiempo en Wells, hasta que a las cuatro de la mañana se duermen, exhaustos, borrachos, sin haber llegado a conclusiones ni acuerdos. A las ocho y media, uno se levanta y despierta al otro, quien se asusta y lo injuria, para decirle que ya tiene la solución, porque Wells se le apareció en su sueño y se lo reveló. Entonces el otro lo mira, contrariado, y replica que no puede ser porque él también estaba soñando con Wells y que no pudo estar en los dos sueños. Cambian impresiones y resulta que los dos soñaron lo mismo, y a la vez. Pero uno dice que Wells se hallaba en la Biblioteca Nacional, y el otro afirma que no, que lo soñó en una casa de la calle Maipú. Entonces se dan cuenta de que en realidad ninguno soñó con Wells, sino con Borges.


EL ARBITRISTA
Fernando Díaz Plaja
España (1918)

Los criticó Cervantes, Quevedo, Cadalso, Jovellanos... Son los españoles que creen tener la solución inmediata a los más difíciles y peliagudos problemas. Lo que a sesudos ingenieros y a filósofos insignes les cuesta esfuerzos sobrehumanos de cálculos y lucubraciones lo resuelven ellos en un periquete. Así en el ejemplo citado por Cadalso "si hace falta agua en el Sur y sobra en el Norte se construye un canal en forma de cruz de San Andrés a lo largo y ancho de la península y todo arreglado". Son los arbitristas que hoy siguen existiendo en todas las clases sociales. La mayoría de ellos empiezan su razonamiento (llamémosle así) con estas palabras:
- Eso, si a mí me dejaran, lo arreglaba en cuatro días.
Con ese plazo tajante tiene que ser también la solución propuesta y en general lo es. Puede ser ésta: "¿Al atracador? Al atracador se le coge y se le pega cuatro tiros. ¿A que no vuelve a atracar a nadie?". Uno acepta que, desde luego, con ese procedimiento la posibilidad futura no existiría pero, ¿no cree usted que no se debe matar así como así?
- ¿Por qué no? ¿No lo hacen ellos?
El arbitrista también arreglaría el problema del paro en dos minutos. Bastaría con obligar a todos los empresarios a contratar cada uno a diez obreros más y se terminaba el desempleo en España.
- Sí claro -insinúo- pero a lo mejor si los empresarios no lo hacen es porque no pueden.
- Pues se les obliga. Y el que no quiera, a la cárcel. ¡Vería como los contratarían en el acto!
El arbitrista se enfrenta valientemente con problemas de todas clases, además de los sociales y económicos, los de política internacional. "¿Gibraltar? Yo resolvía esta papeleta en dos minutos. Mandaba a la Legión y en dos horas el Peñón era nuestro. ¡Y que se atreviesen a reconquistarlo después!". Igualmente en esa pequeña guerra que es el fútbol.
- Lo que le pasa al entrenador es que no tiene agallas. Yo arreglaba los problemas del equipo en dos patadas. Al que no juegue entregándose y dando el pecho, suspendido del equipo y sin cobrar un mes. ¡Cómo iban a jugar!
Para el arbitrista no hay nunca obstáculos físicos o morales, intelectuales o económicos. Lo único que hace falta es coraje e imaginación. Aplicando ambas cualidades a cualquier asunto el problema deja de ser problema. Cuando el arbitrista es de derechas la amenaza de la extrema izquierda la salva fácilmente: "Yo, es que si me dejaran sólo unos días el gobierno, cogía a todos los comunistas del país, les metía en un barco y ¡hala! a Rusia, así sabrían lo que es bueno". Esos pocos días de autoridad también los pide el arbitrista de izquierdas si oye hablar de la posibilidad de un golpe militar: "Yo eso lo solucionaba enseguida. Cerraba todos los cuarteles y cada uno a su casa. Para lo que nos sirven...". Lo del cierre resulta muy atractivo para los arbitristas. Es lo primero que harían en caso de problemas sanitarios con los alimentos: "todos los restaurantes cerrados"; con los escándalos en las discotecas "clausuradas todas las discotecas". También tienen preferencia por los castigos públicos e infamantes. Por eso a todos los vagos que encontrasen queriendo vivir de la sociedad "los pondría a barrer las calles de la ciudad; sí señor. Así servirían para algo al menos". En fin que tienen soluciones para todo. Están tan seguros de sí mismos al pronunciar sus palabras como "sésamo" ante situaciones difíciles y complicadísimas que el auditor no sabe si reírse o admirarles. En estos tiempos de vacilación, cuando la sociedad en general y el ser humano en particular no saben como afrontar la ardua situación del mundo, estos hombres bajan a la palestra y trazan una raya en el suelo, una raya precisa, clara, concreta, en fin, definitiva.
- Pero, ¿usted cree?
- ¡Pues naturalmente, hombre! Es el huevo de Colón. ¿Usted ha oído hablar del huevo de Colón?
- Sí, claro.
- Pues eso. ¡Vamos, que me pusieran sólo una semana al frente!
Su mirada irradia firmeza, su voz, seguridad. Y uno se queda avergonzado de seguir dudando...


UNO Y EL UNIVERSO
Sandra Bianchi
Argentina (1970)

Una misma pregunta en busca eterna de su mítica respuesta. Por eso la muchacha comenzó a escribir poemas y pintar cuadros, luego a cursar posgrados y más adelante a viajar a destinos exóticos con un signo de interrogación en la palma de la mano. Convencida de que todos venimos al mundo para interrogarlo, imaginaba que algunos -los "bon vivants" que gozan del vino y de los rayos del sol sin más- encuentran tempranamente una respuesta sencilla mientras otros seguirán su impenitente derrotero. Por eso la muchacha tuvo también que estudiar idiomas, para indagar en inglés, alemán y portugués, sin olvidar dedicarse a la fotografía, por aquello de robarle el alma a la cosa y desnudar el enigma. Pero pasaron años, casi una vida, cuando dentro de su propio sueño en el que leía un libro de cierto autor argentino muy renombrado, se dio cuenta de que por fin llegaba el momento de la esperada revelación. Y fue ahí cuando pudo escuchar bien clarito que el escritor con su voz de viejecito le decía: "Nena, dejá que todo fluya, dejale algo al universo". Entonces del asombro se le cayó el libro al suelo y del hueco de la mano se le escapó esa pregunta que hasta el día de hoy sigue flotando en el aire.


EL AMO
Ernesto de Blasis
Chile (1959)

Tengo ampollas en las patas, apenas camino, me lleva una fuerza, mi cuerpo desgastado, mis articulaciones crujen, mis músculos agarrotados. Yo lo sigo, también le cuesta caminar, y se mueve como por contorsiones. Le ha crecido una pequeña joroba. Camina con la vista hacia el suelo, como tratando de encontrar algo y aprovechando de evadir la mirada directa de las personas; busca colillas de cigarrillos. Suele llevar un lustrín que cuelga del brazo como una mujer su cartera. Son pocos los que piden su servicio, normalmente estropea el trabajo ensuciando las calcetas y los pantalones de los clientes, por eso le dicen Juan sin brillo. Ultimamente prefiere pedir dinero por nada a cambio. A veces ni siquiera regresamos a casa, nos quedamos en el centro o en el terminal de buses, él dormita unos minutos en alguna banca. La jornada parte temprano, antes que salga el sol ya está pidiendo. Se dirige al banco en la mañana y deja unos pesos. Cuando el sol está pegando fuerte va nuevamente al banco y retira dinero. A veces entra a un negocio para comer algo. Yo lo espero afuera. Mi cuerpo se refleja en los vidrios; no soy igual a los demás; parezco un ser enajenado, poseído, atormentado por una desgracia. El es medio rubio, de barba, con ojos verdes. Se acerca a las chicas y les dice: "Tengo platita en el banco", ellas le responden, "Y para qué", "Para hacer el amor"; las muchachas ríen. Le dicen el burro, y no por las orejas. Me huele que yo voy a morir primero. Me matarán los fríos sin techo, o los calores sin sombra, la falta de pan... Fuera del lustrín lo único que me queda es este perro peludo que se caga de calor tras de mí en verano, y en invierno gime de frío. Mi fiel amigo, si supiera el desgraciado la calaña de su amo. Si supiera qué hice con los míos. A mis padres... y a mi abuela...; sería una desgracia para él.


INMINENCIA
Rosalba Campra
Argentina (1954)

En la tersa mañana de octubre desciende el enemigo desde todas las montañas del horizonte.
Relumbran al sol las armaduras de miles de guerreros que en silencio van acercándose a la ciudad que los espera. Demasiadas codicias ha despertado con sus torres de espejos donde los magos convocan la paz, la belleza y la abundancia. Pero uno de los magos ha sido condenado a muerte porque le ha hecho trampa al rey en el juego y los otros, solidarios, se han encerrado en sus cuartos. El rey mira los ejércitos resplandecientes ya al pie de las murallas y con el corazón desgarrado piensa cuánto hubiera sido mejor para su pueblo tener un rey menos terco.


MENTIROSA
Paz Monserrat Revillo
España (1962)

Observa como la fila se hace cada vez más corta. Dentro de nada le tocará a ella. Mete el dedo justo donde se está descosiendo el dobladillo del uniforme. El hilo se tensa sobre su dedo y al final cede a la presión. Esta vez solamente tiene una pelea con su hermano y una desobediencia a su mamá. Tonterías. Necesita urgentemente algo más. Se da la vuelta y, sin que venga a cuento, le dice a su amiga que le han comprado un perro blanco. Ya le toca. Se acerca algo más tranquila al haber podido añadir una mentira a la raquítica lista de pecados que tiene esta semana. Se arrodilla ante la celosía color caoba, suspirando por hacerse mayor para aprender a pecar de verdad y así poder impresionar a ese cura tan guapo que han traído las monjas para que practiquen los rituales de la primera comunión.


JOVENES DE NOCHE
Pedro Orgambide
Argentina (1929-2003)

No parecen los mismos. Pero ellos saben que los reconozco. Todas las noches los encuentro por las calles de la ciudad. Se hacen los distraídos, pero saben que los observo, que anoto cada uno de sus actos: a una de las chicas (la del pelo rojo y amarillo) la ví correr detrás de unos muchachones a los que provocó con sus obscenidades; a otra la encontré drogada, tirada en ese callejón. En cuanto a esos dos, sé que se disfrazan, que se visten de mujer y cantan como locas a un costado de la ruta. Los más bullangueros van a las discotecas en sus motocicletas resplandecientes. Durante horas se agitan al compás de la música. Terminan extenuados, con las caras despintadas. Otra vez en la calle, buscan pretextos para pelear, esgrimen sus cadenas y puños de hierro y se golpean con los rezagados de la fiesta. Me ven pasar, saben que los observo. Pero ni ellos ni yo decimos una palabra. En cambio, ya bien entrado el día, cuando salgo de mi departamento, los vuelvo a encontrar e intercambiamos saludos, frases de cortesía, como corresponde a gente de bien, de cierta edad. No parecen los mismos. Pero ellos saben que los reconozco. Al saludar a las ancianas, a los viejos que salen al pasillo con sus muletas y sillas de ruedas, ellos y yo sabemos que nos volveremos a encontrar esa misma noche.