1 de noviembre de 2011

Hervé Kempf: "El desafío es reconquistar bienes comunes como la educación, la salud y el medio ambiente, para garantizar una mejor vida social " (1)

"En cierta manera, aumentar el tamaño del pastel permite distribuir migajas a todo el mundo y calmar la rabia creciente de los excluidos y las clases medias. Pero esta obsesión por el crecimiento hace que el capitalismo no ponga en cuestión desigualdades que se han vuelto asombrosas", dice Hervé Kempf (1957), periodista científico francés del vespertino "Le Monde", en el que escribe sobre cuestiones medioambientales. Como el crecimiento se ve frenado cada vez más por el desorden financiero y la crisis ecológica se agrava, las tensiones sociales se endurecen: aumento de la represión policial, videovigilancia, fichaje generalizado, control de los medios de comunicación, multiplicación de las prisiones, recurso al nacionalismo bajo el políticamente correcto eufemismo de "identidad nacional", etcétera. Kempf recuerda a Slavoj Zizek (1949) cuando hace unos años advertía que "en el futuro, la lógica inherente al capitalismo le llevará a limitar las libertades", y afirma que "el futuro es hoy". En 2007 publicó "Comment les riches détruisent la planète" (Cómo los ricos destruyen el planeta), donde explica la articulación entre la actual crisis social y la crisis ecológica. Según Kempf, la ausencia de una real solución a la crisis ecológica tiene su origen en la profunda desigualdad que reina en el período actual. Estima que el capitalismo ha adoptado, desde 1980, un régimen nuevo en relación al período anterior y considera que la exacerbación del individualismo ha transformado la cultura colectiva. Desde esta perspectiva, la solución a la crisis ecológica pasa por un retorno al sentimiento colectivo y, por ende, a la salida de la cultura capitalista. Kempf se apoya en la teoría de la rivalidad ostensible del economista norteamericano Thorstein Veblen (1857-1929), quien en su obra de 1899 "The theory of the leisure class" (La teoría de la clase ociosa) ya advertía sobre los riesgos de consumir más allá de las necesidades materiales para competir con los demás, una práctica llevada adelante por "las clases altas para deslumbrar a otros de su clase, y las clases bajas para sentirse ascendidas socialmente". "Consumir -dice Kempf- es en verdad destruir. El lujo, hoy, es enemigo de la especie", y agrega que, mientras "la economía mundial cruje, la oligarquía capitalista (cada vez más riqueza en manos de menos) gobierna el mundo sin ningún proyecto, con la clase política a su servicio, y es la causante profunda de la crisis ambiental". Sobre este tema Kempf ha publicado además "Pour sauver la planète, sortez du capitalisme" (Para salvar el planeta, salir del capitalismo) y "L'oligarchie ça suffit, vive la démocratie" (Basta de oligarquía, viva la democracia), libros en los que plantea cuál es la conexión entre la crisis ecológica y el aumento mundial de la pobreza, y la proporción directa que existe en las naciones más desarrolladas entre el daño ecológico que generan y la desigualdad que promueven. Sobre estas problemáticas versan las respuestas de Kempf en la primera parte del compilado de entrevistas concedidas a diversos medios periodísticos. Ellas son las publicadas por la revista "ADN Cultura" (Luisa Corradini) el 16 de agosto de 2008, por la revista "Debate" (Cecilia Escudero) y el diario "Clarín" (Mayra Leciñana) ambas el 23 de septiembre de 2011, por la red latinoamericana de diarios "Tierramérica" (Marcela Valente) el 24 de septiembre 2011, por el diario "Página/12" (Soledad Barruti) el 25 de septiembre de 2011 y por la revista "Ñ" en su versión digital (Andrés Hax) el 30 de septiembre de 2011.


¿Cuál es la amplitud de la crisis ecológica y cómo se articula con el crack económico global?

Va adquiriendo una amplitud máxima: el cambio climático es lo más evidente, pero también a través de la crisis de la biodiversidad, de la desaparición de varias especies. Y, además, por medio de la contaminación de un gran número de ecosistemas, ahora se puede ver el más grande del planeta: el oceánico. La crisis está provocada por el régimen del capitalismo en el cual vivimos desde hace treinta años y que se tradujo en un aumento muy fuerte de las desigualdades y en la búsqueda de la producción máxima. En muchos casos, la búsqueda del crecimiento material es una manera de hacer insensible a la población acerca del crecimiento de las desigualdades. Obviamente, el primer efecto de ese mayor desarrollo material es la destrucción del medio ambiente, es decir, de las condiciones de la vida futura de la sociedad humana.

¿Cuesta que vayan de la mano las preocupaciones económicas con las ambientales?

En Europa, desde hace unos años, se hizo muy evidente que no se podía tener una política económica sin preocuparse por la ecología. Un partido o un candidato no pueden obviar la cuestión ambiental. Entonces, hay una evolución de las mentalidades muy fuerte, en ese sentido. Con la actual crisis económica, se vive una pulseada entre las sociedades y el sistema financiero. La pelea es por quién va a pagar todas esas deudas que se han generado. Las huelgas discuten el comportamiento de esos sectores financieros. Ahora bien, si la cuestión política está concentrada en ese aspecto, no impide que el tema ecológico siga estando presente.

En sus libros usted dice, entre otras cosas, que en 1960 la humanidad utilizaba el 50% de la capacidad biológica de la Tierra; en 2002 ya había llegado a utilizar 1,2 veces más; es decir que desde entonces consume más recursos que los que puede producir el planeta.

Y eso va en paralelo con otros números que también aumentan. Uno de ellos, la emisión de gases de efecto invernadero: el crecimiento de China e India, por ejemplo, embelesados con el progreso propuesto por el primer mundo, los han llevado a emitir una cantidad de gas de efecto invernadero: sólo en 2003 lanzaron 3.760 millones de toneladas el primero y 1.050 millones el segundo; mientras que la Comunidad Europea no se quedó atrás con 3.447 millones y el podio lo conservó Estados Unidos con 5.841. Otro índice en aumento es el hambre: según la FAO (Organización para la Alimentación y la Agricultura), la cantidad de hambrientos ha comenzado a aumentar nuevamente: 800 millones de habitantes de los países subdesarrollados ya no comen a voluntad, mientras que 2.000 millones de personas sufren de carencias alimentarias. En ese sentido, los dos símbolos del crecimiento, India y China, también están retrocediendo en el terreno ganado en su primer impulso: 221 millones es el número de subalimentados en India, y China está fracasando en sus intentos por reducir la cantidad de 142 millones. Conclusión: el desarrollo, lejos de mejorar las condiciones de vida sobre la Tierra, las empeora tanto para las sociedades que lo viven como para el resto. Así las cosas, la humanidad en su economía expansiva camina hacia su propia destrucción.

¿Qué hace falta para evitar el colapso?

Que las personas retomen el control creativo de sus vidas. Que se den cuenta de que hay que salir del individualismo. Que el futuro no está en la industria, ni en la tecnología, sino en la agricultura campesina, en un nuevo sistema económico de responsabilidad social. Y que el cambio debe ser colectivo, exigiéndoles a los políticos para que legislen en esa dirección.

¿No es un pedido demasiado idealista?

Todo lo contrario, el adversario está desgastado. En el apogeo de su florecimiento, el capitalismo va a desvanecerse.

Entonces, en el fondo, ¿cree que vamos bien?

Creo que están pasando muchas cosas extraordinarias. Hay cada vez más interés mundial por la ecología, porque ésa es la cuestión más importante del tercer milenio. Hace veinte años, la ecología parecía muy teórica, pero ahora se ha vuelto algo cotidiano porque todos los días tenemos un signo nuevo de que algo está cambiando. Hace veinte años uno podía prestar menos atención a las cuestiones de desigualdad, pero hoy son muy visibles en todos los países del mundo. Hace veinte años uno podía no darse cuenta del poder de los bancos y del sistema financiero, pero hoy en día está muy claro que tienen un comportamiento antisocial. Eso hace que haya más gente intentando cambiarlas. Los periodistas, los intelectuales, los que relatan el mundo, tenemos que presentar las perspectivas de una manera muy clara para que la gente entienda qué es lo que está pasando.

En sus libros expone cómo la ecología ha puesto en jaque al sistema capitalista por ser un límite a la posibilidad de explotación expansiva. ¿Eso finalmente ha generado movimientos sociales?

El vínculo entre la ecología y lo social se ha vuelto cada vez más frecuente y observable, aunque muchos periódicos siguen dejando de lado la cuestión. Por ejemplo, el movimiento que se está desarrollando en Chile desde principios de año se originó como un movimiento en contra de las represas al sur del país. Y después pasó a transformarse en una cuestión social por la educación. Y en ambos casos las problemáticas que se plantean son las mismas: la concentración del poder por parte de las grandes corporaciones, la privatización de los recursos y la ausencia de democracia en la toma de decisiones.

Cuando terminó su libro sobre la necesidad de salir del capitalismo, esos movimientos recién empezaban a asomar. Hoy proliferan en el mundo y tienen a los jóvenes como protagonistas.

Sí, hay cada vez más partes de la población que se dan cuenta de que el sistema está bloqueado. Podríamos citar también lo que pasa en Grecia o en Francia, donde el año pasado hubo un movimiento social muy importante; en Túnez, en Egipto y en España.

¿Y bajo qué sistema se encuadran esos movimientos?

Es muy difícil encontrar un enlace político para esa expresión. Por ejemplo, los indignados de Madrid rechazaron a los partidos políticos porque la izquierda y la derecha están demasiado cerca. Una gran parte de lo que se llama la izquierda, como el Partido Socialista en Francia, Italia o España, los socialdemócratas en Alemania, los laboristas en Inglaterra, la Concertación en Chile, han aceptado la lógica neoliberal, por lo cual ahora tienen una gran dificultad para cuestionar esa lógica. Y lo que el pueblo está pidiendo es justamente salir de ese sistema neoliberal. El problema es que la oligarquía hoy en día es tan fuerte que controla tanto el sistema político como a los medios: las partes que se expresen de manera muy contundente contra ese poder tienen dificultades para encontrar su lugar.

Lo que nos lleva de vuelta a la importancia del rol de los intelectuales, de los comunicadores.

Los cambios de conciencia colectiva los promueven quienes relatan el mundo. Escribir libros y artículos genera cambios. Claro que yo respondo como alguien cuyo trabajo es escribir. Un abogado podría optar por no defender a las grandes empresas sino a la gente de una pequeña población que está siendo amenazada.

Usted asegura que el crecimiento del PBI va de la mano con la desigualdad social. ¿Podría desarrollar ese concepto?

Me parece que la obsesión de los gobiernos por el crecimiento también apunta a invisibilizar el crecimiento de las desigualdades. Y el ejemplo es sencillo: si hay un crecimiento global del PBI, los que están en la parte más baja de la pirámide van a ver un aumento proporcional de su nivel en un 1%, van a creer que su realidad va mejor y nadie se va a dar cuenta de que las condiciones de los que están en la parte de arriba de la pirámide aumentan en un 4%. Muchas veces el crecimiento es una manera de volver invisible la desigualdad en la distribución de la riqueza.

¿Qué sucede con la parte media de la pirámide, con esa clase que está adormecida en el consumo y sin ninguna ideología?

Las clases medias están atrapadas en una contradicción. Ven que el mundo cambia, que la cuestión ecológica se vuelve cada vez más apremiante, que el sistema capitalista no busca mejorar su situación. Al mismo tiempo se han acostumbrado a un alto nivel de confort y tienen dificultades en aceptar que sería necesario perder algo de ese confort, como dejar de cambiar el televisor o el celular a cada rato. En los países del Norte, las clases medias ya están tensionadas por esa contradicción. Eso explica que no encuentren una representación política: esas dos tendencias de la clase media no permiten definir de manera clara cuáles son sus objetivos. Tienen que entrar en una lógica de reducción del consumo material y a su vez entrar en el desafío de reconquistar bienes comunes -como la educación, la salud y el medio ambiente en general- que garanticen una mejor vida social y que en este momento están siendo destruidos por el capitalismo.

En "Para salvar el planeta…" plantea la necesidad urgente de cambiar los hábitos del mundo industrializado. ¿Cuánto tiempo nos queda antes de cruzar un punto de no retorno?

No puedo contestar esta pregunta con mucha precisión, pero lo que yo entiendo -por lo que dicen los expertos en el clima- es que no nos queda mucho tiempo. Más allá de los cálculos muy precisos, más o menos tenemos hasta el 2020 para reorientar nuestra economía y las emisiones de gases que causan el efecto invernadero. Tenemos diez años para cambiar. No cambiar completamente pero sí la dirección general en la que vamos.

Hace una descripción muy enfática de la mala distribución de la riqueza y los males que esto provoca… ¿Cómo se cambia esto? ¿Los ricos van a resignar su fortuna?

No. No lo harán.

Entonces, ¿qué se hace?

Lo que hacen las personas en Chile, en Túnez; lo que hacen en Egipto. Eso es lo que tenemos que hacer. Y otra forma más pacífica para cambiar las cosas es empujar para que se dicten nuevas reglas para los bancos. Tenemos que volver a tomar el control de los bancos, nuevas reglas para la cobranza de impuestos, nuevas reglas sobre la protección de la ecología. De hecho, esto esta comenzando a pasar. Porque la crisis del 2007, lo que se designa comúnmente "la crisis financiera", fue un gran momento de transformación y de mutación de nuestros tiempos. Las cosas van a cambiar. Está muy claro que el debate en Europa ahora es fundamentalmente sobre retomar el control de los bancos y hacer que vuelvan a servir al interés público. También se está comenzando a discutir el impuesto sobre los ricos.

Luchar contra el capitalismo suena como una tarea tan gigantesca... ¿cuál sería una forma concreta de esta lucha?

Una cosa muy fácil de hacer -no es fácil en los primeros días, como dejar de fumar- pero una cosa muy buena y eficiente para ser libre es apagar la televisión, tirar la televisión a la calle y olvidarse de ella y comenzar de vivir sin televisión. Eso es una forma bien concreta y eficiente para que un individuo empezar a cambiar. Algo interesante es que el capitalismo en su última etapa, en los últimos treinta años, ha privatizado más y más áreas de actividad social. Privatizó el sexo, privatizó el deporte… Y usó la televisión para controlar las mentes de las personas y para empujar a la gente hacia este tipo de actividad. Y hacerles creer que la política y los temas técnicos no son muy interesantes. Está muy claro que la oligarquía dentro del capitalismo siempre ha intentado controlar la televisión. Saben que es la manera más eficiente de controlar la mente de las personas. Antes, la interacción social se realizaba en cafés, en familia, en la iglesia, en el sindicato, en la calle… Las cosas eran más vívidas. Ahora estamos en una situación en la cual en todos los países la gente ve por lo menos tres horas y media de televisión por día. Esto quiere decir que todos nuestros hermanos y hermanas están siendo controlados por la televisión. Me sorprendió mucho ver en Chile y en Argentina televisores en los cafés. Es muy paradójico, porque uno va a un café, tradicionalmente, por motivos sociales, o para estar solo y escribir y soñar o para mirar a las chicas o escuchar las otras conversaciones... Pero ahora los espacios públicos que está construyendo el capitalismo son siempre ruidosos, siempre llenos de música, siempre con televisión. Entonces, abandonar la televisión es una medida para salir del sistema. Pero también valdría la pena cuestionar si la televisión y la publicidad deberían debatirse políticamente. No se cuáles son las soluciones exactas, pero lo que sí sé es que podríamos debatir todo este tema como un tema público. La televisión es realmente un problema político.

Hace una distinción entre el capitalismo y el mercado libre. ¿Puede explicar cómo es esta diferencia?

Baso mi argumento en historiadores como Fernand Braudel y Karl Polanyi. Ellos analizan el capitalismo como la extensión del principio del mercado libre hacia todas las facetas de la sociedad. No estoy en contra la economía de mercado. Creo que es útil para producir cucharas, relojes, papel, mesas, cámaras... muchas cosas. El comercio libre es algo útil, por más que las cooperativas también lo sean. Lo que digo es que en los últimos treinta años del capitalismo la economía de mercado libre se ha extendido a todas los campos de la actividad social. Y no creo que todas las actividades sociales deban ser regidas por el mercado. La ecología, por ejemplo, no puede ser dejada al mercado porque la tenemos que proteger. Los ecosistemas son un bien común. Lo mismo con la educación, que es tan importante para la sociedad que no la podemos dejar en las manos de los mercados; tiene que ser regido por el Estado. Y cuando digo Estado hablo de la expresión de la comunidad de ciudadanos en un sistema democrático. No estoy a favor de planificación estatal o que el Estado controle todo. Lo que sí quiero es que el mercado se limite a funcionar en los lugares donde es más eficiente...

¿Cómo logra que sus ideas se implementen? ¿Le interesaría estar en política?

Yo hago política. Soy un ciudadano. Esta conversación es hacer política. La gente que lee esta nota está haciendo política, porque está haciendo esto en vez de mirar el futbol… Pensar en las preguntas que tenemos en común, sobre el destino de nuestra sociedad, pensar sobre lo que es bueno y lo que no es hacer política. Y, por supuesto, la de un periodista es una especie de actividad política porque nuestra regla es ser testigos sobre qué está pasando y contárselo a los demás ciudadanos. Pero, por otro lado, los libros, las ideas y los diarios son muy importantes. Y si podemos poner sobre la mesa la pregunta de interés público, cambiará la manera en la que los políticos toman sus decisiones. La tercera idea es que ser un político requiere habilidades específicas. Yo no estoy en contra de los políticos, sino en contra del hecho que ahora muchos políticos son parte de la oligarquía y defienden los intereses del capitalismo. Pero necesitamos a los políticos. Necesitamos hombres y mujeres que sean capaces de entender la sociedad y los problemas del futuro y hacer las negociaciones correctas para tomar las decisiones colectivas correctas. Poder hacer eso es una habilidad específica. Yo puedo ser periodista y puedo escribir libros pero la política no es para todos.