4 de octubre de 2011

Sobre la novela (12). Alberto Manguel y el movimiento vs. la holgazanería

Alberto Manguel (1948) es escritor, traductor y editor. Nacido en Buenos Aires, la mayor parte de su obra la escribió en lengua inglesa, aunque también ha escrito algunos libros en español. Creció en Israel, país en el que su padre trabajaba como embajador de Argentina y en 1968 viajó a Europa, dónde trabajó en varias editoriales antes de establecerse en Tahití hasta 1981. Luego, y durante casi veinte años, vivió en Canadá, dónde se nacionalizó canadiense, para luego radicarse en Poitou-Charentes, Francia. De sus obras en inglés sobresalen "A history of reading" (Una historia de la lectura), "Into the looking glass wood" (En el bosque del espejo), "Reading pictures. A history of love and hate" (Leer imágenes. Una historia privada del arte), "Stevenson under the palm trees" (Stevenson bajo las palmeras), "A reading diary" (Diario de lecturas), "The library at night" (La biblioteca de noche) y "The city of words (La ciudad de las palabras). En tanto que en castellano ha publicado "El regreso", "Vicios solitarios. Lecturas, relecturas y otras cuestiones éticas", "El amante extremadamente puntilloso" y "Todos los hombres son mentirosos". "En realidad -dice Manguel-, la literatura es un gran chiste que hay que seguir, y en el que uno descubre cómo no tenerles miedo a los grandes nombres, a gente que escribió grandes obras pero que no tenía con qué pagar el alquiler, le dolían las muelas o tenía problemas con sus hijos. Eventualmente uno descubre eso, que la cultura universal con mayúsculas es una versión de lo que nos ocurre todos los días. Es apasionante, en especial cuando lo descubren lectores jóvenes, que de pronto ven que un pensamiento que tuvo Quevedo o Nabokov lo tuvieron ellos también, sólo que los autores tuvieron las palabras justas para expresarlo. Para eso, al final, sirve la literatura, para descubrir lo que ya sabemos". Para Manguel existe una paradoja en la atribución de objetividad a la Historia y subjetividad a la Literatura: "para el lector -dice-, hay más universalidad en la visión de un escritor que en la de un historiador, porque el lector entiende lo que lee como un reflejo de su propia experiencia humana". "Ser novelista es una construcción ficticia", dice quien, en el conjunto de ensayos reunidos bajo el título de "Nuevo elogio de la locura", explora el universo de personajes literarios e históricos que abrevaron en ese "alegre extravío de la razón" del que hablaba el filósofo Erasmo de Rotterdam (1466-1536). Así, entre muchos otros, Manguel alude a la seductora atracción de lo oscuro en Robert Louis Stevenson (1850-1894) y el culto a la Diosa Razón de Sherlock Holmes, el popular personaje de Arthur Conan Doyle (1859-1930). "Tal vez el rasgo más distintivo del mundo humano sea la demencia", afirma Manguel. Y agrega: "Para un lector, ésa puede ser la razón esencial, tal vez la única, de la literatura: que la locura del mundo no nos conquiste por completo".

MARTA Y MARIA EN LAS CASCADAS DE REICHENBACH: STEVENSON Y CONAN DOYLE

"Los hijos de María casi nunca se molestan, puesto que han heredado la parte buena;/ pero los hijos de Marta prefieren a su madre, la de alma cuidadosa y el corazón lleno de pena./ Y como una vez perdió la compostura y fue torpe con el Señor, su Invitado,/ sus hijos deben servir a los hijos de María, sin cesar, sin perdón, sin descanso". Rudyard Kipling, "The sons of Martha" (Los hijos de Marta), 1907.
"A un hombre que encuentra placer en el movimiento, que desea una vida activa más que cualquier otra, sin duda le irá mejor en los Alpes", escribió Stevenson, de nuevo postrado en su cama, en "The misgivings of convalescence" (Las dudas de la convalecencia). Los Alpes, los Cévennes, los Mares del Sur siempre lo atrajeron con su promesa de sol y salud, y él investía a sus intrépidos héroes de la fortaleza que a él mismo le faltaba para trepar montañas y surcar los océanos. Los héroes de Stevenson nunca son pensadores de vida recluida. Todos encuentran "placer en el movimiento". Corren, luchan, nadan con toda la energía que su creador pudo otorgarles. Sus hombres (no hay mujeres entre ellos, salvo, tal vez, Thrawn Janet) jamás se detienen para decir "cui bono?" (¿a quién beneficia?), la pregunta que, según señala Stevenson, "persigue a cualquier joven fuerte como su propia sombra". Esta es una frase reveladora: todo el mito de Stevenson puede reducirse al mito de una sombra, a la imagen que un hombre tiene de sí mismo en su propio cuerpo y mente, en contraste con la que proyecta bajo el sol del mundo. Una de las imágenes más inquietantes de la obra de Stevenson aparece al final de un poema infantil aparentemente inocente. Después de describir las actividades de la sombra de un niño, Stevenson relata que, una mañana, muy temprano, éste se levantó "antes de que saliera el sol" y salió a explorar el jardín humedecido por el rocío, pero su sombra, su otro ser inseparable, se había quedado atrás, en la cama, viviendo una existencia propia [Osear Wilde utilizó este motivo en su relato "The fisherman and his soul" (El pescador y su alma), en el que la independiente sombra del joven pescador sale al mundo a cometer, al igual que el Sr. Hyde, "actos demasiado terribles para expresarlos con palabras"].


Doyle, por otra parte, un deportista entusiasta que jugaba al fútbol y al criquet representando a Inglaterra, que se había entrenado como boxeador y era un experto jugador de billar, creó un héroe que es puro cerebro sin cuerpo, y cuya actividad física sólo surge como concesión a las limitaciones del poder de la mente en el reino del espacio. Salvo como consecuencia de sus razonamientos (a través de los pantanos de Yorkshire o por encima de las cascadas de Reichenbach), a Sherlock Holmes no le sirven de nada las funciones corporales. En un tono de desdén, Stevenson comentó que por momentos "el mundo está demasiado cerca de nosotros, no sólo en lo que obtenemos y gastamos, sino en nuestras húmedas y desanimadas especulaciones". Esa misma frase podría haber sido pronunciada, pero en un tono solemne, por el mismo Holmes: "no puedo vivir sin hacer trabajar mi cerebro", le dice al doctor Watson para justificar su necesidad de cocaína. "¿Qué otra razón hay para vivir? Mire por esa ventana. ¿Alguna vez ha sido el mundo tan lúgubre, triste e improductivo? Mire esa niebla amarilla que hace remolinos por la calle y se desliza ante esas casas grises". Holmes convertía la burlona "weltschmerz" (hastío del mundo) de Stevenson en una angustia existencial de noche y niebla. Para Stevenson, el lamento era una advertencia: esa clase de "desanimadas especulaciones" no eran bienvenidas, en especial para alguien que una vez había dicho: "Nuestro propósito en la vida no es triunfar, sino fracasar con el mejor de los ánimos". Holmes, el hombre que piensa, busca el éxito; los hombres que actúan (los viajeros de Stevenson) creen que "viajar con esperanza es mejor que llegar". En la clásica competencia entre Marta y María, las simpatías de Stevenson (y esto es duro para un escritor) se volcaban hacia el personaje activo, y es revelador que el verdadero héroe trágico de la fábula de Stevenson sobre el doble fuera el incansable Sr. Hyde, no el reflexivo Dr. Jekyll. Es posible que el hombre de acción sea un ser malvado (un Hyde-Marta egoísta, brutal y asocial), pero el sentimiento de culpa por sus fechorías se corresponde con al culto a la ciencia de Jekyll-María. En la obra de Doyle, por el contrario, el héroe, ese reflexivo detective, aparece contrastado con la impasible actividad del doctor Watson (asignándole así a su propia y no muy apreciada profesión de médico el lado más débil de su creación). Doyle se pone de parte de la considerada María, construyendo una imagen unificada del mundo a partir de la todopoderosa fe de Holmes en la Diosa Razón.


De las narrativas de estos dos escritores surgen por lo menos dos visiones opuestas del mundo. En la visión de Stevenson, el universo está claramente dividido siguiendo la línea de la teología maniquea. Todo tiene un doble, cada luz su sombra, cada cuerpo su alma y el hombre existe en la tensión entre ambos. En la de Doyle, toda vida es parte de una entidad única, autosuficiente y razonable. El mundo de Stevenson no requiere una resolución terrenal: su narrativa es abierta, puesto que todos los senderos se bifurcan; el de Doyle siempre se resuelve en una conclusión, en un misterio desvelado, en un caso cerrado. Para Stevenson, el relato ejemplar de la doble naturaleza del mundo es, desde luego, "Strange case of Dr. Jekyll and Mr. Hyde" (El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde). Para Doyle, la unidad del cosmos alcanza su forma mítica en el cuento del profesor Challenger "When the World screamed" (Cuando la Tierra lanzó alaridos). Mucho antes de la teoría Gaia, Doyle supuso (y el profesor Challenger comprobó) que la Tierra era una sola criatura, hembra, viva, sujeta a la mortalidad y al dolor. "Ella demostró", nos informa, "que era, por cierto, una entidad individual". Claro que los límites de estas dos visiones del mundo se modificaban y se transgredían muchas veces. Asi como Doyle creó héroes cuyo triunfo radicaba en la acción (el profesor Challenger, Micah Clarke, el brigadier Gerard), Stevenson se permitió "An apology for idlers" (Una apología de los haraganes). En el arte de la narrativa, los papeles de Marta y María son intercambiables, lo que tanto Doyle como Stevenson sabían muy bien. "Existen, en mí", Doyle hace que Holmes diga sobre sí mismo, "los ingredientes de un muy buen holgazán, y también de un hombre bastante dinámico". E incluso al mismo tiempo en que alaba los frutos del esfuerzo físico, Stevenson reflexiona en voz alta: "Nos enamoramos, bebemos mucho, corremos por la Tierra de un lado a otro como ovejas asustadas. Y ahora uno está a punto de preguntarse si, al final de todo, no habría sido mejor quedarse sentado en casa junto a la chimenea, y ser feliz pensando".


Stevenson creía en una inmortalidad ejemplar, una eternidad cristiana en la que todas las historias sin resolver terminarían alcanzado su final, feliz o trágico, pero merecido, y que éste se mantendría en secreto hasta el Ultimo Capítulo: "No hay nada en este mundo que no sea ojo por ojo, diente por diente, aunque los orígenes a veces sean un poco difíciles de rastrear; puesto que las señales son más antiguas que nosotros mismos, y hasta ahora nunca ha habido un día de calma, desde el principio de los tiempos". Doyle abrazaba la filosofía pesimista del olvidado Winwood Reade, un explorador africano y fallido novelista de "roman-á-clef" (novela en clave), cuyo "Martyrdom of man" (El martirio del hombre) es recomendado con mucho entusiasmo por el mismo Holmes como "uno de los libros más notables que se han escrito". En su sombría conclusión, Reade afirma que "se acerca una época de angustia mental, y debemos atravesarla si queremos alcanzar la posteridad. El alma debe sacrificarse; cualquier esperanza en la inmortalidad debe extinguirse". Al igual que Reade, y a pesar de las evidentes duplicidades de sus creaciones -Holmes y Walson, Holmes y Moriarty-, Doyle creía en un cosmos integral y unificado. Su fe en lo sobrenatural (Doyle creía en hadas y en fantasmas) no invade el mundo de Holmes porque (según creía Doyle) ese mundo no necesita exhibirse para probar su existencia. La carne firme y la presencia fantasmal, el paladín y el criminal, el bien y el mal, eran para Doyle parte de la misma trama indistinguible, de modo que (a pesar de las escandalizadas protestas de Watson), Holmes podía forzar una cerradura o falsificar una carta, personificar a otra persona o mentir para obtener la información que necesitaba, sin dejar de ser, a los ojos del lector, completamente fiable y heroico. Stevenson, por otra parte, veía el bien y el mal como dos entidades diferentes y separadas, y creía que el mundo se dividía por decisión propia entre los hijos de la luz y los hijos de la oscuridad. Eso no equivale a decir que él se negara a notar matices; era un artista demasiado bueno como para no hacerlo. Pero los matices no ocultaban la brecha entre lo que estaba bien y lo que estaba mal, incluso a pesar de que él mismo percibía, en ocasiones, la seductora atracción de lo oscuro. Una vez comentó que los carteles colocados por los gobernantes de la ciudad de Edimburgo, que recordaban los mandamientos del Señor a la población, habían producido un efecto negativo en muchas personas: "Hacer que nuestra idea de moralidad se centre en actos prohibidos es corromper la imaginación e introducir en los juicios sobre nuestros semejantes un ingrediente secreto de entusiasmo -escribió-. Si algo es malo para nosotros, no deberíamos detenernos a pensar en ello, o no tardaremos en considerarlo con un placer invertido". Este "placer invertido" es la fruta prohibida ofrecida a los héroes de Stevenson en "Markheim", en "The ebb-tide" (Bajamar), en las traiciones de "Treasure island" (La isla del tesoro) y "Kidnapped" (Secuestrado), en la terrible "Weir of Hermiston" (La presa de Hermiston) y, evidentemente, en "El extraño caso del doctor Jekyll y el señor Hyde".


Está claro que Doyle tenía plena conciencia de esta diferencia entre Stevenson y él. Stevenson leía a Doyle (y le hacía críticas severas en las cartas que le escribía). Doyle se abstuvo de la crítica, pero en cambio otorgó a Stevenson un lugar (pequeño, discreto) en su propia ficción. El nombre de Stevenson aparece en dos ocasiones en la obra de Doyle, y en ambos casos como un doble cuyo nombre de pila no se menciona. La primera vez, como la otra mitad de la firma financiera Holder & Stevenson, personas de las que no sabemos nada, salvo que, como Holder es un banquero frío e inflexible, podríamos suponer que Stevenson representa el lado más amable y humano de la empresa. La segunda vez, como el posible sustituto de Godfrey Staunton en el equipo de rugby de Cambridge (¡un verdadero "placer en el movimiento"!), el homólogo de un cuerpo firme para el corazón perdido de Staunton. No me cabe ninguna duda de que ese homenaje fue deliberado.