5 de junio de 2011

Laura Restrepo: "¿Qué otra cosa es una novela que una búsqueda? No hay ninguna que no lo sea"

La escritora colombiana Laura Restrepo (1950) publicó su primer libro, "Historia de un entusiasmo", en 1986. En él narró su militancia en el M19, cuando aquel grupo clandestino inició su proceso de incorporación a la vida política colombiana. Destacada periodista en medios como las revistas "Cromos" y "Semana" -de su país- y "Proceso" -de México-, colaboró como columnista en los diarios "La Jornada", del país azteca, y "El País", de España. Esta actividad, más la de profesora de la Universidad de Cornell en Estados Unidos, no le impidió continuar con su labor como novelista. Así, se fueron sucediendo "La isla de la pasión", "Leopardo al sol", "Dulce compañía", "La novia oscura", "La multitud errante", "Olor a rosas invisibles" y la muy exitosa "Delirio". Restrepo vivió en los años '70 en la Argentina y fue militante del Partido Socialista de los Trabajadores (PST), la organización que después devino en el Movimiento al Socialismo (MAS). De esa experiencia surgió "Demasiados héroes", una ficción con fuertes implicancias autobiográficas y nacida, según reconoce la autora, "de la dificultad para contar aquel período". La autora hurgó en los vínculos familiares condicionados por la militancia porque, como Lorenza, la coprotagonista, que confronta su pasado a través de las preguntas sin tregua de su hijo Mateo, ella también fue una militante de izquierda en la clandestinidad durante la última dictadura militar, rechazó la lucha armada para llevar adelante sus ideales, se enamoró de otro activista clandestino, tuvo un hijo argentino y volvió a Colombia, donde crió sola a su hijo Pedro. La escritora dice que la novela es un intento por ponerle palabras a lo que no tiene explicación: el abandono. Mateo crece sin el padre y atosiga a su madre con preguntas con la intención de reconstruir los recuerdos que no tiene. "Demasiados héroes" se parece mucho a la realidad que la novelista vivió y se acerca con calidez a las dificultades que tuvieron los padres que militaron para contarles la historia a sus hijos. Laura Restrepo lo resume así: "La mamá le cuenta de la militancia y la clandestinidad, pero el hijo no quiere saber de eso. El hijo, ya adolescente, busca a su padre al que vio por última vez cuando tenía dos años y medio. Ella no termina de contarle sobre lo que los dos llaman el episodio oscuro, ocurrido cuando Ramón, el padre, y Lorenza, la madre, dejaron el partido y se fueron a vivir a Colombia. Ahí, en Bogotá, Ramón secuestra o rapta o roba a Mateo y usando los recursos de la clandestinidad -aquella habilidad para fabricar y moverse con documentos falsos- se lleva al niño. La madre trata de endulzar, de atenuar el dolor; Mateo quiere afrontar el dolor". Después de cinco años de escritura y seis borradores diferentes, la novela editada en 2009 es, en gran parte, la historia del viaje de Lorenza y Mateo a Buenos Aires, unos doce años después de la dictadura, para que Mateo conozca a su padre. Lo que sigue a renglón seguido es una compilación editada de tres entrevistas que la escritora concedió a raíz de su publicación: la que publicó el diario "Página/12" a cargo de Raúl Kollmann (12 de mayo de 2009), la que apareció en la revista "Ñ" nº 296 realizada por Patricia Kolesnicov (23 de mayo de 2009) y la que apareció en la revista venezolana "Sala de Espera" nº 76 hecha por Daniel Centeno (septiembre de 2009).


Después de "Delirio" vino el reconocimiento mundial y la fama, pero luego hubo un silencio de casi media década hasta hoy. ¿A qué se debió? ¿A la presión de la novela premiada o a la tensión de hurgar tan dentro de usted y hallar la voz más acorde con este libro?

Yo creo que sí hay algo de eso. Trato de hacer un cambio entre mis libros. Me parece una falta de respeto conmigo misma y con el lector asumir una formula y repetirla. Siento que cada tema y cada momento tienen una expresión que deben buscarse. Hay un universo de palabras que corresponde a esas nuevas inquietudes. En esta novela yo quería abandonar la corteza y tratar de ir a la pulpa. "Demasiados héroes" me exigió un proceso de depuración importante. Tengo la sensación de que los novelistas de lengua inglesa tienen mayor trayectoria y facilidad para ahondar en la intimidad sin caer en la cursilería. Pienso que, para los que escribimos en lengua española, la prosa todavía no se ha adueñado de la intimidad. Quizás por eso esta novela es un ejercicio de escritura, pero también semántico, de búsqueda del lenguaje. Me parece que los latinoamericanos tenemos una tradición de grandes contadores de historias, pero pocos llegan al terreno de la interioridad. Te diría que, salvo la obra de Juan Carlos Onetti, no es fácil encontrar a un autor en América Latina que no recurra a la cursilería. Por eso creo que éste es un lenguaje que está por hacerse.

También Clarice Lispector es una autora que suele planear en la intimidad sin caer en el melodrama.

Seguramente. Habría que ponerla junto a Onetti como una persona más avezada con esas exploraciones interiores, pero fíjate que realmente es escasa ese tipo de aproximación en la lengua española… Creo que el tema del secreto familiar tiene mucho peso acá y está relacionado con la formación católica de España y de América Latina. Por posiciones morales estrictas, la vida familiar se llena de misterios. Lo que la gente hace en la cama es un secreto. Hay zonas oscuras en las relaciones familiares y uno tiene que crecer evitando esos fantasmas que están escondidos. Por eso creo que parte del pacto guardián de los secretos es la llamada cursilería: es cursi, sentimental o maleducado ahondar en asuntos personales. Entonces, evidentemente los secretos perpetúan una estructura jerárquica en la cual nos hemos criado y heredado de España. Quizás otras sociedades, como las europeas o la propia norteamericana, sean más democráticas en esto y el secreto no les pese como nos pesa a nosotros.

¿Por qué "Demasiados héroes"?

Quise sacarle a la historia las dos retóricas. Por un lado, la retórica literaria y, por el otro lado, la retórica política. Tardé cinco años en escribir este libro y lo escribí seis veces. Las primeras versiones me parecían una especie de boletín interno político, con esa visión heroica, habitual en nuestro relato de la izquierda, con excesiva valoración de lo que hicimos. Así que fue como deshojar un alcaucil. En la medida en que el hijo, el adolescente, va confrontando a la madre, ella se ve obligada a contar una historia de seres humanos y ya no de militantes un poco fuera de lo normal o dotados de una ética superior o de superpoderes.

¿Y qué pasó con la retórica literaria?

El 90% del libro son diálogos y eso fue todo un desafío. Porque cualquier metáfora, cualquier utilización del lenguaje literario, chirriaba, desafinaba. Por eso la exigencia era de lenguaje cotidiano. Y más porque el hijo cuestiona a la madre. Tiene que ver con los intereses diferentes que hay entre ellos. Ella cuenta una historia de militancia, con partes autocomplacientes, y el chico necesita encontrar al padre. Esto genera dos lenguajes distintos, con enormes dificultades para comprenderse. Una parte de la novela lo constituyen diálogos imperfectos, difíciles, donde prima la incomprensión.

¿En qué sentido?

Es que también tiene que ver con lo que vivimos. La dictadura fue una condena al silencio. Te lo imponía la clandestinidad, te lo autoimponías por razones de seguridad. Uno no quería saber porque se ponía en riesgo la seguridad. Nadie anotaba nada, no se podía hablar por teléfono. Y en el fondo, esa misma clandestinidad hace que ella tampoco sepa mucho de Ramón, su ex pareja, el padre del chico. Mateo, el hijo, la pone contra la pared: ella no tiene mucho para aportar y eso hace todavía más imperioso que él encuentre al padre y construya su propia imagen de él.

¿Y por qué no le dice directamente que el padre se robó al hijo de ambos?

Bueno, ése es el reclamo de Mateo: díganme la verdad. La dictadura era un enemigo poderoso que te imponía el silencio y era tan monstruoso que se te metía adentro. Y Mateo de alguna manera estaba diciendo que su padre lo secuestró, hizo con él lo mismo que hizo la dictadura. La madre eso no lo puede nombrar directamente, no puede. Pero la verdad es que la situación se te mete adentro. Mi anterior libro, "Delirio", trata justamente de eso, pero respecto de Colombia. No se puede pensar que en un país existen la guerrilla, los parapoliciales, los narcotraficantes, y uno se mete en su casa, cierra la puerta y la guerra queda afuera. El personaje de "Delirio", Agustina, pierde la cabeza, delira.

¿No fue muy, pero muy inhabitual eso que le pasó, que un padre -militante, o ex militante- se robara al hijo de ambos?

Tal vez eso no, pero las relaciones personales, con los hijos, con los padres, con la propia pareja, todo fue afectado por la dura prueba por la que atravesamos.

Como usted dice, la mayor parte de "Demasiados héroes" está construido en el diálogo puro y duro. ¿Por qué eligió esa manera de contar parte de su vida?

Me costó encontrar el tono. La reescribí cinco veces e incluso volví a leer a Manuel Puig, que construyó esa novela maravillosa que es "El beso de la mujer araña" en base a los diálogos. Puig logró un milagro. Tiene una absoluta vigencia hoy en dìa. Mi novela es ficción. Tiene un trasfondo biográfico, pero la literatura juega con esos elementos. Más que centrarme en la acción, quería hacerlo en el eco de ésta en los protagonistas. Es una historia íntima, la de una madre y un hijo que salen a buscar al padre del muchacho, a quien prácticamente ninguno de los dos conoce. En ese sentido, era retomar un tema bíblico, de la humanidad, de la ausencia del padre, de la necesidad de encontrarlo para dilucidar un asunto de identidad. Por eso quería una novela en tono menor, que no se saliera de una conversación muy familiar entre dos personas que están acometidas a una tarea que, si bien es personal, les resulta absolutamente vital. El diálogo te pone en un corsé muy estricto. Primero, porque te exige romper con una retórica política, dado que el trasfondo de la novela es el de la resistencia clandestina contra la dictadura, pero también te obliga a dejar a un lado la retórica literaria de la que hablábamos recién.

Es de extrañar que en las entrevistas se quiera distanciar de cualquier semejanza con su propia vida, cuando la novela posee episodios que le conciernen directamente: la lucha en la Argentina militar, su hijo nacido por esas tierras y su padre de idéntico gentilicio.

Confié muchas cosas. Desde luego, para todo escritor tomar su vida como fuente de historias es una tentación grande. Lo que pasa es que una vez que lo montas en el escenario de la ficción, las personas se convierten en personajes. El sistema de símbolos ya corresponde al de la ficción y al de la imaginación, y no al de la vida real. Desde luego, en "Demasiados héroes" hay una fuente de información personal.

¿Por qué una colombiana militando en la Argentina? ¿No era muy llamativo?

Había cosas que podía hacer una extranjera que no podía hacer alguien que no lo fuera. Por ejemplo, yo entraba y sacaba cosas por los aeropuertos. Me mandaban con pasaportes, con dinero, con los microfilms donde estaba la información sobre los desaparecidos, las denuncias. En Europa se retomaba eso y se hacían las campañas por los desaparecidos. Yo tenía una cierta facilidad para moverme.

¿Cuándo decidió contarlo?

Uno de los rasgos que se vivían con intensidad durante la dictadura era la imposición del silencio; imposición que te hacía la tiranía, e imposición que te hacías a ti mismo. Ese fue el único período de mi vida donde no tenía ni una libreta de teléfonos. Era una precaución de seguridad elemental. Porque no partíamos de una resistencia heroica ante la tortura sino de que cualquiera, si lo apretaban demasiado, podía "cantar".

Entonces, ¿cuándo se decidió a contar la historia?

Desde el principio hubo la necesidad de ponerle palabras a una época de silencios; y luego cuando mi hijo crece -esto es real- y registra lo que ha sido crecer sin su padre, empieza a cuestionar de manera brutal cuál fue esa actividad política, a la que le achaca la culpa de esa infancia.

¿Y le cuestionaba el hombre que había elegido?

Sí, hay una parte de la novela, que es tomada de la vida real, en la que el hijo le pregunta: "Y cuando tú lo escogiste, y cuando te enamoraste de él, ¿se te ocurrió pensar si sería un buen padre?". ¡Es una pregunta terrible! Y ella le contesta: "Ni siquiera se me ocurrió pensar si sería un buen hombre". En ese reconocimiento por señas que había entre los militantes, que bastaba con estar juntos en contra de un enemigo, no había demasiado cuestionamiento de quién era el otro. El otro valía y tú te enamorabas porque estaba del mismo lado y eso era un nexo suficientemente fuerte.

El hijo que cuestiona es central en la arquitectura de esta novela.

Me parecía bonita la figura del hijo como personaje, porque el hijo no tiene recuerdos propios, tiene que elaborar una imagen de su padre a partir de los reflejos de su madre, lo cual les genera esa permanente confrontación. Yo creo que para Mateo (el hijo en la ficción) es doloroso no poder elaborar una figura paterna a partir de sus propios recuerdos, y él siente que la madre le está diciendo las cosas a medias.

¿Su hijo le hizo estos planteos?

¡Claro! Las cartas que figuran como de Mateo son cartas que mi hijo le escribió a su padre, que le fui guardando, que nunca le mandó.

En algún momento Mateo dice que está cansado de mudarse, de las distintas parejas de su madre en la militancia.

Sí, es verdad. Mateo dice en la novela: "vos me tenés corriendo detrás de tus cosas y yo ni siquiera sé cuáles son tus cosas". Creo que la dictadura hizo que uno hiciera una alianza muy estrecha con la pareja, una especie de solidaridad muy fuerte, pero al mismo tiempo eso hizo que uno no supiera del todo quién era la pareja. Cuando en la novela Lorenza y Ramón se van a Colombia, abandonando el partido, o cuando cayó la dictadura, esa unión solidaria, esa alianza, esa cohesión contra el monstruo, desapareció. Y entonces nos enfrentamos y en el libro se enfrentan dos personas que ya no se reconocen como antes.

¿En qué se diferencia su novela de lo que ha visto escrito por los que participaron de la lucha armada?

Hay libros muy valiosos, como el de Miguel Bonasso, "Recuerdo de la muerte". Pero en general son libros muy duros, de una autocrítica feroz, despiadada. Yo quise contar lo que fue la resistencia pacífica, invisible, la de los militantes que cruzaban la ciudad para entregar un periódico del partido, doblado hasta el cansancio para meterlo en un atado de cigarrillos. El militante que valoraba en forma increíble haber conseguido uno o dos contactos entre las trabajadoras de Bagley. Cuando Lorenza y Mateo viajan a Buenos Aires, doce años después de la dictadura, ella le muestra los lugares donde se reunía con estibadores del puerto para hablar, choriceada mediante, de la situación política. Y Mateo le pregunta: "¿Y en qué molestaban ustedes a los dictadores comiendo chorizo y hablando mal de los dictadores?". Ella le dice: "Era una forma de romper el silencio, de mencionar a los muertos, a los desaparecidos". Honestamente, para bien o para mal, yo no sería la persona que soy sin aquella formación en el PST argentino. No sería la escritora que soy. Por eso el libro tiene también cariño, añoranza. Lo mío en Lorenza es que yo reivindico esa militancia en la Argentina. Fui parte de una organización seria, disciplinada, que tuvo el acierto de apartarse de las vanguardias armadas, que valoró la militancia invisible y la resistencia desarmada, paciente y cívica de todos los días. Desde esa perspectiva tuve el privilegio de ser parte de esa resistencia que se oponía a la dictadura. No formé parte de ningún grupo mesiánico que creía que tenía que liberar a nadie. Para mí fue una experiencia atada a la tierra. Los troskistas fueron muy organizados en la Argentina. Y aquella militancia me creó nexos que no se han roto y siguen siendo muy reales. Fue un papel de infinita humildad, sin arrogancia ninguna. Siempre aliento a los de mi generación a poner cada cosa en su sitio. Cuando me encuentro con alguno de ellos y me dicen que fracasamos, les pregunto: "¿quién te creías que eras? ¿Gengis Khan?". Cada generación aporta su granito de arena y más no se puede hacer. La piedra de la historia es demasiado pesada para que sólo una generación crea que la puede mover. No se puede aceptar ese mesianismo.

¿Y cómo lo ve mirando hacia atrás?

Contradictoriamente, yo siento nostalgia de esos años en que estuve en la Argentina en el PST. Por supuesto que era sumergirse en el horror, pero también fue algo entrañable, acogedor. Por eso el libro está escrito con cariño: la solidaridad entre la gente te hacía sentir arrullado. Y cuando todo eso pasa, se produce una cierta soledad. Uno sentía que tenía gente de su lado, compañeros. Paradójicamente te diría que aquellos fueron algunos de los años más felices de mi vida. Estaba tan claro contra quién luchábamos, qué era lo que nos unía. La compañía de la gente que estaba de nuestro lado es una compañía que fue muy difícil de encontrar después.

¿Esta novela subsana errores que usted aún se achaca por su primer libro, "Historia de un entusiasmo"?

Escribí aquel libro en el exilio, mientras en Colombia mataban a los que entregaban las armas. Tal vez aquello me impidió contar la parte oscura de aquel proceso, aunque lo conté con mucha honestidad. "Historia de un entusiasmo" trató sobre las negociaciones de paz entre el gobierno colombiano y la guerrilla del M-19. Yo estuve muy cerca de los militantes y dirigentes del M-19 que fueron asesinando durante aquel proceso de paz. Y ése sí fue un libro de héroes. Yo escribí sobre las actitudes heroicas del M-19, pero minimicé, pese a que conocía, los desastres que hizo el M-19. Eso dejó al libro chueco y nunca me lo perdoné. "Demasiados héroes" es, en cierta manera, una respuesta a "Historia de un entusiasmo", mostrando las cosas positivas y las negativas.

Obviamente está el episodio oscuro como parte de las cosas negativas.

Está explicado en el libro, a partir de la dureza de la situación que vive Ramón, llevado por Lorenza a Bogotá. El se encuentra totalmente perdido, dejó el partido, su espacio en Buenos Aires y el rapto del hijo es la búsqueda del espacio anterior, un territorio en el que sea local.

Casi no se habla del duro trance que significó dejar el partido. Tanto por parte de Lorenza como por parte de Ramón. Aquello era traumático.

Es cierto. Decidí pasar por encima de eso. En los términos de la novela igual se ven los efectos, con un padre que perdió completamente la identidad en Bogotá y una madre que también perdió la identidad.

¿Existió el viaje con su hijo a la Argentina a conocer al padre?

Sí, existió. Y muchas de las discusiones, los líos de entonces con mi hijo, son la base de este libro. Es más, originalmente, el personaje central del libro era la madre, pero el cambio decisivo que me llevó a transformar todo es haber convertido al hijo, al adolescente cuestionador, en el protagonista central.

En la novela se nota un esfuerzo por plasmar un lenguaje juvenil creíble. Su hijo, Pedro Saboulard, está próximo a presentar su primera novela, "Epica patética". ¿Cuán importante fue en la lectura del manuscrito de "Demasiados héroes"?

Fue muy importante. Primero porque le entregaba los borradores y los discutíamos. Por un lado, era una búsqueda de algunos aspectos de nuestras propias vidas y, por otro, de hacerme sentir que lo que pude aprender de este oficio se lo transmitía a mi hijo: mi propio estilo, mis propias herramientas. Llevamos muchos años discutiendo. El es, además, un lector muy crítico de lo que hago. Y en esta novela en particular su ayuda era fundamental, porque él se convirtió en el defensor de Mateo para que yo no me pusiera dócil, para que no suavizara la relación entre la madre y el hijo, para describir aspectos de la realidad de Mateo, de la furia que le produce que la madre no le cuente las historias completas, que haya un cierto misterio sobre la historia de su propio origen.

También hay ciertos conocimientos de grupos como los Stones o el mismo Dylan. ¿Entonces es cierto que usted tiene su alma rockera?

Fíjate que, de repente, esa onda rockera me agarró. Cuando arrancaron los Beatles con "A hard day's night" yo era casi una niña. Allí la pegamos duro y seguí montada hasta hoy día. Ese capítulo que refieres fue muy divertido de escribir. De alguna manera era un escenario en donde se ponía presente la variedad de la situación de los personajes. Están encantados con los Rolling Stones. Lo sorprendente es que quien más se sabe la letra es la mamá y no el hijo. Al mismo tiempo es incómodo para el muchacho porque está en un concierto de rock con su madre. Hay una muchacha bonita, pero él no se atreve a mirarla porque no sabe qué hacer con la mamá o qué va a pensar ella, que quién es esa señora que está con ella. Era como un pequeño teatro donde se mostraban todas las alegrías y destemplanzas de una madre y un adolescente.

También hay cierta filosofía de trashumancia o desplazamiento a lo largo de su obra. Este libro puede ser argentino, colombiano, español o mexicano al mismo tiempo. Los personajes hablan con los giros característicos. ¿Hay algo de "road movie" en su propuesta, aunque esta historia en particular pueda ser perfectamente adaptada al teatro?

Sí, sería interesante. Yo también creo que la obra es muy teatral. Y lo de "road movie" que dices también es cierto. Me llama la atención que la catalogues así. Creo que tiene que ver con la búsqueda. Al conversar con la gente es como que miras a los libros con los ojos de los demás. Me sorprende que siempre las consecuencias del lector muestren eso. Siempre son novelas de gente que está buscando algo permanentemente. A veces son búsquedas solitarias, a veces búsquedas acompañadas. Es como si al autor se le hubiera perdido algo a lo largo de las páginas y necesitara encontrarlo. Es una metáfora de lo que es la propia literatura. ¿Qué otra cosa es una novela que una búsqueda? No hay ninguna que no lo sea. Búsqueda a través de esa herramienta tan frágil y deficiente, y al mismo tiempo única, que es el lenguaje.

Una vez comentó en una entrevista que es recomendable introducirse en la obra de un autor que no se conoce por su último libro publicado. ¿Esto se podría aplicar con "Demasiados héroes"?

Yo pienso que sí. Tal vez recomendaría comenzar por éste. Me parece que de aquí hacia atrás hay un camino que queda más claro que si lo tomas a la inversa: de la primera novela hacia adelante. Porque este es un libro más íntimo, quizás más humano. Desde luego, tiene que ver mucho con América Latina. Para nosotros, las entrañas no sólo son personales, también son colectivas e históricas. Está relacionado con nuestra situación política, con el esfuerzo por lograr una vida más digna, más alegre. En este libro todo eso está contado de una forma más íntima, más familiar. Por eso mismo, el diálogo de los dos personajes genera un espacio cerrado, digamos, tan íntimo como puede ser el cuarto de un hotel. Donde no hay escapatoria. Yo tenía el propósito de que el lector abriera la primera página y se encontrara con un muchacho ahogado en sus propias dudas, con dificultades para salir a enfrentar al mundo, muy apegado a su madre. Y quería que quien tuviera "Demasiados héroes" cerrara el libro y se despidiera con un muchacho convertido en adulto, que a lo largo de las páginas ha logrado consolidarse como un ser humano pleno y ha adquirido las herramientas necesarias para seguir por sus propios medios.

Su padre fue autodidacta. Le pasó muchos libros en su momento, pero al mismo tiempo le incomodaba un poco toda esta militancia política que usted vivió. Más bien le pidió que escribiera y se alejara de esa lucha. ¿"Demasiados héroes" podría considerarse una manera de hacer las paces con su papá?

Sí. Yo creo que tienes razón. Es una manera de hacer las paces con muchas cosas: con mi propio padre, con mi hijo, con el padre de mi hijo… O para ponerlo en términos de los personajes: el padre de Lorenza, el padre de Mateo. Es una reconciliación de todos con todos. En la novela hay una búsqueda de perdón. Se puede perdonar algo como el abandono, como en el caso de Mateo. En el caso de Lorenza, es ella la que abandona. Y no regresa ni siquiera cuando el padre muere. Entonces hay una búsqueda del perdón más allá de la religión. Se puede perdonar no sólo por ella, sino por la necesidad de empezar de nuevo.