4 de abril de 2011

Giuseppe Prestipino: "En Gramsci, la dialéctica tiene el objetivo de comprender el presente y de descubrir las estrategias idóneas para su posible transformación" (2)

Sumamente prolífico, Giuseppe Prestipino es autor de centenares de artículos que han sido difundidos por numerosos medios escritos, tanto de Italia como de otras partes del mundo. Desde el inicial "L'autonomia del sentimento e l'estetica crociana" (La autonomía del sentimiento y la estética crociana) aparecido en 1945 en la revista "Accademia" de Palermo, sus reflexiones sobre problemas culturales, filosóficos y políticos fueron publicadas en periódicos y revistas como "Alternative", "Filosofia e società", "Il Manifesto", "Il Riscatto", "L'autonomia", "La Stampa", "Liberazione", "Realitat" y "Rinascita" entre muchísimos otros. De los libros que componen su extensa bibliografía merecen destacarse "La controversia estetica nel marxismo" (La controversia estética en el marxismo), "L'arte e la dialettica in Lukács e Della Volpe" (El arte y la dialéctica en Lukács y Della Volpe), "Natura e società. Per una nuova lettura di Engels" (Naturaleza y sociedad. Por una nueva lectura de Engels), "La dialettica materialistica e le categorie della prassí" (La dialéctica materialista y las categorías de la praxis), "Da Gramsci a Marx. Il blocco logico-storico" (De Gramsci a Marx. El bloque lógico-histórico), "Per una antropologia filosofica. Proposte di metodo e di lessico" (Por una antropología filosófica. Propuestas de método y de léxico), "La memoria del futuro. Ridefinire il capitalismo, ripensare il comunismo" (La memoria del futuro. Redefinir el capitalismo, repensar el comunismo), "Realismo e utopia" (Realismo y utopía), "Modelli di strutture storiche. Il primato etico nel postmoderno" (Modelos de estructuras históricas. La primacía ética en lo posmoderno), "Tre voci nel deserto. Vico, Leopardi, Gramsci per una nuova logica storica" (Tres voces en el desierto. Vico, Leopardi, Gramsci por una nueva lógica histórica) y "Tradire Gramsci" (Traicionar a Gramsci). Prestipino continúa desgranando el pensamiento gramsciano en la segunda parte de la entrevista que le realizara Edgardo Logiudice.


¿Y qué ocurre con el concepto de partido en Gramsci?

Un concepto gramsciano, esencial para su tiempo y -en la variante togliattiana- decisivo hasta los años '80 del siglo pasado, es el relativo a la forma partido, pero muy probablemente ya es no adaptable a nuestro tiempo. Comienzo a considerar inevitable el fin del Partido Comunista Italiano. En los años '80 ese partido estaba perdiendo o cambiando lo que no debía abandonar, o sea su cultura teórico-política, y conservaba, en cambio, lo que no tenía ya más correspondencia en la nueva sociedad llamada "posindustrial", o sea la estructura organizativa de un partido devenido un gran partido de masa nacional-internacional. El Partido, según Gramsci, organiza el movimiento (espontáneo o inducido) de los subalternos, se propone educarlos, tiende a prefigurar en su vida interna el núcleo de la futura sociedad. Según escribe en diversos pasajes de los "Cuadernos", debe proponerse como "partido de gobierno", como "partido que quiere fundar el Estado" y debe "devenir Estado", incluso cuando apunta a conquistar la hegemonía en la sociedad civil y organiza la lucha contra el poder, e incluso que "los partidos pueden ser considerados como escuela de la vida estatal". El partido político, a diferencia de lo que ocurre en el derecho constitucional tradicional, no reina, ni gobierna jurídicamente: tiene el "poder de hecho", ejerce la función hegemónica y por lo tanto equilibrante de intereses diversos en la sociedad civil, que sin embargo está tan entrelazada de hecho con la sociedad política que todos los ciudadanos sienten que aquel, por el contrario, reina y gobierna. En el partido, el centralismo democrático (no burocrático) es aún para Gramsci, pero ya no para nosotros, indispensable: "Una cosa es la democracia de partido y otra la democracia en el Estado: para conquistar la democracia en el Estado puede ser necesario -incluso es casi siempre necesario- un partido fuertemente centralizado". Tal vez la afirmación más lejana de nuestras actuales convicciones sea ésta: "Es difícil excluir que cualquier partido político (de los grupos dominantes, pero también de los grupos subalternos) ejerce también una función de policía, o sea de tutela de un cierto orden político y legal". Es un concepto que hoy no puede plantearse, aun si, para Gramsci, el "partido-policía" en realidad "tiende a conducir al pueblo a un nuevo nivel de civilización". Las dificultades inherentes a la escritura no definitiva, fragmentaria y a la vez críptica de los "Cuadernos" no siempre permite distinguir, en las afirmaciones de Gramsci, las que él considera válidas en todo país de aquéllas referidas específicamente a las condiciones de un "Oriente" atrasado por la ausencia de una sociedad civil articulada y compleja y, por lo tanto, a un estado de necesidad que también requiere de la forma partido. Hoy la forma Partido aparece en crisis en sus caracteres clásicos. En especial, podemos considerar ya insostenible el partido de masas togliattiano, porque en Italia no existen más campesinos analfabetos a movilizar con estructuras organizativas centralizadas y con métodos pedagógicos, en su tiempo eficaces pero elementales. Juzgando inevitable el fin de aquel partido, ¿cómo podemos conservar sin embargo la capacidad organizativa, las tareas de actividad cultural y la perspectiva transformadora orientada hacia un siquiera lejano horizonte comunista? No llamar más partido a una fuerza comunista, ¿sería un mezquino expediente para complacer a las difusas prácticas políticas anti-partido que caracterizan a algunos movimientos espontáneos, especialmente en el mundo juvenil? ¿O sería un remedio oportuno para señalar una real discontinuidad entre nuestro pasado en modo alguno carente de gloria y un contexto nuevo en el cual los elementos de crisis orgánica golpean también la forma Partido, pero se abren posibles vías de "redención", por ejemplo con el uso apropiado de las redes informáticas y, más en general, de las relaciones horizontales anti-verticalistas o anti-centralistas? Si el partido era, en Gramsci y en Togliatti, de lucha y de gobierno (a veces más de gobierno que de lucha), nosotros debemos volver al Gramsci que teorizaba y al Togliatti que practicaba la lucha en la sociedad civil para la conquista, no del Poder o de un aunque sea "democratizado" Palacio de Invierno, sino de los poderes difusos, de "fortalezas y casamatas" extendidas sobre un muy vasto territorio. ¿Qué "fortalezas y casamatas" pueden y deben ser hoy conquistadas en una sociedad civil más compleja que la del siglo XX? Gramsci confiaba particularmente en la función del periodismo militante. Togliatti apuntaba también a las editoriales comunistas o próximas a los comunistas. Nosotros estamos obligados a "ocupar" también y sobre todo los nuevos medios informáticos y telemáticos de comunicación: hemos experimentado cuan grande es su poder cuando "informan" en contra nuestro, contra las luchas del trabajo, contra las mujeres o los distintos, contra los inmigrantes. En los años del PCI, la Democracia Cristiana y después también el Partido Socialista Italiano ocupaban los grandes y ricos entes económicos públicos, pero el PCI y el PSI "conducían" sus cooperativas "rojas", no renunciaban a actuar en "sus" sindicatos, aunque no ya definidos como "correas de transmisión", y los entes de previsión eran presididos por sindicalistas o ex dirigentes sindicales de los trabajadores. Hoy es quizá posible comenzar a ponerse el objetivo de organizar nuevos y autónomos centros de inscripción del trabajo en busca de ocupación, al fin de contrarrestar la arbitrariedad patronal, redistribuir con equidad turnos de trabajo entre los todavía precarios, proveer directamente a su instrucción/calificación y también a formas de asistencia mutual en sintonía con la economía llamada solidaria. Las viejas Casas del Pueblo pueden ser reabiertas con nuevas tareas que se agregan a las anteriores. No ya solamente como lugares de cultura, de iniciación política, de distracción y hasta de cenas de camaradería, sino también como centros de educación y de acción por la defensa ambiental, urbanística, agrícola. Qué "fortalezas y casamatas" podemos hoy tomar por asalto es una pregunta a la cual todos deberemos, con ponderación, encontrar repuesta. ¿La vieja democracia está muerta? Viva un nuevo autogobierno, no solamente de los productores sino de todas las personas, de los gobernados que devienen gobernantes, como enseñaba Gramsci.

En "Realismo y utopía" ha abordado el pensamiento de Bloch y de Lukács ¿puede sintetizarnos la relación que estableces entre ambos?

Brevemente. Bloch y Lukács son cada uno la revisión crítica del otro. Bloch nos dice que la utopía es necesaria, pero Lukács rechaza toda versión mesiánica. Lukács entiende que la "ideología de los campesinos y de los pequeños burgueses atrasados" excluye posibles alianzas con ellos a iniciativa de la clase obrera. Bloch, lejos del sólido realismo de Lukács, es sin embargo más realista que Lukács cuando ve una acontemporaneidad del presente, en las sociedades modernas (complejas), o sea una transmisión desde el pasado o reemergiendo desde el pasado, de figuras sociales que equivocadamente los comunistas, en la Alemania de los años '30, asimilaban a la burguesía más reaccionaria, más hostil al proletariado, mientras los nazis los arrastraban a seguirlos y a compartir las proclamas sobre las raíces arias de los presuntos dominadores, portadores del derecho de sangre y de la tierra. Los comunistas, en cambio, deberían haberlas movilizado diciendo: vuestros enemigos tienen sangre alemana como ustedes. No supieron hablar y fueron derrotados. En la Italia actual veo algo similar: existen figuras sociales híbridas, recrudecimientos corporativos emergentes del pasado histórico y, en los nuevos racistas, existen tentativas exitosas de desviar las frustraciones de aquellas figuras sociales lanzándolas contra sus hermanos emigrantes para poner al reparo a sus verdaderos enemigos indígenas, también ellos de sangre nórdica.

Al menos desde "Antropología filosófica" ha trabajado con modelos lógico-históricos en una relación dialéctica como método de investigación e interpretación. Frente a la magnitud de las transformaciones habidas en las últimas décadas, ¿cree aún vigente tal estrategia de pensamiento?

Me parece que el núcleo de mi postura no ha cambiado. En el curso de los años han cambiado algunos criterios terminológicos y algunas relaciones conceptuales para definir los diversos bloques lógico-históricos. Ultimamente he reflexionado sobre los desarrollos del mundo contemporáneo recurriendo, con Gramsci, a las categorías de lo "simple" y de las "superestructuras complejas". Por ejemplo, pesqué una intervención mía de 1981 en polémica con Niklas Luhmann que teorizaba la necesidad de una política selectiva y reductora de la, ya entonces creciente o al menos incipiente, complejidad social: O sea, de la diversificación en las figuras laborales o profesionales y la multiplicación de las necesidades, de las expectativas y de las demandas individuales. La tesis de Luhmann, transferida a los programas de gobierno (por ejemplo, en la llamada "gobernabilidad") habría acentuado la misma impronta conservadora reclamando, a expensas del Parlamento, el fortalecimiento del ejecutivo, preludio de la bipolaridad mayoritaria, y (para "simplificar" los "privilegios" de los trabajadores) un primer desmantelamiento del estado social. Era un primer paso hacia la posterior legislación tendencialmente reductora a la precarización de la nueva complejidad implícita en la diversificación de los trabajos. El neoliberalismo autoritario había ya dado sus claras señales. Como antes mencioné, Alfonso Gianni ve el punto de inflexión hacia el neoliberalismo autoritario en 1973, con el precio del petróleo en fuerte aumento, con la primera convocatoria de la Trilateral y con el golpe de Estado militar en Chile, inspirado, en su opción económica, por los "Chicago boys". Si para Marx el desarrollo "revolucionario" de las fuerzas productivas, alcanzado un umbral crítico, puede o debe determinar una correspondiente transformación de las relaciones sociales, ¿porqué a un nuevo y revolucionario "paradigma" de los saberes no podría o debería corresponder una adecuada innovación político-estatal? La modernidad del conocer se ha desarrollado, en efecto, en dos tiempos. El primero es el del principio monárquico o de la razón unificadora de las múltiples experiencias bajo categorías generales. El segundo es el tiempo de la ciencia contemporánea, especialmente en su revolución informática (ordenadora pero no reductora de los sistemas complejos) y de los saberes especializados, que tratan de perseguir la complejidad de los fenómenos particulares para comprenderlos mejor, aun sacrificando la visión de conjunto o "cósmica". También en la política moderna, inicialmente un paradigma liberal compendiaba en la simplicidad del "Estado mínimo" la multiplicidad de los aspiraciones individuales y, posteriormente, un paradigma democrático pretendió en cambio hacer adherir los diversos aparatos estatales a los pliegues o a los conflictos de una más compleja sociedad civil. Pero hoy el paradigma democrático retrocede en el neoliberalismo. La revolución conservadora quiere, precisamente, una política "atrasada", una democracia que no solamente, como en el liberalismo desmitificado por el joven Marx, se limita a declarar formalmente iguales a ciudadanos socialmente desiguales sino que responde a la nueva complejidad social de dos modos a primera vista opuestos. Por su lado débil, la democracia conservadora responde renunciando a responder, porque sus poderes están drásticamente reducidos, porque el poder efectivo de decidir sobre las cosas que cuentan está ahora transferido "a otro lado", a los centros tecnocráticos decisorios de las finanzas internacionales (desde el Fondo Monetario a los Bancos centrales, a las sedes ademocráticas habilitadas para consagrar la soberanía del libre mercado sobre cualquier rastro residual del Estado social). Del lado relativamente fuerte de los poderes que aún restan en las instituciones estatales, la respuesta es, en cambio, autoritaria, ya que el ejecutivo quiere atraer como funciones propias las de otros órganos y quiere "simplificar" la misma democracia, domesticando los parlamentos con una bipolaridad devenida, de hecho, "bi-centrismo" si no "bi-derechismo". La simplificación de las instituciones debilitadas conduce, entonces, a un líder fortalecido. Por analogía, también los entes locales son sometidos a los "gobernadores". También los partidos se simplifican, miméticamente, identificándose con sus jefes más o menos carismáticos.