19 de enero de 2011

Crónicas de Marilyn (2). Devaneos

"Romano Groba y yo éramos amigos -cuenta Di Masso en su artículo-. Aquel invierno de 1962 pasamos unos días de vacaciones en su casa del cerro de Horco Molle, provincia de Tucumán, República Argentina. Escuchábamos a Chet Baker, tomábamos ginebra, fumábamos Particulares sin filtro y amábamos a Marilyn Monroe. Eramos un par de adolescentes de los sesenta y todavía no habíamos visto 'Los inadaptados'. Marilyn era, sobre todo, la vecina perturbadora de 'La comezón del séptimo año', las faldas al viento en Nueva York. 'Debe de ser un suplicio estar casado con ella -dijo Groba-; Marilyn es una solitaria. Antes o después tendrás que separarte y ya no encontrarás la misma magia en ninguna otra mujer'". "De vuelta al colegio -continúa Di Masso-, un profesor de educación democrática que luego sería candidato a presidente de la nación, entró en el aula frotándose las manos. 'Es una tragedia -dijo-: se ha suicidado Marilyn Monroe. Al menos podría haber tenido la delicadeza de venir a verme y hacerme feliz, a mí y a unos cuantos más. Si de todos modos pensaba matarse...'. Miré a Groba, sentado a mi lado. El se puso de pie. 'Señor, me gustaría que se disculpara'. El futuro candidato lo miró estupefacto. 'Yo la quería', añadió Groba, regalándole una explicación que el tipo no se merecía. 'Lo siento, Groba. No quería ser desagradable', aceptó el profesor, ruborizándose. Todavía no era un político profesional. Eso fue todo. Teníamos quince años. Pero jamás he podido olvidar ni un solo detalle de aquella escena monumental". "A Marilyn le hubiese encantado -agrega Di Masso-. Cada vez que escucho la trompeta única de Chet Baker, sobre todo en su versión de 'Tangerine', me acuerdo de Groba, caminando por entre las piedras de un arroyo seco, en Horco Molle, flanqueado por una verdadera selva subtropical, en el frío del invierno. Del brazo de Marilyn. Sólo es otra historia de los años sesenta. El paisaje olía a revolución y la intimidad se nutría de política, sexo, muchas discusiones y piedras contra las sucesivas dictaduras. También de rock'n roll, pero menos. Ella permanece viva desde su planeta de papel. Es la rubia sinuosa, astuta, folladora, que se pasea sobre altos tacones por las mejores páginas de la novela negra, ocultando para su beneficio una inteligencia perfeccionada en la calle". La anécdota habla a las claras sobre lo que representaba Marilyn Monroe, no sólo para los estadounidenses, sino también para un joven perdido en una pequeño paraje del noroeste argentino. Prosigue Di Masso:

En 1947 Marilyn Monroe intervino breve, casi invisiblemente, en un par de películas: una escena en "Scudda-Hoo! Scudda-Hay!" (Tormenta de odio) y tres en "Dangerous years"
(Años peligrosos). En agosto de 1947 le sucedió algo que teme todo el mundo, incluso el mundo de finales de milenio: no le renovaron el contrato. En ese momento Hume Cronyn (1911-2003) dirigía a su mujer, Jessica Tandy (1909-1994), en "A streetcar named desire" (Un tranvía llamado deseo), de Tennessee Williams (1911-1983). Eran gente del Actors Laboratory, una rama del Group Theater de Nueva York. Marilyn comenzó a estudiar allí. Esta gente de teatro neoyorquina ejerció una influencia decisiva en la joven e inexperta aspirante a estrella. Con un método y una ideología absolutamente enfrentada con la del "star system", allí estaban el actor y director Lee Strasberg (1901-1982), el dramaturgo Clifford Odets (1906-1963), el productor Cheryl Crawford (1902-1986), y los actores Morris Carnovsky (1897-1992) y Phoebe Brand (1907-2004) -su esposa-, bajo cuya tutela Marilyn inició su formación.
La niña de la infancia pobre, deprimida y turbulenta comprendía en carne propia el contenido social de las obras que ensayaba y representaba el grupo. Ser actriz era una disciplina que exigía esfuerzo, preparación, estudio y constancia. También algo de dinero. Y Marilyn estaba sin un dólar. Fue entonces cuando acudió como azafata al Cheviot Hills Country Club para la celebración del torneo anual de golf. Las modelos más atractivas se ocupaban de asistir a las celebridades, entre ellas Henry Fonda (1905-1982), James Stewart (1908-1997) o John Wayne (1907-1979). Durante ese evento conoció al actor John Carroll (1906-1979) y su esposa, Lucille Ryman (1906-2002), directora del departamento de talentos de la Metro. Un matrimonio muy conocido por prestar su apoyo a los aspirantes a actores y actrices. Ese día, Marilyn se comportó como si estuviesen filmándola, con su naturalidad desarmante, su ingenuidad sin máscaras y su sexo a flor de piel. Les dijo a los Carroll que estaba sin un dólar, que tenía que abandonar el sitio donde vivía y que era una huérfana que dedicaba todo su esfuerzo a estudiar con el Grupo y a buscar trabajo en el cine. Para costearse esa vida de sacrificios hacía rápidos trabajitos sexuales en coches y callejones cerca de Hollywood Boulevard. "Se prostituía por una comida, no lo hacía por el dinero. Nos lo dijo sin tapujos: ella le hacía el servicio y el cliente iba en busca de su desayuno o de su almuerzo", recuerda Lucille Carroll. Los Carroll la acogieron bajo su tutela y le proporcionaron una vivienda y dinero para sus gastos.
Marilyn era, sin duda, una criatura vulnerable; pero también era lo suficientemente lista como para saber qué tipo de historias evocaban sentimientos de simpatía hacia ella. Tras cinco meses bajo su tutela, los Carroll la pusieron en contacto con Joe Schenck (1878-1961), otro de los magnates de la Fox. "Me invitaron a una fiesta en la que yo era solamente un ornamento, alguien que embellecía el ambiente", les explicó a los Carroll y a continuación añadió que había sido la primera vez entre otras muchas que había tenido que arrodillarse delante de un ejecutivo... y no precisamente para rezar. Schenck la ayudó en su carrera y siempre estuvo dispuesto cuando Marilyn le necesitó. Lo que conseguía a cambio sí que era verdaderamente de cine. Schenck habló con uno de sus camaradas de poker, Harry Colin, factótum de la Columbia y "el mayor hijo de puta conocido", según aseguran los enterados. Cuando conoció a Marilyn la hizo teñir de rubio y la puso en manos de Natasha Lytess (1913-1964) para que la formara. La Lytess, Paula Strasberg (1909-1966) y Pat Newcomb (1930)han sido las tres mujeres fuertes que estuvieron junto a Marilyn a lo largo de su vida. "Natasha estaba enamorada de mí y deseaba que yo la amara". Poco antes de morir, Natasha abrió su corazón: "Me hubiese gustado tener un diez por ciento del ingenio y la inteligencia de Marilyn".


"No viviré mucho tiempo Marilyn, cásate conmigo y te convertirás en una chica muy rica",
 le propuso Johnny Hyde (1895-1950). En la nochebuena de 1948, el productor Sam Spiegel organizó una fiesta. Johnny Hyde estaba allí. Era un pez gordo. Y enfermo, muy enfermo. Tenía cincuentitrés años, era ejecutivo de la agencia William Morris y su currículo incluía la dirección de las carreras, entre otros, de Betty Hutton (1921-2007), Lana Turner (1921-1995) y el incombustible Bob Hope (1903-2003). Marilyn era como una aparición en su vestido de noche... una talla menor. Hyde quedó mortalmente fascinado. Había tenido un par de ataques de corazón y, tal vez por esa sensación de condenado, dejó a su familia y se fue a vivir con Marilyn. Quería casarse con ella. Marilyn vivió con él, le fue fiel, pero no aceptó su proposición matrimonial: "No me casaré con alguien de quien no esté enamorada. El estaba loco por mí. No creo que estuviera mal que le permitiera amarme como lo hizo. El sexo significaba mucho para él, aunque no para mí". Su único desliz ocurrió durante un fin de semana en que Hyde se marchó solo a descansar. Marilyn conoció a un talentoso fotógrafo neoyorquino, Milton Greene (1922-1985), quien, entre acrobacias púbicas, la deslumhró con sus ideas sobre el arte. Hyde le aconsejó que se hiciera una ligadura de trompas ya que en Hollywood "las chicas como tú deben pasar por muchas camas". Pero Marilyn, que al principio había accedido, luego rechazó la propuesta. Sí aceptó, en cambio, que un cirujano de Beverly Hills, llamado Michael Gurdin (1910-1993), se ocupara de quitarle una ligera protuberancia cartilaginosa de la punta de la nariz y de insertarle una prótesis de silicona en la mandíbula, debajo de la encía inferior, para proporcionar a su rostro una línea más suave. Johnny Hyde murió en diciembre de 1950 de un ataque cardíaco mientras Marilyn, según sus deseos y con su dinero, estaba en México, acompañada por Natasha, haciendo compras navideñas. Su última intervención en favor de Marilyn fue ante Zanuck para un papel en la película "As young os you feel" (Nunca es tarde).
Una tarde Marilyn sufrió un ligero accidente de coche. Un tipo que pasaba por el lugar, Tom Kelley (1914-1984), le prestó ayuda. Al despedirse, le entregó su tarjeta. Tenía un estudio fotográfico en Hollywood donde trabajaba para varias empresas de publicidad. Algún tiempo después, Marilyn encontró la tarjeta olvidada y le telefoneó. Pasaba por una mala racha y siempre había tenido buena suerte con los fotógrafos. Dos semanas más tarde era la modelo de las vallas publicitarias de la cerveza Pabst. Los clientes le dijeron a Kelley que era la modelo más hermosa que jamás habían tenido. Mientras tanto, en Chicago, John Baumgarth, un tipo que confeccionaba calendarios, vio el cartel de Marilyn y se puso en contacto con Kelley. Quería saber si aquella muchacha tan atractiva aceptaría posar desnuda en uno de sus calendarios. Ella aceptó. Firmó un contrato bajo el nombre de Mona Monroe y Kelley se ocupó de las sesiones fotográficas, al compás de la versión de "Begin the beguine" de Artie Shaw, una melodía que habían parido Cole Porter y Xavier Cugat en el Waldorf Astoria y que a Marilyn le encantaba. Kelley recibió 500 dólares por su trabajo y Marilyn sólo 50. Nunca más volvieron a verse. Fue un trabajo exquisito en el que Marilyn Monroe reflejaba al desnudo, nunca mejor dicho, la pureza de todos los sentimientos que la habitaban. "¿Por qué ha posado desnuda, Miss Monroe?", preguntó un periodista. "Me complacía hacerlo. Sólo me siento cómoda cuando estoy desnuda". En diciembre de 1953, Marilyn Monroe fue la chica de las páginas centrales del primer número de la revista "Playboy".


"Odio la ropa interior" no era una pose fingida, no era una frase publicitaria. Era un rasgo inquietante de su personalidad. En una ocasión, un director que estaba filmándola para una de aquellas escenas breves de sus primeras películas, observó que no llevaba bragas y que en la lente su sexo aparecía en todo su esplendor. "Tienes que ponerte bragas, jovencita...". "Ni hablar, me producen alergia...". Su "instinto básico" se había anticipado cuarenta años. Joseph L. Mankiewicz (1909-1993) vio "The asphalt jungle" (La jungla de asfalto) cuando estaba preparando "All about Eve" (Eva al desnudo). Y decidió que Marilyn era ideal para el papel de Miss Caswell "graduada en la Escuela de Arte Dramático de Copacabana", una chica guapa y joven, astuta, quizá sin demasiado talento, y muy interesada en agradar a aquella gente que, como los críticos y los productores, podían ayudarla en su carrera de actriz. La crítica destacó su interpretación.
John Huston (1906-1987) era un jinete machista, borracho, mujeriego, jugador y pendenciero. Además era un genio: podía meter todos sus vicios en un guión, filmarlo con maestría, ganarse al público y, de paso, al tío Oscar. En 1949, tenía una película entre manos y un papel pequeño, pero interesante, para una rubia tonta y guapa que le alegrara la bragueta a un abogado maduro y gangsteríl. Marilyn hizo una prueba excelente. Sin embargo, lo que decidió su suerte fue la intervención de los Carroll, sus conocidos protectores. Huston le debía casi 20.000 dólares a Mr. Carroll, de modo que cuando éste le telefoneó para apoyar la candidatura de Marilyn para el papel de Angela Phinlay, no hubo la menor polémica. Marilyn bordó el papel y las críticas fueron excelentes.
Elia Kazan (1909-2003) conocía a Marilyn. En una ocasión en que estaba con su amigo Arthur Miller (1915-2005), la había visto en compañía de Johnny Hyde. Poco después de la muerte de Hyde, fue al estudio un día en que sabía que ella estaría allí: "Ella no había salido con nadie desde la muerte de Johnny, de modo que me dije que tal vez lo hiciera conmigo. En esa época todas las jóvenes actrices o aspirantes a actrices eran consideradas como presas. Yo tenía un genuino interés en ella y produjo buenos resultados. Marilyn no era una esposa, cualquiera podía ver eso. Era una compañía deliciosa". El romance con Kazan, un hombre de cine y de teatro, conocido, inteligente y encantador resultó sumamente satisfactorio para Marilyn. Entre ellos sólo había ganas de disfrutarse, nada de exigencias, celos ni tragedias... griegas.
"Quiero conocerla", dijo DiMaggio. "¿A quién?". "A Marilyn. Mírala...". En la revista que sostenía entre las manos aparecía Marilyn Monroe, muy sexy, disfrazada de jugadora de béisbol. En 1952 Marilyn se estaba convirtiendo en la estrella que había soñado y Joe DiMaggio (1914-1999), con treintisiete años, acababa de colgar el bate. Se encontraron en un restaurante italiano. Ella, naturalmente, llegó dos horas tarde. Pero Joe esperó. Joe, en realidad, siempre esperó. Ella no sabía nada de béisbol y a él no le interesaba en absoluto la industria del cine. Pero había algo que les comunicaba cuerpo a cuerpo, más allá de los intereses más razonables. Ya se sabe que el sexo tiene razones que el seso desconoce. "Me sorprendió que Joe me volviera loca. Yo esperaba un tipo vital, deportivo y me encontré con este individuo reservado que ni siquiera intentó ligar. Durante dos semanas cenamos juntos casi cada día. Joe es un hombre muy decente y hace que la gente también se sienta decente". El problema era sencillo. DiMaggio quería una esposa tradicional a la italiana y no había nada más alejado de semejante figura que la Marilyn Monroe de carne, celuloide o papel. Una mujer que, además, decía cosas que a Joe le ponían los pelos de punta: "He aparecido en un calendario. No quiero ser sólo para unos pocos, quiero ser para todos, para la clase de gente de la que yo provengo. Quiero que un hombre llegue a su casa tras un duro día de trabajo, mire mi foto y se sienta inspirado para decir... ¡Wow!".
 
 
Marilyn y Joe se casaron en 1954. Ella ya había aparecido en "Niágara" (Torrente pasional), "Gentlemen prefer blondes" (Los caballeros las prefieren rubias), "Let's make love" (El multimillonario)... Y se fueron de gira a Tokio. Gira promocional para Joe y su amigo beisbolista Lefty O'Doul (1897-1969). Sin embargo, allí donde el avión tocaba tierra, la estrella era Marilyn. La diosa del sexo, el glamour y las frases afiladas era una leyenda joven y en activo. Joe se perdía en su fulgor. El honolable tlaselo cantante. Así la bautizaron en Japón, donde su popularidad hizo que Joe pensara en el hara-kiri. Aun así, no era bastante. Y Marilyn se fue a la guerra. La señora DiMaggio hizo una escapada a Corea: "Había allí 17.000 soldados silbándome y gritándome con toda la fuerza de sus pulmones. Les sonreí. Comenzó a nevar, pero yo estaba tan caliente como si me hallara bajo un sol radiante. No tenía miedo de nada. Sólo era feliz". Una bola demasiado rápida para Joe. Ser la posesión definitiva de un hombre no se incluía entre los deseos fervientes de la loba rubia. Y llegó el final del juego. Verla como un espectador más, entre cientos, mientras una corriente de aire hacía volar una y otra vez su falda y permitía una visión en directo de sus bragas fue demasiado para el genoma itálico de Joe. "Joe es muy dulce, pero no tenemos mucho en común. Me aburro a su lado. A Joe no le gustaba el tipo de mujeres que yo interpreto en la pantalla; para él todas eran unas putas. No sé en qué películas estaría pensando. No le gustaba que los actores me besaran y tampoco le gustaban mis vestidos. Cuando le explicaba que tenía que vestirme del modo en que lo hacía, que formaba parte de mi trabajo, decía que debía dejar ese trabajo. Y yo me pregunto... ¿con quién se pensaba que estaba casándose cuando lo hizo conmigo? Para ser completamente honesta, nuestro matrimonio fue una especie de amistad difícil y loca con privilegios sexuales. Más tarde supe que eso es lo que son la mayoría de los matrimonios". Y entonces sucedió un episodio de película, pero de película italiana, agria y exuberante.