25 de octubre de 2010

John Connolly: "Leemos novelas policiales porque nos regalan finales que no siempre tenemos en la vida real"

El escritor irlandés John Connolly (1968) estudió filología inglesa y periodismo en Dublín, su ciudad natal. Tras desempeñar diversos oficios comenzó a colaborar con el "Irish Times" antes de comenzar a escribir la serie policíaca protagonizada por Charlie Parker, un policía neoyorquino descreído, atormentado, solitario y temeroso de su pasado, que se ha vuelto investigador privado a raíz de que su esposa y su hija fueron asesinadas en su casa de Brooklyn. Coleccionista de discos y amante del jazz (curiosamente, no del bebop del saxofonista de quien tomó el nombre para su personaje), Connolly es uno de los narradores que han renovado el género policial con personajes muy contemporáneos y cruces inesperados. Lo novedoso de su obra consiste en la incorporación de elementos 
fantasmagóricos y sobrenaturales en un género realista por excelencia, haciéndolo derivar así hacia un subgénero que podría denominarse policial-satánico. Las novelas de la serie de Charlie Parker -sombrías, melancólicas, llenas de salvajismo- son hasta el momento: "Every dead thing" (Todo lo que muere), "Dark hollow" (El poder de las tinieblas), "The killing kind"
(Perfil asesino), "The white road" (El camino blanco), "The black angel" (El angel negro), "The unquiet" (Los atormentados), "The reapers" (Los hombres de la guadaña), "The lovers" (Los amantes) y "The whisperers" (Los susurrantes). Otras novelas suyas son "Bad men" (Malvados), "The book of lost things" (El libro de las cosas perdidas) y "The gates" (Las puertas del infierno). Cuando se llevó a cabo el Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires durante la primera semana de septiembre del corriente año, Leonardo Tarifeño lo entrevistó para el ejemplar de la revista "ADN" que acompañó la edición del 15 de octubre de 2010 del diario "La Nación". A esta entrevista se le agregan algunos conceptos que virtió para el diario español "La Vanguardia" el 4 de febrero del mismo año.


Le consulto sobre los fantasmas -literales- que en el transcurso de sus investigaciones se le aparecen a su personaje fetiche, el detective Charlie Parker.

Es interesante hablar de esto en la ciudad de Borges. Borges fue uno de los primeros en advertir que una buena manera de contar la extrañeza del mundo es mezclar lo racional y lo fantástico. Para mí, no hay límites precisos entre los dos mundos, tal vez porque desde muy pequeño leía novelas policiales y fantásticas como si fueran una sola cosa. Lo más raro de todo tal vez sea que yo no creo en los fantasmas, o debería decir que sí, pero sólo en los que creamos nosotros.

Ha trabajado de periodista, camarero, funcionario del gobierno y dependiente de Harrods. ¿Qué fue lo peor?

Sin duda, ser "barman" en un festival después de separarme. Compartía casa con un grupo de trompetistas que ¡cada noche tocaba lo mismo con los mismos chistes! Un día, un colega, a la hora del desayuno los amenazó con un arma. Lo entendí y me despedí.

¿Algo de todo eso le sirvió para escribir sus libros?

Si dijera que no, no diría toda la verdad, especialmente en el caso del periodismo, que me ha ayudado de distintas maneras. El periodismo enseña a ser disciplinado en la escritura. Esa lección, en apariencia sencilla, es fundamental porque así se evita que la escritura se convierta en algo demasiado precioso. Gracias al periodismo me di cuenta de la importancia de sentarse a escribir aunque uno no tenga ganas de hacerlo.

Los casos policiales de sus novelas no se basan en ningún hecho real. ¿La ficción es más interesante que la realidad?

Por lo menos, puede ser menos desagradable. Doy un ejemplo: cuando yo era periodista cubrí el asesinato de una mujer en Dublín, la Nochebuena de 1996. El nombre de la chica era Belinda Pereira, y en poco tiempo se supo que era una inmigrante de Sri Lanka. El "Irish Times" tenía un reportero de policiales, pero como nadie quería trabajar en Navidad, ahí estaba yo, un joven sin nada que hacer en la redacción, cuando el teléfono sonó con la noticia. Lo primero que sentí entonces fue que al fin tenía una nota emocionante, porque siempre me tocaban historias muy aburridas. De algún lado brotó el periodista que llevaba dentro, y ahí me entusiasmé al pensar que la noticia iba a aparecer en la portada... Un pensamiento horrible, porque mi interés no era la chica joven y hermosa que había aparecido muerta en un departamento, sino la historia apasionante sobre la que iba a escribir durante todo el día siguiente.

¿Por ese pensamiento dice que la realidad es desagradable?

¡En parte sí! Pero no me culparía.

¿Y cómo siguió esa historia?

Bueno, Dublín no es una ciudad muy violenta, y crímenes de este tipo resultan muy poco comunes. Además, cuando la policía confirmó que Belinda no era irlandesa, la gente se indignó y reclamó que se castigara a los culpables. Pero días después se supo que Belinda había llegado a la ciudad para trabajar como "escort" y entonces la actitud de la gente cambió. No era enfermera ni secretaria, así que para muchos su muerte no parecía algo tan grave. Fue en ese momento cuando tomé conciencia de la situación: primero la había visto sólo como una gran historia para contar y luego... no sé, era tan joven y hermosa, que en mi segundo libro, "El poder de las tinieblas", inventé un personaje basado en ella. Por cierto, en el libro encuentran a su asesino; en Dublín, en cambio, aún no se sabe quién mató a Belinda.

Hay justicia, pero en las novelas.

Sí, yo creo que ésa es una de las razones por las que leemos novelas policiales: porque nos regalan finales que no siempre tenemos en la vida real. En la realidad, el malo se escapa. En los policiales, no; y de hecho no nos gustaría una novela en la que los malos quedaran impunes.

Pero las hay, y muy buenas. La serie de Patricia Highsmith sobre Ripley...

Sí, o el Hannibal Lecter de Thomas Harris. Son villanos simpáticos, pero sólo porque quienes los rodean son todavía más monstruosos.

Ese distanciamiento que sintió durante su experiencia como periodista, ¿se reproduce en su trabajo como escritor? ¿La ficción le permite alejarse de los crímenes que cuenta?

Digamos que, en general, soy un escritor de la distancia. Por ejemplo, mis novelas se ubican en Estados Unidos y no vivo allá. Ninguno de los libros que he escrito, ni siquiera los que no son policiales, se ubica donde vivo. Cuando uno vive en un lugar, deja de ver ciertas cosas porque se convierten en familiares, y la distancia física me ayuda porque me obliga a investigar. No sé por qué, pero no puedo escribir sobre el lugar donde vivo. Necesito sentir una distancia física para contar una historia.

Después de haberle dedicado ocho novelas, ¿siente que ya conoce a Parker? ¿O todavía hay una distancia importante entre él y usted?

Todavía me despierta mucha curiosidad. Debe de ser porque nunca planifiqué su historia, ni siquiera tuve un plan con respecto a las novelas. Como ha dicho Ross Macdonald, cuando a un escritor se lo acusa de poner demasiadas cosas en su primer libro se debería tener en cuenta que muchos piensan que no van a volver a publicar. Definitivamente, así ocurrió conmigo. Para Macdonald, el primer libro es el índice de lo que será la carrera de un escritor, todas las semillas de los libros que vendrán están en ese debut. En mi caso, me doy cuenta de que todavía no agoté todo lo que puse en ese primer libro, "Todo lo que muere". Cuando empiezo a escribir un libro, sé cómo va a terminar, pero ignoro por completo cómo llegaré a ese final. Y entre las cosas que ignoro está Parker.

¿Es partidario de saber siempre la verdad a toda costa?

Es un instinto. Tengo un hermano menor adoptado y estoy convencido de que siente curiosidad por sus padres biológicos. Nunca hemos hablado de ello, pero sé que eso le persigue. Puede tener consecuencias buenas o nefastas, sólo uno puede decidir asumirlas.

¿De ahí la amargura de su Charlie Parker?

Era algo que mi editor quería eliminar de mi primera novela. Creía que ya había demasiado dolor en el personaje. Tenía razón.

Así como a Parker lo persiguen los fantasmas de su mujer e hija, ¿a usted lo persigue el fantasma de Parker?

Perseguido no sería la palabra. Cuando escribo, vivo en su conciencia y él está en la mía, y somos muy parecidos. No soy tan buen escritor como para escribir en primera persona de alguien que no se me parece. Durante la escritura uno se pone muy obsesivo; y si no escribo, entonces pienso en lo que voy a escribir. Es algo que no tiene fin, se parece mucho a la locura y la única forma de que esas voces locas se detengan es poner la historia en la página. Ahí es cuando veo el mundo a través de sus ojos, una especie de prisma en el que refracto mis propias experiencias. Disfruto mucho escribir estos libros.

La culpa, la redención, la salvación y los límites de la moral son algunos de sus temas, que por cierto dibujan el mapa sentimental de Parker. ¿Por qué cree que sus policiales se construyen con elementos propios de la religión?

Me parece natural que la ficción policial trate temas relacionados con la moral. En las novelas que me gusta leer, y también en las las que escribo, siempre hay un personaje central que busca la redención. Para alguien que, como yo, tiene una formación católica, estos libros reflejan esas búsquedas y esos valores espirituales. La narración y ese "background" filosófico son inseparables en mí, y pienso que en mis libros esa dimensión espiritual se expresa en los fenómenos sobrenaturales que aparecen. Es curioso, pero los libros que me gustan y los autores que yo asociaría con esa búsqueda de redención -James Lee Burke, Dennis Lehane, Michael Connelly- son producto de una segunda o tercera generación de educación católica. Como se ve, puede que yo no escriba sobre Irlanda ni sea muy buen católico, pero no hay manera de quitarme esa educación de encima. Ni tampoco quisiera hacerlo.

El catolicismo pesa en su sentido de la culpabilidad.

¡Eso es muy irlandés! Durante años, mientras la gente moría en la calle de al lado, ¿cómo iba uno a escribir sobre un misterio? ¡Los paramilitares introdujeron la pornografía en Irlanda! Ahora sí, ahora ya hacen novela policiaca.

¿Cuál es su opinión sobre la novela policial contemporánea?

La verdad es que no leo tanto como antes, y sobre todo no leo mucho de la literatura de moda. Los autores que más me interesan son los escandinavos, que no están atados a los cánones estadounidenses. En esa línea, y antes que me pregunte, le aclaro que no soy un gran "fan" de Stieg Larsson. Me atrae mucho más la obra de Arnaldur Indridason, que para mí es muy bueno.

Hammett y Chandler enseñan que no hay barreras muy claras entre el bien y el mal. ¿Usted qué piensa?

A ellos los marcó mucho una situación histórica muy concreta, la de California en los años '20 y '30. En esa época, si uno estaba en una situación de vulnerabilidad, la ley no resultaba una aliada. La ley había sido comprada, y para restaurar el orden se necesitaba a alguien -el detective privado- que operara desde afuera de ella. Podemos pensar la obra de Hammett como la continuación urbana del western: "Red harvest" (Cosecha roja) es el momento en el que el western se convierte en policial. Por eso creo que su lectura de la sociedad está muy marcada por su época. Para pensar el paisaje general del policial recurriría a William Gaddis, cuando dice que "la ley es imperfecta, pero es lo que hay". El espíritu de esa frase llega a las novelas de Parker, en las que hay un sentido activista de la justicia muy próximo a la insatisfacción social que, creo, nos une a todos.

Para un escritor de novela negra, ¿existe el bien y el mal?

Justicia, ley, empatía, compasión, se mezclan en uno. Pocos de nosotros hemos conocido a alguien que sea malo de verdad. Somos egoístas, no horribles; nos enamoramos de la persona que no debemos sin querer dañarla.

¿Por qué le dicen que Parker es despiadado?

No entiendo mucho por qué me lo dicen. Lo asocian a una ausencia de sensibilidad y no creo que sea el caso.

A algunos de sus personajes no les deja ni encontrar la paz en la muerte. Los resucita en forma de ángel. ¡Qué cruel!

¡Pobres! ¡Me fascina lo sobrenatural! Sé que eso molesta a los miembros más conservadores del género, pero cada vez soy más amoral en ese aspecto. Ni un solo lector sabe cómo acabará esto.

¿En alguna ocasión le han dado miedo sus propias palabras?

Todas mis frustraciones van al papel y allí se olvidan, todos los pecados que he cometido en mi vida están en mis libros. Pero hubo una escena que me dejó inmóvil: invaden una casa y se sabe que harán lo que quieran con sus inquilinos. Tengo mujer y sus dos hijos y la vulnerabilidad de los niños es algo que me paraliza.

¿Teme explorar el miedo?

Cada vez me incomodan más, me molestan, los libros de violencia sexual contra mujeres: es demasiado fácil usarlas como víctimas. Diciendo que murió al lado de una cuchilla y un vibrador no ayudamos a nada. Deberíamos vigilar los límites. No todo vale en función de un 
golpe visceral. Hoy soy menos violento, hoy eliminaría cosas de mi primer libro.

¿Se han molestado sus congéneres irlandeses por no situar sus novelas en Dublín, como Donna Leon lo hace con Venecia?

Al principio me vieron como algo raro, pero creo que han acabado encajándolo. Me gusta mantener distancia. Una novela negra irlandesa habría acabado siendo una novela irlandesa y punto. Y me habría obligado a hablar de terrorismo. Mis modelos eran norteamericanos y los adopté con el ritmo y estilo europeos; no me gusta cómo se escribe en Estados Unidos 
excepto el uso del lenguaje.

Se revalorizan las damas del crimen. ¿Hay competencia entre autores y autoras?

La mayoría de los lectores de novela negra son mujeres. Y yo sostengo que, en general, ellas leen y escriben escenas más violentas que nosotros, algunas contra las propias mujeres... Si las hubiera hecho yo me habrían acusado de misógino. Escriben sobre el cuerpo de modo muy distinto. Competimos, sí, en una cosa: ¿cómo consternaré esta vez al público?