2 de agosto de 2010

Los surrealistas (2). Edouard Jaguer, Gerard Legrand & Gilbert Lély

El Surrealismo -del francés Surréalisme: sur (sobre, por encima), réalisme (realismo)- fue un movimiento artístico y literario que surgió en Francia a partir del fenómeno artístico cultural llamado Dadaísmo. Su mentor, André Breton (1896-1966), definió al nuevo movimiento como un "automatismo psíquico puro a través del cual nos proponemos expresar, ya sea verbalmente o por escrito, o de cualquier otro modo, el funcionamiento real del pensamiento". Y más adelante expresó: "Creo en el encuentro futuro de esos dos estados, en apariencia tan contradictorios, como son el sueño y la realidad, en una especie de realidad absoluta, de surrealidad". El término surrealista fue tomado del subtítulo de una obra de teatro que Guillaume Apollinaire (1880-1918) estrenó en el Teatro Renée Maubel de París el 24 de junio de 1917: "Les mamelles de Tirésias. Drame surréaliste" (Las tetas de Tiresias. Drama surrealista). "La poesía auténtica es inexplicable -escribió Apollinaire-, sin duda porque proviene de un movimiento irreprimible, surgido de lo más profundo del ser, orientado desde el interior hacia el exterior. Se genera en lo imposible de decir, y a veces no alcanza a desprenderse". Y agregó: "Cuando el hombre quiso imitar la acción de andar creó la rueda, que no se parece a una pierna. Del mismo modo ha creado, inconscientemente, el surrealismo... Después de todo, el escenario no se parece a la vida que representa más que una rueda a una pierna".


En su "Dictionnaire abrégé du surréalisme" (Diccionario abreviado del surrealismo) de 1938,
Breton especificó: "La más fuerte imagen surrealista es aquella que persigue el más alto grado de arbitrariedad, el más difícil de traducir al lenguaje práctico, ya porque contenga una enorme cantidad de aparentes contradicciones, ya porque prometiendo ser sensacional parezca desembocar en una debil conclusión, bien porque de ella se desprenda una irrisoria justificación formal, o porque sea de naturaleza alucinante, o que preste la máscara de lo concreto a lo abstracto o viceversa, bien porque implique la negación de alguna cualidad física elemental, o porque provoque risa".


Fueron necesarios dos o tres años de gestación, entre 1921 y 1924, antes de que se produjese la irrupción manifiesta del Surrealismo. Aquellos años de gestación, denominados por Louis Aragon (1897-1982) como "movimiento desenfocado", coincidieron con el auge parisiense del movimiento Dada que había fundado en 1916 el poeta y ensayista rumano-francés Tristan Tzara (1896-1963). Esto llevó a que algunos historiadores del dadaísmo afirmaran que la única innovación que Bretón había realizado era sustituir el nombre de Dada por el de Surrealismo. Sin embargo, el propio Tzara reconocería hacia el fin de su vida que esto no era verdad.


En el primero de sus "Sept manifestes Dada" (Siete manifiestos Dadá), el que escribió en 1918, exclamó: "Que cada hombre grite. Hay que llevar a cabo un gran trabajo destructivo, negativo; barrer, limpiar...", y proponía desarticular el lenguaje y las formas plásticas en forma paralela a la desacralización de los valores morales. Esta rebelión impulsada por Tzara encontró rápidamente eco en la generación de jóvenes artistas que experimentaba un gran malestar y desapego como consecuencia de la Primera Guerra Mundial.
Pero, más temprano que tarde, esa misma generación advirtió que la burla, la provocación y el escándalo por el escándalo en sí mismo no satisfacía sus ansias de cambiar profundamente la concepción de la vida y de provocar una nueva sensibilidad en el mundo, algo a lo que la mayor parte de los dadaístas también aspiraba pero, dadas las características negativas y destructivas del movimiento Dadá, esos anhelos individuales se malograban. Y fue a partir del lanzamineto de la revista "Littérature" en 1919 cuando comenzó a desarrollarse y conformarse la idea surrealista al margen del Dadaísmo. En una nota allí publicada, Breton indicó claramente la voluntad, compartida por sus amigos, de remontarse hasta la fuente de la poesía, concebida como la única expresión verdadera del ser. Algo que compartía el poeta
Gilbert Lely y más adelante también lo harían Edouard Jaguer y Gérard Legrand.
 
Edouard Jaguer (1924-2006) fue un poeta, crítico de arte e investigador vinculado al Surrealismo. Nacido en París, colaboró en "La Main á Plume" y otras revistas surrealistas como "La Révolution la Nuit", "Les Deux Soeurs" y "Le Surrealisme Revolutionaire". Tras la desaparición de las valiosas revistas "Cobra y "Rixes", Jaguer lanzó en 1954 el primer número de "Phases", la más trascendente de todas ellas. Figura relevante del arte surrealista, ha publicado "La nuit est faite pour ouvrir les portes" (La noche se hizo para abrir puertas), "Le mur derriére le mur" (La pared detrás de la pared), "Regards obliques sur une histoire paralléle" (Miradas sobre una historia paralela), "Le Surréalisme face á la littérature" (El Surrealismo frente a la literatura) y "L'excés dans la mesure" (El exceso en la medida) entre otros. En 1982, en el "Dictionnaire general du surréalisme et de ses environs" (Diccionario general del
surrealismo y sus alrededores) escribió sobre Gérard Legrand:

En Gérard Legrand poeta, la escritura automática filtra y refracta un discurso en el que la palabra creación se aplica en su sentido primigenio, a través del abanico de imágenes que despliega ante los ojos del lector. Todas las tonalidades son convocadas y, junto al poeta moderno, se advierte difusamente al aeda (cantor épico) o al rapsoda (recitador de versos).


Gérard Legrand (1927-1999) nació en París. Poeta, filósofo, ensayista y crítico de cine, conoció a Breton en 1948 y durante más de quince años fue uno de sus colaboradores más cercanos. Ha prologado varios de los libros del autor del "Manifeste du Surréalisme" (Manifiesto surrealista) y participó en todas las actividades del grupo entre los años '50 y fines de los '60. Fiel testimonio de este múltiple aporte lo constituye su obra poética compuesta por "Marche du lierre" (La marca de la hiedra) y "Le retour du printemps" (El retorno de la primavera), entre otros. También son destacables sus obras filosóficas "Pour connaître la pensée des présocratiques" (Para conocer el pensamiento de los presocráticos), "Préface au système de l'éternité" (Prefacio al sistema de la eternidad) y "Dictionnaire de philosophie" (Diccionario de filosofía); y sus ensayos "André Breton en son temps" (André Bretón y su tiempo), "Cinémanie" (Cinemanía) y "L'art romantique" (El arte romántico). Ha dirigido y colaborado en distintas revistas culturales como "Coupure", "Maintenant", "Bief" y "Positif". En la edición de 1980 del "Dictionnaire du Surréalisme el de ses environs" (Diccionario del Surrealismo y sus alrededores), Legrand presentó a Gilbert Lély de la siguiente manera:

En tanto que poeta, dedica sus conmovedores cuidados de cartógrafo en registrar impresiones vividas o imaginadas donde la erotomanía ocupa un lugar especial, pero no exclusivo. Así sucede en "L'heure du sommeil au Saint-Laurent de Maroní" (La hora del sueño en San Lorenzo de Maroní), "Paris. L'aube" (París. El alba) y "Le ciel de l'empereur Julien" (El cielo del emperador Juliano). Pero el lugar que tiene en los confines del territorio surrealista se lo debe, sobre todo, a sus trabajos sobre Sade en "Vie du marquis de Sade"
(Vida del marqués de Sade).

 
Gilbert Lély (1904-1985). Poeta nacido en París, entró en contacto con los surrealistas en 1937 al participar en la puesta en escena de "Ubu enchaîné" (Ubú encadenado), la obra de Alfred Jarry (1873-1907), junto a otros miembros del grupo. Continuando la labor de su amigo Maurice Heine (1884-1940), exhumó la correspondencia y 
revisó numerosos manuscritos del Marqués de Sade, los que luego editó y prologó. De su obra poética se destacan  "La sylphide ou l'étoile carnivore" (La sílfide o la estrella carnívora), "Ma civilisation" (Mi civilización) y "L'épouse infidéle" (La esposa infiel). Sus restos mortales descansan en el cementerio de Montmartre. De "Tel quel" (Sin cambios), su poemario de 1980 (uno de los últimos) es el siguiente texto titulado "La parole et le froid" (La palabra y el frío):

El hombre que acaba de llegar a la edad de irse de sí mismo, aprovechará cualquier ocasión para quedarse a solas consigo mismo (esa edad en que el porvenir sólo dura una semana, renovable por arbitraria prórroga). Una vez, viniendo de la estación Blanche del metro, después de cruzar el puente Caulaincourt y de caminar poéticamente por lugares que antaño nos vieron con chicas de cabaret -al aristocrático Pierre Herbart y yo mismo, deslumbrantes con nuestros dieciocho años cumplidos-, he vuelto a bajar para visitar el sepulcro que algún día será mi cárcel. Flamante, en la parte sudeste del cementerio de Montmartre junto a la calle Joseph de Maistre, no lejos de las cenizas tranquilizantes del bailarín Vestris y su mujer, que representaba trágicas princesas en 1780. Mientras miraba mi lápida, sin fecha, sin nombre ni apellido grabados en oro, recordé extrañamente que, en vida, yo estaba de algún modo "abrochado", conscripto de Perséfona, sobornado por la evidencia. Pero que mañana estaré "encuadernado" dentro de este granito albigense. Después en mi libro pensé: cada frase veinte veces repetida, porque nada es inefable al precio de un largo empeño. Entonces esta idea del poema, menos intratable que la vida, permite que uno lo empiece de nuevo. El día se apagaba alrededor de las capillas derruidas. "Buenas noches, dulce príncipe", dije a mis dioses futuros. Me alejé del más espectral de los cementerios, con la lepra de sus lápidas y sus vivaques de árboles perdidos. Era el inmóvil octubre. Caminé lentamente por la ciudad. En la calle Pigalle me pareció ver erguirse, tan alta como las casas, la imagen de un objeto funestamente amado. Retomó medida humana, pálida joven vestida de oscuro, de pie contra un vitral de fulgores proxenetas.