18 de agosto de 2010

Entremeses literarios (CX)

DECLARACION
David Lagmanovich
Argentina (1927)

Es cierto que no me llamo Vanessa y es cierto que casi todo lo que usted ve lo hizo el cirujano y también es cierto que no soy ni tan alta ni tan rubia ni tan flaca como parezco, pero él no tenía derecho a echarme nada en cara, porque si un hombre me levanta en la calle tiene que saber que todo es de mentira, una ilusión que fomentamos porque es parte del oficio y además porque nos dan pena los hombres solos, por lo menos a mí me dio pena éste que parecía tímido, que hasta me abrió la puerta de la habitación y me dejó pasar primero, con modales que usaría con las señoras de verdad. Pero después comenzó a quejarse de las mentiras del mundo, tomándome a mí como ejemplo, y eso no lo pude soportar. Cuando ya no daba más agarré el puñal que siempre llevo en la liga y se lo hundí hasta el mango. Esto no es una mentira del mundo, le dije pero él ya no podía oírme. Lo demás usted ya lo sabe, señor fiscal.


EL CULPABLE DE LA CRISIS
Jordi Cebrián
España (1964)

Hace algún tiempo, cuando las cosas iban bien, entré en Internet aconsejado por un amigo para hacer algunas inversiones en bolsa. Empecé comprando algunos valores y un par de warrants, sea lo que eso sea. Pero luego me fui animando y, sin darme cuenta, le di a un botón que no era. De repente vi en los indicadores que caía la bolsa de Tokio. Intenté darle al "deshacer", pero hice algo mal y cayó Wall Street. Intentando arreglarlo dejé sin fondos a algunos bancos. Cuando ví la que había liado, cerré el ordenador y disimulé.


SE QUISO QUEDAR
Ana María Shua
Argentina (1951)

Todos los patitos se fueron a bañar y el más chiquitito se quiso quedar. El sabía porqué: el compuesto químico que había arrojado horas antes en el agua del estanque dio el resultado previsto. Mamá Pata no volvió a pegarle: a un hijo repentinamente único se lo trata – como es natural- con ciertos miramientos.


SE SOLICITA SIRVIENTA
Patricia Laurent Kullick
México (1962)

Si viene por el anuncio, pase. Las instrucciones están sobre la mesa. Señor: Me llamo Regulema y leí su recado. Fui a la tienda con el dinero que estaba sobre la mesa. Le dejo una coliflor cocida y un caldito de pollo. Espero que le guste. Regulema. Regulema: Le doy la bienvenida. Disculpe usted que no lo haga personalmente pero soy un hombre enfermo. En el recado de ayer olvidé decirle que su horario será de diez a cuatro, pero si termina antes puede irse. Hay un cuarto en el fondo del pasillo que está bajo llave, no se preocupe en limpiarlo. Cada viernes dejaré su sueldo sobre esta misma mesa. Jonas Kushner. Señor Kushner: Compré veneno para ratas y un líquido para limpiar la vajilla del vitrinero. Mañana voy a ir a pagar los recibos de luz y agua que estaban amontonados en el buzón. No estaré por la mañana. Regulema. Regulema: El caldo de ayer tenía especias. Le pido por favor que el pollo lo hierva en agua solamente. Lo que compró para limpiar el oro y la plata no era necesario, como quiera se lo agradezco. Jonas Kushner. Señor Kushner: Ya lavé su ropa y perdone usted la libertad que me tomé para tirar una camisa blanca que por más que lavé y lavé, olía muy feo y estaba rota del cuello. Si usted quiere yo le puedo comprar una en el centro. Hasta mañana. Regulema. Señorita Regulema: Yo no uso camisas de colores y si llego a hacerlo, son lisas y muy discretas. Por favor compre siempre camisas blancas de manga larga. Gracias. Kushner. Señor Kushner: Perdone el error de las camisas, pero me parecieron bonitas y modernas. No vuelve a pasar. ¿No cree que es mucho el dinero que me dejó de sueldo o son varios meses por adelantado? Regulema. Regulema: No le pagué por adelantado, simplemente estoy muy contento con usted. Compre más coliflor. Kushner. Estimado señor Kushner: No sabía qué hacer con todo el dinero. Compré ropa para los dos y me inscribí en una academa de corte. El resto lo metí en una cuenta de ahorros, pero antes compré mucha despensa para surtir la alacena. Gracias por todo. Regulema. Señor Kushner: Ya ví que no se comió el pollo ni la coliflor de ayer. Tampoco leyó mi recado. ¿Se siente mal? Hoy estuve tocando en su puerta pero nadie contestó. Espero que esté bien. Regulema. Señor Kushner, de verdad que ya me asusté. Aunque todavía no lo conozco, nunca me había sentido tan a gusto con mi patrón. Ojalá que nada malo le pase pero si no encuentro un recado mañana, llamaré a la ambulancia. Regulema. Regulema: Espero que vea esta nota que le pongo por debajo de la puerta. Hágame el favor de sacar todos los ajos que trajo a casa. Kushner.


HISTORIA DE CECILIA
Marco Tulio Cicerón
Roma (106 a.C.-43 a.C.)

He oído a Lucio Flaco, sumo sacerdote de Marte, referir la historia siguiente: Cecilia, hija de Metelo, quería casar a la hija de su hermana y, según la antigua costumbre, fue a una capilla para recibir un presagio. La doncella estaba de pie y Cecilia sentada, y pasó un largo rato sin que se oyera una sóla palabra. La sobrina se cansó y le dijo a Cecilia:
- Déjame sentarme un momento.
- Claro que sí, querida -dijo Cecilia-; te dejo mi lugar.
Estas palabras eran el presagio, porque Cecilia murió en breve y la sobrina se casó con el viudo.


PARTE METEOROLOGICO
Gilda Manso
Argentina (1983)

Los que pronostican el tiempo tenían razón. El domingo dijeron que para el martes a partir de la madrugada se esperaba una fuerte tormenta de sapos, y así fue: el martes, a eso de las cinco, me despertó el croki croki plaf que hacían los sapos al estrellarse contra mi techo de chapa. Otra que el granizo. No quería ni imaginar cuánto me saldría una chapa nueva. Un par de horas después, cuando la claridad del día me facilitaba la tarea, subí al techo. Con paraguas, claro; pobremente guarecida por la tela naranja de mi recurso de amparo podía ver cómo los sapos se inmolaban en él, y también se inmolaban en los tejados, en las veredas, en el capó de los autos. Armada de paciencia, protegida por un escudo mental anti-asco y anti-pena, fui empujando sapo tras sapo hasta que los veía caer sobre la calle. Podrán llamarme morbosa e irrespetuosa de la higiene pública, pero imagínense kilos y kilos de sapos sobre un techo de chapa, y el temporal que no paraba. Mi intención era seguir teniendo casa. Los últimos cayeron cuando se puso el sol. Esa era otra cosa: llovían sapos, pero en el cielo no había ni una miserable nube a la cual culpar por el enchastre verde y rojo de la tormenta del siglo. Innumerables cadáveres anfibios alfombraron la ciudad durante días. La municipalidad argumentó (argumenta) que la lluvia de sapos no está incluida en la boleta de alumbrado, barrido y limpieza. Pero de a poco, los jabalíes van saliendo de sus escondites y se comen a los sapos. Yo hice un trato con ellos: ellos no se suben a mi techo, y yo finjo que no existen. A ver si esta noche puedo dormir.


TESTIMONIO
Miguel Angel López Muñoz
España (1981)

Cuando la última estrella se apagó, yo estuve allí para verlo.


LOS BAJIOS
Angel Olgoso
España (1961)

Se untan con pomadas para cicatrizar las terribles grietas que deja en su piel la humedad constante y reblandecedora. Frotan sin piedad sus uñas con estropajos y perfuman su cuerpo con artemisa y lavanda para enmascarar el hedor a pescado. Toman infusiones con miel para suavizar sus destrozadas cuerdas vocales. Pero el efecto es poco duradero: ningún emplasto las libra del dolor de garganta, de las profundas estrías, del sabor submarino a algas que prevalece sobre cualquier empeño. Y, rendidas, vuelven disciplinadamente a su ocupación, como bestias uncidas al yugo, como esos niños con las orejas clavadas al banco de trabajo en la fábrica, regresan a su puesto en esta isla rocosa sin discutir la índole de su tarea, doce horas con el agua hasta la cintura, absortas entre las piedras infestadas de minúsculos cangrejos, percebes y pulgas de mar, en compañía de los cormoranes, de las flagelaciones de espuma, de la rutinaria pesadilla de las tormentas, del gemido agónico de los ahogados, siempre ojo avizor tras cualquier barco que cabotea cerca o hace ondear las velas, las grímpolas y las flámulas, llorando en silencio, soñando con subir a bordo y escapar lejos de estos bajíos, surcar las aguas crestadas de blanco hacia no importa qué país, perderse tierra adentro en un bosque de hayas, en un desierto quemado por el sol salvaje, en una atronadora ciudad, en las herbosas laderas de una montaña. Mientras tanto, la sombría marea baja les absorbe la vitalidad y sienten que su piel se va apagando como la de un lagarto que acabase de morir, ya no es más que un manchón de plata, con largos cabellos apresados en salitre y esa pronunciación de escamas abajo. Sin embargo, a pesar de todo, aún cantan con exquisita dulzura, quizá lo hagan al dictado de arcaicas servidumbres, pero cantan sin parar, aún cautivan, aún entonan promesas que atraerán irresistiblemente a marinos incautos.


RECETA CASERA
Juan José Arreola
México (1918-2001)

Haga correr dos rumores. El de que está perdiendo la vista y el de que tiene un espejo mágico en su casa. Las mujeres caerán como las moscas en la miel. Espérelas detrás de la puerta y dígale a cada una que ella es la niña de sus ojos, cuidado de que no lo oigan las demás, hasta que les llegue su turno. El espejo mágico puede improvisarse fácilmente profundizando en la tina de baño. Como todas son unas narcisas, se inclinarán irresistiblemente hacía el abismo doméstico. Usted puede entonces ahogarlas a placer o salpimentarlas al gusto.


AHORA NO, FERNANDO
David McKee
Inglaterra (1935)

- Hola, papá -dijo Fernando.
- Ahora no, Fernando -dijo su padre.
- Hola mamá -dijo Fernando.
- Ahora no, Fernando -dijo su madre.
- Hay un monstruo en el jardín y me va a comer -dijo Fernando.
- Ahora no, Fernando -dijo su madre.
Fernando salió al jardín.
- Hola, monstruo -le dijo al monstruo.
El monstruo se comió a Fernando enterito. No dejó ni una pizca. Luego el monstruo entró en la casa.
- Grrr... -hizo el monstruo detrás de la madre de Fernando.
- Ahora no Fernando -dijo la madre de Fernando.
Y el monstruo mordió la pierna del padre de Fernando y la madre de Fernando puso la cena frente al televisor y el monstruo la comió y cuando el monstruo dijo:
- Pero si soy un monstruo...
Contestó la madre de Fernando:
- Ahora no Fernando.