28 de agosto de 2010

Entremeses literarios (CXI)

MONOLOGO DE LA CAMISA
David Lagmanovich
Argentina (1927)

Una corbata roja pretendió anudarse a mi cuello, so pretexto de abrazo. Soy una camisa con experiencia de la vida, así que me libré de ella con algunas oportunas ondulaciones. Avergonzada, volvió a instalarse con sus hermanas. ¡A mí con zalamerías que esconden propósitos aviesos! En cambio la cercanía de los pañuelos resulta reconfortante, aunque el consuelo sea transitorio. Mejor acogerme al amparo de esa chaqueta de muchos botones, esa que dice ser "de gala" y no como mi otra vecina, "de fajina". Todos necesitamos protección.

 
EL NEGADOR DE MILAGROS
Herbert Allen Giles
Inglaterra (1845-1935)
 
Chu Fu Tze, negador de milagros, había muerto; lo velaba su yerno. Al amanecer, el ataúd se elevó y quedó suspendido en el aire, a dos cuartas del suelo. El piadoso yerno se horrorizó. "Oh, venerado suegro" suplicó, "no destruyas mi fe de que son imposibles los milagros". El ataúd, entonces, descendió lentamente, y el yerno recuperó la fe.
 
 
LOS JUEGOS DEL TIEMPO
Eduardo Galeano
Uruguay (1940)
 
Dizquedicen que había una vez dos amigos que estaban contemplando un cuadro. La pintura, obra de quién sabe quién, venía de China. Era un campo de flores en tiempo de cosecha. Uno de los dos amigos, quién sabe por qué, tenía la vista clavada en una mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas. Ella llevaba el pelo suelto, llovido sobre los hombros. Por fin ella le devolvió la mirada, dejó caer su canasta, extendió los brazos y, quién sabe cómo, se lo llevó. El se dejó ir hacia quién sabe dónde, y con esa mujer pasó las noches y los días, quién sabe cuántos, hasta que un ventarrón lo arrancó de allí y lo devolvió a la sala donde su amigo seguía plantado ante el cuadro. Tan brevísima había sido aquella eternidad que el amigo ni se había dado cuenta de su ausencia. Y tampoco se había dado cuenta de que esa mujer, una de las muchas mujeres que en el cuadro recogían amapolas en sus canastas, llevaba, ahora, el pelo atado en la nuca.


SINFONIA CONCLUIDA
Augusto Monterroso
Guatemala (1921-2003)

Yo podría contar -terció el gordo atropelladamente- que hace tres años en Guatemala un viejito organista de una iglesia de barrio me refirió que por 1929 cuando le encargaron clasificar los papeles de música de La Merced se encontró de pronto unas hojas raras que intrigado se puso a estudiar con el cariño de siempre y que como las acotaciones estuvieran escritas en alemán le costó bastante darse cuenta de que se trataba de los dos movimientos finales de la Sinfonía inconclusa así que ya podía yo imaginar su emoción al ver bien clara la firma de Schubert y que cuando muy agitado salió corriendo a la calle a comunicar a los demás su descubrimiento todos dijeron riéndose que se había vuelto loco y que si quería tomarles el pelo pero que como él dominaba su arte y sabía con certeza que los dos movimientos eran tan excelentes como los primeros no se arredró y antes bien juró consagrar el resto de su vida a obligarlos a confesar la validez del hallazgo por lo que de ahí en adelante se dedicó a ver metódicamente a cuanto músico existía en Guatemala con tan mal resultado que después de pelearse con la mayoría de ellos sin decir nada a nadie y mucho menos a su mujer vendió su casa para trasladarse a Europa y que una vez en Viena pues peor porque no iba a ir decían un Leiermann guatemalteco a enseñarles a localizar obras perdidas y mucho menos de Schubert cuyos especialistas llenaban la ciudad y que qué tenían que haber ido a hacer esos papeles tan lejos hasta que estando ya casi desesperado y sólo con el dinero del pasaje de regreso conoció a una familia de viejitos judíos que habían vivido en Buenos Aires y hablaban español los que lo atendieron muy bien y se pusieron nerviosísimos cuando tocaron como Dios les dio a entender en su piano en su viola y en su violín los dos movimientos y quienes finalmente cansados de examinar los papeles por todos lados y de olerlos y de mirarlos al trasluz por una ventana se vieron obligados a admitir primero en voz baja y después a gritos ¡son de Schubert son de Schubert! y se echaron a llorar con desconsuelo cada uno sobre el hombro del otro como si en lugar de haberlos recuperado los papeles se hubieran perdido en ese momento y que yo me asombrara de que todavía llorando si bien ya más calmados y luego de hablar aparte entre sí y en su idioma trataron de convencerlo frotándose las manos de que los movimientos a pesar de ser tan buenos no añadían nada al mérito de la sinfonía tal como ésta se hallaba y por el contrario podía decirse que se lo quitaban pues la gente se había acostumbrado a la leyenda de que Schubert los rompió o no los intentó siquiera seguro de que jamás lograría superar o igualar la calidad de los dos primeros y que la gracia consistía en pensar si así son el allegro y el andante cómo serán el scherzo y el allegro ma non troppo y que si él respetaba y amaba de veras la memoria de Schubert lo más inteligente era que les permitiera guardar aquella música porque además de que se iba a entablar una polémica interminable el único que saldría perdiendo sería Schubert y que entonces convencido de que nunca conseguiría nada entre los filisteos ni menos aún con los admiradores de Schubert que eran peores se embarcó de vuelta a Guatemala y que durante la travesía una noche en tanto la luz de la luna daba de lleno sobre el espumoso costado del barco con la más profunda melancolía y harto de luchar con los malos y con los buenos tomó los manuscritos y los desgarró uno a uno y tiró los pedazos por la borda hasta no estar bien cierto de que ya nunca nadie los encontraría de nuevo al mismo tiempo -finalizó el gordo con cierto tono de afectada tristeza- que gruesas lágrimas quemaban sus mejillas y mientras pensaba con amargura que ni él ni su patria podrían reclamar la gloria de haber devuelto al mundo unas páginas que el mundo hubiera recibido con tanta alegría pero que el mundo con tanto sentido común rechazaba.

 
ERASE UNA VEZ
José Luis Zárate Herrera
México (1966)

Hachas, sangre, muerte. El cuento de la Caperucita es horrible, y más la versión que se cuentan entre sí los lobos.


MI HERMANO
Rafael Novoa
España (1971)

Nunca le perdoné a mi hermano gemelo que me abandonara durante siete minutos en la barriga de mamá, y me dejara allí, solo, aterrorizado en la oscuridad, flotando como un astronauta en aquel líquido viscoso, y oyendo al otro lado cómo a él se lo comían a besos. Fueron los siete minutos más largos de mi vida, y los que a la postre, determinarían que mi hermano fuera el primogénito y el favorito de mamá. Desde entonces salía antes que Pablo de todos los sitios: de la habitación, de casa, del colegio, de misa, del cine -aunque ello me costara el final de la película-. Un día me distraje y mi hermano salió antes que yo a la calle, y mientras me miraba con aquella sonrisa adorable, un coche se lo llevó por delante. Recuerdo que mi madre, al oír el golpe, salió de la casa y pasó ante mí corriendo y gritando mi nombre, con los brazos extendidos hacia el cadáver de mi hermano. Yo nunca la saqué del error.


LA MANZANA
María Laura Orfila
Argentina (1966)
 
Juan levantó la manzana del piso, la lustró contra el pulóver de dudosa higiene y se la acercó a la boca, decidido a darle un mordisco. Entonces se le ocurrió... le podía pasar lo mismo que a la heroína del relato que acababa de leer. Le dirigió una mirada de desconfianza al libro tirado descuidadamente sobre la hierba: "Blancanieves y los siete enanos". Sin embargo, recordó a su madre: "No te preocupes; es tan solo un cuento, Juan". Se lo repitió a sí mismo y, olvidado ya de sus temores, mordió la fruta. Al volver en sí, Juan quiso incorporarse pero su cabeza chocó contra una superficie dura. Levantó la vista y lo que vio le demostró que el libro no mentía... siete enanos lo miraban desde fuera de una tapa de cristal pero sus miradas no expresaban ninguna alegría, sino furia, rencor.. ¡Este descubrimiento lo horrorizó! Quiso gritar pero ningún sonido surgió de su garganta. Mientras, los enanos iban levantando la tapa lentamente, muy lentamente... pero con seguridad, la seguridad de unas bestias famélicas mientras unos ojos crueles y deformes se apretaban contra el cristal...

 
VIVIR PARA SIEMPRE
James George Frazer
Escocia (1854-1941)
 
Un relato, recogido cerca de Oldenburg, en el Ducado de Holstein, trata de una dama que comía y bebía alegremente y tenía cuanto puede anhelar el corazón, y que deseó vivir para siempre. En los primeros cien años todo fue bien, pero después empezó a encogerse y arrugarse, hasta que no pudo andar, ni estar de pie, ni comer ni beber. Pero tampoco podía morir. Al principio la alimentaban como si fuera una niñita, pero llegó a ser tan diminuta que la metieron en una botella de vidrio y la colgaron en la iglesia. Todavía está ahí, en la iglesia de Santa María, en Lübeck. Es del tamaño de una rata, y una vez al año se mueve.
 
 
CANCER
Fernando Di Tomaso
Argentina (1978)

Hacía meses que mi padre no se levantaba de la cama. Yo tenía siete años y me habían prohibido verlo más que un ratito, una vez al día; pero me colaba en su cuarto cada vez que podía. Una mañana, bien temprano, me escabullí y lo encontré viejísimo, llorando sin ruido, casi sin mover la cara. Me dijo que no me asustara, que el monstruo se había ido, pero que tenía que traerle la escopeta, por si volvía... Cerca del mediodía, estaba ayudando a mi madre en la cocina cuando escuchamos el disparo. "¡Papá mató al monstruo!", grité.


MONSTRUOSIDAD
Jordi Cebrián
España (1964)

Llevaba meses haciéndolo sin que nadie sospechara sus atrocidades. Los sábados entraba de noche en la iglesia descolgándose desde el tejado por unas vigas de madera, abría la puerta de la sacristía, y cambiaba el vino sacramental por vino de taberna. Se arrodillaba en medio de la pequeña sala, rezando a dioses diferentes para que quitaran de aquel lugar toda la fuerza, toda la magia. El domingo por la mañana se sentaba en un banco a ver salir la gente de la iglesia, y sentía un placer cruel en la certeza de que les había condenado a todos al infierno.