18 de julio de 2010

Entremeses literarios (CVII)

PERDIENDO VELOCIDAD
Samanta Schweblin
Argentina (1978)

Tego se hizo unos huevos revueltos, pero cuando finalmente se sentó a la mesa y miró el plato, descubrió que era incapaz de comérselos.
- ¿Qué pasa? -le pregunté.
Tardó en sacar la vista de los huevos.
- Estoy preocupado -dijo-, creo que estoy perdiendo velocidad.
Movió el brazo a un lado y al otro, de una forma lenta y exasperante, supongo que a propósito, y se quedó mirándome, como esperando mi veredicto.
- No tengo la menor idea de qué estás hablando -dije-, todavía estoy demasiado dormido.
- ¿No viste lo que tardo en atender el teléfono? En atender la puerta, en tomar un vaso de agua, en cepillarme los dientes... Es un calvario.
Hubo un tiempo en que Tego volaba a cuarenta kilómetros por hora. El circo era el cielo; yo arrastraba el cañón hasta el centro de la pista. Las luces ocultaban al público, pero escuchábamos el clamor. Las cortinas aterciopeladas se abrían y Tego aparecía con su casco plateado. Levantaba los brazos para recibir los aplausos. Su traje rojo brillaba sobre la arena. Yo me encargaba de la pólvora mientras él trepaba y metía su cuerpo delgado en el cañón. Los tambores de la orquesta pedían silencio y todo quedaba en mis manos. Lo único que se escuchaba entonces eran los paquetes de pochoclo y alguna tos nerviosa. Sacaba de mis bolsillos los fósforos. Los llevaba en una caja de plata, que todavía conservo. Una caja pequeña pero tan brillante que podía verse desde el último escalón de las gradas. La abría, sacaba un fósforo y lo apoyaba en la lija de la base de la caja. En ese momento todas las miradas estaban en mí. Con un movimiento rápido surgía el fuego. Encendía la soga. El sonido de las chispas se expandía hacia todos lados. Yo daba algunos pasos actorales hacia atrás, dando a entender que algo terrible pasaría -el público atento a la mecha que se consumía-, y de pronto: Bum. Y Tego, una flecha roja y brillante, salía disparado a toda velocidad.
Tego hizo a un lado los huevos y se levantó con esfuerzo de la silla. Estaba gordo, y estaba viejo. Respiraba con un ronquido pesado, porque la columna le apretaba no sé qué cosa de los pulmones, y se movía por la cocina usando las sillas y la mesada para ayudarse, parando a cada rato para pensar, o para descansar. A veces simplemente suspiraba y seguía. Caminó en silencio hasta el umbral de la cocina, y se detuvo.
- Yo sí creo que estoy perdiendo velocidad -dijo.
Miró los huevos.
- Creo que me estoy por morir.
Arrimé el plato a mi lado de la mesa, nomás para hacerlo rabiar.
- Eso pasa cuando uno deja de hacer bien lo que uno mejor sabe hacer -dijo-. Eso estuve pensando, que uno se muere.
Probé los huevos pero ya estaban fríos. Fue la última conversación que tuvimos, después de eso dio tres pasos torpes hacia el living, y cayó muerto en el piso. Una periodista de un diario local viene a entrevistarme unos días después. Le firmo una fotografía para la nota, en la que estamos con Tego junto al cañón, él con el casco y su traje rojo, yo de azul, con la caja de fósforos en la mano. La chica queda encantada. Quiere saber más sobre Tego, me pregunta si hay algo especial que yo quiera decir sobre su muerte, pero ya no tengo ganas de seguir hablando de eso, y no se me ocurre nada. Como no se va, le ofrezco algo de tomar.
- ¿Café? -pregunto.
- ¡Claro! -dice ella. Parece estar dispuesta a escucharme una eternidad. Pero raspo un fósforo contra mi caja de plata, para encender el fuego, varias veces, y nada sucede.


MI PERRO
Arthur Conan Doyle
Escocia (1859-1930)

Me arrellano en mi sillón junto a la chimenea donde crepita el fuego, con la copa de coñac en la mano derecha y la izquierda caída, descuidadamente, acariciando la cabeza de mi perro…hasta que descubro que no tengo perro.


THE MIGHTY CLOUDS
Mireia Sentís
España (1947)

The Mighty Clouds era uno de los grupos Gospel más queridos en Louisiana. Todos tenían un oficio que practicaban cuatro días a la semana. Los tres restantes viajaban, desde hacía veinticinco años, en un autobús mil veces apañado, regalo de un fan que apostó por ellos en el gran concurso sureño de canto, y ganó una cantidad nada despreciable. Ya entonces era de segunda mano. Los desplazamientos requerían fortaleza física y mucha devoción. Se dormía en cualquier agujero -a veces en el propio autobús, cuando los hoteluchos de los alrededores no aceptaban negros- y se comía a deshora. Los destinos solían ser iglesias metodistas o descampados de pequeños pueblos. En general, deduciendo gastos, les quedaban unos treinta dólares a cada uno. Eran ocho. Un día de especial calor reventó una rueda del autobús; al mismo tiempo se estropeó el cambio de marchas y se acabó la gasolina. Por la solitaria carretera no viajaba ni un alma. Al fin apareció una camioneta. El campesino les solucionó, con gran esfuerzo, los tres problemas. Los Mighty Clouds lo saludaron como a un ángel. "Bueno, bueno -murmuró el rubio campesino- la mejor manera de darme las gracias es largándose de aquí". Del bolsillo sacó, sin una palabra más, su carnet del Ku Klux Klan.


LA BREVEDAD
Gabriel Jiménez Emán
Venezuela (1950)

Me convenzo ahora de que la brevedad es una entelequia cuando leo una línea y me parece más larga que mi propia vida, y cuando después leo una novela y me parece más breve que la muerte.


MERCADO
María José Barrios
España (1980)

Fuimos a buscar un abuelo nuevo, porque el que teníamos estaba ya muy viejito y no nos servía para nada. El primero que nos enseñaron era de muy buena calidad, elegante, perfecto para las fotos de familia y a juego con los muebles del salón, pero parecía bastante aburrido y salía un poquito caro. A mí me gustó el que contaba chistes verdes, lo que pasa es que traía diabetes y tenía mal aliento. También intentaron vendernos un par que, si te los llevabas juntos, te hacían descuento y te regalaban los bastones, pero no nos pareció práctico. Así que finalmente nos quedamos con éste, que viene con dentadura de recambio y sabe volar cometas.


LOS HECHOS EN VERDAD
Efer Arocha
Colombia (1963)

Los vencedores de la Segunda Guerra Mundial le plantearon a Stalin incluir entre los victoriosos al Papa. El interrogado contestó de manera seca y lacónica: "Sí, si me dicen cuántas divisiones comandó". Los ganadores conmemoran la efeméride cada año. En Rusia, luego de la disolución de la Unión Soviética, cesó la tradición durante dos décadas. Hoy es 8 de mayo de 2008, y los festejos se reanudan. Ni en la fachada del Kremlin ni en pancartas u objetos alusivos aparece Stalin. Tampoco figura el comandante del Ejército Rojo. Encabeza el desfile el estandarte de la iglesia ortodoxa rusa como el testimonio de la participación en la guerra y en la victoria. Todo lo que oí durante este día desde los confines del mundo fue la voz de Diógenes que me pedía: "¡Córrame el libro de la historia porque me hace sombra!".


CLAUSULA III
Juan José Arreola
México (1918-2001)

Soy un Adán que sueña con el paraíso, pero siempre me despierto con las costillas intactas.


EL QUE ESPERA
Martín Gardella
Argentina (1973)

Tras largos meses de expectativa, noté el centelleo de una botella entre la espuma. Un papel amarillento, perfectamente enroscado en su interior, me traía sus noticias. Decía que le gustaban mis cartas, que deseaba conocerme y que también estaba enamorándose de mí. Sentí el impulso de echarme a nadar, abandonar aquella isla aburrida definitivamente. Sería capaz de cruzar el océano para ir a buscarla, sin importar la distancia a la que estuviera la otra orilla. Sin embargo, una línea inesperada al final del mensaje complicó todos mis planes. Allí, en odiosas letras claras y bien definidas, distinguí mi propia firma.


EL SELENITA ASOMBRADO
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)

SELENITA: Entonces, ¿cuando vuestro Congreso ha aprobado una ley, ésta es enviada directamente a la Corte Suprema para que se compruebe inmediatamente si es constitucional?
TERRESTRE: ¡Oh, no! La aprobación de la Corte Suprema no es necesaria hasta que, después de funcionar la ley durante muchos años, tal vez algún abogado la ponga en tela de juicio porque perjudica… a su cliente, quiero decir. Si el Presidente aprueba la ley, ésta comienza a ser aplicada desde el momento de la aprobación.
SELENITA: Ah, el Poder Ejecutivo parte del Legislativo. ¿Vuestras policías también aprueban las ordenanzas que aplican?
TERRESTRE: Todavía no… al menos en su carácter de policías. Sin embargo, hablando en términos generales, toda ley requiere la aprobación de aquellos a quienes se va a aplicar.
SELENITA: Ya veo. La sentencia de muerte no es válida hasta que la firma el asesino.
TERRESTRE: Amigo mío, usted exagera. No somos tan coherentes.
SELENITA: Pero, mantener un costoso aparato judicial sólo para que se expida sobre la validez de las leyes después de que éstas fueron aplicadas durante largo tiempo, y esto si un particular lo solicita, ¿no crea una gran confusión?
TERRESTRE: Sí.
SELENITA: Entonces, ¿por qué no hacer aprobar las leyes por el presidente de la Corte Suprema, en vez de por el Ejecutivo?
TERRESTRE: No hay precedentes de ese método.
SELENITA: Precedentes. ¿Qué es eso?
TERRESTRE: Fue definido por quinientos abogados, cada uno de los cuales escribió tres tomos. ¿Quién podría saberlo?


EUSTACE
Tanith Lee
Inglaterra (1947)

Amo a Eustace a pesar de que me lleva cuarenta años, es totalmente mudo y no tiene ningún diente. Me da igual que Eustace esté completamente calvo -excepto los pelos esos que se le ven entre los dedos de los pies-, que cuando ande se le note la joroba y a veces se caiga en medio de la acera. Si cree que tiene que emitir uno de esos cortos sonidos agudos suyos como silbando, o si se le da por mordisquear con su boca sin dientes en el sofá o irse a dormir al jardín, yo lo acepto todo como cosas bastante normales. Porque lo amo. A Eustace lo amo porque es el único hombre del mundo al que no le importa que yo tenga tres piernas.