15 de octubre de 2009

Javier Villafañe: "Las cosas que se le ocurren al Diablo jamás se le pueden ocurrir a Dios"

Javier Villafañe (1909-1996) nació y murió en Buenos Aires, pero toda su vida estuvo signada por un incesante vagubundeo por distintos lugares del mundo como artista ambulante. Fue poeta, escritor, periodista y titiritero. Avido lector, desde muy joven se sintió atraído por los relatos orales, la poesía callejera y el mundo de los títeres y marionetas. A los veintiséis años, siendo empleado de Obras Sanitarias de la Nación, instaló su primera carreta de teatro ambulante de marionetas en un baldío del barrio de Belgrano. En los decorados, pinturas y muñecos intervinieron artistas de la talla de Emilio Pettoruti (1892-1971), Norah Borges (1901-1998), Raúl Soldi (1905-1994) y Enrique Molina (1910-1997) entre otros, dando la primera función el 22 de octubre de 1935. El escenario era la parte trasera de la carreta y la iluminación provenía de unos faroles de querosén colgados en las ramas de los árboles. Luego creó "La Andariega", su mítica carreta devenida hogar y teatro de títeres ambulante, con la cual recorrió el interior profundo de la Argentina y países como Bolivia, Chile, Paraguay y Uruguay. Por entonces ya escribía cuentos infantiles, antológicos textos poblados por animales, fantasmas, niños y títeres. Con el tiempo, su infatigable espíritu viajero lo llevó incluso hasta Asia, Africa y Europa. En 1967, su libro "Don Juan el Zorro" fue censurado y retirado de circulación por la dictadura militar imperante en la Argentina de entonces. Disgustado, Villafañe se radicó en Venezuela donde, trabajando para la Universidad de Los Andes, fundó un Taller de Títeres para formar artistas de esa disciplina. En 1978, recorrió con su teatro ambulante el camino de Don Quijote a través de La Mancha, en España, país en el que se instalaría desde 1980 hasta 1984, año en que retornó a la Argentina. Fue autor, entre muchos otros libros, de "Tiempo de cantar", "Los sueños del sapo", "Historias de pájaros", "La maleta", "De puerta en puerta", "Circulen, caballeros, circulen", "Cuentos y títeres", "El caballo celoso", "Atá el hilo y empezá de nuevo", "El hombre que quería adivinarle la edad al diablo", "Maese Trotamundos por el camino de Don Quijote", "El gran paraguas", "La jaula", "El gallo pinto" y "La vuelta al mundo". La siguiente entrevista realizada por la periodista uruguaya María Esther Gilio, fue publicada por el semanario "Brecha" de Montevideo el 25 de octubre de 1991.
¿Sabe, Javier? Yo creo que García Márquez lo leyó a usted y allí, en sus cosas, encontró una puerta por la que meterse. Mire, tomo cualquier libro suyo, lo abro en cualquier parte, leo y recuerdo siempre a García Márquez. Yo creo que fue usted quien inventó el realismo mágico.

Ah, García Márquez, amo a ese hombre. Pero hay algo... si nosotros pudiéramos. Los niños pueden. Fíjese, un chico que nunca había leído a García Márquez me cuenta ese cuento de Dios que cae en el gallinero de una casa. A mí se me ocurren muchas cosas, me dijo el chico cuando le pregunté. "Pero nadie me pide que las escriba. Y, después que las cuento...". Claro, sentía que ya no era necesario escribirlas.

¿Es Trotamundos el personaje que más quiere?

Sí, creo que Trotamundos es mi hijo preferido.

No siempre el hijo preferido tiene el mejor padre. Hay amores que ahogan.

Sí, por algo se queja Trotamundos de que los cuchillos que llevamos en la valija son de utilería. "Porque un día voy a matarte", dice. Y cuando yo le pregunto por qué, él agrega...

... porque eres mi padre...

Pero no sé si es el que más quiero. A usted le parecerá mentira. Yo le he hecho varios reportajes a Trotamundos, uno cuando cumplió la mayoría de edad, otro en España y otro que luego escribí en algún libro. Pero yo los quiero mucho a todos. De pronto estoy preparando los muñecos para viajar y digo: "Voy a llevar sólo a Trotamundos, al Diablo, a la Muerte y a estos dos". Y miro a los otros y me digo: "No, no, ¿cómo voy a dejar a estos otros?, no puedo". Y al final los llevo a todos. Usted dirá que hago literatura.

Pero cómo voy a decir que hace literatura si le estoy mirando los ojos. Le da pena dejarlos.

Claro, claro. Y hace unos días de pronto le dije a Trotamundos: "Mira, si yo te dejara. ¡Ah, das vuelta la cabeza para el otro lado, como si no quisieras oír!". Y en ese momento Luz Marina, mi mujer, que entra al cuarto pregunta: "¿Qué decías?". "No, nada, nada", le contesto yo. Luz me mira y tampoco dice nada. Ella sabe que hablaba con Trotamundos. Hablo mucho con él, es el muñeco con el que más hablo.

Usted en sus obras habla a menudo de la muerte. Es una muerte que no asusta, la suya, tal vez porque con ella se puede dialogar, y nosotros confiamos mucho en el diálogo.

Sí, yo creo que creemos en el diálogo. Y está bien, hay que tener esa confianza. Mire lo que me pasó una vez. Yo estaba muy enfermo, muy enfermo, y tenía que morir por que me había atacado una terrible pulmonía. Entonces me dije: "Está bien, algún día tenía que morir, pero no todavía. Veamos qué hago". El médico, muy amigo, venía tres o cuatro veces por día a verme. Buscaba un pretexto y venía, porque sabía que en cuanto él se diera vuelta, paf, yo me le iba. Se me ocurrió una cosa. Cuando él entró, una de esas veces, yo empecé a hablarle en voz muy muy alta, tan alta, como si en un teatro debieran escucharme desde el paraíso. "Mira, yo quiero salir de esto porque tengo que terminar un libro, y además tengo un contrato que cumplir dentro de cinco años". "Sí, sí", dijo él, y le preguntó a mi compañera: "¿Qué le pasa a Javier, está sordo?". "El tiene bien el oído, no está sordo", dijo ella. Y él: "No sé, ha entrado en una cosa delirante". Cuando ya se iba lo llamé: "Acércate", le dije, "¿sabes por qué te hablaba tan alto? Porque a lo mejor la muerte está escuchando. La muerte está detrás de todas las paredes, las puertas. Si me oye va a decir: '¿Cómo voy a llevarme a este viejo que tiene tantas cosas que hacer?'".

¿Tiene sí, muchas cosas que hacer?

No, no tantas, eso fue para engañar a la muerte. En realidad ya hace un tiempo que me digo: "Quiero ver amigos, leer, tomar vino y dejar que el tiempo pase sin ponerme a contarlo".

¿Sabe, Javier, que la cara de Maese Trotamundos es un poco triste, escéptica? Además de inteligente. Trotamundos es muy inteligente, creo.

Sí, es. ¿Le miró los ojos, los miró bien? Tienen muchos años esos ojos para un títere. El nació en 1933, ya llegó a la mayoría de edad y ya me hizo todos los reproches que se le hacen a un padre a esa altura. Me dijo: "Yo no hablo así, esa no es mi voz. Usted no conoce la voz de ninguno de nosotros. Ni conoce nuestra manera de caminar. Nos hace caminar como camina usted".

Y también: "¿Por qué no hay en la maleta un revólver con balas que maten y un cuchillo filoso? ¿Y si alguno de nosotros quisiera suicidarse?". ¿Qué sabe Trotamundos sobre la muerte?

El sabe que moriremos juntos porque se lo anunció una adivina. El me ha dicho: "Le tengo miedo a la muerte. Por favor, mírese a un espejo. Usted ha envejecido. Tiene la barba totalmente blanca. Está tan viejo que puedo matarlo con un cuchillo de utilería". Y hablando de esto, recuerdo a una titiritera que un día conocí, con la que hablamos muy largamente de nuestros viajes y nuestros muñecos. Quiso mostrármelos. Abrió la maleta, que tenía cerrada desde hacía largo tiempo, y adentro sólo había polvo. Era la realidad más terrible de la muerte. Ella se puso muy triste. Esa imagen no se me borrará jamás. Los muñecos se habían transformado en polvo.

Usted es tan vital que uno jamás lo asociaría a la muerte. Sin embargo en su literatura siempre está allí nomás, tan cerca del niño como del anciano.

Ella está presente en todas las cosas, en el amor -"Largas horas tiene el día, el amor sólo un instante"-. Está en esta llave que parece tan fuerte y que un día no será más esta llave, derecha, dorada y dura. Tengo un poema sobre la muerte pero mala memoria.

Trate de recordar aunque sea sólo alguna estrofa.

La muerte es una joven anciana enamorada, no tiene boca los ojos de la muerte. A veces toma sol en las plazas, mira pasar las nubes. A veces lleva un sombrero de paja. A veces va a caballo, sale y regresa con alguien entre las manos. Es su quehacer cotidiano.

Neruda dijo en una charla que para él había una sola forma de olvidar a la muerte: el amor. También decía "un poeta no puede vivir ni escribir sin estar enamorado".

Un titiritero tampoco. No se puede ni se debe. Aunque a veces el amor se termina y uno sufre.

No lo veo sufriendo.

Sí, sí he sufrido. Yo he tenido muchas novias, muchas amigas. Y a veces alguna me ha dicho: "Basta, se acabó; andate". Porque el amor se había terminado pero yo no lo sabía, no sentía que se había terminado. Aunque algo había hecho para que eso ocurriera. Tal vez había tomado demasiado. Entonces me echaban. Yo quedaba muy muy triste.

Muy muy triste, pero por muy muy poco tiempo, ¿verdad?

Sí, ¿cómo lo sabe? Se me pasaba pronto.

Porque encontraba otra.

Sí, sí. La compañera que más tiempo me ha durado es Luz Marina, diez años. Ceba mate, es venezolana, habla varios idiomas y colabora en todo lo que hago.

A usted más que Dios le gusta el Diablo, ¿verdad?

Sí, me gusta más. El Diablo es más ingenioso.

¿Dios es más previsible?

Las cosas que se le ocurren al Diablo jamás se le pueden ocurrir a Dios. Yo tuve un problema con Dios. En cambio a mí el Diablo nunca me dio un dolor de cabeza.

¿Habla de títeres?

Hablo del Diablo Diablo y Dios Dios. Verá. En la escuela primaria había unas láminas que mostraban las distintas etapas de la evolución del hombre. Ahí estaba el hombre en un determinado momento, todo peludo, parado por primera vez sobre sus piernas. "Que feo es Dios, dije yo". Y la maestra: "¡Cómo! ¿Por qué dice eso?". "Porque si Dios hizo al hombre a su imagen y semejanza, Dios es igual a ese hombre que vemos, es decir es todo peludo y muy feo". No sé, fue una mala jugada que yo le hice a Dios cuando tenía diez años. Se armó un gran lío en el colegio.

Le gusta más el Diablo, sin embargo usted va a tener que bancarse a Dios por una eternidad. Yo no lo veo en el infierno.

Sí, pero el infierno debe ser muy aburrido.

¿El infierno o el cielo?

El cielo, el cielo. Siempre me equivoco, pienso cielo y digo infierno o al revés, ¿por qué será que me equivoco? Le preguntaré a San Simeón, él debe saber.

¿Quién es?

El santo patrono de los titiriteros. El primer hombre que tuvo al niño Jesús en sus brazos.

¿Antes que José? ¿Sabía que un grupo de católicos quieren rever la virginidad de María y la paternidad de José?

Yo tengo un poema que dice "Santo dudoso de la fidelidad de su esposa". Está en un libro que quiero mucho, "Historiacuentopoema". Allí también está la historia de un venezolano, el doctor José Gregorio Hernández, al que quieren hacer santo. El pueblo está empeñado en eso. Pero hay algunas cosas en contra.

¿Qué cosas?

Que se teñía los bigotes. Y además, su muerte, que no fue heroica. El único auto que funcionaba en toda Venezuela lo mató. El cruzaba la calle luego de haber comprado en la farmacia remedios para una anciana menesterosa, cuando se topó con el auto homicida.

¿Cómo es esa historia del payaso cuyo "pi pi", dice usted, crece y crece, tanto que lo tapan con una sábana y la sábana parece una bandera en su mástil? Usted dijo que ese payaso existió.

Sí, existió, su mujer se reencontró un día con una amiga del colegio y así se reanudó un amor nacido en la infancia. Ella dejó al payaso y se fue a vivir con su amiga. El payaso me lo contó todo, me dijo cómo ella, en la noche, se demoraba en llegar a la cama. Y cómo al acostarse, siempre decía "Estoy cansada". Me dijo que él la acariciaba pero sentía el rechazo de su cuerpo. "Mi caricia tocaba su sudor frío y resbaloso como el vientre de un reptil", dijo. Ella, Maricarmen, se
fue un día con Maite, su ex compañera de colegio. "Suerte que se fue con una mujer, me dijo el payaso, si se hubiera ido con un hombre la mato. Yo no soy un cornudo". Era tan inocente aquel payaso.

De aquí, de toda esta historia salió el cuento "Payaso que se casó con hija de payaso". Ahí el payaso cuenta que pasa la Navidad en la casa de ambas, en Cádiz. "Cuando comen carne, mi mujer le presta los dientes a su amiga. Los mismos dientes que le regalé el día de nuestra boda", dice al final el payaso.

Eso es, eso es. Yo quiero que usted lea mi libro "Paseo con difunto" porque... bueno, para qué quiero saber por qué, lo que sé es que quiero que lo lea. Sabe lo más curioso, que uno al final se confunde y no sabe qué es fantasía y qué es realidad. Ocurren cosas tan raras. Mire lo que pasó con aquella mujer que se había enamorado de un gallo.

¿Quién era?

Era la hija de un general con las paredes de su casa llenas de sables y las vitrinas de medallas. Muere el marido, que era coronel y entonces se enamora del gallo. ¿Qué hacer? Hija de un general, y mujer de un coronel, lo primero que hace cuando ve que el gallo ni la mira es matar una a una todas las gallinas. Hecho esto va y convida al gallo, que ahora llama Juan, para que entre a su casa. Pero Juan se niega. Entonces ella toma una cesta llena de maíz y los va tirando para que Juan la siga. Le lleva días enseñarle a entrar, a subir la escalera. Pero lo consigue. Y luego consigue que se suba a la cama, para lo cual desparrama granos sobre las sábanas y sobre su sexo. Pero para seducirlo más aún, busca gusanos y los pone sobre sus senos y su sexo.

¡Mi Dios! ¿Y cómo termina?

Con la hija del general y viuda del coronel diciendo ¡Juan! ¡Juan! ¡Juan! Pero no sonría que esta historia no tiene un final feliz. Un día Juan desapareció, entonces la hija del general lo buscó, lo buscó y lo buscó. Aquí, allá y más allá. Pero no lo encontró. "Me lo robaron las solteronas de mis cuñadas", dijo finalmente.

Y estoy segura de que no mentía.

Por eso me gusta usted.

Espere, espere, no simulo que le creo para complacerlo. Le creo.

Sí, por eso, porque me cree.

Bueno, otra pregunta, la última, usted ha dicho: "El títere es la sombra del hombre".

Es que están tan unidos. Puede ser así y también al revés.

El hombre es la sombra del títere.

Sí. Yo querría hacer algo en que estuvieran unidos el titiritero, el títere y el teatro. Como si en las venas de los tres corriera la misma sangre. Y esta idea, este deseo que tengo de una obra así, me hace doler el pecho. Yo creo que todo lo que uno ama es dolor.

Esto lo dice un personaje suyo, un titiritero miserable que anda por ahí con su hijo, su pequeño teatrito y tres personajes: la Novia, la Muerte y el Soldado. El dice: "Felices y desdichados aquellos que no aman su oficio".

Pobrecito del que ejerce su oficio sin dolor. Duele, duele el oficio. Cómo duele.