2 de septiembre de 2009

Entremeses literarios (LXXII)

LA VIDA EN COMUN
Augusto Monterroso
Guatemala (1921-2003)

Alguien que a toda hora se queja con amargura de tener que soportar su cruz (esposo, esposa, padre, madre, abuelo, abuela, tío, tía, hermano, hermana, hijo, hija, padrastro, madrastra, hijastro, hijastra, suegro, suegra, yerno, nuera) es a la vez la cruz del otro, que amargamente se queja de tener que sobrellevar a toda hora la cruz (nuera, yerno, suegra, suegro, hijastra, hijastro, madrastra, padrastro, hija, hijo, hermana, hermano, tía, tío, abuela, abuelo, madre, padre, esposa, esposo) que le ha tocado cargar en esta vida, y así, de cada quien según su capacidad y a cada quien según sus necesidades.


PEDIATRA A LA MADRUGADA
Ana María Shua
Argentina (1951)

Si todo lo que tiene es un poco de fiebre, hay que esperar, señora, sobre todo si acaba de empezar. Hay que esperar a que aparezcan otros sínto­mas, que exploten los globos oculares con un soni­do chasqueante, por ejemplo, o que la piel se le descame, hasta desprenderse del todo, dejando al descubierto la carne roja de los músculos, que la lengua experimente ese hundimiento central prolongándose, dividiéndose hasta hacerse bífida, que se le caigan las orejas, por ejemplo, como fru­tas reblandecidas, excesivamente maduras, que los dedos de los pies se le hinchen como pequeños di­rigibles, que vomite ilusiones o sardinas o una masa compacta de color azulado con la que podría atragantarse, que transpire un líquido tan ácido como para chamuscar la funda de la almohada, o tan frío como para depositar minúsculos carámba­nos colgando de sus cejas, aunque también puede ser que se le pase, señora, no se preocupe, hay que esperar un poco, lo más probable es que simple­mente se le pase la fiebre.


FABULA DEL HOMBRE ILUSTRE Y LA MADEJA DE HILO
Miguel Ibáñez de la Cuesta
España (1960)

La primera palabra del hombre ilustre fue mamá. La última, apenas una exhalación en la que algunos creyeron reconocer el nombre de uno de sus personajes literarios; otros una grosería; otros un simple ¡ay! prolongado, esforzado y fatal. Entre ambas palabras hubo una larga carrera de discursos, novelas, conferencias, solemnidades, declaraciones, vulgaridades, confesiones, hipocresías, lirismo, vanidades, palabras de amor, de odio y de estudiada indiferencia. El hombre ilustre se había pasado la vida desenredando el laberinto de las palabras, como cuando uno se empeña en desenredar una madeja de hilo llena de nudos, simplemente porque el hilo y los nudos están ahí, exhibiendo malignamente su embrollo como un reto, para darse cuenta al final de que en realidad con un pequeño extremo le hubiera bastado para coser un botón.


JONAS 1967
Javier Villafañe
Argentina (1909-1996)

No podes escaparte, Jonás. Otra vez huyendo como hace miles de años. Y ahora te vas a esconder debajo de un sillón en el décimo piso de una casa de departamentos. Va a ocurrir lo mismo que pasó en la nave, siglos atrás, cuan­do los marineros tuvieron miedo y arrojaron a la mar los enseres y echaron suertes y cada uno llamaba a su dios. Temblaron los cimientos de la casa.
- ¡Jonás! ¡Jonás! Tené compasión de nosotros.
Volvieron a temblar los cimientos. Se inclinaron los cuadros. Cayeron al suelo unos libros, unas tazas con café, un cenicero, unas copas con whisky. Se manchó la alfombra del comedor. Le preguntaron:
- ¿Por qué nos ha venido este mal? ¿Qué oficio tenés? ¿Cuál es tu tierra? ¿De qué pueblo sos?
Y Jonás respondió:
- Hebreo soy y temo a Jehová, Dios de los cielos, que hizo la mar y la tierra y esta casa de departamentos.
- ¿Qué te haremos -le preguntaron- para que todo vuelva a su sitio?
- Tomadme y echadme a la calle -dijo Jonás- y la casa se os aquietará. Porque yo sé que por mí ha venido esta grande tempes­tad sobre vosotros.
Entonces fue cuando el portero subió en el ascensor con una ballena. Llegó al décimo piso. Tocó el timbre. Pidió permiso para entrar. Saludó a las señoras, a los señores, a los niños, a las niñe­ras. La ballena también saludó. Abrió la boca y Jonás, de un salto, se metió en la ballena. Entró como el tejo en la boca del sapo.



EL GENESIS OBRERO
Camilo Pequeño Silva
España (1973)

...Y en el séptimo día continuó trabajando.


COMO LO LOGRO COLON
Blas Sewald
Argentina (1954)

Con rotosos mocosos con los rostros morochos, conformó Colón orondos colosos. Sol monótono, polvo moroso, olor como fósforo, color como plomo. Los colonos son fogosos -poco sordos, poco ojos- todo dolor, todo sollozo: son sólo olorosos tontos roñosos. Colón sofocó ocho complots bochornosos; con no poco horror soportó cocos con gorgojos, porotos con hongos, mondongo con moho. Comprobó doloroso los hondos fosos (¿con fondo?), los controló. Corroboró cosmos rojo, voló por ozono frondoso, lloró por otoño gozoso.
- Comodoro -soltó ronco Colón-. ¿Somos zonzos nosotros?
- No -lo consoló-. Sólo dos cómodos donosos, gordos como globos. ¡Horroroso!
- ¿Glotón yo? Sólo como choclos o pollo -otorgó.
- ¿Cómo? Yo sólo tomo boldo.
- Yo controlo los protocolos ortodoxos -monologó Colón con sopor.

Sólo lo oyó otro morboso pomposo. Rodó corvo... tosco borbollón... sonoro sollozo... Flotó como corcho.


CURIOSIDAD
Patricia Iriarte
Colombia (1962)

Un día decidió comprobar si lo que decía su primo Ramón era cierto: que un alfiler era capaz de descarrilar el tren. Lo meditó largamente y sopesó las consecuencias, como puede hacerlo alguien de siete años. Entonces consiguió el alfiler, lo puso con cuidado en uno de los rieles -tal como había dicho Ramón- y esperó. Llevaba con ella un paquete de algodón, curitas y merthiolate. Si algo tan insignificante era capaz de destruir otro algo tan poderoso, iba a ser necesario curar a los heridos.


TODO LO QUE VE LO VE BLANDO
Julio Cortázar
Argentina (1914-1984)

Conozco a un gran ablandador, un sujeto que todo lo que ve lo ve blando, lo ablanda con sólo verlo, ni siquiera con mirarlo porque él más bien ve que mira, y entonces anda por ahí viendo cosas y todas son terrible­mente blandas y él está contento porque no le gustan nada las cosas duras. Hubo un tiempo en que a lo mejor veía duro, tal vez porque todavía era capaz de mirar, y el que mira ve dos veces, ve lo que está viendo y además es lo que está viendo o por lo menos podría serlo o querría serlo o querría no serlo, todas ellas maneras su­mamente filosóficas y existenciales de si­tuarse y de situar el mundo. Pero este su­jeto un día, hacia los veinte años, empezó a no mirar más, porque en realidad tenía la piel suavecita y las últimas veces que había que­rido mirar de frente el mundo, la visión le había tajeado la piel en dos o tres sitios y naturalmente mi amigo dijo che, esto no pue­de ser, entonces una mañana empezó sola­mente a ver, cuidadosamente a nada más que ver, y por supuesto desde entonces todo lo que veía lo veía blando, lo ablandaba con sólo verlo, y él estaba contento porque no le gustaban de ninguna manera las cosas duras. A esto un profesor de Bahía Blanca le llamó la visión trivializante, y era una expre­sión muy afortunada por ser de Bahía Blan­ca, pero mi amigo no solamente se quedó tan pancho sino que al ver al profesor lo vio como es natural sumamente blando, lo invitó a tomar cocktails a su casa, le presentó a su hermana y a su tía, y la reunión transcurrió en un ambiente de gran blandura. Yo me aflijo un poco porque cuando mi amigo me ve siento que me pongo comple­tamente blando, y aunque sé que no se trata de mí sino de mi imagen en mi amigo, como diría el profesor de Bahía Blanca, lo mismo me aflijo porque a nadie le gusta que lo vean como un flan de sémola, y que en consecuen­cia lo inviten al cine donde pasan una de cowboys o le hablen durante un par de ho­ras de lo bonitas que son las alfombras de la embajada de Madagascar. ¿Qué hacer con mi amigo? Nada, claro. En todo caso verlo pero nunca mirarlo; ¿cómo, pregunto, podríamos mirarlo sin la más ho­rrible amenaza de disolución? El que sola­mente ve, solamente ha de ser visto; mora­leja melancólica y prudente que va, me temo, más allá de las leyes de la óptica.


PRIMER SUEÑO: UN INSECTO
Ramón Rodó Carrero
España (1958)

Mi padre, más anciano de lo que le llegué a conocer, sentado en una silla baja y con las piernas cruzadas, intenta explicarme, lúcido y calmado, que, ya desde mi infancia, habita en mi oído izquierdo un insecto de respetables proporciones, que no ha sido posible hacerle abandonar su escondite, y que, ahora, este médico (y señala una especie de Dr. Swartz, armado con un instrumental digno del Jeremy Irons de "Inseparables") va a intentar acabar con él dentro de mi oído, para extraerlo posteriormente a trozos. El médico musita algo que no entiendo, y que luego interpreto como "el proceso es doloroso". Entonces me veo de pronto siendo niño, y recuerdo repentinamente haber visto en el espejo las largas patas de ese negro insecto moviéndose, asomando por mi oído.


EN UNA FIESTA
Iliana Godoy
México (1952)

Alguna vez nos había gustado el mismo hombre. Ahora daba risa y además Telma estaba demasiado borracha; no podía ni caminar para ir al baño, había que llevarla y la llevé. Quítame los calzones me pedía, colgada de mi cuello. Las carcajadas casi nos ahogaban, fulminamos de risa no sé cuántos años de solemnidad y la senté en el wáter. Ven, dame un beso, quiero sentir a todos tus amantes en mi boca, te comparto los míos y vamos a reírnos hasta que nos cansemos y vamos a frotarnos esta humedad del sexo, así, aunque no sintamos nada, porque al cabo todo es un simulacro y apúrate que allí afuera se mueren los invitados por saber cuál es la risa.