10 de agosto de 2009

Entremeses literarios (LXIX)

PATIO DE TARDE
Julio Cortázar
Argentina (1914-1984)

A Toby le gusta ver pasar a la muchacha rubia por el patio. Levanta la cabeza y remueve un poco la cola, pero después se queda muy quieto, siguiendo con los ojos la fina sombra que a su vez va siguiendo a la muchacha rubia por las baldosas del patio. En la habitación hace fresco, y Toby detesta el sol de la siesta; ni siquiera le gusta que la gente ande levantada a esa hora, y la única excepción es la muchacha rubia. Para Toby la muchacha rubia puede hacer lo que se le antoje. Remueve otra vez la cola, satisfecho de haberla visto, y suspira. Es simplemente feliz, la muchacha ha pasado por el patio, él la ha visto un instante, ha seguido con sus grandes ojos avellana la sombra en las baldosas. Tal vez la muchacha rubia vuelva a pasar. Toby suspira de nuevo, sacude un momento la cabeza como para espantar una mosca, mete el pincel en el tarro y sigue aplicando la cola a la madera terciada.


EL PROCER
Omar Requena
Venezuela (1972)

Sí... conozco lo que en mi nombre habéis hecho todos estos años, ¡truhanes, bellacos, indignos! Los escupitajos e insultos resbalaron desde la primera magistratura; ninguno daba crédito a sus ojos. Al final del desfile, no quedó precinto sin cortar ni arreglo floral en pie. La multitud, aplaudía frenética.


CRIMEN EN CASA DE LOS RAMIREZ
Ruth Pérez Aguirre
México (1954)

Cuando abrí la puerta del cuarto, un olor fétido me asaltó produciéndome vértigos. Estaba oscuro, y no encontraba con facilidad el apagador. Mi mano erraba de un lado a otro, desesperada por dar con él; mientras, mis ojos llenos de angustia buscaban otra cosa en medio de la densa penumbra que me envolvía con una pestilencia que mi olfato se resistía a aceptar, haciendo que me ahogara. Por fin, mi mano tropezó con el apagador y la luz reflejó con toda crueldad lo que ahí había sucedido. Olvidé por un instante aquella fetidez para fijar la mirada en la pared, detrás del cabezal de la cama. Una inmensa mancha roja, inesperada y aterradora, atrajo mi atención fijamente, como una excusa para no bajar los ojos y encontrarme con aquello que temía ver. Mis párpados temblaban asustados por no poder huir de esa imagen e ignorar aquella otra mancha sanguinolenta que se encontraba sobre la cama como si aún palpitara. El cuerpo, inerme por completo, con los ojos abiertos y opacos ya, miraba sin ver algo que se encontraba en un lugar impreciso, algo que tal vez miró antes de morir… o mientras agonizaba. Tenía un par de balazos en la que había sido la cabeza, ahora convertida en una masa informe, los que salieron por algún lado impactándose uno en la pared y el otro en el colchón. Los pedazos de cerebro se encontraban esparcidos en la almohada la cual parecía ser roja, de lo manchada que estaba. Impotente, vi la expresión de dolor en aquel rostro que había sido sorprendido por la muerte cuando dormía; pero no era esa muerte natural que se refleja en un rostro apacible sino aquella otra, cruel y despiadada, que llega cuando menos se le espera. Tardé un rato en poder reaccionar; mi cuerpo aún se sacudía sin lograr recuperarse de la fuerte impresión. ¡Era imposible hacer algo por salvarlo! No intenté acercarme al cuerpo, así de grande era mi miedo; además, no quería manchar mis zapatos con las infinitas gotas de sangre esparcidas en el piso, a ambos lados de la cama, y que todavía no habían terminado de secarse, tercas en demostrar que seguían vivas y que pertenecían a ese cuerpo mutilado. Cuando logré controlar el temblor de mis rodillas, corrí hacia la ventana trastabillando, para respirar aire puro y controlar las nauseas. Quise gritar desde ahí y pedir auxilio, pero mi garganta no emitió sonido alguno. A cierta distancia pude ver a un hombre que caminaba de manera extraña, yendo de un arbusto a otro, como escondiéndose de alguien. Alcancé a distinguir que llevaba una escopeta. ¡Con seguridad era el asesino! Sentí rabia al no poder denunciarlo, pero sabía que este tipo de casos suelen ocurrir en comunidades donde no existe la Ley. Los Ramírez habían ido a visitar a unos familiares, regresarían un par de días después para encontrarse con una dolorosa noticia: su perro había sido baleado por un vecino neurótico que no soportó más sus ladridos.


LOS DOS CABALLOS
Ambrose Bierce
Estados Unidos (1842-1914)

Un caballo salvaje que acababa de encontrarse con un caballo doméstico le echaba en cara su condición de esclavo. El animal amansado juraba que era tan libre como el viento.
- Si es así -dijo el otro-, explícame, te lo ruego, ¿para qué sirve ese freno que llevas en la boca?
- ¿Esto? Es de hierro. Uno de los mejores tónicos que puedan encontrarse.
- ¿Y esas riendas que tiene el freno?
- Son para impedir que el freno se me caiga cuando me siento demasiado perezoso para retenerlo.
- ¿Y la montura?
- Me evita la fatiga. Cuando estoy cansado, me subo a la montura y cabalgo.



NADA SATISFACE AL RESENTIDO
Marco Denevi

Argentina (1922-1998)

Jesús ama tiernamente a Judas. Lo elige como uno de sus discípulos. Judas tuerce la boca. Piensa: "Por algo me eligió. Algún interés esconde". Jesús lo nombra teso­rero. Judas masculla: "Me nombra tesorero para tenerme todo el día ocupado y mientras tanto él se luce haciendo milagros". Jesús le permite que haga dos o tres milagros. Judas le contesta que él no tiene por qué imitar a nadie. Judas anda con el ceño arrugado y la cara permanentemente desencajada en una mueca de mal humor. Nada le cae bien. Todo es un pretexto para desencadenar interminables discusiones. La popularidad de Jesús lo irrita. Finge temer por su suerte y le aconseja desistir de su campaña de agi­tación social, pero lo que busca es boicotearlo. En vista de que Jesús sigue haciendo proselitismo lo denuncia a la autoridad con la excusa de que así lo salva de males mayores. Cuando, gracias al escándalo del proceso y la crucifixión, Jesús se convierte en el hombre del día, Judas se da cuenta de que el tiro le salió por la culata. Rabioso, se suicida.


RUTINA
Verónica Maldonado Carrasco

México (1962)

Llegó. Arrojó su sombrero sobre el sillón. Esa era su rutina diaria. El día que no lo hizo, comprendió su inutilidad... y quemó el sombrero. Ahora arroja su bufanda.


EL HOMBRIGO
Adam Gai

Argentina (1941)

Animal fabuloso y epiceno, ave de noche, caballo de día, oriundo de las playas de la Patagonia. Su paso trashumante y volador ha sido ya registrado en la antigüedad, en apartadas regiones de Africa y el Asia Menor. Una expedición francesa del siglo XVIII encontró en una caverna de las montañas de Rif una pintura rupestre que ha permitido reconstruir su figura, pero no su color. En la "Historia de Latinoamérica" de Tulio Halperín Donghi, se recoge un confuso testimonio que aduce que algunos ejemplares fueron cazados, durante la década infame, en las inmediaciones de los pozos petrolíferos de Comodoro Rivadavia y que su carne fue altamente apreciada por los carboneros de Rio Turbio. La información más extensa aparece en el tomo primero de "La evolución de las ideas argentinas" del doctor José Ingenieros, que transcribimos con fidelidad: "Se cuenta que enamorado de una espuma de mar, rozaba su ala derecha con el agua helada de la noche cada vez que la luna ventilaba su cuarto creciente. Dicha operación provocaba su reproducción en número no deleznable, tanto que el Dios del Atlántico lo condenó a no acercarse a la costa por el período de siete siglos y un día. Durante su ostracismo, recorría sediento las duras estepas arrancando del suelo con sus patas ligeras unos ecos dolidos que representaban su interno pesar. Ya longevo, se edificó de amor un templo y se mandó cubrir de malezas y minerales para no ser perturbado por el mundo" (p. 346 y sig.). En la alta cordillera, y también en la pampa húmeda, individuos de dudosa catadura rinden culto a su memoria y, en los últimos tiempos, organizaciones de derechos humanos y sociedades protectoras del animal ambiguo, parecen estar interesadas en su reivindicación.


ECOS DEL TIEMPO
Amparo Tello
Perú (1956)

La vetusta puerta produjo el clásico sonido sordo. Cerrarla era imperante. Del otro lado, su voz se hacía una con el retumbante murmullo impetuoso que reptaba por el piso y las paredes. Antes de poder cerrarla, sentí estar enfrente de una automática que vomitaba balas. Después, la sensación de tener crucificados los ojos entre el madero de mi frente. Otra vez me confunde el gemir de la puerta vieja. No la abran, no dejen pasar a la pequeña del otro lado. ¡Que se calle! Su grito agudo se filtra a través de la madera. "No abras esa puerta", me digo. Me aferro a sus hojas doradas de tiempo. Ya no se le oye. Se ha calmado. El viento la abre. Corro a cerrar la vetusta puerta que produce el clásico sonido sordo.


GRAVE ESGUINCE DE TOBILLO
Ana María Shua
Argentina (1951)

Una mujer casada, de cuarenta y cinco años, madre de tres hijas, se quejó durante meses de fuer­tes dolores en el tobillo derecho. Un día lanzó un alarido que traspasó los límites del aire. Su tobillo se había transformado en un sacerdote budista mendicante que ya no quería ni podía cumplir las funciones de una articulación ósea. El pie, a quien ya nada mantenía unido al resto de la pierna, optó por escabullirse. La mujer decidió purgar sus pe­cados siguiendo al sacerdote por los caminos, pero a causa de su renguera avanzaba lentamente y pronto se quedó atrás. Años después, cuando ya nadie la recordaba, uno de los sirvientes de la casa descubrió que la desaparición de ciertos alimentos de la cocina no se debía a una rata sino a un pie salvaje que vivía en una gruta del jardín.


SOBRE EL CESPED
Rafael Barrett
España (1876-1910)

Sobre el césped estábamos sentados, a la sombra de los altos laureles. De tiempo en tiempo una leve bocanada de aire cálido se obstinaba en desprender el suave mechón rubio que tus dedos impacientes habían contenido. Nuestro primogénito jugaba a nuestros pies, incapaz de enderezarse sobre los suyos, carnecita redonda, sonrosada y tierna, pedazo de carne. ¡Oh, tus gritos de espanto, cuando veías entre sus dientecitos el pétalo de alguna flor misteriosa! ¡Oh, tus caricias de madre joven, tus palmas donde duerme el calor de la vida, tus labios húmedos que apagan la sed! Y mis besos enardecidos por la voluptuosa pereza de aquella tarde de verano, apretaron a la dulce prisionera de mis deseos, y mis manos extraviadas temblaron entre ligeras batistas de tu traje... ¡Y me rechazaste de pronto! Y un rubor virginal subió a tu frente. Me señalaste nuestro hijo, cuyos grandes ojos nos seguían con su doble inocencia y murmuraste:
- ¡Nos está mirando! Tiene un año apenas... ¿Y si se acuerda después?
Nos quedamos contemplando a nuestro pequeño juez, indecisos y confusos. Pero yo te hablé en los siguientes términos...

- Amor mío, tesoro de locas delicias y de absurdos pudores, alma única, mujer de siempre, humanidad mía, no temas avergonzarte ante ese tirano querido, porque no te haré nada que no te haga él en cuanto te lo pida...
Y desabrochando tu corpino, liberté la palpitante belleza de tu seno y prendí mis labios en su irritada punta. Y tú te estremecis­te, y una divina malicia brilló en el fondo de tus ojos.