18 de junio de 2009

Cinco ponderaciones hacia la figura de Poe

Sólo cuarenta años abarca la vida de Edgar Allan Poe. Nació en Boston en 1809 y murió en Baltimore en 1849. Su vida parece una más de sus historias alucinantes. Hijo de dos cómicos de la legua, quedó huérfano a los pocos años y fue adoptado por John Allan (1779-1834) un próspero comerciante de Virginia, a quien Poe debe su primer apellido. Estudió en Inglaterra durante cinco años y, de regreso en Estados Uni­dos, en 1826 ingresó en la Universidad de Charlottesville. Desde su adolescencia se aficionó al juego y a la bebida, gastando cuanto dinero caía en sus manos y adquiriendo deudas que su padre adoptivo se negaba a pagar. En 1830 se rompieron los lazos entre Poe y su padrastro, iniciando entonces aquél una vida bohemia que no abandonaría hasta su muerte. Durante años su tía Marie Poe Clemm (1790-1891) y la hija de ésta, Virginia Eliza Clemm (1822-1847), lo mantuvieron con lo poco que ganaban con sus labores de costura. En 1833 obtuvo el primer premio -de 100 dólares- de la revista "Saturday Visitor", con su narración "MS. found in a bottle" (Manuscrito hallado en una botella). Al año siguiente murió su padre adoptivo sin mencionarlo en su testamento y, dos años más tarde, se casó con su prima Virginia, que a la sazón contaba con catorce años de edad e intentó vivir de la literatura sin conseguirlo. De esa época data el recrudecimiento de su alcoholismo. Pobre y desventurado, deambuló por una nación que comenzaba a ser potencia mundial y no reparó en su genio. Recién en 1845 con la publicación de "The raven" (El cuervo), su más famoso poema, se le abrieron las puertas de la fama, pero no encontró solución económica alguna. Su agudo sentido crítico, su cinismo, su inmensa soberbia, le granjearon la enemistad de cuantos lo trataron. Una fría madrugada de octubre de 1849 fue encontrado en un callejón de Baltimore, a pocos metros de una taberna, completamente borracho, semiinconsciente, sucio y con ropas que no eran las suyas. Pocas horas después murió en un hospital. Su fallecimiento pasó inadvertido. Ninguno de los pocos amigos con los que aún contaba se molestó en pagar su entierro. Fue una muerte más entre las que se producían a diario en la gran ciudad. Nadie en Estados Unidos advirtió en aquel momento que con la muerte de ese borracho había perdido la figura cumbre de su lite­ratura.
De fino cabello, ojos grandes, piel páli­da y elegancia cuidada, Poe fue un periodista brillante y un perspicaz asesor literario. Sus narraciones extraordinarias, poemas y ensa­yos, pueden situarle en principio en ese apartado de los "raros", tan contraproducente para en­tender la creación literaria. La lectura de su obra implica introducirse en un mundo apasio­nante, extremado, donde lo que importa no son los motivos sino el tono, el acento, la naturaleza genial y arrebatadora de sus climas alucinantes.Considerado uno de los maestros de la poesía romántica, fue autor de una sola novela: "The narrative of Arthur Gordon Pym of Nantucket" (Las aventuras de Arthur Gordon Pym), de ensayos diversos y de casi setenta cuentos, muchos de los cuales forman parte del acervo literario universal como "The imp of the perverse" (El demonio de la perversidad), "The gold bug" (El escarabajo de oro), "The tell-tale heart (El corazón delator), "The pit and the pendulum" (El pozo y el péndulo), "The fall of the House of Usher" (La caída de la Casa Usher) y "The murders in the Rue Morgue" (Los crímenes de la calle Morgue).
Creador del género policial y de sus primeras convenciones, Poe dio asimismo un impulso notable a la afirmación del cuento moderno de terror de índole psicológica. Sus ensayos se hicieron famosos por su sarcasmo e ingenio y han resistido el paso del tiempo situándole entre los mejores críticos literarios estadounidenses. En ellos expuso teorías sobre la naturaleza de la ficción y, en particular, sobre el cuento. No obstante, las opiniones no han sido unánimes. Algunos escritores como Ralph Waldo Emerson (1803-1882), William Butler Yeats (1865-1939) o Aldous Huxley (1894-1963) lo consideraron vulgar. Otros como Ernst Jünger, Agustí Bartra, Julio Cortázar, Paul Valéry y Charles Baudelaire opinaron distinto. A ellos pertenecen los siguientes párrafos.

Charles Baudelaire (1821-1867). Poeta y crítico francés, principal representante de la escuela simbolista. Sus primeras publicaciones importantes fueron dos cuadernillos de crítica de arte en los que analizaba con agudeza las pinturas y los dibujos de artistas contemporáneos franceses. El éxito literario le llegó en 1848 cuando aparecieron sus traducciones de Poe, autor con quien tenía una fuerte afinidad y al que siguió traduciendo hasta 1857. Ese mismo año apareció su principal obra, "Les fleurs du mal" (Las flores del mal), una recopilación de poemas. Entre sus obras se destacan "Petits poémes en prose" (Pequeños poemas en prosa), "Les paradis artificiels" (Los paraísos artificiales), "Curiosités esthétiques" (Curiosidades estéticas) y "Les épaves" (Los despojos). Lo que sigue son algunos fragmentos de su artículo "Edgar A. Poe. Sa vie et ses oeuvres" (Edgar A. Poe. Su vida y sus obras).

Los Estados Unidos sólo fueron para Poe una vasta cárcel, que él recorría con la agitación febril de un ser creado para respirar en un mundo más elevado que el de una barbarie alumbrada con gas, y que su vida interior, espiritual, de poeta o incluso de borracho, no era más que un esfuerzo perpetuo para huir de la influencia de esa atmósfera antipática. El y su patria no estaban al mismo nivel. Los Estados Unidos son un país gigantesco e infantil, orgulloso de su desarrollo material, anormal y casi monstruoso. ¡Tienen allí un valor tan grande el tiempo y el dinero! La actividad material, exagerada hasta adquirir las proporciones de una manía nacional, deja en los espíritus muy poco sitio para las cosas no terrenas. Poe era allá un cerebro singularmente solitario. No creía más que en lo inmutable, en lo eterno, y gozaba -¡cruel privilegio en una sociedad enamorada de sí misma!- de ese grande y recto sentido a lo Maquiavelo que marcha ante el sabio como una columna luminosa a través del desierto de la Historia. Creía, como verdadero poeta que era, que la finalidad de la poesía es de la misma naturaleza que su principio, y que no debe fijarse en otra cosa más que en sí misma. En las novelas cortas de Poe no hay nunca amor. Acaso él creía que la prosa no es lengua a la altura de ese singular y casi intraducible sentimiento; porque sus poesías, en cambio, están fuertemente saturadas de él. La divina pasión aparece en ellas, magnífica, estrellada, velada siempre por una irremediable melancolía. En sus artículos habla a veces del amor como de una cosa cuyo nombre hace temblar la pluma. Afirma que las cuatro condiciones elementales de la felicidad son: la vida al aire libre, el amor de una mujer, el desapego de toda ambición y la creación de una nueva Belleza. Nadie negará que Poe es un prestidigitador maravilloso. No es por sus milagros materiales, que le han dado, empero, su fama, por lo que él conquistará la admiración de las gentes que piensan, sino por su amor a lo Bello, por su conocimiento de las condiciones armónicas de la belleza, por su poesía profunda y gimiente, siquiera trabajada, transparente y correcta como una joya de cristal; por su admirable estilo, puro y singular, complaciente y minucioso, y, sobre todo, por ese genio especialísimo, por ese temperamento único que le ha permitido pintar y explicar de una manera impecable, sorprendente, terrible, la excepción en el orden moral. Ningún hombre ha contado con mayor magia las excepciones de la vida humana y de la Naturaleza, los ardores de curiosidad de la convalecencia, los finales de estación cargados de esplendores enervantes, los tiempos cálidos, húmedos y brumosos, en que el viento del Sur ablanda y afloja los nervios como las cuerdas de un instrumento, en que los ojos se llenan de lágrimas que no provienen del corazón; la alucinación dejando lo primero sitio a la duda, y muy pronto convencida y razonadora como un libro; lo absurdo instalándose en la inteligencia y rigiéndola como una lógica espantosa, la histeria usurpando el sitio de la voluntad, la contradicción asentada entre los nervios y el espíritu, y el hombre desacorde hasta el punto de expresar el dolor con la risa. El analiza lo que hay de más fugaz, sopesa lo imponderable y describe en una forma minuciosa y científica, cuyos efectos son terribles, toda esa parte imaginaria que flota en torno al hombre nervioso y le hace acabar mal. El ardor mismo con que se arroja a lo grotesco por amor a lo grotesco, a lo horrible por amor a lo horrible, me sirve para comprobar la sinceridad de su obra y la unión del hombre con el poeta.

Paul Valéry (1871-1945). Poeta francés considerado como uno de los más grandes escritores filosóficos modernos. Sus primeros poemas, escritos entre 1889 y 1898 y recopilados en "Album de vers anciens" (Album de versos antiguos) en 1921, están muy influidos por los simbolistas. En las dos primeras obras en prosa se ocupó del dominio de las técnicas intelectuales: el ensayo "Introduction á la méthode de Léonard de Vinci" (Introducción al método de Leonardo da Vinci) y la obra de ficción "La soirée avec monsieur Teste" (La velada con el señor Teste). Obtuvo gran notoriedad con la publicación de los poemas "La jeune Parque" (La joven Parca) en 1917, y "Le cimetiére marin" (El cementerio marino) en 1920, considerado su obra maestra. Sus últimos escritos en prosa fueron estudios filosóficos y meditaciones: "Regards sur le monde actuel" (Miradas sobre el mundo actual), "Notion générale de l'art" (Nociones generales sobre el arte) y los cinco tomos de "Variété" (Variedades). Al segundo de ellos, publicado en 1930, pertenece el siguiente fragmento sobre Poe.

Bajo un cielo totalmente distinto, en medio de un pueblo que aún estaba absorbido por la construcción de su realidad material y que, todavía indiferente hacia su pasado, sólo trabajaba con vistas al futuro y dejaba la más completa libertad a todo tipo de experiencias naturales, allí se encontraba un hombre que analizaba las cuestiones psíquicas, entre ellas también la creación literaria, con una originalidad, una agudeza y una clarividencia como hasta entonces no se habían encontrado, al menos en esa medida, en una mente con capacidad poética. Antes de Edgar Allan Poe, nunca había sido investigado hasta sus presupuestos el problema de la literatura, nunca había sido reducido a una cuestión psicológica y tratado por medio de un análisis en el que se empleasen decididamente la lógica y la mecánica de los efectos. Por primera vez se consideraron las relaciones recíprocas entre obra y lectores como el fundamento positivo del arte. La misma observación, las mismas diferencias, las mismas notaciones cuantitativas, las mismas líneas directrices son tan válidas para aquellas obras cuyo fin es producir un violento impacto en el mundo de las emociones y conquistar un público ávido de fuertes estímulos y aventuras insólitas, como para los más refinados productos literarios y para el delicado organismo de las creaciones poéticas. Decir que este análisis posee validez tanto en el terreno de la narración como en el de la poesía, que se puede emplear tanto en la construcción de lo puramente imaginado y fantástico como en la imitación literaria y en la descripción de la realidad, significa que este análisis es notable por su validez general. Y lo que realmente tiene una validez general posee también la característica de la fecundidad. Haber llegado al punto en que se domina todo el campo de acción implica necesariamente tener a la vista una gran cantidad de posibilidades: regiones inexploradas, caminos por abrir, comarcas por colonizar, ciudades por construir, relaciones por establecer, medidas que ampliar. Por lo tanto, no es de extrañar que Poe, en posesión de un método tan capaz y seguro, haya sido el creador de varios géneros literarios y haya proporcionado los primeros y más impresionantes ejemplos de la narración científica, de la moderna poesía cosmogónica, de la novela policíaca pedagógica y de la introducción de situaciones y estados psicológicamente enfermizos en la literatura; así como tampoco puede admirarnos que toda su obra evidencie en cada página la actuación de una inteligencia y de una voluntad hacia la inteligencia que no aparecen con tales dimensiones en ninguna otra carrera literaria.

Ernst Jünger (1895-1998). Novelista y ensayista alemán que lo largo de su extensa vida se transformó en uno de los hitos culturales fundamentales del siglo XX, no sólo en Alemania, sino en todo Occidente. Dentro del conjunto de su extensa y polémica obra, ocupan una posición central "Annäherungen. Drogen und rausch" (Acercamientos. Drogas y ebriedad), "Das wäldchen 125" (El bosquecillo 125), "Die schere" (La tijera), "Das sanduhrbuch" (El libro del reloj de arena), "Strahlungen" (Radiaciones), "Siebzig verweht" (Pasados los setenta), "In stahlgewittern" (Tempestades de acero) y "Der arbeiter. Herrschaft und gestalt" (El trabajador. La dominación y la forma). En "Der waldgang" (El camino del bosque) de 1951, se refirió a Poe en los siguientes términos:

Lo extraordinario en el espíritu de Edgar Allan Poe está en su economía y parquedad. Oímos el tema principal ya antes de que se levante el telón y desde los primeros compases percibimos con certeza el tono amenazador que dominará todo el drama. Los personajes, austeros y matemáticos, son al mismo tiempo personajes fatídicos y en ello reposa su extraño hechizo. La vorágine es el embudo, el torbellino irresistible con el que ejerce su fuerza de atracción el vacío, la nada. El pozo nos da la imagen de una caldera, de una circunferencia cada vez más cerrada, el espacio se va estrechando e incita a las ratas a corretear nerviosas. El péndulo es el símbolo del tiempo muerto, mensurable. Es la afilada hoz de Cronos, que se balancea y amenaza al prisionero encadenado, pero que al mismo tiempo también le salvará si se sabe servir de ella.

Agustí Bartra (1908-1982). Poeta, novelista, traductor y dramaturgo catalán. De formación autodidacta, sus primeras obras fueron la colección de cuentos "L'oasi perdut" (El oasis perdido) de 1937, y el libro de poemas "Cant corporal" (Canto corporal) de 1938. Participó en la Guerra Civil española y luego vivió el exilio en República Dominicana, Cuba y México realizando esporádicos viajes a Estados Unidos hasta su regreso a Cataluña en 1970. Durante esa etapa publicó una vasta obra poética: "L'arbre de foc" (El árbol de fuego), "L'evangeli del vent" (El evangelio del viento), "Quetzalcóatl", "Ecce homo", entre otros. Ya en su patria, publicó "Poemes del retorn" (Poemas del retorno), "Els himnes" (Los himnos); las novelas "Crist de 200.000 bracos" (Cristo de 200.000 brazos) y "La lluna mor amb aigua" (La luna muere con agua); y los cuentos "L'estel sobre el mur" (La estrella sobre el muro). Durante su prolongada estancia en América fue uno de los fundadores de la revista "Letras" que se publicó en México entre 1944 y 1947, y el editor de "Una antologia de la lírica nord-americana" (Una antología de la poesía norteamericana" en 1951. A ella pertenece el texto que sigue a continuación.

Edgar Allan Poe es una de las figuras más tristes y enigmáticas de la literatura norteamericana. Su vida ha sido objeto de minuciosas y prolongadas investigaciones, pero quedan aún períodos de su historia que no han sido satisfactoriamente dilucidados, y acerca de su obra las opiniones han estado y siguen estando divididas. Thomas Stearns Eliot, en una conferencia sobre Poe dada en la Biblioteca del Congreso de Washington, dijo: "Puedo nombrar, sin miedo a equivocarme, algunos poetas cuyas obras han influido en mí y otros, aunque es posible que me hayan influido sin que yo me de cuenta. Pero con Poe, uno no sabe nunca...". En Poe, la ausencia de tradiciones y valores autóctonos es casi absoluta. Fue un genio flotante y melancólico, sin raíces, en una época poseída de vitalidad épica. El fracaso de su vida ha entrado en la leyenda, pero su poesía ha tenido en realidad poca influencia en la lírica de su país, donde se le considera como una exótica curiosidad. Sin embargo, la influencia de Poe en la lírica universal ha sido tan vasta como la del mismo Whitman, aunque de orden externo".

Julio Cortázar (1914-1984). Nació en Bruselas, de padres argentinos, y en 1918 se trasladó con su familia a la Argentina, donde cursó las carreras de Magisterio y de Letras. Fue maestro rural durante cinco años y colaborador de diversas publicacio­nes literarias. Viajó a Francia en 1951 con una beca de corta duración, pero desde entonces, su trabajo como traductor en la Unesco le permitió radicarse en la capital francesa. De su obra se destacan los cuentos de "Bestiario", "Las armas secretas", "Final del juego" y "Todos los fuegos el fuego"; las novelas "Los premios" y "Rayuela"; y las misceláneas "Historias de cronopios y de famas" y "La vuelta al día en ochenta mundos". Viviendo en París, le surgió el ofrecimiento de la Universidad de Puerto Rico de traducir la obra completa, en prosa, de Poe. El trabajo, que realizó en Italia durante un año, fue finalmente publicado en dos volúmenes en 1956, con una introducción y notas varias a su cargo, constituyéndose en la mejor traducción de la obra del escritor estadounidense. De dicha introducción son los pasajes que siguen, en los que Cortázar narra los últimos momentos de la vida de Poe.

En julio de 1849, Poe abandonó Nueva York para volver a su ciudad de Richmond. No se sabe por qué lo hizo, como no fuera movido por un oscuro instinto de refugio, de protección. Era un hombre con los nervios a flor de piel, que temblaba a cada palabra. No se sabe cómo llegó a Filadelfia, interrumpiendo su viaje al Sur, hasta que a mediados de julio, probablemente después de muchos días de intoxicación continua, Edgar entró corriendo en la redacción de una revista donde tenía amigos y reclamó desesperadamente protección. La manía persecutoria estallaba en toda su fuerza. Sus desolados amigos reunieron algún dinero y lo embarcaron rumbo a Richmond. Los amigos de Richmond le proporcionaron sus últimos días tranquilos. Bien atendido, respirando la atmósfera virginiana que, después de todo, era la única verdaderamente suya, Edgar nadó una vez más contra la corriente negra, como había nadado de niño para asombro de sus camaradas. Se le vio de nuevo paseando reposadamente por las calles de Richmond, visitando las casas de los amigos, asistiendo a las tertulias y a las veladas, donde, claro está, lo asediaban cordialmente para que recitara "El cuervo", que en su boca se convertía en "el poema inolvidable". A las cuatro de la madrugada del 27 de septiembre de 1849, Edgar se embarcó rumbo a Baltimore. Como siempre en esas circunstancias, estaba deprimido y lleno de presentimientos. Su partida a hora tan temprana (o tan tardía, pues había pasado la noche en un restaurante con sus amigos) parece haber obedecido a un repentino capricho suyo. Y desde ese instante todo es niebla, que se desgarra aquí y allá para dejar entrever el final. El 29 de septiembre el barco atracó en Baltimore; Poe debía tomar allí el tren para Filadelfia, pero se hacía necesario esperar varias horas. En una de estas horas se selló su destino. Se sabe que cuando visitó a un amigo ya estaba ebrio. Lo que pasó después es sólo materia de conjetura. Se abre un paréntesis de cinco días, al final de los cuales un médico, conocido de Poe, recibió un mensaje presurosamente escrito a lápiz, informándolo de que un caballero "más bien mal vestido" necesitaba urgentemente su ayuda. La nota procedía de un tipógrafo que acaba de reconocer a Edgar Poe en un borracho semiinconsciente, metido en una taberna y rodeado por la peor ralea de Baltimore. Eran días de elecciones, y los partidos en pugna hacían votar repetidas veces a pobres diablos, a quienes emborrachaban previamente para llevarlos de un comicio a otro. Sin que exista prueba concreta, lo más probable es que Poe fuera utilizado como votante y abandonado finalmente en la taberna donde acababan de identificarlo. La descripción que más adelante haría el médico muestra que estaba ya perdido para el mundo, a solas en su particular infierno en vida, entregado definitivamente a sus visiones. El resto de sus fuerzas (vivió cinco días más en un hospital de Baltimore) se quemó en terribles alucinaciones, en luchar con las enfermeras que lo sujetaban. En un intervalo de lucidez, parece haber preguntado si quedaba alguna esperanza. Como le dijeran que estaba muy grave, rectificó: "No quiero decir eso. Quiero saber si hay esperanza para un miserable como yo". Murió a las tres de la madrugada del 7 de octubre de 1849. "Que Dios ayude a mi pobre alma", fueron sus últimas palabras. Más tarde, biógrafos entusiastas le harían decir otras cosas. La leyenda empezó casi en seguida, y a Edgar le hubiera divertido estar allí para ayudar, para inventar cosas nuevas, confundir a las gentes, poner su impagable imaginación al servicio de una biografía mítica.