19 de mayo de 2009

William Faulkner el hacedor (2). Literatura, anécdotas y escritores

William Faulkner es uno de los pocos autores sobre los que existe una nutrida bibliografía destinada a desentrañar el significado de determinadas palabras y expresiones ya en desuso entre los habitantes del sur de Estados Unidos. La vida y las peripecias de los desheredados blancos que habitaban esa región, esos agricultores que no tenían nada salvo la seguridad de que los negros estaban por debajo de ellos, fueron una de las preocupaciones esenciales del autor de "Sartoris", "Mosquitoes" (Mosquitos) y "Light in august" (Luz de agosto). La jerga de esos miserables, personalísima, muchas veces resultaba intraducible. Además, para crear una atmósfera determinada, Faulkner recurría a largos monólogos ensamblando relatos paralelos e interrumpiendo el tiempo de la narración, una técnica experimental que exige gran atención por parte de los lectores. En ese sentido, el ensayista, editor, historiador y crítico norteamericano Malcolm Cowley (1898-1989), considerado el mejor cronista de la llamada "generación perdida", publicó en 1946 "The portable Faulkner" (El Faulkner portátil), un libro que reunía extractos de sus novelas en una secuencia cronológica, dándole a la saga de Yoknapatawpha cierta claridad y poniendo el genio del escritor al alcance de un público más masivo. Para el veleidoso escritor peruano Mario Vargas Llosa (1936), sin la influencia de Faulkner no hubiera habido novela moderna en América Latina: "Los mejores escritores lo leyeron y -como Carlos Fuentes y Juan Rulfo, Cortázar y Carpentier, Sabato y Roa Bastos, García Márquez y Onetti- supieron sacar partido de sus enseñanzas, así como el propio Faulkner aprovechó la maestría técnica de James Joyce y las sutilezas de Henry James entre otros para construir su espléndida saga narrativa". Faulkner fue un artista alcohólico que escribía sobrio (según él mismo decía), un gran exponente de la literatura universal que se permitió rechazar una invitación de la Casa Blanca diciendo que "a mi edad no me interesa cruzar grandes distancias sólo para ir a comer con desconocidos". El 10 de diciembre de 1950, cuando recibió el Premio Nobel que le había sido otorgado el año anterior, dijo en su discurso: "Nuestra tragedia de hoy es un miedo físico general y universal tan largamente padecido, que a duras penas lo podemos soportar. Ya no quedan problemas del espíritu; tan sólo una pregunta: ¿cuándo seré aniquilado? Es por eso que el hombre o la mujer joven que escribe actualmente ha olvidado los problemas del corazón humano en conflicto consigo mismo, que solos bastarían para producir buena escritura porque son lo único sobre lo cual vale la pena escribir, lo único que justifica la agonía y el sudor. Debe aprenderlos de nuevo. Debe enseñarse a sí mismo que lo más despreciable de todo es tener miedo; y una vez aprendido, olvidarlo para siempre sin dejar espacio en su taller para nada distinto de las verdades y certezas del corazón, de las verdades universales sin las cuales cualquier relato es efímero y fatal: el amor, el honor, la piedad, el orgullo, la compasión, el sacrificio. Mientras no lo haga, su trabajo estará bajo maldición". A continuación la segunda parte de la extensa entrevista publicada en 1956 por la mítica revista "Paris Review", aquella que, desde Ernest Hemingway en su época hasta Salman Rushdie en la actualidad, compraron todos sus números porque "forman el mejor estudio del cómo de la literatura, una cuestión mucho más interesante que el porqué".
¿Qué proporción de sus obras se basan en la experiencia personal?

No sabría decirlo. Nunca he hecho la cuenta, porque la "proporción" no tiene importancia. Un escritor necesita tres cosas: experiencia, observación e imaginación. Dos cualquiera de ellas, y a veces una puede suplir la falta de las otras dos. En mi caso, una historia generalmente comienza con una sola idea, un solo recuerdo o una sola imagen mental. La composición de la historia es simplemente cuestión de trabajar hasta el momento de explicar por qué ocurrió la historia o qué otras cosas hizo ocurrir a continuación. Un escritor trata de crear personas creíbles en situaciones conmovedoras creíbles de la manera más conmovedora que pueda. Obviamente, debe utilizar, como uno de sus instrumentos, el ambiente que conoce. Yo diría que la música es el medio más fácil de expresarse, puesto que fue el primero que se produjo en la experiencia y en la historia del hombre. Pero, puesto que mi talento reside en las palabras, debo tratar de expresar torpemente en palabras lo que la música pura habría expresado mejor. Es decir, que la música lo expresaría mejor y más simplemente, pero yo prefiero usar palabras, del mismo modo que prefiero leer a escuchar. Prefiero el silencio al sonido, y la imagen producida por las palabras ocurre en el silencio. Es decir, que el trueno y la música de la prosa tienen lugar en el silencio.

Algunas personas dicen que no pueden entender sus libros, incluso después de leerlos dos o tres veces. ¿Qué le sugiere a estas personas?

Leerlos cuatro veces.

Usted dijo que la experiencia, la observación y la imaginación son importantes para el escritor. ¿Incluiría también la inspiración?

Yo no sé nada sobre la inspiración, porque no sé lo que es eso. La he oído mencionar, pero nunca la he visto.

Como escritor, dice usted estar obsesionado por la violencia.

Eso es como decir que el carpintero está obsesionado con su martillo. La violencia es simplemente una de las herramientas del carpintero. El escritor, al igual que el carpintero, no puede construir con una sola herramienta.

¿Puede usted decir cómo empezó su carrera de escritor?

Yo vivía en Nueva Orleans, trabajando en lo que fuera necesario para ganar un poco de dinero de vez en cuando. Conocí a Sherwood Anderson. Por las tardes solíamos caminar por la ciudad y hablar con la gente. Por las noches volvíamos a reunirnos y nos tomábamos una o dos botellas mientras él hablaba y yo escuchaba. Antes del mediodía nunca lo veía. El estaba encerrado, escribiendo. Al día siguiente volvíamos a hacer lo mismo. Yo decidí que si esa era la vida de un escritor, entonces eso era lo mío y me puse a escribir mi primer libro. En seguida descubrí que escribir era una ocupación divertida. Incluso me olvidé de que no había visto al señor Anderson durante tres semanas, hasta que él tocó a mi puerta -era la primera vez que venía a verme- y me preguntó: "¿Qué sucede? ¿Está usted enojado conmigo?". Le dije que estaba escribiendo un libro. El dijo: "Dios mío", y se fue. Cuando terminé el libro, "La paga de los soldados", me encontré con la señora Anderson en la calle. Me preguntó cómo iba el libro y le dije que ya lo había terminado. Ella me dijo: "Sherwood dice que está dispuesto a hacer un trato con usted. Si usted no le pide que lea los originales, él le dirá a su editor que acepte el libro". Yo le dije: "Trato hecho", y así fue como me hice escritor.

¿Qué tipo de trabajo hacía usted para ganar ese "poco dinero de vez en cuando"?

Lo que se presentara. Yo podía hacer un poco de casi cualquier cosa: manejar lanchas, pintar casas, pilotear aviones. Nunca necesitábamos mucho dinero porque entonces la vida era barata en Nueva Orleans, y todo lo que quería era un lugar donde dormir, un poco de comida, tabaco y whisky. Había muchas cosas que yo podía hacer durante dos o tres días a fin de ganar suficiente dinero para vivir el resto del mes. Yo soy, por temperamento, un vagabundo y un vago. El dinero no me interesa tanto como para forzarme a trabajar para ganarlo. En mi opinión, es una vergüenza que haya tanto trabajo en el mundo. Una de las cosas más tristes es que lo único que un hombre puede hacer durante ocho horas, día tras día, es trabajar. No se puede comer ocho horas, ni beber ocho horas diarias, ni hacer el amor ocho horas... lo único que se puede hacer durante ocho horas es trabajar. Y esa es la razón por la que el hombre se hace tan desdichado e infeliz a sí mismo y a todos los demás.

Usted debe sentirse en deuda con Sherwood Anderson, pero, ¿qué juicio le merece como escritor?

El fue el padre de mi generación de escritores norteamericanos y de la tradición literaria norteamericana que nuestros sucesores llevarán adelante. Anderson nunca ha sido valorado como se merece. Dreiser es su hermano mayor y Mark Twain el padre de ambos.

¿Qué hay acerca de los escritores europeos de ese período?

Los dos grandes hombres de mi tiempo fueron Mann y Joyce. Uno debe acercarse al "Ulysses" de Joyce como el bautista analfabeto al Antiguo Testamento: con fe.

¿Cómo fue su acercamiento a la Biblia?

Mi bisabuelo Murry era un hombre amable y gentil, sobre todo con los niños. El era un escocés especialmente piadoso: era simplemente un hombre de principios inflexibles. Uno de estos principios consistía en que todo el mundo, desde los niños hasta los adultos, tenían que tener un versículo de la Biblia listo en la punta de la lengua cuando nos reuníamos en la mesa para el desayuno cada mañana. Si no lo sabíamos no teníamos desayuno, sin excusas. De todos modos teníamos la oportunidad de salir de la habitación y aprendernos uno (había una tía soltera, una especie de sargento mayor para este deber). El versículo tenía que ser uno auténtico y correcto. Cuando éramos chicos podía ser siempre el mismo, mañana tras mañana, hasta que te ponías un poco más grande y más viejo. Los repetíamos sin siquiera escucharnos a nosotros mismos durante cinco o diez minutos, mientras se preparaban las lonchas de jamón, el pollo frito y triturado, las batatas y dos o tres tipos de pan caliente, hasta que veías de repente sus ojos azules fijos en ti, muy amable y muy suave, y ya no parecía tan inflexible. En cierto modo así pasó mi infancia, hasta que un día descubrí que ya la había superado y había entrado en el mundo.

¿Lee usted a sus contemporáneos?

No; los libros que leo son los que conocí y amé cuando era joven y a los que vuelvo como se vuelve a los viejos amigos: El Antiguo Testamento, Dickens, Conrad, Cervantes... leo el "Quijote" todos los años, como algunas personas leen la Biblia. Flaubert, Balzac -éste último creó un mundo propio intacto, una corriente sanguínea que fluye a lo largo de veinte libros-, Dostoyevski, Tolstoi, Shakespeare. Leo a Melville ocasionalmente y entre los poetas a Marlowe, Campion, Jonson, Herrik, Donne, Keats y Shelley. Todavía leo a Housman. He leído estos libros tantas veces que no siempre empiezo en la primera página para seguir leyendo hasta el final. Sólo leo una escena, o algo sobre un personaje, del mismo modo que uno se encuentra con un amigo y conversa con él durante unos minutos.

¿Y Freud?

Todo el mundo hablaba de Freud cuando yo vivía en Nueva Orleans, pero nunca lo he leído. Shakespeare tampoco lo leyó y dudo que Melville lo haya hecho, y estoy seguro de que Moby Dick tampoco.

¿Lee usted novelas policiales?

Leo a Simenon porque me recuerda algo de Chejov.

¿Y sus personajes favoritos?

Mis personajes favoritos son Sarah Gamp: una mujer cruel y despiadada, una borracha oportunista, indigna de confianza, en la mayor parte de su carácter era mala, pero cuando menos era un carácter; la señora Harris, Falstaf, el Príncipe Hall, don Quijote y Sancho, por supuesto. A lady Macbeth siempre la admiro. Y a Bottom, Ofelia y Mercucio. Este último y la señora Gamp se enfrentaron con la vida, no pidieron favores, no gimotearon. Huckleberry Finn, por supuesto, y Jim. Tom Sawyer nunca me gustó mucho: un mentecato. Ah, bueno, y me gusta Sut Logingood, de un libro escrito por George Harris en 1840 ó 1850 en las montañas de Tennessee. Lovingood no se hacía ilusiones consigo mismo, hacía lo mejor que podía; en ciertas ocasiones era un cobarde y sabía que lo era y no se avergonzaba; nunca culpaba a nadie por sus desgracias y nunca maldecía a Dios por ellas.

¿Podría comentar algo sobre el futuro de la novela?

Me imagino que mientras la gente siga leyendo novelas, éstas se seguirán escribiendo, o viceversa; a menos que, por supuesto, las revistas y los cómics finalmente atrofien la capacidad de leer del hombre y la literatura se convierta en el camino de regreso a las imágenes escritas en las cuevas de Neanderthal.

¿Y en cuanto a la función de los críticos?

El artista no tiene tiempo para escuchar a los críticos. Los que quieren ser escritores leen las críticas, los que quieren escribir no tienen tiempo para leerlas. El crítico también está tratando de decir: "Yo pasé por aquí". La finalidad de su función no es el artista mismo. El artista está un peldaño por encima del crítico, porque el artista escribe algo que moverá al crítico. El crítico escribe algo que moverá a todo el mundo menos al artista.

Entonces, ¿usted nunca siente la necesidad de discutir sobre su obra con alguien?

No; estoy demasiado ocupado escribiéndola. Mi obra tiene que complacerme a mí, y si me complace entonces no tengo necesidad de hablar sobre ella. Si no me complace, hablar sobre ella no la hará mejor, puesto que lo único que podrá mejorarla será trabajar más en ella. Yo no soy un literato; sólo soy un escritor. No me da gusto hablar de los problemas del oficio.

Los críticos sostienen que las relaciones familiares son centrales en sus novelas.

Esa es una opinión y, como ya le dije, yo no leo a los críticos. Dudo que un hombre que está tratando de escribir sobre la gente esté más interesado en sus relaciones familiares que en la forma de sus narices, a menos que ello sea necesario para ayudar al desarrollo de la historia. Si el escritor se concentra en lo que sí necesita interesarse, que es la verdad y el corazón humano, no le quedará mucho tiempo para otras cosas, como las ideas y hechos tales como la forma de las narices o las relaciones familiares, puesto que en mi opinión las ideas y los hechos tienen muy poca relación con la verdad.

Los críticos también sugieren que sus personajes nunca eligen conscientemente entre el bien y el mal.

A la vida no le interesa el bien y el mal. Don Quijote elegía constantemente entre el bien y el mal, pero elegía en su estado de sueño. Estaba loco. Entraba en la realidad sólo cuando estaba tan ocupado bregando con la gente que no tenía tiempo para distinguir entre el bien y el mal. Puesto que los seres humanos sólo existen en la vida, tienen que dedicar su tiempo simplemente a estar vivos. La vida es movimiento y el movimiento tiene que ver con lo que hace moverse al hombre, que es la ambición, el poder, el placer. El tiempo que un hombre puede dedicarle a la moralidad, tiene que quitárselo forzosamente al movimiento del que él mismo es parte. Está obligado a elegir entre el bien y el mal tarde o temprano, porque la conciencia moral se lo exige a fin de que pueda vivir consigo mismo el día de mañana. Su conciencia moral es la maldición que tiene que aceptar de los dioses para obtener de éstos el derecho a soñar.

¿Podría usted explicar mejor lo que entiende por movimiento en relación con el artista?

La finalidad de todo artista es detener el movimiento que supone la vida por medios artificiales, y mantenerlo fijo de tal manera que, cien años después, cuando un extraño lo contemple, vuelva a moverse en virtud de qué es la vida. Puesto que el hombre es mortal, la única inmortalidad que le es posible es dejar tras de sí algo que sea inmortal porque siempre se moverá. Esa es la manera que tiene el artista de escribir "Yo estuve aquí" en el muro de la desaparición final e irrevocable que algún día tendrá que sufrir.

El crítico literario Malcolm Cowley ha dicho que sus personajes tienen una conciencia de sumisión a su destino.

Esa es su opinión. Yo diría que algunos la tienen y otros no, como los personajes de todo el mundo. Yo diría que Lena Grove en "Luz de agosto" se entendió bastante bien con la suya. Para ella no era realmente importante en su destino que su hombre fuera Lucas Birch o no. Su destino era tener un marido e hijos y ella lo sabía, de modo que fue y los tuvo sin pedirle ayuda a nadie. Ella era la capitana de su propia alma. Uno de los parlamentos más serenos y sensatos que yo he escuchado fue cuando ella le dijo a Byron Bunch en el instante mismo de rechazar su intento final, desesperado, desesperanzado, de violarla, "¿No te da vergüenza? ¡Podías haber despertado al niño!". No se sintió confundida, asustada ni alarmada por un solo momento. Ni siquiera sabía que no necesitaba compasión. Su último parlamento, por ejemplo: "No llevo viajando más que un mes y ya estoy en Tennessee. Vaya, vaya, cómo rueda uno". La familia Brunden, en "Mientras agonizo", se las arregló bastante bien con su destino. El padre, después de perder a su esposa, necesitaba naturalmente otra, así que se la buscó. De un solo golpe no sólo reemplazó a la cocinera de la familia, sino que adquirió un fonógrafo para darles el gusto a todos mientras descansaban. La hija embarazada no logró deshacerse de su problema esa vez, pero no se descorazonó. Lo intentó nuevamente, y aún cuando todos los intentos fracasaron, al fin y al cabo no fue más que otro bebé.

Y el señor Cowley dice que usted descubrió lo difícil que resulta crear personajes de edades comprendidas entre los veinte y los cuarenta que sean simpáticas.

Los personajes de entre veinte y cuarenta no son simpáticos. El niño tiene la capacidad para serlo pero no lo sabe. Sólo lo sabe cuándo ya no es capaz de serlo, después de los cuarenta. Entre los veinte y los cuarenta, la voluntad del niño es hacerse más fuerte y más peligroso, pero no lo ha aprendido todavía. Su capacidad para hacerlo se ve condicionada por el mal a través del medio ambiente y las presiones; el hombre es fuerte antes de ser moral. La angustia del mundo es causada por la gente de entre veinte y cuarenta años. Los vecinos de mi casa que han causado una tensión interracial por el asesinato de Emmett Till, un muchacho negro de catorce años, y las bandas de negros que violaron a una mujer blanca en venganza, los Hitler, Napoleon, Lenin, todas estas personas son el símbolo del sufrimiento humano y su angustia, todos ellos de entre veinte y cuarenta años de edad.

Usted hizo una declaración en el momento del asesinato de Emmett Till. Tiene algo que añadir ahora?

No, sólo repetir lo que dije antes: que si los norteamericanos van a sobrevivir, sólo lo harán optando y elegiendo la defensa de todos los estadounidenses, presentándose ante el mundo como una nación homogénea e indestructible, ya sean los estadounidenses blancos, negros o morados o azules o verdes. Tal vez los efectos de este trágico error cometido en mi Mississippi natal por dos adultos blancos asesinando a un niño negro sirvan para demostrarnos a nosotros mismos si merecemos o no sobrevivir. Porque si en los Estados Unidos se ha llegado a ese punto en nuestra cultura, asesinando niños, no importa por qué razón o de qué color, pues entonces no merecemos sobrevivir, y probablemente no lo haremos.

¿Qué le sucedió a usted entre "La paga de los soldados" y "Sartoris"? Es decir, ¿cuál fue el motivo de que usted empezara a escribir la saga de Yoknapatawpha?

Con "La paga de los soldados" descubrí que escribir era divertido. Pero más tarde descubrí que no sólo cada libro tiene que tener un designio, sino que todo el conjunto o la suma de la obra de un artista tiene que tener un designio. "La paga de los soldados" y "Mosquitos" los escribí por el gusto de escribir, porque era divertido. Comenzando con "Sartoris" descubrí que mi propia parcela de suelo natal era digna de que se escribiera acerca de ella y que yo nunca viviría lo suficiente para agotarla, y que mediante la sublimación de lo real en lo apócrifo yo tendría completa libertad para usar todo el talento que pudiera poseer, hasta el grado máximo. Ello abrió una mina de oro de otras personas, de suerte que creé un cosmos de mi propiedad. Puedo mover a esas personas de aquí para allá como Dios, no sólo en el espacio sino en el tiempo también. El hecho de que haya logrado mover a mis personajes en el tiempo, cuando menos según mi propia opinión, me comprueba mi propia teoría de que el tiempo es una condición fluida que no tiene existencia excepto en los avatares momentáneos de las personas individuales. No existe tal cosa como "fue"; sólo "es". Si "fue" existiera, no habría pena ni aflicción. A mí me gusta pensar que el mundo que creé es una especie de piedra angular del universo; que si esa piedra angular, pequeña y todo como es, fuera retirada, el universo se vendría abajo. Mi último libro será el libro del Día del Juicio Universal, el Libro de Oro del Condado de Yoknapatawpha. Entonces quebraré el lápiz y tendré que detenerme.