27 de mayo de 2009

Peter Weiss, el exilio de Trotsky y el "antisovietismo"

Peter Weiss (1916-1982) fue un dramaturgo y novelista alemán que, tras la llegada del nazismo al poder, emigró primero con su familia a Inglaterra, luego a Checoslovaquia -donde estudió y se dedicó durante algún tiempo a la pintura-, y finalmente se instaló en Suecia, donde se naturalizó y dedicó su interés a la literatura y al cine de vanguardia. Durante la década del '50 realizó varios films experimentales y escribió algunas novelas, para luego comenzar su carrera dramática con "Nacht mit gästen" (Noche con invitados).
En 1964 presentó la obra que le daría celebridad: "Die verfolgung und ermordung des Jean Paul Marats dargestellt durch die schauchspielgruppe des Hospizes zu Charenton unter anleitung des Herrn de Sade (La persecución y muerte de Jean Paul Marat representada por los internados en el Asilo de Charenton bajo la dirección del señor de Sade), más conocida con el sencillo nombre de "Marat/Sade". Después de varias obras en las que utilizó los recursos del tradicional cabaret alemán junto a las más modernas técnicas, estrenó en 1969 "Trotzki im exil" (Trotski en el exilio), una pieza en dos actos que repercutió inmediatamente a ambos lados de la denominada "Cortina de hierro" que dividía a los bloques políticos predominantes en la época.
Weiss, un intelectual de la izquierda revolucionaria que militaba en el Partido Comunista sueco, se dedicaba -mediante su trabajo como dramaturgo- a la búsqueda de nuevas actitudes que pudieran contribuir a la transformación de la sociedad, una postura que le acarreó todo tipo de problemas. "Trotsky en el exilio" fue criticada por los trotskistas como "insuficientemente trotskista" mientras que el resto de los comunistas la calificó peyorativamente como "trotskista", un adjetivo muy en boga entre quienes decían defender de las críticas efectuadas desde la izquierda al desnaturalizado socialismo que representaba el régimen estalinista. Estas reacciones críticas lo afectaron enormemente y marcaron todo su trabajo posterior.
La polémica obra teatral le significó la prohibición de toda su obra en la Unión Soviética, donde hasta entonces había sido muy considerado y celebrado como el gran teórico del llamado "tea­tro documental". La legendaria revista lite­raria rusa "Literaturnaya Gazeta" -fundada en 1830 por Alexander Pushkin (1799-1837)-, publicó en marzo de 1970 un violento ataque a Weiss firmado por Lew Ginsburg (1936-2002), un poeta y periodista que era precisamente el traductor del dramaturgo e introductor de sus obras en aquel país, acusándolo de antisovietismo y de falsificar la Historia. Defendiendo el derecho de todo creador a comprometer su pun­to de vista crítico en una obra literaria, el 4 de abril de ese año Weiss dio a conocer su respuesta mediante una carta que fue publicada en el periódico alemán "Süddeutsche Zeitung" que se edita en Munich, y luego en el diario sueco "Dagens Nyheter" de Estocolmo. Dicha carta dice así:

Estimado Lew Ginsburg:
En el periódico de la Asociación de Escritores Soviéticos del 31 de marzo de 1970, se vuelve usted con­tra mi pieza teatral "Trotsky en el exilio". Me acusa usted de falsificación de la historia, utilización de do­cumentos falsos y deformación de la Gran Revolución Socialista de Octubre. Cierto es que mi relato sobre la revolución y los camaradas de lucha de Lenin no coincide con la imagen que por más de cuatro décadas se ha presentado en la Unión Soviética. De hecho es la pieza un ataque contra esa descripción porque yo parto de una reali­dad distinta a la que ha determinado la imagen que se considera válida en los países socialistas. A pesar de que el contenido de mi obra puede ser considerado -desde el ángulo que usted lo mira- co­mo provocativo, era de esperarse en usted el conoci­miento sobre el origen de la parcialidad soviética res­pecto de la figura de Trotsky. Las pruebas aportadas por la investigación marxista de la historia son tan abundantes, los propios escritos, documentos y protoco­los referentes al verdadero estado de cosas hablan un lenguaje tan claro, que imposibilitan todo intento de refutación en una discusión seria de la cuestión. Dejemos de lado el hecho de que usted representa esa corriente de opinión que sostiene que aún no es tiempo de revelar la verdad sobre una época de signi­ficación fundamental y que, por lo tanto, ciertas sim­plificaciones deben ser conservadas para ser utilizadas en la agudizada lucha ideológica contra el imperialis­mo. Aún así se podría, sin embargo, presuponer que mi trabajo no puede ser abordado como una cuestión de falsificación, sino como un intento de restablecer las justas proporciones históricas. Después podría muy bien discutirse si una pieza se­mejante sirve a los intereses actuales del socialismo o si podría ser aprovechada por las fuerzas antisoviéti­cas. Pero ya Marx -en su prólogo a "El dieciocho Brumario de Luis Bonaparte"- y más tarde repetidas veces Lenin, señalaron que la ocultación de las debilidades y conflictos nunca puede ser de gran provecho para el socialismo, y que sola­mente su descubrimiento y análisis produce fortaleci­miento. La crítica despiadada de todos los defectos del propio bando fue desde siempre el principio fundamental del movimiento obrero. Este es el motivo por el cual yo puse la exigencia de veracidad por encima de los miramientos partidis­tas temporales. El argumento de que el mundo burgués podría uti­lizar a Trotsky y las ideas que él defiende como un arma contra el socialismo, es insostenible. En su obra no existe nada que hable en beneficio de la burgue­sía. Cuando él atacó a los partidos comunistas fue para reprocharles el no haber combatido al capitalismo y al fascismo en forma suficientemente dura y efec­tiva. Su crítica de los estados socialistas se orientó contra su deformación burocrática. Lo que él deman­daba era el retorno a las tradiciones revolucionarias. Hasta su muerte -a menudo oponiéndose a sus partidarios- unió a sus polémicas y proposiciones la lla­mada a la necesaria solidaridad con el Primer Estado Obrero. La circunstancia de que sus trabajos y los de sus biógrafos sólo circulen en los países occidentales no se vuelve contra él, sino contra los que por la violencia han tratado de ubicarlo del lado del enemigo y lo han borrado de los anales de la revolución. ¿Qué representa Trotsky hoy, treinta años después de su muerte? ¿Qué peligros pueden ser relacionados con él y convertirse en la causa de que su nombre todavía se cubra en los países socialistas con ese ta­bú histórico único y su actividad sea objeto de un proceso de obscurecimiento que es incompatible con el materialismo dialéctico? Es de una claridad meridiana. Lo que le ha hecho merecedor de la calumnia ha sido su profunda visión sobre la revolución permanente y su toma de partido a favor de una lucha ininterrumpida de liberación en todos los continentes. A la base de esto se encuentra, persistentemente renovada, su ruptura con Stalin, ocu­rrida cuando Trotsky opuso su anatema internacional al principio de la construcción del socialismo en un solo país. Ni siquiera compartiendo la opinión de que el cami­no seguido por Stalin era inevitable a causa del cerco capitalista de entonces, podemos dejar de advertir cuan absurda es la discrepancia que existe entre la infa­mante imagen creada por Stalin y las verdaderas ideas de Trotsky, sus lineamientos y sus pronósticos. Pero lo que aquí nos interesa -y nunca podrá ser aclarado con imprecisas refutaciones a mi obra- es preguntar de qué modo la alternativa Trotsky tomó nuevo cuerpo con posterioridad a la época del culto a Stalin. Es cuestión de saber en qué medida Trotsky y Stalin siguen viviendo hoy, después del triunfo de la revolución en Vietnam, en China, en Corea, en Cuba; después del prólogo a la lucha de liberación en Africa y América Latina. Es cuestión de saber qué es lo que de ellos ha encontrado nuevas y apremiantes formas, y en qué definidas circunstancias esto es utilizable y ne­cesario. En la obra "Lucha del partido bolchevique con­tra el trotskismo en el período posterior a la Revolución de Octubre", se describe la perniciosa influencia de Trotsky en el presente. En otro trabajo (la gran biogra­fía de Lenin publicada en 1970 por el Instituto de Mar­xismo Leninismo del PCUS) se procede a su sistemática eliminación de todos los acontecimientos pre y revolu­cionarios. Al relatarse la revolución de 1905 no se escribe una sola palabra sobre Trotsky, que por ese entonces era presidente del soviet de Petrogrado. En la sección dedi­cada a la Revolución de Octubre se hace referencia a una sola y deformada cita que lo hace aparecer como ene­migo de la insurrección armada. Ni siquiera se insinúa que fue Trotsky quien fundó el Ejército Rojo.
Primero, con perseverante energía, describen los his­toriadores soviéticos a Trotsky, durante 787 páginas, co­mo "el peor enemigo del leninismo", para que luego lo absurdo de su tarea caiga sobre ellos mismos cuando el sorprendido lector socialista del testamento de Lenin (ese documento llamado "Carta al Congreso del Partido"), que no es posible guardar en secreto por más tiempo, se tropiece con el hecho de que Lenin lo señale como el más capaz del cuadro de líderes del partido. Aquí aparece todo el dilema de la historiografía que no se atreve a enfrentarse con un decisivo complejo evo­lutivo y que ante el temor que le inspiran las fuerzas que podrán liberarse, prefiere colocar al ignorante delan­te de un sistema indefinido e irracional: "el trotskismo". Naturalmente, los historiadores de los países socialistas conocen las aportaciones de Trotsky y saben en qué alto grado las valoraba Lenin. Ellos conocen también sus trascendentales trabajos de publicista sobre todas las cuestiones de una época: un trabajo que podría ayudar a las jóvenes generaciones socialistas a comprender me­jor la actual situación revolucionaria. Pero mientras sub­sista el espantajo de Trotsky que Stalin inventara, se puede evitar el ajuste de cuentas decisivo con el estalinismo. La historia de la revolución, ese proceso vital y lleno de color, se convierte de este modo, en manos de los historiadores soviéticos, en un relato pobre y monótono en el cual Lenin aparece aislado y heroico en un cuarto cerrado. La eliminación de figuras y acontecimientos centrales de la conciencia de la población, el silenciamiento de una lucha ideológica que incendió mis ánimos, la edificación de toda una vida sobre una historia ficticia y las severas sanciones contra las voces críticas, todo esto ha condu­cido a un trauma social que a largo plazo es insoportable. Piezas como "Trotsky en el exilio" -parecidas podrán seguramente hallarse en los cajones de los escritores so­cialistas- deben, por eso, ser puestas en escena en los teatros de Moscú, Praga, Budapest, Rostock o Berlín Oriental para que al fin sean desnudadas las raíces, las motivaciones de los conflictos que hoy colocan al Movi­miento Comunista mundial ante una decisiva prueba de su solidez. Para poder hacernos una imagen del modelo revolucionario básico, una imagen que corresponda a la concepción marxista de la historia, debemos estudiar a los más cercanos compañeros de lucha de Lenin e incluir en nuestra discusión las cuestiones controversiales, las contradicciones, las dificultades y los errores del pe­ríodo anterior a la Revolución de Octubre y de la primera edificación socialista. El centenario de Lenin es el justo momento en el tiem­po para asumir esta franqueza. En el estudio de la Revo­lución encontramos que fue precisamente bajo la presión de las ideas contrapuestas, de las acaloradas disputas sobre táctica y estrategia, que se desarrollaron los lineamientos bajo los cuales el estado soviético cobró forma. Aún cuando Lenin también entendió que en momentos críticos debía hacer prevalecer sus decisiones sobre las opiniones de muchos de sus compañeros, su grandeza se muestra, sin embargo, no en aislada soledad sino en su receptividad para con los argumentos que le presentaron los que, junto con él, fundaron lo totalmente nuevo, en su fina capacidad para escuchar las leyes de la dialéctica que no puede existir sin tesis y antitesis. Esta dialéctica fue abolida en 1927, cuando Eisenstein, después de haber concluido su film "Octubre", fue obli­gado por Stalin a barrer de éste la figura de Trotsky. Muchos representantes de la inteligencia soviética han dado, durante el correr de los años, expresión a su espe­ranza de que la obra fuese presentada en su totalidad, pero todo ha sido en vano. El corto período de autocrí­tica y nuevos intentos de análisis histórico posterior a las revelaciones de Kruschev en el 20º Congreso del partido ocurrido en 1956, fue encomendado al olvido. Sin embargo, se demuestra que todavía existe el anhelo de explicar el pasado, en una escena de la película "El 6 de julio". Esta obra, presentada en 1969 y que tenien­do en cuenta las restricciones impuestas por el pensa­miento oficial debe ser considerada una no despreciable realización, contiene una secuencia en la que Lenin pide comunicación telefónica con el "comisario del Pue­blo para la Defensa", es decir -como todo iniciado comprende- con Trotsky, quien en esa oportunidad desbarató la revuelta de los socialrevolucionarios. Como autor cuya obra persigue en su totalidad mostrar cuantos ejemplos se den de mentira, injusticia y opresión, y tratar por todos los medios de combatirlas, esa supuesta necesidad de echar mano del "lenguaje de los es­clavos" en un estado socialista se me antoja un escarnio contra los fundamentos del marxismo y contra todos los intentos de avance en el terreno de la educación en los países socialistas, pues son precisamente estas cosas las que debieran haber visto fortalecida su posición actual gracias a la confrontación con materias de carácter controvertido. La siguiente pregunta debe formularse a aquellos que buscan expresiones negativas de Lenin sobre Trotsky en los tiempos de discordia anteriores a la revolución, y en la discusión de problemas surgidos inmediatamente después de Octubre, para, a partir de allí, fortalecer la desfigurada imagen de Trotsky que ellos tienen: ¿Cómo hubiese podido todo desarrollarse de otra manera, sin violentas refriegas, en un momento en que debieron probarse todas las proposiciones, todas las relaciones, todas las formas de lucha; cuando las más divididas opi­niones se encontraban y debían someter a prueba su sustentación, cuando todavía no estaba fijado ningún camino que llevase a la caída del viejo ordenamiento de la sociedad? ¿Y cuál fue el área de actividad de los revoluciona­rios, cuál su actuación; qué realizaron ellos además de los duelos de palabra, además de la imprescindible opo­sición entre ellos; y contra qué pulieron ellos sus argu­mentos y acrecentaron su fuerza? ¿Cómo hubiese sido posible para Lenin, sin esa obje­tividad, no perder de vista las buenas condiciones de Trotsky durante ese decenio de las más violentas con­tradicciones; ni tampoco las de Sinoviev, Kamenev, Rykov, Bujarin o Piatakov, a pesar de estar enredado en las más exasperadas contiendas justamente con ellos? ¿Habría Lenin permitido -cuando le hubiese sido posi­ble en el fragor de la batalla, censurarlos, escarnecerlos, insultarlos- que llegaran a ser y permaneciesen miem­bros del buró político si no hubiera estado convencido del carácter insobornable, de la básica postura revolucionaria de esos hombres? No fue Lenin quien después de la Revolución de Oc­tubre trajo a colación las superadas desavenencias de antaño. Fue Stalin quien las colocó de nuevo ante candilejas, porque él quiso fortalecer su posición de poder distanciándose primero de los compañeros de lucha de Lenin, para terminar sumiéndolos en la ruina. En su "Carta al Congreso del Partido" Lenin previene solamente contra Stalin, no contra ningún otro. No fue a Trotsky a quien Lenin quiso alejar de la dirección del partido, sino a Stalin a quien él quería separar del puesto de secretario general. Este hecho, que no podía ser más perfectamente claro, fue convertido por los his­toriadores del Instituto de Marxismo-Leninismo en una rehabilitación de Stalin: "El Partido Comunista luchó hasta alcanzar una completa victoria sobre los grupos oposicionales. En una dura y larga lucha contra los ene­migos del leninismo -contra trotskistas, oportunistas de derecha nacionalistas y otros grupos adversos- forjó la concordia que constituye un rasgo característico de su forma interna. Después de haber debatido la 'Car­ta al Congreso del Partido' de Lenin, las delegaciones se pronunciaron por la permanencia de Stalin en el puesto de Secretario General del CC, teniendo en cuenta para ello tanto su intransigente lucha contra el trotskismo co­mo la circunstancia de que una separación de Stalin del puesto de Secretario General en esos momentos hu­biese favorecido a los trotskistas; las delegaciones to­maron también en consideración la promesa de Stalin en el sentido de que habría de corregir las fallas personales que Lenin consignó en su carta" (Biografía de Lenin, páginas 788/789). Los hechos de que Stalin no corrigió esas fallas y de que Trotsky fue excluido de toda posterior participación en la construcción del estado soviético, es el punto de partida de mi obra. Se llama "Trotsky en el exilio" porque el destierro a que se lo forzó para siempre es conside­rado como legitimo en ese país al que él hizo las más fundamentales aportaciones, y donde todavía podría ser considerado necesario. En el análisis de la insostenibilidad de estos dogmas es puesto Trotsky en la escena del teatro político. El lugar que le corresponde en la historia de la Revolución adquiere sus contornos. Esta pieza es mi contribución a la celebración del centenario de Lenin. Lo honra al seguir sus reglas fundamentales en lo que se refiere a la necesidad de una discusión abierta, al presentar a las personas que estuvieron cerca de él, que disputaron con él, que contribuyeron a su propia evolución y junto con las cuales inició la más grande revolución social de nuestro siglo.Con esta carta, Peter Weiss no hizo más que poner de manifiesto lo que para cualquier observador más o menos avezado era ya evidente: la Revolución había sido traicionada. La burocracia en el poder -por entonces capitaneada por Leonid Brézhnev (1906-1982)- no veía con buenos ojos la nítida postura del dramaturgo de abierto rechazo al arte propagandístico y su defensa de la libertad de creación. Weiss asumió frente al dogmatismo del mal llamado "socialismo real", que un arte así degradaba al teatro y degradaba la ideología. En su condena de la burocracia y del dirigismo asumió todas las consecuencias que éstas le acarrearon. "Se me endilgan -dijo en "Die ästhetik des widerstands" (La estética de la resistencia), un ensayo publicado en 1975- incluso las ideas más absurdas, mi sarcasmo y mi ironía, porque con ellas no hago más que suministrar a los que detentan el poder la prueba de su liberalidad", quejándose porque hubiese más libertad creadora en Occidente que en los paises socialistas.