17 de marzo de 2009

El evangelio según Abelardo Castillo

Abelardo Castillo (1935) es un novelista, cuentista, dramaturgo y ensayista argentino que se hizo conocer en el ámbito literario en 1959, cuando ganó un concurso de cuento donde los jurados eran Jorge Luis Borges (1899-1986), Manuel Peyrou (1902-1974) y Adolfo Bioy Casares (1914-1999). A partir del notable libro de cuentos "Las otras puertas" de 1961, que lo consagró ante la crítica y el público, su obra lo ha posicionado como uno de los escritores latinoamericanos de más sólido prestigio. El resto de su labor cuentística incluye "Cuentos crueles", "Las panteras y el templo", "Las maquinarias de la noche" y "El espejo que tiembla". Es autor de las novelas "El que tiene sed", "Crónica de un iniciado" y "El evangelio según Van Hutten", y de las piezas de teatro "Israfel" y "El otro Judas". Fundó y dirigió las míticas revistas literarias "El Grillo de Papel", "El Escarabajo de Oro" y "El Ornitorrinco", y sus obras han sido traducidas a trece idiomas.En 1998 se publicó en Buenos Aires "Ser escritor", un libro en el que se reúnen diversos materiales -recolectados por el escritor Vicente Battista (1940)- en los que el centro de la reflexión es la literatura y, entre ellos, sus experiencias como director de talleres literarios. El libro comienza con una enunciación: "Estamos atravesando por lo que yo llamaría una crisis universal del sentido. La religión, la ciencia, el arte, ya no dan respuestas a nadie. El fin de la historia, el fin de las ideologías, la muerte de las utopías, quieren decir sencillamente que no le vemos un sentido al mundo. La pregunta, entonces, sería: ¿Qué sentido tiene la literatura en un mundo sin sentido? No hay más que dos respuestas. La primera: ningún sentido. La segunda es precisamente la que hoy no parece estar de moda: el sentido de la literatura es imaginarle un sentido al mundo y, por lo tanto, al escritor que la escribe".
Luego sigue una apreciable colección de perfiles de escritores, consejos, anécdotas y críticas, y, en el último capítulo, a modo de resumen del resto de la obra, Castillo incluyó sus "Mínimas para escritores" que dicen así:

Podrás beber, fumar o drogarte. Podrás ser loco, homosexual, manco o epiléptico. Lo único que se precisa para escribir buenos libros es ser un buen escritor. Eso sí, te aconsejo no escribir drogado ni borracho ni haciendo el amor ni con la mano que te falta ni en mitad de un ataque de epilepsia o de locura.
Un albañil puede habitar la casa que construye, decía más o menos Sartre, un sastre usar el traje que ha hecho, un escritor no puede ser lector de su propio libro. Un libro es lo que los lectores ponen en él. Ningún escritor puede agregar un sentido nuevo a sus propias palabras. Si puede hacerlo, debería escribir el libro otra vez.
El decálogo de Horacio Quiroga está muy bien, siempre y cuando seas cuentista. Pero, por favor, no tomes en serio eso de querer a tu arte como a tu novia. Quiroga lo escribió para enamorar a una alumna suya del secundario.
Lo mejor que se ha escrito sobre el cuento es lo que Edgar Poe escribió en su ensayo sobre Nathaniel Hawthorne. No pienso facilitarte las cosas reproduciéndolo. Tendrás que encontrarlo solo. Un escritor es un buscador de tesoros. Los descubre o no. Esa es la única diferencia entre la biblioteca de un escritor y el mueble del mismo nombre de las personas llamadas cultas.
Lo que dice Borges sobre los sinónimos es verdad: no existen. Can no es lo mismo que perro ni la palabra ramera tiene la dignidad de la palabra puta. Pero yo te recomiendo un buen diccionario de sinónimos. Uno quiere escribir: "habló en voz baja". Como eso no le gusta lo reemplaza por "voz queda", que es espantoso. Hojea el diccionario de sinónimos al azar y en cualquier parte encuentra la palabra pálida. Entonces escribe: "habló con voz pálida", lo que está muy bien.
Nunca adjetives en orden decreciente, nunca digas: "Era una montaña titánica, enorme, alta". Si no te das cuenta por qué, nadie puede ayudarte. Si adjetivaste en la dirección correcta tampoco te creas un gran estilista. Tal vez buscabas el último adjetivo y te olvidaste de borrar los otros dos.
Podrás corregir tus textos o no corregirlos. Tolstoi escribió siete veces "Guerra y paz"; Stendhal terminó "La Cartuja de Parma" en cincuenta y dos días. El único problema es cómo se las arregla uno para ser Tolstoi o Stendhal.
Nadie escribió nunca un libro. Sólo se escriben borradores. Un gran escritor es el que escribe el borrador más hermoso.
No te preocupes demasiado por las erratas. En el "Ulises" de Joyce hay cerca de trescientas y los profesores les siguen encontrando sentido.
Nunca escribas que alguien tomó algo con ambas manos. Basta con escribir las manos y a veces es suficiente una sola. La gente en general tiene cara, no rostro. No asciende las escaleras, sube por ellas. No penetra a las recámaras, entra en los dormitorios. Evitarás los ventanales y sobre todo los grandes ventanales. Dicho sea de paso, las ventanas no son de cristal, son de vidrio. Lo mismo los vasos.
No digas que alguien empezó a cantar o a vestirse si no estás dispuesto a que termine de hacerlo. En los libros la gente empieza a reírse o a llorar en la página 3 y da la impresión de seguir así hasta que se muere. Sé ahorrativo: si lo que viene al galope es un jinete, no hace falta el caballo. La inversa no se cumple. La palabra caballo viene misteriosamente sin jinete.
Los novelistas y los editores creen que una novela es más importante que un cuento. No les creas. Sólo es más larga.
Los cuentistas afirman que el cuento es el género más difícil. Tampoco les creas. Sólo es más corto. El cuento es difícil únicamente para aquellos que nunca deberían intentarlo. Para Poe era facilísimo, para Cortázar, Chejov o Hemingway también.
No te dejes impresionar porque hayan existido Dante, Cervantes o Shakespeare. Todo ocurre siempre por primera vez: también tu libro.
Deberías pensar por lo menos una vez por día en esta frase de Nietzsche: "Un escritor deberá ser considerado como un criminal que, sólo en casos rarísimos, merece el perdón o la gracia: esto sería un remedio contra la invasión de los libros".
No intentes ser original ni llamar la atención. Para conseguir eso no hace falta escribir cuentos o novelas, basta con salir desnudo a la calle.
Si la palabra mercado te hace pensar "persa", quizá no seas muy original pero todavía estás a tiempo. Si la palabra mercado te hace pensar en la venta de tu libro, no insistas con la literatura.
Cuidado con las computadoras. Todo se ve tan prolijo que parece bien escrito.
Tal vez seas envidioso, rencoroso, un poco estúpido, avaro, mal amigo. No te preocupes: un buen libro siempre es mejor que la persona que lo escribe.
En general cuesta tanto trabajo escribir una gran novela como una novela idiota. El esfuerzo, la pasión, el dolor, no garantizan nada. Es desagradable pero es así. No abandones la cama sin pensar en esto.Nunca tengas los libros que has escrito en tu biblioteca. El lugar de tu libro es la biblioteca de otro.
Vas a morirte, nuestro planeta gira agónicamente alrededor de una estrella que ya cumplió la mitad de su vida, el universo entero está condenado a desaparecer. Si eso no te quita las ganas de ser escritor, ¡cuál es el problema!
De tanto en tanto recordarás esta historia. Alguien le llevó un manuscrito a Anton Chejov y le preguntó: "¿Qué hago, maestro? ¿Lo publico o lo tiro a la basura?". "Publíquelo -dijo Chejov-, de tirarlo a la basura ya se van a encargar los lectores".
Podrás escribir: "Volvió a verla tres días más tarde", pero sólo a condición de saber perfectamente (aunque no lo digas) qué le pasó a tu personaje en esos tres días, y por qué fueron tres días y no una semana o un año.
No es lo mismo ambigüedad que confusión. Una historia debe tener siempre un único final. Si quisiste sugerir dos o más desenlaces, esos desenlaces son un único final: se llama ambigüedad. Si nadie te entiende ni medio se llama confusión.
No describas sino lo esencial. La posición de un pie, en casi todos los casos, es más importante que el color de los zapatos.
No confundas imaginar con combinar. La imaginación es una locura lúcida. La combinatoria sirve para elegir corbatas.
Gide decía que con buenas intenciones se escriben malos libros. La verdad completa es que con malas intenciones también se escriben malos libros. Lo que nadie sabe es cómo se escriben los buenos.
No cualquier cosa, por el mero hecho de haberte sucedido, es interesante para otro. Esto vale tanto para escribir como para conversar.
Los sueños ajenos son invariablemente aburridos. Nunca olvides que tu propios sueños, para el otro, son ajenos.
No defiendas tu libro argumentando que los críticos son escritores frustrados. Lo verdaderamente peligroso de un crítico es que sea un crítico frustrado.
Leer una gran novela o un gran cuento es tan hermoso como haberlos escrito. Si nunca lo sentiste, no escribas ficciones ni, por el amor de Dios, te dediques a la crítica literaria.
Isadora Duncan dijo: "Quiero bailar ese sillón". Tal vez ella pudiera. Pero un novelista, un cuentista, un dramaturgo, no quieren ni bailar ni pintar ni hacer música con sus palabras. Quieren contar una historia.
Montaigne decía que él empezaba a pensar cuando se sentaba a escribir; Edgar Poe, que más vale no sentarse a escribir sin haber terminado de pensar. En el fondo es igual. Se puede pensar con la cabeza o sobre un papel. Pero a pensar sobre el papel no lo llames escribir. Se llama primer borrador.
No publiques todas las estupideces que escribas. Tu viuda se encargará de eso.
Dijo Poe: "No es lo mismo la oscuridad de expresión que la expresión de la oscuridad". Un escritor contemporáneo, tal vez distraído, dijo lo mismo con las mismas palabras. No importa. Lo que debe importarte es que es verdad.
Lo que llamamos estilo sucede más allá de la gramática. No es lo mismo decir: "ahí está la ventana" que "la ventana está ahí". En un caso se privilegia el espacio; en el otro, el objeto. Toda la sintaxis es una concepción del mundo.
En el origen del conocimiento y de la literatura está el acto de contar. La "Crítica de la razón pura" nos cuenta lo que Kant pensaba de los límites de la razón; los versos de "La Eneida", la epopeya de Lacio; el teorema de Pitágoras, el cuadrado de la hipotenusa. El hombre es el único animal que cuenta.
Escribir como se quiere es destreza. Escribir lo que se debe, probidad. El más grande y el peor de los escritores se parecen en una sola cosa: únicamente escriben como y lo que pueden.
Nunca pidas que te presten un libro. Los buenos libros se compran o se roban.
Si un libro te gustó mucho podrás regalarlo. Pero nunca lo prestes: vas a necesitar desesperadamente releerlo esa misma noche.
Un hombre que dedique toda su vida a casi cualquier cosa puede llegar a ser una eminencia de algún tipo. Dedicarse toda la vida a escribir novelas sólo garantiza dolor de espalda.
Hay cierta clase de grandes escritores a los que uno, después de leerlos, quisiera llamar por teléfono. Esto lo decía Salinger, y Salinger, justamente, es uno de esos escritores.
Hay otra clase de grandes escritores a los que mejor no conocer: son la mayoría.
Cortázar solía decir que empezaba sus cuentos sin saber a dónde iba. No le creas. En sus mejores cuentos lo sabía perfectamente, aunque no supiera que lo sabía.
Los grandes novelistas aconsejan ignorar el final de la historia, no tener nada claro qué hará el personaje en el próximo capítulo, no atarse a un plan previo. A ellos sí podrás creerles, pero con moderación. Digamos, hasta llegar a la página 150. Más allá de eso, saber tan poco de tu propio libro ya es mera imbecilidad.
Cuidado con Borges, Kafka, Proust, Joyce, Arlt, Bernhard. Cuidado con esas prosas deslumbrantes o esos universos demasiado intensos. Se pegan a tus palabras como lapas. Esa gente no escribía así: era así.
No creas en las máximas de los escritores. Tampoco en éstas. Lo que cautiva de una máxima es su brevedad; es decir, lo único que no tiene nada que ver con la verdad de una idea.Las "Mínimas para escritores" también pueden ser oídas en el CD "Voces de Escritores: Abelardo Castillo" grabado entre marzo de 2003 y marzo de 2004, en el que el autor lee algunos de sus textos como los poemas "El desterrado", "Espejos", "Tres dijes", "Fotografía de Malcolm Lowry", "La oscura", "Verlaineana" y "El orante"; los cuentos "Fordham 1998" y "Ondina", y algunos capítulos de sus novelas "El que tiene sed" y "Crónica de un iniciado".