24 de enero de 2009

José Luis Sampedro: "El mercado es incompatible con sus propias reglas"

El economista y escritor José Luis Sampedro (1917) nació en Barcelona, pero en su niñez se trasladó con su familia a Tánger (Marruecos), donde permaneció hasta la adolescencia. Pasó la guerra civil española en Melilla, Cataluña, Guadalajara y Huete, y fue en esa época cuando comenzó a escribir poemas. En 1940 trabajó como funcionario de aduanas en Melilla y más tarde lo hizo en Madrid, donde realizó sus estudios de Ciencias Económicas, consiguiendo la Licenciatura con Premio Extraordinario en 1947, al tiempo que trabajaba en su primera novela, la que recién sería publicada en 1994. Tiempo después fue nombrado asesor del Ministro de Comercio y escribió por entonces sus primeras obras de Economía. Luego repartió su actividad entre la docencia -como catedrático de Estructura Económica en la Universidad Complutense de Madrid- y la economía -como subdirector y asesor del Banco Exterior de España-. También fue docente en las universidades inglesas de Salford, Liverpool y Manchester, y en la Universidad Autónoma de Barcelona. Mientras tanto iba modelando su extensa obra literaria, influida por los escritores que más admiraba: Jane Austen (1775-1817), Guy de Maupassant (1850-1893), Anton Chejov (1860-1904), Miguel de Unamuno (1864-1936), Pío Baroja (1872-1956), Virginia Woolf (1882-1941) y Katherine Mansfield (1888-1923) entre muchos otros de estilos más que heterogéneos. Así, fueron apareciendo las novelas "Congreso en Estocolmo", "El río que nos lleva", "El caballo desnudo", "Octubre, octubre", "La sonrisa etrusca", "La vieja sirena", "Real sitio", "La estatua de Adolfo Espejo", "La sombra de los días", "El amante lesbiano" y "La senda del drago"; los libros de cuentos "Mar al fondo" y "Mientras la tierra gira"; y los ensayos "Principios prácticos de localización industrial", "Realidad económica y análisis estructural", "Conciencia del subdesarrollo", "Las fuerzas económicas de nuestro tiempo", "Inflación: una versión completa", "El mercado y la globalización" y "Los mongoles en Bagdad". En 1990 fue elegido miembro de la Real Academia Española. A punto de cumplir noventidós años, acaba de publicar una recopilación de artículos bajo el título "La economía humanista", donde sintetiza su pensamiento. "El capitalismo es una forma viva y se deshace. La Iglesia se ha quedado en el siglo XVI, la economía en el XVIII y la política en el XIX... sólo avanza la ciencia. Será la vía científica la que pueda conducir a una sociedad diferente" declaró en Sevilla, a donde llegó el 22 de enero de 2009 para la presentación de su libro. Allí fue entrevistado por Angel Munárriz de "Kaosenlared", una asociación cultural colectiva digital que publica sus artículos sólo en Internet.Ahora que ha releído sus textos de hace tres y cuatro décadas, ¿mantiene sus mismas posiciones?

En general sí, lo que no quiere decir que acertase. Aunque creo que en general acerté y de todas maneras no rectifico, porque era sincero. Yo he figurado más como escritor porque he tenido suerte escribiendo. Pero sobre todo por una razón: los que pensaban como yo teníamos menos prensa.

¿Y qué pensaba usted?

Hay unos economistas que se dedican a hacer más ricos a los ricos, y otros, a hacer menos pobres a los pobres. Yo he defendido siempre la necesidad de controlar el mercado. Claro, así no he tenido una plataforma, sobre todo tras el '68, cuando se asustó la derecha y llegaron Thatcher, Reagan...

Hay un ejemplo de economista con plataforma, el premio Nobel Milton Friedman, y otro sin ella, John Kenneth Galbraith...

Los dos murieron en 2006. Yo era de Galbraith y el que tenía la prensa era Friedman, y también el que orientó a Pinochet.

Friedman, un auténtico gurú para los "neocon".

Para mí los neos, sean catecúmenos o liberales, no son nuevos. Cuando a una cosa hay que ponerle el prefijo neo es que no lo es. Cuando uno es nuevo no hay necesidad de decir: ¡oiga, que yo soy nuevo! Simplemente la gente dirá: a usted no le había visto nunca.

¿Sigue definiéndose como socialista ahora que...?

Sí, sí.

¿Como socialista marxista?

Es que hay que entender lo que es el socialismo. El socialismo defendía la propiedad pública de los medios de producción, y de esto que no hablen los que se llaman socialistas ahora. De estos yo no soy. No, no...

¿Sigue siendo socialista clásico pese a lo que pasó en el bloque soviético?

Es que tampoco era eso. En el fondo era capitalismo de Estado. Si por socialismo se entiende la propiedad pública y la dirección pública, auténticamente pública, que es la verdadera democracia, entonces soy socialista. Claro que el socialismo de verdad, que yo sepa, no se ha aplicado nunca.

¿Y considera que tiene posibilidades de abrirse camino ahora?

Sí, creo que sí. Lo que pasa es que estamos primitivamente educados. Es muy rudimentaria la situación de la humanidad... Nos movemos por la racionalidad en cuanto a los modos de operar, pero en los fundamentos es todo visceral.

¿Por ejemplo?

Cuando se reelige a Bush, o cuando se vota a Berlusconi.

¿Y qué opina de Obama?

Pues yo estoy encantado, sí, pero tampoco me hago excesivas ilusiones. Para nada. Y fíjese usted, lo tratan como si hubiese descendido el Mesías.

¿Cree que ahora el boom demográfico, sumado a la degradación del medio ambiente y la progresiva escasez de recursos, puede llevar a la revolución?

El desarrollo sostenible del que hablan es insostenible. La población mundial se ha triplicado desde 1900 hasta hoy y, desde luego, la capacidad de regeneración del planeta no se ha triplicado. Eso no se puede mantener. Imposible.

O sea, que cree que habrá una revolución.

Claro. Una cosa que cito yo mucho de Marx es aquello de que el capitalismo convierte todo en mercancía, esa es la verdad del asunto. No sé cuánto tiempo durará el sistema, pero creo que está agotado.

¿En qué consiste la decadencia que usted le atribuye al sistema?

El primer artículo de este libro lo publiqué en 1947 en Inglaterra. Yo era un "pipiolo" que acababa de terminar la carrera, pero haciendo un estudio sobre las consecuencias de la crisis mundial en las áreas retrasadas en los años '30, vi que el Estado financiaba, ayudaba y subvencionaba a los obreros en paro. Les buscaba trabajo y escuelas para sus hijos. Había posibilidades de redistribución de la gente. ¡Pero la gente se resistía a moverse! En cambio, cuando empezó la Revolución Industrial los obreros iban de los campos a las fábricas de las ciudades. Tenían un espíritu de aventura que un siglo después sus nietos no tenían. Es lo que pasa con el capitalismo.

¿En qué sentido?

Ahora hay miedo. En el siglo XVI, Europa era un volcán de iniciativas. Misioneros, guerreros y labradores se embarcaban a lo desconocido. Y en el terreno intelectual empezaba el humanismo, la imprenta. Ahora, en el país más importante del mundo, el más fuerte y poderoso, Estados Unidos, la gente tiene miedo. Auténtico miedo.

¿Porque tienen propiedad?

Y también porque han perdido por completo el espíritu de aventura.

Hemos cedido libertad a cambio de seguridad...

¡Pero es una seguridad ilusoria que, además, no satisface! Continuamente buscamos mecanismos para vigilar, desnudando a la gente que va en el avión y cosas así. ¿Para qué? Ahora dicen que Obama... Ojalá haga algo, pero no sé yo...

¿Confía en las medidas para salir de la crisis?

En el mejor de los casos, volverán a dejar las cosas como estaban en lo monetario pero con una degradación de la economía real, del medio ambiente y de la producción.

¿El sistema en su conjunto quedará desacreditado?

Hay una cosa que me preocupa: hasta qué punto se están destruyendo valores básicos. No hablo ya de derechos humanos, sino de la justicia, la dignidad, la libertad, que son constitutivas de la civilización. La barbarie es atacar los valores de la civilización.

¿Vivimos ahora en una época de barbarie?

Para mí es una época paralela al derrumbamiento del Imperio romano. Se acabó el Imperio y empezó la barbarie. Lo de Gaza es barbarie, los campos de Hitler y Stalin fueron barbarie, el ataque a Irak es barbarie. Estamos destruyendo el sentido de la justicia. Creo que entramos en una etapa de barbarie que obliga a reconstruir el sistema. Porque el capitalismo no es que sea malo, es que está agotado ya. En el siglo XV era impulsor, constructivo. Ahora está agotado. ¿Cuáles son los planes? Más de lo mismo. Decir que dentro de quince años acabará la pobreza y repetirlo quince años después.

¿Y qué esperanza ve?

Creo en la ciencia. Ahora el capitalismo se desmorona, porque la muerte es el precio de la vida. Las sociedades son seres vivos, se descomponen. Las diferentes subestructuras básicas no funcionan a la vez. Hay anacronismos, distonías. Salvo en la ciencia.

¿Qué anacronismos?

La Iglesia está plantada en el siglo XVI. La economía actual se basa en el axioma de que el mercado, con su famosa mano invisible, consigue que la suma de los egoísmos lleve al bien común. ¡Mentira! Pero todo se monta sobre esos supuestos básicos del siglo XVIII. La política, tras montar la representación parlamentaria a raíz de la Revolución Francesa, está viciada. Mandan unas oligarquías que controlan la creación de opinión. Lo único que avanza es la ciencia, que sigue aportando conocimientos del espacio, materiales y recursos de comunicación, de informática, de genética, de nanotecnia. Cuando pienso en la diferencia entre el mundo en que yo nací y este, imagino lo que vivirán los jóvenes y...

¿La barbarie que pronostica puede adoptar la forma de nuevos autoritarismos?

Sí, pero también puede ser una sociedad de insectos, con clases. Piense en la brecha digital que se está abriendo. Podría gobernar una élite que crease una situación de simulación de libertad, ofreciendo determinados atractivos. Pero la libertad es como una cometa. Vuela porque está atada y la cuerda es la responsabilidad.

Señor Sampedro, ¿qué diría a quien piense que es usted uno de esos intelectuales que, ya veteranos, terminan diciendo que todo va ahora peor que antes?

Yo no digo que lo pasado sea lo mejor. Digo que el capitalismo en su momento fue naciente, pero ahora es insostenible. La mejor definición de su decadencia la dio Bush. Dijo: "He suspendido las reglas del mercado para salvar al mercado". Es decir, el mercado es incompatible con sus propias reglas.