26 de enero de 2009

Entremeses literarios (XXXV)

LA EJECUCION
Guillermo Velásquez Forero
Colombia (1954)

La tierra estaba dormida. Los del pelotón de fusilamiento fueron apareciendo en el patio, ligeros e intermitentes; el reo, hecho de palidez y de temblor, surgió con dificultad, pues tuvieron que traerlo a la fuerza y obligarlo a asumir su destino. Pero al fin se resignaron a ser visibles y palpables, sirviendo de precario estribo al jinete del tiempo. Aunque inconsistentes y fugaces, ahí estuvieron y cumplieron: los que hicieron de verdugos, maquinalmente levantaron sus armas y le despacharon la muerte; y el que sirvió de víctima, la abrazó en silencio. Luego, todos se desvanecieron entre las sombras, porque eran sólo una pesadilla de la tierra. Sin embargo, los agujeros de los tiros quedaron grabados en la memoria del muro.


BRUJERIA DEL GATO
Ramón Gómez de la Serna
España (1888-1963)

Por complicidad con la bruja había sido enjaulado el gato. Los inquisidores sospechaban que podía haber un diablo escondido bajo la piel del gato y fue sentenciado a arder en pira aparte, porque podían haber pecado de bestialidad al quemar en la misma hoguera persona humana y animal. Bien maniatado con cadenas, el gato brujesco produjo un repeluzno de escalofrío entre los asistentes al auto de fe. Había algo de caza luciferiana en la presencia del gato. La leña de la propiciación comenzó a arder y durante un largo rato se oyeron maullidos infernales, hasta que al final, ya consumida la fogata, se vieron sobre las cenizas dos ascuas que no se apagaban, los dos ojos fosforescentes del gato.


AFILIAZIONE
José Ramírez
Venezuela (1961)

La chica detrás del vidrio conversaba animadamente con su compañera de taquilla, mientras los billetes pasaban como rayos por sus dedos. Era una de esas raras ocasiones en las que soporté la fila del banco para hacer una transacción; prefería los cajeros automáticos que, en muchos casos, son más amigables que estos contadores compulsivos de billetes. Mientras esperaba que la chica terminara su conversación, la cual había llegado a un nivel tal de intensidad que interrumpió momentáneamente el conteo de los billetes, me atrajo una foto mía que estaba pegada del otro lado de la ventanilla. Inicialmente pensé que era algún tipo de reflejo, pero después me di cuenta que era un carné que rezaba: "Corporazione Arcieri Storici Medievali, miembro vitalicio". La cajera arrojó el comprobante de la transacción por el hoyo de la ventanilla (definitivamente el cajero automático es más amigable). Forzando una sonrisa señalé el carné:
- Es mío -le dije.
Casi con fastidio tomó el carné y lo arrojó sobre el comprobante. Al salir del banco detallé más el carné, había salido muy bien en esa foto; sin embargo no reconocía esa camisa ni esa corbata; tampoco recordaba haber practicado nunca el tiro al arco medieval. Estos detalles no me perturbaron tanto como el hecho de que el nombre de "Giulio Magro" tampoco me sonaba conocido. Eran casi las cinco de la tarde, por lo que apuré mi paso para llegar a la estación del metro antes de quedarme atascado en el río de gente que amenazaba con desbordarse de los edificios circundantes. Al llegar al cajero me di cuenta que sólo tenía un billete de 5.000, el boleto costaba 350, seguramente me esperaba el recurrente "¿no tiene más sencillo?", acompañado con cara de incriminación que llamaba al escarnio público por el resto de los que esperaban, o más bien desesperaban, en la fila. Dicho, no había terminado de soltar el billete cuando se produjo la pregunta del cajero, seguida del resople unánime de mis compañeros de fila; me encogí de hombros, bajé la mirada y noté que en la esquina del vidrio del cajero había un carné con mi foto: "S.S. Lazio, abonado 2001-2002". Recogí el boleto y el cambio, consistente en una interminable montaña de billetes de 10, que acepté sin chistar a cambio del carné que le solicité me diera. Sentado ya en el vagón detallé un poco mejor el carné, esos lentes no los recordaba y el mostacho, a pesar de que no me quedaba mal, no era mi estilo. Otro detalle curioso fue el nombre "Rocco Mozzicato", evidentemente napolitano, no me era familiar. "Via S. Maria del Pianto 23, Roma. Tel. 06-85301758", marqué el número y me atendió una voz familiar, vigorosa, casi un eco:
- ¿Pronto?
A lo que respondí:
- Pronto...
Un tenso silencio medió por instantes, hasta que mirando el carné proseguí.
- Llamo por el carné extraviado.
- Ah si, el carné.
- Sería cuestión de encontrarnos en algún lugar para dárselo.
- ¿Para dármelo?, ¿cómo que para dármelo?
- Bueno, pensé que sería importante para usted.
- ¿Qué cosa?
- El carné, supuse que le interesaría recobrar el carné.
- Señor, no entiendo, yo soy el que tiene su carné extraviado, me sorprende que me llame.
Otro silencio se interpuso en el diálogo, mi respiración se confundía con la suya por el auricular, hasta que finalmente me dijo:
- Bueno, sería cuestión de vernos en algún lugar.
- Si, claro.
- ¿Qué le parece la Piazza de la Reppublica?
- ¿Mañana, como a la una?
- Perfecto, nos vemos allá.
Para llegar a La Repubblica debía hacer transbordo en San Giovanni, pero era un sábado precioso y preferí no tomar el metro y caminar. De vez en cuando metía la mano en el bolsillo de mi chaqueta y verificaba que el carné siguiera allí. Mis manos sudaban al entrar a la Piazza; tomé el carné y lo sostuve en alto como para llamar la atención y ser reconocido. De repente, allí estaba yo, con lentes y mostacho, mirándome a mi mismo con cara de asombro. Di unos pasos y me di cuenta de que faltaba el bigote y tampoco tenía lentes, saqué el carné del bolsillo de mi chaqueta, extendí mi mano y dije:
- Aquí está su carné.
- Gracias, aquí tiene el suyo.
- Mil gracias.
- Bueno, que le vaya bien.
- Y a usted, feliz día.
De regreso a casa me detuve en el bar de Luigi y pedí lo de costumbre, saqué de mi bolsillo el carné y lo pude detallar, "Carlo Petruzzi, La Banda del Buco Bowling Club", quizá deba llamar para devolvérselo.
- Buenas tardes, Banda del Buco, ¿en que puedo ayudarle?
- Buenas tardes, mire tengo aquí un carné de uno de sus socios.
- ¿Ah si?, mil gracias, ¿con quien tengo el gusto?
- Giulio Magno, ¿hasta que hora están abiertos?
- Sr. Magno, estamos abiertos todos los días, desde las 12 del mediodía hasta las 10 de la noche, puede venir a recoger su carné cuando guste, lo tengo aquí en la recepción.
- Pero yo soy el que tengo un carné de...
- ¿No es usted miembro de la Corporazione Arcieri Storici Medievali?
- Si...
- Pues aquí tengo su carné.
- Muchas gracias, y dígame, ¿por quien pregunto?
- ¿Vendrá usted en la noche?
- Sí, seguramente.
- Yo tengo el turno de la noche, mi nombre es Mozzicato; Rocco Mozzicato, lo espero entonces, hasta la vista.
- Hasta la vista.
Vacié mis bolsillos sobre la mesita de noche y coloqué el carné junto a las llaves para no olvidarlo en la mañana, lo leí una vez más: "Automobile Club d'Italia-Roberto Torti, Capo Servizio". ¿Será muy tarde para llamar?


SOLIPSISMO
Raúl Brasca
Argentina (1948)

Avanzo con el auto sumergido en tan espesa niebla que no veo la ruta. Conduzco por intuición del camino pero, inexplicablemente, no me equivoco. Ningún par de faros me cruza desde hace rato y se me ocurre que la ruta existe debajo del coche sólo porque yo creo en ella. Ahora la niebla comienza a disiparse. Los faros iluminan apenas la ondulante extensión gris que transito. Primero una gaviota y luego un pez volador pasan delante del parabrisas. Sigo creyendo en la ruta. Tengo que poder.


MENSAJE DE MEDIANOCHE
Luis Fayad
Colombia (1945)

Desde hacía un mes la rata rondaba todas las noches por el apartamento. Leoncio la oía, dueña del lugar, y había ensayado deshacerse de ella instalando trampas y rociando veneno por el piso. También en vano obstruyó los agujeros de los rincones y se paró amenazante con una escoba detrás de las puertas. Al cabo del mes Leoncio se notó a sí mismo con el carácter cambiado, y escribió una nota: "Por favor, déjeme tranquilo". La colocó en el piso de la cocina y se acostó confiado, pero lo único que varió durante la noche fue el pasearse impaciente de la rata, y a la mañana siguiente, cuando leyó de nuevo la nota, Leoncio tuvo la impresión de que iba dirigida a él.


AMANTE DE PERROS
Alejandro Bozo
Venezuela (1964)

Con la llegada del Schnauzer, mi matrimonio se fue en picada. Juana perdió todo el interés en mí gracias al perrito heredero de la nobleza y el porte de los Terrier. Nunca tuvimos hijos; por lo que para desagriar en algo nuestra unión matrimonial, le regalé el animalito que a las primeras de cambio me pareció simpático. No sabía yo que terminaría usurpando mi lugar. Juana tiene una capacidad ilimitada de amar; eso lo descubrí gracias al perro. Querer a un perro nos hace invencibles y seguros; el animal siempre nos va a retribuir con afecto desinteresado (supuestamente. Deja de alimentarlo a ver si no te come de una); no conoce de engaños ni manipulaciones, es un ser inválido que está pendiente en lo que hagamos o dejemos de hacer. No opino lo mismo. El Schnauzer manipuló tanto la situación que hasta duerme en nuestra cama. Juana se ha volcado completamente a la satisfacción de las necesidades del perrito, quien de una manera muy sutil, terminó siendo amo de su amo. Por ejemplo, le encanta mi sillón preferido en el que veo la televisión y que dejó de ser mío, porque es pecado mortal sacar al perrito cuando está echadito en él, con esa mirada de invalidez total que provoca sentimientos hiperbolizados de protección en mi esposa. Sentimientos que desconocía y que nunca tuvo conmigo. Odio al perro, porque no soy capaz de concebir que se le pueda querer más que a un ser humano. El amor desmedido por los animales, cualquiera que sea su género es una muletilla afectiva y conveniente. Amamos tranquilos de no recibir rechazos ni engaños, sí apenas una mordedura de vez en cuando, porque con todo y lo dulce, el muy hijo de puta también tiene su temperamento de terrier, supongo. No me atreví a envenenarlo porque no sé de venenos, y no vaya a ser que a mi esposa le de por que le hagan una autopsia. Un día lo llevé a pasear y como es muy loquito, le solté la cadena para ver si lo pisaba algún carro, pero lo único que ocurrió fue un gran frenazo y un choque triple frente al animalito; ladrando en medio de la calle a los carros, pero sin un rasguño. Yo tuve que pagarle al primer carro que frenó porque no estaba asegurado. Volví a investigar sobre el veneno, y descubrí uno gracias a la Internet, que si se lo administras en pequeñas cantidades, consigues el resultado en una semana y no deja rastro. Mi esposa tuvo que salir de viaje, encargándome a su "tesorito". Por supuesto que no envenenaría al perro de mierda esa semana. Levantaría demasiadas sospechas. Lo que si podría hacer era torturarlo, no darle su comida en las horas establecidas, bajarlo a que meara justo antes de que se le rompiera el vientre, y pegarle con una liga (como hacía cuando era muchacho); pero nada de eso pasó. Nunca había compartido mi soledad con un perro y es una experiencia maravillosa. Te sientes acompañado, pero no perturbado. Después le fui cogiendo gusto a las lamidas de cariño, y ciertamente es un tipo de amor primitivo el que te puede dar un perro, pero la sinceridad va más allá de la nuestra; es natural, no modificable ni manipulable. No pude evitar comparar humanos y canes y resentí que Juana no me quisiera con la misma devoción. El cariño de mi esposa está condicionado para siempre a lo que yo haga para hacerla feliz; a cuanto dinero gane o si escojo el sitio de vacación que más le guste. El amor de los humanos es demasiado complejo; por eso cuesta y da hasta flojera mantenerlo. Cuando mi esposa regrese, no va a durar ni una semana. Lo utilizaría en el Schnauzer, servirá para ella, en una dosis mayor, claro.


TERAPIA
José María Merino
España (1941)

"Un pequeño huerto, cavar la tierra, abonarla, plantar, regar, recoger la cosecha. Esos ejercicios serían tam­bién muy beneficiosos para usted", le aconsejó el doctor mientras le entre­gaba el tratamiento contra el estrés. El primer año comió unos tomates deliciosos. El segundo año se pasaba las jornadas de la bolsa recordando sus tareas dominicales, las plantas de fresas, los calabacines en flor, las lombardas, según la estación. Pero un domingo de abril se quedó quieto, y luego se sentó entre los surcos. El lunes ya había arraigado. Produce pimien­tos en el brazo izquierdo y berenjenas en el derecho. No necesita mucho riego.


LA JOYA DE OPALO
Fabio Martínez
Colombia (1955)

Como estaba muy enamorado, le regaló para su cumpleaños un anillo de ópalo. Después del regalo, empezaron las desgracias. Primero, fue la historia del suicida que al tirarse de un décimo quinto piso casi le cae en la cabeza y lo mata; segundo, se le incendió la casa; tercero, le mataron a un hermano. Cuando él escogió la joya de ópalo, no sabía que esa piedra trae consecuencias funestas. No al que la recibe, sino al que la escoge y la obsequia como regalo.


ANALES DE LAZARO
Adam Gai
Argentina (1941)

Nació aproximadamente el 7 de Bastos de 1540 en medio del Río Tormes, al amanecer. Sus padres fueron doña Anatolia de Grecia y don Chipre Avezes de Turquía, lo que explica desde el vamos su temperamento vacilante (son infundadas las versiones que sostienen que es hijo de una lavandera y de un molinero). A la edad de un año aprende a leer -pero no habla- varios idiomas, entre ellos el español. A los dos años empieza a hablar por los codos. A los tres conoce el complejo de Edipo y es exiliado a las remotas costas del Mar Euxino por actividades reñidas con la moral y con parientes cercanos. A los cuatro comienza a fastidiarse de su destierro. A los cinco escribe la primera versión mejorada de la Biblia y se incluye en un fragmento del evangelio. A la edad de seis años muere, por primera vez, contagiado por una profunda influencia de Kafka. No se resigna en su tumba y lee "Resurrección" de Tolstoi. A cinco años de su reencarnación emigra a Argentina aprovechando las facilidades del plan quinquenal y los privilegios de los niños. En un año particularmente incierto funda la primera cinemateca de las islas Malvinas. Una inesperada invasión británica lo obliga a refugiarse en las islas Falkland por tiempo indeterminado. Roba ovejas para alimentarse. Desilusionado de los ingleses, viaja a Caracas, donde se hace célebre por su picardía. Se le concede el título de ciudadano honorario. Representa a Venezuela en la UN y es el primer sudamericano que vota por la independencia de los Estado Unidos. Después de la caída de Franco se radica en España, donde había una vez nacido. Brillante carrera política. Se convierte en la mano derecha de la izquierda. Injustamente perseguido, huye a los Montes Cantábricos y funda con los jesuitas la comunidad de oligarcas humanos. Pese a esfuerzos denodados, no consigue ser reconocido como Nuevo Mesías y se retira de la vida política. Pasa el tiempo libre casándose y divorciándose. A edad provecta es condecorado con la Faja de Honor de la Sociedad de Ancianos Incontinentes. Después de fallecido, vuelve a resucitar en un pueblo de mala muerte. Al año se levanta y anda. A los dos años decide trabajar la tierra para extraer el sudor de su frente. A los tres años abandona el campo e inicia estudios intensivos de oftalmología. Después de fatigadas vicisitudes y años corridos, ejerce hoy la función de lazarillo de ciegos gobernantes. A sus íntimos ha confesado que está estudiando una oferta de renacimiento pago.


GALLINAS
Rafael Barret
España (1876-1910)

Mientras no poseí más que mi catre y mis libros, fui feliz. Ahora poseo nueve gallinas y un gallo, y mi alma está perturbada. La propiedad me ha hecho cruel. Siempre que compraba una gallina la ataba dos días a un árbol, para imponerle mi domicilio, destruyendo en su memoria frágil el amor a su antigua residencia. Remendé el cerco de mi patio, con el fin de evitar la evasión de mis aves, y la invasión de zorros de cuatro y dos pies. Me aislé, fortifiqué la frontera, tracé una línea diabólica entre mi prójimo y yo. Dividí la humanidad en dos categorías: yo, dueño de mis gallinas, y los demás que podían quitármelas. Definí el delito. El mundo se llena para mí de presuntos ladrones, y por primera vez lancé del otro lado del cerco una mirada hostil. Mi gallo era demasiado joven. El gallo del vecino saltó el cerco y se puso a hacer la corte a mis gallinas y a amargar la existencia de mi gallo. Despedí a pedradas al intruso, pero saltaban el cerco y aovaron en casa del vecino. Reclamé los huevos y mi vecino me aborreció. Desde entonces vi su cara sobre el cerco, su mirada inquisidora y hostil, idéntica a la mía. Sus pollos pasaban el cerco, y devoraban el maíz mojado que consagraba a los míos. Los pollos ajenos me parecieron criminales. Los perseguí y cegado por la rabia maté uno. El vecino atribuyó una importancia enorme al atentado. No quiso acep­tar una indemnización pecuniaria. Retiró gravemente el cadáver de su pollo y en lugar de comérselo, se lo mostró a sus amigos, con lo cual empezó a circular por el pueblo la leyenda de mi brutalidad imperialista. Tuve que reforzar el cerco, aumentar la vigilancia, elevar, en una palabra, mi presu­puesto de guerra. El vecino dispone de un perro decidido a todo; yo pienso adquirir un revólver. ¿Dónde está mi vieja tranquilidad? Estoy envenenado por la desconfian­za y por el odio. El espíritu del mal se ha apoderado de mí. Antes era un hombre. Ahora soy un propietario...