15 de enero de 2009

Alain Badiou: "El votante debería saber que nunca en ningún lugar el voto provocó un cambio radical"

En esta entrevista concedida en su casa de París al periodista Héctor Pavón para el nº 56 de la revista "Ñ" del 23 de octubre de 2004, el filósofo francés Alain Badiou (1937) defendió su papel activo frente a los ataques de quienes cuestionan la validez de la filosofía para analizar las problemáticas del tiempo presente y propugnó por un mayor protagonismo de los intelectuales frente a la permanente amenaza belicista. La excusa para la charla fue la aparición de su libro de ensayos "Circonstances" (Circunstancias), donde exhibe la contundencia de su pensamiento político. Badiou es uno de los más importantes referentes de la filosofía francesa actual, un baluarte del pensamiento crítico formado en el marxismo, el maoísmo y con los protagonistas del existencialismo, el estructuralismo y el psicoanálisis. Sus tres maestros fundamentales han sido Jean Paul Sartre (1905-1980), Louis Althusser (1918-1990) y Jacques Lacan (1901-1981), con los que estableció relaciones de discípulo que luego se transformaron en vínculos entre iguales. Compartió ideas y contradicciones con Gilles Deleuze (1925-1995), Michel Foucault (1926-1984) y Jean Francois Lyotard (1924-1998), lo que contribuyó a forjar su pensamiento filosófico. El autor de "Théorie du sujet" (Teoría del sujeto), "L'étre et l'événement" (El ser y el acontecimiento), "Manifeste pour la philosophie" (Manifiesto por la filosofía), "L'éthique, essai sur la conscience du mal" (La ética, ensayo sobre la conciencia del mal) y "Petit panthéon portatif" (Pequeño panteón portátil) fue profesor en la Université de París VIII desde 1969 hasta 1999 cuando fue nombrado director del Departamento de Filosofía de la Ecole Normal Supérieure donde se había formado entre 1956 y 1961. Desde entonces su compromiso político se fundió con la actividad académica.


Usted señala en "Circunstancias" que la crítica a los filósofos radica en que: "el verdadero reproche es que, en definitiva, exclusivamente preocupados por afirmar los caminos de la salvación que pretenden detentar, ellos no muestran ningún interés por los sufrimientos de la humanidad ni se preocupan por las víctimas. En suma, siguen filosofando como si no pasara nada, después de Auschwitz". Entonces, ¿se puede seguir filosofando después del 11 de septiembre, la invasión a Irak, las torturas y los atentados en Rusia?

¡Pero esa pregunta no puede tener sentido! La filosofía existe porque hay crisis, guerras, revoluciones y catástrofes. La filosofía existe siempre en condiciones más o menos dramáticas. Trata, precisamente, de pensar el drama, el horror, al mismo tiempo que la paz y la alegría. La filosofía no tiene límites. Su único tema es la verdad, y ese tema no admite límite alguno.

En "Circunstancias", usted cita al ensayista Alain Peyrefitte en la ocasión en la que dijo a los socialistas franceses, que estaban en el poder desde 1981, que ellos habían sido elegidos "para cambiar el gobierno y no la sociedad." ¿Los intelectuales franceses, en particular, y del resto del mundo en general, pueden desempeñar un papel de observadores activos de la democracia y del funcionamiento de sus gobiernos?

No veo por qué el intelectual debería ser un observador. Tiene que ser un actor, un militante de la verdad, un combatiente. La ideología del "espectador", que se encuentra en la filosofía política de Hannah Arendt, es muy discutible. No somos testigos del mundo; tenemos que incorporarnos al devenir, con frecuencia paradójico y violento, de las verdades, ya sea que esas verdades sean políticas, artísticas, amorosas o científicas.

¿Pero usted cree que en la actualidad, la sociedad escucha al intelectual? ¿Lo tiene en cuenta? ¿Los intelectuales van por el mismo camino que transita la sociedad?

El intelectual forma parte de la sociedad; no es un elemento extraño ni externo. Tiene que hablar, intervenir, actuar, según principios. Es necesario decir sin reservas ni cálculos lo que se piensa. Una verdad siempre hace su camino, aunque ese camino sea lento y tortuoso. No tenemos que calcular nuestro público, como lo hace la televisión. No somos comerciantes de ideas. Si los intelectuales quieren que su pensamiento sea activo, deben seguir un viejo consejo de Mao Tse Tung: unirse a las masas, organizar a los obreros, a los empleados, a los pobres. No hay que limitarse a estar entre ellos, ni creer que las ideas de la pequeña burguesía son las de todo el mundo.

Algunos de los acontecimientos franceses que usted ha analizado en este libro son la democracia, las elecciones presidenciales francesas de 2002 y la actitud de los socialistas que terminaron votando a Jacques Chirac para evitar el ascenso del ultraderechista Jean Marie Le Pen. ¿Los socialistas franceses se arrepienten de haber votado a Chirac?

¡Pregúnteselo a los socialistas! Yo combato al partido socialista francés reaccionario desde mi juventud, cuando ese partido dirigía la guerra colonial en Argelia. No me interesan los dilemas espirituales de los socialistas.

Además también ha trabajado sobre el cuestionable valor simbólico y/o concreto del voto. ¿Usted cree que hay una importante brecha entre el deseo del votante y su correlato en la realidad, y que eso implica una desilusión para el que ha sufragado y después no se siente representado por los elegidos?

El votante reemplaza a un equipo de gobierno por otro dentro de límites muy estrechos. Debería saber que nunca en ningún lugar el voto provocó un cambio radical. No se puede esperar del voto más de lo que puede dar, que es muy poco.

¿Es posible esperar de la democracia algunas soluciones concretas para equilibrar un mundo tan desigual e inequitativo?

¿A qué llama democracia?

A la voluntad de un pueblo para elegir un gobierno, vivir en libertad, protestar, ejercer sus derechos...

Me parece que es evidente que las democracias como la de los Estados Unidos o la de Gran Bretaña, o también la de otros países europeos, son los regímenes políticos del imperialismo contemporáneo. No se puede esperar nada de la forma democrática de esos Estados que practican la invasión, el bombardeo, el crimen de masas. En realidad, en la actualidad las democracias organizan una guerra implacable contra todos los pobres del planeta. El camino es crear una política completamente ajena a esa presunta democracia. Al ver la propaganda que hace el Estado de Israel, a todas luces colonial y militarista, que se presenta como el único Estado democrático de Medio Oriente, la única idea posible es criticar a fondo semejante democracia.

¿Es posible que la democracia sea un bien exportable como han pretendido los Estados Unidos llevándola a Irak o Afganistán con sus tropas de ocupación?

Los Estados Unidos, y en última instancia todos los Estados occidentales, quieren llevar la democracia a los pueblos del mundo exactamente de la misma forma en que los conquistadores pretendían llevar "la verdadera religión" a los indios. Detrás de los militares siempre hay misioneros. Después de matar, se convierte. Que la religión actual sea la "democracia" no cambia las cosas.

Cuando en la actualidad se usa la palabra terrorismo, ¿se lo hace para incluir y excluir, para definir quién es amigo y quién enemigo?

La palabra terrorismo siempre se usó para designar a los enemigos de los ejércitos de ocupación. Durante la ocupación nazi de Francia, se calificaba de terroristas a los miembros de la resistencia. En la actualidad se utiliza esa palabra para designar, por un lado, a los autores de crímenes masivos -como en el caso de Nueva York o Madrid- y, por otro, a los que resisten la invasión y la ocupación estadounidense -como en Bagdad o Kabul-, o también a la resistencia palestina. La palabra terrorista, entonces, es claramente una palabra de propaganda de los gobiernos y los medios. Trato de no utilizar esa palabra.

Gobiernos e intelectuales -que trabajan para ellos-, clasifican como terroristas tanto a movimientos fundamentalistas como a los que luchan por sus derechos en cualquier lugar del planeta. ¿Cuántas clasificaciones son necesarias para entender qué es terrorismo y qué no lo es?

El análisis político no debe usar la palabra terrorismo sin una referencia precisa a la situación. No hay que confundir terrorismo y resistencia -en Irak, en Afganistán o en Palestina-. Sólo puede calificarse de terroristas a aquellos atentados que se cometen en las zonas de paz civil, pero atacar a un ejército de ocupación en una situación de invasión militar -Irak- o de ocupación colonial -Palestina- es un deber político, de ningún modo una actividad terrorista.

¿Cuál es la composición del "nosotros" que combate el terrorismo? ¿Comprende a los gobiernos? ¿O es una lucha de la sociedad civil?

No hay "un" enemigo, ni tampoco "un" terrorismo. Sólo hay situaciones concretas. Nueva York, Madrid, Bagdad, Palestina, Jerusalén... Todas esas situaciones políticas son distintas y exigen diferentes apreciaciones. Palabras como "terrorismo", "islamismo" o "crímenes contra los derechos humanos" sólo están destinadas a confundir todas las situaciones y a crear una suerte de estupidez política internacional.

En su nuevo libro -"Moltitudine: guerra e democrazia nel nuovo ordine imperiale" (Multitud: guerra y democracia en la era del Imperio)-, Michael Hardt y Antonio Negri sostienen que ésta es la era de la guerra permanente. ¿Coincide con esa tesis? Si es así, entonces, ¿no hay paz posible?

¡Pero si desde 1914 la guerra nunca terminó! Hubo guerras coloniales terribles, como la de Marruecos en los años '20, guerras civiles como la española, la larga guerra revolucionaria china, que se prolongó desde 1920 hasta 1949, una guerra mundial y también guerras incesantes en Corea, Argelia, Vietnam, guerras revolucionarias en América Latina, como en Cuba o en Bolivia, o los años de "guerra sucia" que lanzaron las dictaduras contra la sociedad política en Chile o en la Argentina, y también en Panamá, Yugoslavia, Irak... Y eso sin tener en cuenta las horrendas guerras civiles que tuvieron lugar en Africa durante décadas, así como una serie de otros conflictos en todo el mundo. ¡Las guerras posteriores a la última guerra mundial causaron muchas más muertes que esa guerra mundial! De hecho, la afirmación de Jaurés "el imperialismo es la guerra" sigue siendo completamente válida a pesar de que las formas de la guerra hayan cambiado porque las formas de la política cambiaron.

Quienes defienden las virtudes de los procesos de globalización económica y cultural dicen que esta situación conecta y puede igualar a todo el mundo democráticamente. ¿Acaso Africa y América Latina viven en el mismo mundo que lideran Estados Unidos y Europa?

El problema no pasa por saber si hay un mundo, dos o tres. El problema es: ¿qué mundo? Los pueblos del mundo deben unirse contra el (o los) mundo(s) que el capitalismo desenfrenado y su cómplice ideológico, la "democracia", instalan en todo el planeta por la fuerza de las armas o el poder de la mercancía.

¿Todavía se puede esperar una situación que pueda calificarse como revolucionaria? ¿Puede existir una instancia de cambio profundo en la sociedad mundial? ¿O vivimos en la era posmoderna del vacío, del escepticismo donde ya todo ha sido dicho y se hizo y no hay nada que pueda hacerse para generar el cambio?

Existe una nueva política, y también existe el pensamiento de esa política. La palabra "revolución" no es más que una de las palabras de la política. Lo que importa es la unión de las masas, la organización de las fuerzas populares en torno de principios, la independencia total del pensamiento, lo que llamamos política sin partido, y una acción política prolongada, paciente, completamente ajena a los mecanismos oficiales de la democracia.

¿Los movimientos de resistencia global y sus nuevas formas de lucha constituyen el comienzo de un proceso revolucionario que pueda alterar el orden capitalista?

Ninguna política de liberación puede ni debe definirse por la negativa. No me gusta la palabra resistencia. Nosotros no resistimos, sino que creamos otra cosa, otro pensamiento, otra práctica, organizada y perdurable, que controla sus propios tiempos. ¿A qué se refiere usted con el nombre de resistencia global? ¿A los movimientos "altermundialistas"? ¿A la visión de Negri? Todo eso, a mis ojos, es muy débil en términos políticos. Es la vieja idea de los movimientos de revuelta. Ni siquiera son capaces de generar sus propios encuentros. ¡Van a donde se reúnen los poderosos para protestar! ¡Todo eso es viejo y no tiene verdadera poesía! ¿Dónde ve usted nuevas formas de lucha?

Hay grandes movimientos unidos por redes internacionales que intentan contraponerse al poder del capital...

Las manifestaciones más o menos violentas que protagonizan sobre todo jóvenes marginales son algo tan viejo como el mundo político. La idea de resistencia significa que la política -a menudo llamada biopolítica- no es sino el principio constitutivo oculto de la propia innovación capitalista. En el fondo, Negri y sus seguidores ven la nueva política en todas partes, nuevas formas de lucha en la más mínima reunión reformista, porque creen que la resistencia es el reverso inevitable del desarrollo. Es evidente que no hay más que una fuerza vital, y el que cree que la política es la vida, o las "nuevas formas de vida", es porque tiene una doctrina unitaria del Capital y de la resistencia al Capital. Toda invención política nunca es global sino que, por el contrario, está situada, es local, experimental. Hay que proteger y profundizar constantemente su exterioridad a las leyes democráticas. Dado que es la esencia de la política de liberación, no es del todo "la vida"; es un pensamiento que toma un cuerpo popular. En realidad, toda invención política es una ruptura subjetiva.

Usted dedicó parte de su obra a la interpretación de las consecuencias del mayo del '68 y al planteo de su teoría más importante: la filosofía del acontecimiento. ¿Qué significa esto?

El acontecimiento es un hecho o una suma de hechos que no son naturales ni neutrales y que tiene una ubicación histórica pero que no puede ser calculado ni es previsible. Cuando un acontecimiento es político, no hay diferencia entre "acontecimiento" y "contexto social". Por el simple hecho de que un acontecimiento político concierne a masas humanas, concierne a la dimensión infinita de la vida colectiva.