30 de septiembre de 2008

Zygmunt Bauman: "El socialismo es un arma apuntada hacia las injusticias de la sociedad"

El sociólogo polaco Zygmunt Bauman (1925) se ha convertido en los últimos años en un protagonista insoslayable del debate sociológico actual, tras sus trabajos dedicados al estudio de la sociedad, las posibilidades de la política, los cambios de la modernidad y, especialmente, la globalización y sus efectos sobre la vida de la gente. Fue durante los '50 profesor en la Facultad de Ciencias Sociales de Varsovia y en 1971 se trasladó a Gran Bretaña donde ejerció como profesor emérito de Sociología en la Universidad de Leeds. Entre sus obras más difundidas figuran "Outline of the marxist theory of society" (Esquema de la teoría marxista de la sociedad), "Globalization. The human consequences" (La globalización. Consecuencias humanas), "Liquid modernity" (Modernidad líquida), "Postmodernity and its discontents" (La postmodernidad y sus descontentos), "The individualized society" (La sociedad individualizada), "Postmodern ethics" (Etica posmoderna), "Liquid love. On the frailty of human bonds" (Amor líquido. Acerca de la fragilidad de los vínculos humanos) y "Wasted lives. Modernity and its outcasts" (Vidas desperdiciadas. La modernidad y sus parias). "In search of politics" (En busca de la política) es quizás el título que más ha impresionado. Bauman se dedica allí a estudiar la sociedad, pero no con distante frialdad ni en forma aséptica. Los sufrimientos de los hombres, sus humillaciones se encuentran en el meollo de su reflexión y de su participación. Serena Zoli, periodista del "Corriere della Sera" lo entrevistó en Milan durante su participación en un congreso sobre la sociedad planetaria. La nota fue reproducida por el diario "La Nación" de Buenos Aires el 4 de mayo de 2003. Su sueño era estudiar física, pero finalmente se dedicó a la sociología...

Sí. En 1939, debido a la invasión de Polonia, mi familia huyó a la Unión Soviética. Allí me enrolé en un cuerpo de voluntarios polacos para luchar contra los nazis. Finalmente, cuando regresé a Varsovia, frente a la destrucción de mi tierra, elegí la sociología convencido de que podía cambiar al mundo.

¿Quiénes son sus maestros?

Camus, Gramsci, Calvino, Borges...

¿Albert Camus?

Me enseñó la rebelión. Y la sensibilidad por la justicia, que es la prevención del sufrimiento de la gente. Escuche esta frase de Camus: "Está la belleza y están los humillados. Por difícil que sea la empresa quisiera no ser nunca infiel ni a los segundos ni a la primera".

¿Ese es su credo?

Espero que lo sea. No sé si he podido evitar todas las trampas.

¿Antonio Gramsci?

Le estoy muy agradecido. Me ha permitido despedirme honorablemente de la ortodoxia marxista. Sin avergonzarme por haberla abrazado y sin odiarla como tantos ex.

¿En qué forma Gramsci le resultó revelador?

Rechaza el determinismo por el cual, en el marxismo oficial, los hombres son sólo piezas, peones de la historia. La suya es una visión flexible de los hombres: la historia nos crea y, a la vez, somos artífices de la historia. Esto se puede ver también en Borges: la historia es un libro que escribimos y al mismo tiempo nos está escribiendo.

¿Italo Calvino?

Es el más grande filósofo de los narradores y el más grande narrador de los filósofos. "Le città invisibili" (Las ciudades invisibles) es el mejor texto de sociología que se haya escrito jamás. Aprendí más con este librito que con muchos volúmenes. Cada "ciudad" trata un argumento sociológico y en dos páginas desarrolla un análisis de lo más agudo. Por ejemplo, en Leonia, la fortuna y la felicidad se miden sobre la base de la cantidad de cosas que se desechan sin mortificación. Es el modelo actual: la vida es feliz si consiste en una perpetuidad de nuevos comienzos. Desde que el mundo es mundo la perdurabilidad siempre fue un valor, mientras que hoy, por primera vez, son valores la transitoriedad, el rápido descarte, la no conservación, porque lo que se conserva puede ocupar el lugar de cosas siempre "nuevas y mejores". ¿Adonde iremos a parar? Ni Calvino ni yo lo sabemos.

Usted lo llama "desechos" en "Modernidad líquida", como ha bautizado al tiempo actual en el cual nada está fijo ni garantizado, todo es mutable.

Sí. Y donde la historia no tiene rumbos y la biografía no tiene proyectos. Cada vez hay más desechos humanos. Ciertas profesiones, ciertas especializaciones, ciertas capacidades son cada vez menos valoradas. Ya la primera modernidad creó un orden artificial en el cual muchos no tenían inserción. No aptos. Hace más de un siglo, para estos problemas locales había soluciones globales: los "desechos" emigraban a América, a Canadá, a Australia. Y además, junto con la emigración estaban la colonización, el imperialismo... Actualmente, por el contrario, buscamos desesperadamente soluciones locales a problemas globales. Las migraciones son hoy la mayor apuesta en juego, pero no son unidireccionales, van en todas direcciones. Es un problema global, pero nosotros buscamos soluciones locales, del tipo "cerremos las fronteras". Pero no funciona.

¿Qué hacer?

No lo sé, las soluciones tendrán que encontrarlas quienes hoy tienen entre veinte y treinta años. Se ha producido un divorcio entre poder y política. Antes coincidían en el territorio del estado-nación. Pero hoy el poder es extraterritorial y no hay una política de esa amplitud. La gran cuestión al respecto es la de un nuevo matrimonio. Y cuidado: no confundir política internacional con política global. La primera es una suma de nacionalidades, una de ellas dice sí a un acuerdo, otra dice no y se paraliza todo. Aparecerán nuevas formas.

También dice usted que el problema moral pasó a ser global.

Se dice que el Holocausto concierne a tres categorías de personas: las víctimas, los asesinos y los presentes o espectadores. Y bien, hoy, por medio de la televisión, todos somos espectadores, todos conscientes de los sufrimientos de los otros, hasta en las más alejadas partes del mundo. Antes, enterarse de una terrible penuria en Africa por medio de los diarios era distinto. La televisión cambia todo. Ahora ves, sabes. Entonces te concierne. Es la globalización de la responsabilidad. Sobre todo en la economía global todos somos interdependientes, lo que hace alguien en Singapur tiene su impacto también en mí y viceversa, por más que yo no sepa cuáles son las conexiones intermedias, a lo que se agrega la vulnerabilidad recíproca asegurada. Por primera vez en la historia el imperativo moral y el instinto de supervivencia marchan en la misma dirección. Durante milenios, para ser fiel a la moral debías sacrificar algo de tu interés. Actualmente los objetivos coinciden: o cuidamos la dignidad de todos en el planeta o moriremos todos juntos. Y atención, no basta con proveer a todos de comida y agua: muchas iniquidades tolerables ayer, hoy ya no lo son más; la modernidad ha llegado, es conocida en tres cuartas partes del mundo, entonces muchas injusticias antes consideradas como "inevitables" actualmente se consideran "inaceptables". Muchos conflictos actuales no se han originado por la comida sino por la dignidad ofendida.

¿Hay, sin embargo, algo "sólido" y "viejo" como brújula o como instrumento?

El socialismo. Se necesitan más socialistas desde que cayó el muro de Berlín. Antes el comunismo le pisaba los talones al capitalismo produciendo un mecanismo de control y equilibrio que salvó al mismo capitalismo del abismo. Ahora el socialismo es indispensable: no lo considero un modelo de sociedad alternativo sino un arma apuntada hacia las injusticias de la sociedad, una voz de la conciencia cuya finalidad es debilitar la presunción y la autoadoración de los dominantes.

Pero en su libro usted se declara también liberal...

La seguridad de los medios de subsistencia y la libertad son complementarias. El socialismo, como el ave fénix, renace del cúmulo de cenizas dejadas por los sueños quemados y por las esperanzas carbonizadas de los hombres. Y siempre resurgirá. Si es así, espero morir socialista.