3 de septiembre de 2008

Slavoj Zizek: "Las tensiones entre los medios de producción y sus relaciones se están agrandando visiblemente"

El psicólogo y filósofo esloveno Slavoj Zizek (1949) se doctoró en 1975 en el Instituto de Filosofía de la Universidad de Liubliana y obtuvo su segundo doctorado en 1981, en París, con un análisis de las obras de Jacques Lacan (1901-1981). Desde entonces se ha convertido en una molestia para dogmáticos y estructurados, y suele ser consultado pasa disparar polémicas. Lector heterodoxo y orador en diversos simposios mundiales, no le gusta que lo clasifiquen como post marxista. La siguiente entrevista -por el periodista Gottfried Fischborn que publicó el periódico alemán Jünge Welt- fue reproducida en la Argentina por la revista "Lezama" nº 1 de abril de 2004.Usted es un reconocido crítico del actual ciclo de desarrollo de la eco­nomía capitalista. Apunta a sus efectos sobre la política y la vida co­tidiana desde el punto de vista de un psicoanalista de inspiración marxista. ¿Por qué cree que su crí­tica a las relaciones de producción o a la mercancía como fetiche sea más eficiente que la crítica marxis­ta ortodoxa?

Considero que la crítica clasica si­gue siendo eficiente. Incluso pienso que con la creciente importancia de la economía especulativa vamos a tener una reactivación de la vieja dialéctica mar­xista. Las tensiones entre los medios de producción y las relaciones de produc­ción se están agrandando visiblemente. Por lo general se dice que ese aspecto fue lo que arruinó al socialismo real porque no fue capaz de integrar a las nuevas formas de la economía. Se pien­sa, en cambio, de manera equivocada, que el capitalismo lo sabe hacer, cosa que yo dudo. Creo que las nuevas eco­nomías llevan, por lo menos, a una cri­sis de la actual forma del capitalismo.

¿Cómo se concretará esta crisis se­gún usted y cuáles serán sus carac­terísticas más importantes?

En las economías digitales con sus cambios de prioridades hacia la cien­cia, sumados a los desarrollos de la biogenética, por ejemplo, hay evoluciones que minan la problemática de la propiedad de los medios de producción co­mo categoría clave de las relaciones so­ciales y justifican otras formas de la je­rarquía social. Eso va a ser la crisis que viene. Por un lado aquel desarrollo abre espacios para nuevas luchas de eman­cipación, pero del otro lado también para nuevas élites, que ni siquiera for­malmente tendrán legitimación demo­crática.

Habla de problemáticas de tipo científico y económico, ¿entonces por qué le asigna tanta importancia al psicoanálisis como herramienta para afrontar esta crisis?

Cuando me refiero al psicoanálisis reconozco, por supuesto, el rol negativo que jugó respecto al marxismo. Wilhelm Reich es un ejemplo clásico: si fracasa la lucha de clases como eje pa­ra entender la historia uno se dirige al psicoanálisis para explicar el motivo. Entonces existe la familia patriarcal y demás. No creo en esta forma de división del trabajo. Del otro lado no solamente hay importantes cambios económicos en el actual estadio del capitalismo, sino también cambios semejantes en el nivel personal más íntimo. Por ejemplo: cómo experimentamos la sub jetividad, o dónde se establece el límite entre lo público y lo privado, o mas importante aún: cómo funciona la identi­ficación con un rol social en el nivel más íntimo. Aquí hay enormes despla­zamientos y para comprenderlos bien, necesitamos el psicoanálisis.

¿El marxismo ortodoxo no es sufi­ciente para entender esos proce­sos, no tiene las herramientas teó­ricas como para hacerlo?

Si aprendimos algo en los últimos ciento cincuenta años es que Marx de verdad deter­minó bien las coordenadas pero luego no podía profundizar de manera sufi­cientemente radical dentro de ellas. Aunque no me gustan los jueguitos de los marxistas oficialistas para defender las deformaciones tardías, es verdad: una teoría tiene que tener límites, por­que no podía prever determinados desarrollos. Por ejemplo: dentro de las coordenadas clásicas marxistas es muy difícil imaginarse un fenómeno como el estalinismo. Los medios de producción estaban socializados, no existía la propiedad privada de los me­dios de producción, tampoco el capital y, a la vez, y pesar de eso, había una muy fuerte jerarquía social.

¿Usted plantea entonces algo así como un nuevo punto de partida, una nueva actitud para el pensa­miento marxista?

Tendríamos que retomar la actitud de la "Critica de la Economía Política" de Marx. En eso nos puede ayudar el psicoanálisis. El problema de Marx es que siempre se fascinó con la increíble dinámica del capitalismo que permanentemente se reinventa a sí mismo. Marx pensaba que el capitalismo, al fi­nal iba a perecer, porque esta autore­novación algún día no sería lo suficientemente radical. El comunismo signifi­caba para él este desencadenamiento sin trabas de aquella energía: producti­vidad perpetua, desarrollo perpetuo. Pero una de las ironías extrañas de la historia es que el llamado socialismo real justificaba su existencia justo al re­vés. Kruschev fue el último marxista entusiasta. Durante su visita a Estados Unidos en el año 1959, formuló aquella famosa frase: "Vuestros nietos serán comunis­tas". En aquellos tiempos tenía todavía la seguridad de que el socialismo real iba a vencer al capitalismo en su propio terreno, el de la productividad económica.

¿Y esta confianza en que el comu­nismo le iba a ganar al capitalismo en su capacidad de producir bienes, o sea en su propio terreno, desapa­reció después de Kruschev?

Sí. El socialismo en las últimas dé­cadas se legitimó entre líneas, no tan explícitamente, con el argumento con­trario. Eso se hizo más evidente duran­te la fase de estancamiento con Brezhnev. Ese fue el mensaje: "Muy bien, ustedes podrán creer que el capitalismo es me­jor, pero allí hay estrés permanente, tensiones incesantes que anulan la ca­lidad de vida, en cambio con nosotros tendrán una vida pacífica y segura". También en los últimos discursos de Erich Honnecker en Alemania se en­cuentra esa promesa de una vida más cómoda, no tan estresante. Se podría definirlo, no sin cierta ironía, como el socialismo de "rostro humano". Heiner Müller lo expresó así en mi cita favo­rita: "El capitalismo es como una esta­ción de trenes, donde al llegar uno tie­ne que correr para alcanzar el tren de enlace. En el socialismo, en cambio, uno llega y le avisan por los parlantes que habrá un retraso de media hora. Y después de media hora vuelven a anunciar que habrá que esperar otra me­dia hora y así sucesivamente". Uno pue­de relajarse de una manera extraña porque de todos modos el tren nunca llegará. Uno puede descansar, mirar alrededor, y hasta podrá percibir que la estación se desmorona paulatinamen­te. Y todo eso tiene una cierta belleza nostálgica. Puedo entender lo que quie­re decir Müller. Pero si uno reflexiona lo que en otros tiempos significaba el comunismo, entonces resulta una for­ma rara de legitimarlo.

También se podría leer en sus pa­labras una especie de actitud de re­signación. ¿El capitalismo es la últi­ma estación?

En el estado actual de ninguna ma­nera. Por razones ecológicas, sociales y netamente económicas habrá una cri­sis global. Hagamos un juego futurístico tonto, en el que uno solamente pue­de equivocarse, pero lo decimos igual porque estamos convencidos de que será así: a más tardar en veinte a treinta años habrá una crisis. Para no confundirnos importa saber qué aspecto tendrá la crisis: Bill Gates por ejemplo ganará 80.000 millones de dólares, más que al­gún presupuesto de Estado, y la crisis se verá porque perderá la mitad de esa cifra. No lo califico moralmente, qué horror, por el dinero que concentra y por el que pierde. Digo nada más, que semejantes oscilaciones son disfuncio­nales. Muestran que el sistema de pro­piedad y lucro no funciona ordenada­mente, se enloquece.

Bueno, pero una crisis no tiene por qué ser el final. Por lo general el ca­pitalismo se renueva en cada cri­sis...

Buena objeción. Según Marx el ca­pitalismo funciona mejor cuanto más profunda sea la crisis en la que se en­cuentra. Pero la crisis que se está acer­cando será lo menos parecida a las an­teriores. Ocurrirá lo que Stalin profeti­zó en 1943: el capitalismo resulta de­masiado exitoso. Los mecanismos re­guladores no funcionan más. Si me pre­guntan por qué esta crisis se debe distinguir de todas las demás -de todos modos desde 1870 el marxismo carac­terizó la próxima crisis como la última-, estimo que se puede demostrar: la ve­nidera no será comparable por razones estructurales.

¿Puede enumerar alguna de esas razones?

Por un lado la esfera del capital es­peculativo está muy inflada. Y, al mis­mo tiempo, no sólo se especula con el futuro, sino con las expectativas de fu­turo. Es una especulación sobre la especulación, de manera tal que el siste­ma en algún momento deberá manifes­tarse como un absurdo y derrumbarse. Del otro lado, la economía global efec­tivamente no es global y por razones estructurales no lo será.

¿Usted opina que el sistema no se puede extender de manera univer­sal?

Sí. Es imposible transformar el mundo en una sola Norteamérica. No sola­mente por razones ecológicas obvias, sino porque el capitalismo necesita nuevas exclusiones para funcionar. Eso es un límite. El régimen talibán en Afganistán, por ejemplo, de ninguna manera era atrasado o disparatado. Af­ganistán corresponde ahora al modelo de un estado posmoderno completa­mente integrado al mercado mundial a través de su producción de opio.

¿Qué llega después de la crisis? Acertada o no, Marx tenía una clara visión en este sentido.

No voy a presumir. Yo no.

¿Cómo se debería plantear una po­lítica desde la izquierda ante esta crisis latente?

Marx pudo contar con un sujeto so­cial específico: el proletariado. Provi­niendo de allí veo varias opciones. Un capitalismo que está abandonado a sí mismo crea esa famosa sociedad 80/20, porque solamente necesita el 20% de los hombres para funcionar. Con la paradoja de que esa quinta parte tiene que trabajar como loco, mucho más duro que jamás. El nuevo proletariado serán los desocupados. Con la diferen­cia de que nos estamos acercando a una sociedad en la que el desempleo será una condición principal aún para gente de posiciones altas. Aquí se ha­cen contratos de poca duración, allá contratos de obra y lo único fiable es que no haya trabajo seguro. De eso pro­bablemente resulta un potencial muy explosivo. Esa alienación es mucho más radical de lo que se pudo imaginar Marx.

¿Por qué?

Según Marx, antes uno tenía un tra­bajo que era alienante. Hoy día uno se queda alienado porque ni siquiera tiene la posibilidad de dejarse alienar por el trabajo. Yo preveo grandes frustracio­nes y nuevas formas de patologías so­ciales.

Usted plantea que la crisis será más profunda pero que además sería importante que existieran opciones políticas.

Admiro por ejemplo al movimiento de Seattle con sus manifestaciones contra la globalización. Pero aquí tene­mos, irónicamente dicho, un problema típico "leninista". Sus protestas funcio­nan todavía en un nivel de "nuevo mo­vimiento social". El problema es cómo avanzamos un paso y lo traducimos en una visión más coherente, políticamen­te mas coordinado. Si lograra eso, sería una verdadera opción.

¿Pero no es contradictorio que los movimientos antiglobalización quie­ran resolver los problemas atacando la base del Estado?

¿Lo quieren?

Pierre Bourdieu, por ejemplo...

Yo no creo en la orientación de Bourdieu. Y aquellos que conozco no se oponen a la globalización, sino que subrayan lo contrario, quieren más globalización. Si preguntan por el rol del estado... Es probable que lo que di­ga le pueda parecer espantoso. Pero irónicamente me transformo paulatina­mente en hegeliano. Creo que, a pesar de todo, el estado sirve para algo. No tendríamos que aceptar la retórica contra el Estado sin revisarla. Tres dé­cadas después del '68 hay todavía de­masiado de esa lógica simplista: autoorganización contra el Estado, a favor de una sociedad autogestionada. En Estados Unidos los únicos adversarios radicales del Estado son los supervivientes de la extrema derecha. Se organizan como la Baader-Meinhoff o los Black Panthers de hace 30 años. Son las mismas estructuras y el mismo enemigo prin­cipal: el aparato estatal. Debemos vol­ver a reflexionar sobre este problema con otras categorías y abandonar, por lo menos parcialmente, esta retórica anti estatal. Es probable que el Estado no sea la solución. Pero imaginemos una gran catástrofe ecológica. En ese caso se haría necesario un funciona­miento casi dictatorial y nacional para actuar en forma rápida. No creo en la vieja lógica espontánea de pequeñas comunidades locales. Necesitamos una organización global con más con­trol. La izquierda antiglobalización tie­ne que superar la barrera de pensar que cualquier organización grande y fuerte implica en forma automática al­go proto-totalitario.

Usted habla de una situación ex­trema sobre una hipotética dicta­dura ecológica o, en situaciones normales, de una organización glo­bal con gran capacidad de control. En ese caso, ¿cómo podría legiti­marse una estructura con seme­jante poder?

Perdón, pero diré otra vez algo pro­to-totalitario. La legitimación debe ser el funcionamiento, la eficiencia. Por supuesto, debe de haber procedimien­tos democráticos al conformar seme­jante plana mayor y coincido con usted en que este es un punto determinante. Pero insisto que necesitamos semejan­te plana mayor que pueda ejercer su au­toridad.

¿No sería deseable tener hoy una institución que pudiera aplicar san­ciones económicas a Estados Unidos por rom­per con el acuerdo de Kyoto?

Como no tenemos una institución de ese tipo, tampoco podemos juzgar moralmente a Brasil por quemar su selva, de la que en menos de diez años sólo quedará la mitad. Ellos pueden contestar: "esta­mos obligados a hacerlo para sobrevi­vir por la pobreza en que vivimos, en tanto en Estados Unidos no tienen esa necesidad porque son ricos". Estados Unidos impide toda legitimación a Occidente para exigir al tercer mundo que no cometa los mis­mos errores que ya cometieron los paí­ses industrializados.

El problema de la legitimación de ese poder queda entonces abierto, ¿ese poder se ejerce sin estar legiti­mado?

Mis amigos me preguntan frecuen­temente si esto no implica el peligro de un nuevo totalitarismo. Yo les contesto siempre que esta lógica narrativa de "no­sotros estamos dispersos, somos distintos, no existen verdades absolutas, cada uno puede contar su propia pa­sión", esta lógica simplemente no fun­ciona. La solidaridad con los excluidos no funciona aceptando que ellos están limitados por su manera de vivir. Esa realidad cuestiona a la nuestra. Ellos representan la verdad de todos noso­tros. Por ejemplo los homosexuales, no me parece correcto cuando dicen: "nosotros queremos nuestro lugar en la sociedad". Pero si dicen: "la forma en que ustedes nos tratan demuestra que su idea de libertad es falsa"... en­tonces sí tienen razón.