19 de agosto de 2008

Nietzsche: leyendas y certezas

Friedrich Wilhelm Nietzsche (1844-1900) fue uno de los filósofos más polémicos del siglo XIX.
Sobre todo a partir de que el nazismo buscó, en su momento, adueñarse de sus palabras para sustentar sus argumentos.
El filósofo alemán destinó buena parte de su existencia a focalizar su pensamiento en el hombre, no desde el punto de vista estético o metafísico, sino desde el aspecto aquel por el cual, en el largo transcurso de la historia, ese hombre se había transformado en un sujeto someti­do, gregario, inauténtico y resentido. Indagando sobre la causa de esa falta de autenticidad, Nietzsche dedujo que el origen se encontraba en la moral.
Para el autor de "Zur genealogie der moral" (La genealogía de la moral), el hombre tenía la necesidad de sentirse protegido y amparado por un dios, por una imagen, por una institu­ción, en fin, por una moral. Por esa razón dedicó su trabajo a la tarea de derribar, de desmitificar, los iconos y los valores que la humanidad había idealizado.
Según Nietzsche, el hombre -mezquino, superfluo e ingrato- había reemplazado a su Dios por el Estado. En "Also sprach Zarathustra" (Así habló Zarathustra) dijo: "Dios ha muerto, su amor por los hombres lo ha matado", idea que suscribió el filósofo francés Gilles Deleuze (1925-1995) cuando afirmó que Dios experi­mentó piedad por el hombre, y esa piedad fue la causa de su muerte.
"La palabra de Zarathustra no se dirige a la conciencia de las masas oprimidas -dicen Ezequiel Jauregui y Ulises Aguilar en "La genealogía de un inmortal" (Buenos Aires, 2001)-, sino que apela a la con­ciencia del individuo para que éste reconozca el sometimiento que le ha impuesto el Estado. Este, como toda organización que legisla, se adjudica otro rol, en este caso el Divino: el de ser en el mundo concreto un sustituto de Dios. Nietzsche vislumbra el control que el Estado ejerce sobre lo cotidiano, que lleva al hombre a su cosificación, a la pérdida de su individualidad. El sujeto se encuentra sometido a la voluntad de la mayoría. Ya no hay individuos, sólo hay comunidades, proyectos de rebaños".
Es decir que Nietzsche intuía ciertos peligros derivados de la acción de un Estado omnipresente, lo que lo llevó a anunciar que éste ocasionaría la muerte de los pueblos. En este contexto, resulta absurdo aceptar que su filosofía se haya circunscripto como el presupuesto ideológico del nazismo. El filósofo argentino Tomás Abraham acota además en "El último oficio de Nietzsche"
(1996): "Nietzsche despreciaba a los antisemitas, ni siquiera estaba en contra de ellos. Veía el antisemitismo como una mo­da cultural empleada para tapar la propia pequeñez". También, en el lejano año de 1893, la escritora y psicoanalista Lou Andreas Salomé (1861-1937) consideraba que Nietzsche era el primer estilista de su tiempo, advirtiendo que el pensamiento del filósofo podría ser utilizado para desarrollar oportunas fórmulas de difusión.
Si bien es cierto que el nazismo tomó fragmentos de la obra de Nietzsche para sos­tener su ideología, resulta claro que ignoró otros en los que el autor desacralizaba al nuevo ídolo, el Estado, de la misma manera que desacreditaba a toda doctrina que intentara imponerse por la fuerza. Tam­poco reparó el nazismo en frases que contradecían sus preceptos, como por ejemplo: "La admiración narcisista de la conciencia de raza germana es casi criminal" y "Yo tengo una sencilla norma: no tener trato alguno con los monederos falsos del racismo".