10 de agosto de 2008

Karl Marx: "La insurrección sería una locura allí donde la agitación pacífica puede encargarse de la toma del poder"

El "New York World" fue un periódico que circuló entre 1860 y 1931. En sus primeros años y hasta 1883, perteneció al periodista norteamericano Manton Marble (1834-1917), quien debido a las enormes pérdidas que arrojaba su diario, se lo vendió al millonario editor húngaro Joseph Pulitzer (1847-1911). Este lo convirtió en un periódico sensacionalista para competir con el otro exponente de la prensa "amarilla" de aquella época: el "New York Journal" de William R. Hearst (1863-1951). Tras los sucesos ocurridos en París cuando, fruto de una revuelta popular, un gobierno comunal alcanzó a gobernar entre el 18 de marzo y el 28 de mayo de 1871, el "New York World" envió a Inglaterra a su periodista R. Landor para que entrevistase al máximo dirigente de la Asociación Internacional de Trabajadores, el filósofo y economista alemán Karl Marx (1818-1883). El resultado de aquella entrevista llevada a cabo en Londres, se publicó el 18 de julio de 1871 y fue reproducida después por innumerables medios de prensa de todo el mundo.El mundo parece estar a oscuras acerca de la Internacional, odiándola mucho, pero incapaz de decir claramente qué es lo que odia. Algunos, que afirman haber atisbado en la penumbra algo más que sus vecinos, declaran haber descubierto una especie de busto de Jano con una limpia y honrada sonrisa de trabajador en una de sus caras y en la otra una mueca criminal de conspirador. ¿Quiere aclarar el misterio que encubre la teoría?

No hay ningún misterio que aclarar, querido señor, excepto tal vez el misterio de la estupidez humana en aquellos que perpetuamente ignoran el hecho de que nuestra asociación es pública y que los más completos informes de sus actividades se publican para todos los que quieren molestarse en leerlos. Usted puede comprar nuestros reglamentos por un penique, y un chelín invertido en folletos le enseñará acerca de nosotros casi tanto como nosotros mismos sabemos.

Casi... Sí, quizá sí; ¿pero no será acaso lo poco que no llegue a conocer lo que constituya el misterio más importante? Para ser muy franco con usted, y para poner el asunto tal como lo ve un observador ajeno a él, este general clamor de desprecio contra ustedes debe significar algo más que la ignorante mala voluntad de la multitud. Y todavía es pertinente preguntar, incluso después de lo que usted me ha dicho, ¿qué es la Sociedad Internacional?

Sólo tiene usted que mirar a los individuos que la componen: trabajadores.

Sí, pero el soldado tiene que ser exponente del sistema político que lo pone en movimiento. Conozco a algunos de sus miembros, y creo que no son de la misma pasta de que se hacen los conspiradores. Además un secreto compartido por un millón de hombres no sería de ninguna manera un secreto. Pero ¿qué pasaría si éstos fuesen únicamente instrumentos en manos de, y espero que me perdone usted por lo que sigue, un cónclave audaz y no muy escrupuloso?

No hay nada que pruebe eso.

¿La última insurrección de París?

Yo exijo primero la prueba de que existió algún complot, de que sucedió algo que no fuese el efecto legítimo de las circunstancias en aquel momento; o si se prueba el complot, exijo pruebas de la participación el en mismo de la Asociación Internacional.

La presencia en el organismo comunal de tantos miembros de la Asociación.

Entonces ése fue un complot de los masones también, porque su participación en la tarea como individuos no fue ciertamente pequeña. No me sorprendería, en realidad, descubrir al Papa organizando toda la insurrección para su beneficio. Pero intente otra explicación. La insurrección de París fue hecha por los trabajadores de París. Los más capaces entre los obreros tuvieron necesariamente que ser sus líderes y administradores; pero los más capaces entre los obreros resulta que son también miembros de la Asociación Internacional. Pero la Asociación como tal no tiene que ser en modo alguno responsable de su acción.

No obstante, al mundo le parece de otra manera. La gente habla de instrucciones secretas desde Londres, e incluso de aportaciones de dinero. ¿Puede afirmarse que el carácter supuestamente abierto de los procedimientos de la Asociación impide todo secreto en las comunicaciones?

¿Cuándo ha habido una asociación que realice su tarea sin agencias tanto públicas como privadas? Pero hablar de instrucciones secretas desde Londres, como si se tratase de decretos sobre cuestiones de fe y moral desde algún centro de intriga y dominación papal, es confundir completamente la naturaleza de la Internacional. Esto implicaría una forma centralizada de gobierno de la Internacional, mientras que la forma real es precisamente la que da mayores oportunidades a la energía e independencia locales. De hecho la Internacional no es en absoluto un gobierno para la clase trabajadora. Es un lazo de unión más que una fuerza de control.

¿Y de unión para qué fin?

Para la emancipación económica de la clase trabajadora mediante la conquista del poder político. El uso de ese poder político para el logro de fines sociales. Es necesario que nuestros objetivos sean así de generales para incluir toda forma de actividad obrera. El haberlos hecho de un carácter especial hubiera sido adaptarlos a las necesidades de una sección: una nación de trabajadores solamente. Pero ¿cómo sería posible pedir a todos los hombres que se unan para obtener los objetivos de unos pocos? Si hubiera hecho eso la Asociación habría perdido el derecho a su título de Internacional. La Asociación no dicta las formas de los movimientos políticos: solamente requiere una garantía de su finalidad. Es una red de sociedades afiliadas que se extienden por todo el mundo del trabajo. En cada parte del mundo se presenta algún aspecto especial del problema, y los trabajadores lo toman en consideración a su manera propia. Las combinaciones entre trabajadores no pueden ser absolutamente idénticas en detalle en Newcastle y en Barcelona, en Londres y en Berlín. En Inglaterra, por ejemplo, la vía de tomar el poder político está abierta para la clase trabajadora. La insurrección sería una locura allí donde la agitación pacífica puede encargarse de ello más rápida y seguramente. En Francia, un centenar de leyes represivas y el antagonismo moral entre las clases parecen necesitar la solución violenta de una guerra social. La elección de tal solución es asunto de las clases trabajadoras en cada país. La Internacional no pretende dictaminar en la cuestión y apenas si aconsejar. Pero a cada movimiento le otorga su simpatía y su ayuda dentro de los límites marcados por sus propias leyes.

¿Y cuál es la naturaleza de esa ayuda?

Para dar un ejemplo, una de las formas más comunes del movimiento por la emancipación es la de las huelgas. Antes, cuando una huelga tenía lugar en un país, era derrotada mediante la importación de trabajadores desde otro. La Internacional casi ha acabado con todo eso. Recibe información de la huelga que se proyecta, difunde esa información entre sus miembros, quienes inmediatamente ven que para ellos la sede de la huelga debe ser territorio prohibido. Así, los patrones son dejados solos para que discutan con sus hombres. En muchos casos, los hombres no necesitan más ayuda que ésa. Sus propias aportaciones o las de las sociedades a las que están afiliados más inmediatamente les suministran fondos, pero si la presión ejercida sobre ellos se hace demasiado pesada y si la huelga es de las que la Asociación aprueba, entonces sus necesidades son cubiertas por el fondo común. Así fue como el otro día logró triunfar una huelga de cigarreros de Barcelona. Pero la Sociedad no tiene interés en las huelgas, aunque las apoya bajo ciertas condiciones. No hay manera de que con ellas gane desde un punto de vista pecuniario, pero sí puede perder fácilmente. Podemos resumir todo esto en una palabra. Las clases trabajadoras siguen siendo pobres en medio del aumento de la riqueza, miserables en medio del aumento del lujo. Sus privaciones materiales rebajan su moral así como su estatura física. No pueden esperar ayuda de los demás. Así, para ellas ha venido a convertirse en una necesidad imperiosa el tomar su caso en sus propias manos. Deben revisar las relaciones entre ellas mismas y los capitalistas y propietarios, y eso significa que tienen que transformar la sociedad. Este es el objetivo general de todas las organizaciones obreras conocidas; las ligas obreras y campesinas, las sociedades comerciales y de ayuda, las tiendas y talleres cooperativos no son sino medios hacia tal objetivo. Establecer una perfecta solidaridad entre estas organizaciones es la tarea de la Asociación Internacional. Su influencia está empezando a hacerse sentir en todas partes. Dos periódicos difunden sus puntos de vista en España, tres en Alemania, el mismo número en Austria y en Holanda, seis en Bélgica y seis en Suiza. Y ahora que ya le he dicho lo que es la Internacional, quizá esté usted en condiciones de formar su propia opinión con respecto a sus pretendidos complots.

No le entiendo muy bien.

¿No ve usted que la vieja sociedad, falta de fuerzas para defenderse con sus propias armas de discusión y combinación, se ve obligada a recurrir al fraude de imputarnos una conspiración?

Pero la policía francesa declaró que están en condiciones de probar su complicidad en el último caso, para no hablar de los intentos anteriores.

Pero nosotros sí diremos algo de esos intentos, si usted lo permite, porque sirven perfectamente para probar la gravedad de todos los cargos de conspiración levantados contra la Internacional. Usted recuerda el penúltimo complot . Se había anunciado un plebiscito. Se sabía que muchos de los electores se hallaban irresolutos. Ya no tenían una idea clara del valor del gobierno imperial, habiendo acabado por perder la fe en los amenazantes peligros de la Sociedad de los que supuestamente el gobierno los había salvado. Se necesitaba un espantajo nuevo. La policía se encargó de encontrar uno. Como odiaban a todas las organizaciones de trabajadores, naturalmente deseaban hacer pasar un mal rato a la Internacional. Recibieron inspiración de una feliz idea. ¿Qué tal si elegían a la Internacional como su espantajo, y así al mismo tiempo desacreditaban a la sociedad y lograban favor para la causa imperial? De esa feliz idea es que surgió el ridículo complot contra la vida del Emperador, como si nosotros quisiéramos matar al condenado viejo. Arrestaron a los miembros dirigentes de la Internacional. Fabricaron evidencias. Prepararon su caso para juicio y mientras tanto tuvieron su plebiscito. Pero la pretendida comedia no era, obviamente, sino una grande y burda farsa. La Europa inteligente, que era testigo del espectáculo, no se engañó ni por un momento acerca de su carácter, y sólo el elector campesino francés fue embaucado. Los periódicos ingleses informaron del inicio del miserable asunto; olvidaron informar de su conclusión. Los jueces franceses, admitiendo la existencia del complot por cortesía oficial, se vieron obligados a declarar que no había nada que demostrara la complicidad de la Internacional. Créame, el segundo complot es igual que el primero. El funcionario francés está nuevamente activo. Debe dar cuenta del mayor movimiento civil que el mundo haya visto jamás. Hay cien signos de los tiempos que sugieren la explicación correcta: el aumento de conocimientos entre los trabajadores, del lujo y la incompetencia entre sus dirigentes, el proceso histórico, ahora en desarrollo, de transferencia final de poder de una clase al pueblo, la aparente adecuación de tiempo, lugar y circunstancia para el gran movimiento de emancipación. Pero para haber visto todo esto el funcionario tendría que haber sido un filósofo, y él es solamente un soplón. Por la ley de su propio ser, por lo tanto, sólo ha sido capaz de dar la explicación del soplón: una conspiración. Su viejo archivo de documentos falsificados le proporcionará las pruebas y esta vez Europa, en su pánico, se tragará el cuento.

Europa difícilmente puede evitarlo, viendo que todos los periódicos franceses difunden la noticia.

¡Todos los periódicos franceses! Vea, aquí está uno de ellos, y juzgue por usted mismo el valor de su evidencia en cuanto hechos: "El doctor Karl Marx, de la Internacional, ha sido arrestado en Bélgica, cuando trataba de escapar a Francia. La policía de Londres vigilaba desde hace tiempo la sociedad a la que aquél está vinculado, y ahora está adoptando activas medidas para su supresión". Dos frases y dos mentiras. Usted ve que en vez de estar en prisión en Bélgica estoy en mi casa en Inglaterra. Usted debe saber también que la policía en Inglaterra es tan impotente para interferir con la Sociedad Internacional, como la Sociedad con ella. Sin embargo, lo más probable en todo esto es que la noticia circulará por toda la prensa continental sin una contradicción, y seguirá haciéndolo aunque yo enviara circulares a cada periódico de Europa desde aquí.

¿Ha intentado usted rebatir muchas de estas falsas informaciones?

Lo hice hasta que me aburrí de la tarea. Para demostrar el enorme descuido con que están elaboradas, puedo mencionar que en una de ellas vi a Félix Pyat señalado como miembro de la Internacional.

¿Y no lo es?

La Asociación difícilmente podría haber hallado cabida para un hombre tan loco. Una vez fue lo bastante presuntuoso como para lanzar una temeraria proclama en nuestro nombre, pero fue instantáneamente desautorizado, aunque, para hacerle justicia, por supuesto que la prensa ignoró la desautorización.

Y Mazzini ¿es miembro de su organismo?

¡Ah, no! Habríamos avanzado muy poco si no hubiéramos llegado más allá del límite de sus ideas.

Me sorprende usted. Ciertamente hubiera creído que él representaba las posiciones más avanzadas.

El no representa más que la vieja idea de una república de clase media. El se ha quedado muy atrás en el movimiento moderno, como los profesores alemanes quienes, no obstante son todavía considerados en Europa como los apóstoles del democratismo cultivado del futuro. Lo fueron en otros tiempos; antes del 48, quizá, cuando la clase media alemana, en el sentido inglés, apenas había alcanzado su justo desarrollo. Pero ahora se han pasado en masa a la reacción, y el proletariado ya no los reconoce.

Algunas personas han creído ver signos de un elemento positivista en su organización.

Nada de eso. Tenemos positivistas entre nosotros, y otros que no son de nuestra organización que trabajan también. Pero esto no es por virtud de su filosofía, que no tendrá nada que ver con el gobierno popular, tal como nosotros lo entendemos, y que solamente busca poner una nueva jerarquía en lugar de la vieja.

Me parece a mí, entonces, que los líderes del nuevo movimiento internacional han tenido que formar una filosofía así como una asociación para sí mismos.

Precisamente. Es difícilmente posible, por ejemplo, que podamos esperar prosperar en nuestra guerra contra el capital si derivamos nuestras tácticas, digamos, de la economía política de Mill. El evidenció un tipo de relación entre el trabajo y el capital. Nosotros esperamos demostrar que es posible establecer otra distinta.

¿Y con respecto a la religión?

En ese punto yo no puedo hablar en nombre de la Sociedad. Yo personalmente soy ateo. Es sorprendente, sin duda, escuchar semejante declaración en Inglaterra, pero hay cierto consuelo en el pensamiento de que no tiene que hacerse en susurros ni en Alemania ni en Francia.

¿Y sin embargo usted ha establecido su cuartel general en este país?

Por razones obvias; el derecho de asociación es aquí algo establecido. Existe ciertamente, en Alemania, pero es obstaculizado con innumerables dificultades; en Francia, durante muchos años no ha existido en absoluto.

¿Y los Estados Unidos?

Los principales centros de nuestra actividad se encuentran actualmente entre las viejas sociedades de Europa. Muchas circunstancias han tendido a impedir hasta ahora que el problema laboral asuma una importancia predominante en los Estados Unidos. Pero están desapareciendo rápidamente, y se está poniendo en primera fila con el crecimiento, como en Europa, de una clase trabajadora distinta del resto de la comunidad y divorciada del capital.

Parecería que en este país la esperada solución, cualquiera que ella sea, podrá alcanzarse sin los medios violentos de una revolución. El sistema inglés de agitar mediante los discursos y la prensa hasta que las minorías se conviertan en mayorías es un signo esperanzador.

En este punto no soy tan optimista como usted. La clase media inglesa se ha mostrado siempre bastante deseosa de aceptar el veredicto de la mayoría con tal de seguir disfrutando del monopolio del poder de voto. Pero créame, tan pronto como se encuentre superada en las votaciones por lo que considera cuestiones vitales, veremos aquí una nueva guerra de esclavos contra amos.