9 de junio de 2008

El entierro de Dorrego según el British Packet and Argentine News

Manuel Dorrego nació el 11 de junio de 1787 en la ciudad de Buenos Aires, hijo de un próspero comerciante portugués y una porteña. Activo participante en las luchas por la emancipación americana, después de seis años de actividad militar se lanzó a la carrera política de una manera zigzagueante y hasta contradictoria. Siendo porteño fue federal, siendo liberal fue popular, siendo nacionalista fue americanista. Ya en 1924 propuso la autonomía de la provincia de Buenos Aires en igualdad de condiciones que las demás provincias.
Dorrego, a diferencia de los unitarios porteños, encarnaba los intereses de la población de gauchos bonaerenses. Sus ideales republicanos y liberales, su creencia en las mayorías y en el papel central de las provincias, llenaron su camino de enemigos. Cuando encarnando al federalismo llegó al poder como gobernador de Buenos Aires en agosto de 1827, el golpe unitario comenzó a gestarse de la mano de los generales Martín Rodríguez (1771-1845), Carlos M. de Alvear (1789-1852), José María Paz (1791-1854) y Juan Lavalle (1797-1841) entre otros conspiradores.
Finalmente la sublevación unitaria lo derrocó el 1 de diciembre de 1828 y el general Lavalle lo hizo fusilar doce días más tarde. El 26 de diciembre, el periódico de Buenos Aires "British Packet and Argentine News" publicó los pormenores de su entierro:

"Los restos del ex gobernador llegaron al pueblo de San José de Flores en la tarde del día 19 y fueron depositados en la capilla. A la mañana siguiente se celebró una misa, se pronunció una oración fúnebre y se rindieron honores militares por una división de caballe­ría, bajo el comando del mayor Willis. Cerca de las 8 y 30, los restos fueron colocados en el coche fúnebre y el cortejo partió hacia la capital, acompañado desde allí por un considerable número de oficiales y particulares. Al arribar a la entrada de la calle de La Plata, salieron al encuentro de la procesión los clérigos de la iglesia de La Piedad, con sus vestimentas sacerdotales y una diputación de ciudadanos, que requirieron permiso para desenganchar los caballos y arrastrar ellos mismos el coche fúnebre. Este deseo fue satisfecho y la proce­sión, desde este momento muy numerosa, se desplazó a paso lento hacia la iglesia de La Piedad, donde llegó cerca de las 10. Aquí los restos fueron depositados en una urna, mientras una guardia compuesta por oficiales militares de distintos batallones rendía honores.
La iglesia estaba decorada de manera apropiada, tanto en el interior como en el exterior, y varias inscripciones poéticas encomiásticas para el muerto aparecían colocadas en el frente y a la entrada. A las 5 de la tarde, el gobernador, acompañado de sus ministros, del estado mayor, del clero, de los jefes de las oficinas públicas y de otros empleados públicos, partió del fuerte para escoltar los restos hasta su última morada. La urna estaba colocada sobre una magnífica carroza arrastrada por los ciudadanos; los caballos, ricamente enjaezados, eran conducidos adelante. Al llegar al fuerte se disparó una salva y un cañón continuó haciendo fuego cada media hora. En el fuerte había sido dispuesta una capilla ardiente donde la urna fue depositada y miembros del clero oficiaron un servicio por el muerto; los empleados de los distintos departamentos del gobierno formaron una guardia de honor durante toda la noche. La presen­cia de gente en las calles, tanto de peatones como de jinetes, era muy numerosa. Dos bandas militares, pertenecientes a los regimientos de esta capital, formaron en el patio del fuerte hasta las 10 de la noche y ejecutaron música solemne, con los tambores a la sordina. A las 10 marcharon por las calles a paso lento hacia sus cuarte­les, precedidos por luces globulares giratorias, colocadas sobre soportes y flanqueadas por soldados que llevaban faroles. El interior del fuerte estaba lleno de gente y el salón que contenía la urna estuvo colmado continuamente, en especial por damas, casi todas vestidas de luto. A las 11, los centinelas apostados en el puente levadizo del fuerte anunciaron que no podía ingresar ningún visitante más. Los cañones fueron disparados cada media hora, desde las 7 hasta las 10 p.m. y respondieron a estos homenajes la goleta de guerra nacional Sarandí y la cañonera Nº 7 desde la rada interior, y, desde la rada exterior, el bergantín nacional de guerra General Rondeau. Estos barcos tenían sus vergas inclinadas y sus banderas a media asta.
El día 21, a la salida del sol, un cañonazo fue disparado desde el fuerte, lo cual se repitió cada media hora durante todo el día, hasta las 8 de la noche, y lo mismo hicieron los navios nacionales de guerra General Rondeau, Sarandí y la cañonera Nº 7; estos dos últimos continuaron disparando hasta las 10 de la noche. El bergantín de guerra inglés Cadmus, el francés Railleuse y el brasileño Piraja tenían la bandera de esta República en la proa, la que, así como las de sus respectivas naciones, estaban a media asta. Las oficinas públicas y los teatros tenían también la bandera nacional a media asta. La caballería y la infantería marcharon a la Plaza de la Victoria, a hora temprana, y se ubicaron desde el fuerte hasta la Cate­dral.
La procesión comenzó su marcha desde el fuerte alrededor de las 11 a.m.; estaba integrada por el goberna­dor y su comitiva, los dignatarios de la Iglesia, una delegación de la Sala de Representantes, los miembros de las diferentes corporaciones, escuelas públicas, etc. y los ministros extranjeros, a saber:
- El caballero don Woodbine Parish, encargado de negocios de S.M. el rey de la Gran Bretaña.
- El caballero G.W. Slacum, cónsul de los Estados Unidos de Norte América; una indisposición impidió la asistencia de don J.M. Forbes, encargado de negocios de los Estados Unidos.
- M.W. Mandeville, cónsul general de S.M. el rey de Francia.
- Don Agustín Barbosa, cónsul general de S.M. el emperador del Brasil.
- Don George Vermoelen, cónsul de S.M. el rey del os Países Bajos.
- Don Juan Eschenburg, cónsul de S.M. el rey de Prusia.
- Don Juan C. Zimmermann, cónsul de la ciudad de Hamburgo.
- Don Francisco Mohr, cónsul de la ciudad de Frankfort.
- Don Francisco León de la Barra, cónsul general de la República de Chile.
- Don Santiago Vázquez, agente diplomático de la República Oriental.
Estaban además presentes el caballero T.R.T. Thompson, del bergantín de S.M.B. Cadmus, el capitán Lew de Clapernou del bergantín de S.M.F. Railleuse, y el capitán don Jacinto Pereira del bergantín de S.M.I. Piraja.
El carruaje que conducía la urna con los restos del muerto fue arrastrado por ciudadanos. La urna estaba cubierta por un crespón, excepto en la parte delantera, en la cual era visible una inscripción Manuel Dorrego, en letras doradas. La espada, el sombrero, el cinturón, etc., del ex gobernador fueron colocados sobre la carroza; su caba­llo y otros seis, llevados de la brida, todos enlutados, formaban parte de la procesión; cerraban la marcha bandas militares, un grupo de inválidos y los coches del gobernador, ministros extranjeros, etc.
La procesión marchó lentamente hacia la Catedral, con frecuentes detenciones, y quienes la componían, todos con la cabeza descubierta, debían sentirse muy incómodos por el sol ardiente.
Los espectadores fueron numerosos y los balcones y los altos de las casas y todo lugar desde donde pudiera alcanzar la vista estaban colmados particularmente de damas, casi todas las cuales vestían de luto. La Catedral estuvo llena en extremo. Luego de la misa mayor, fue ejecutado el réquiem de Mozart bajo la dirección del señor Rosquellas, con la participación del mismo como primer tenor, del señor Vacani como bajo, de los señores Marcelo y Pascual Tani como barítonos, de los señores Castañón y Tibursio como segundos bajos y de los reverendos señores Picazzarri y Polinari como tenores. El efecto fue mucho mejor de lo que se podía esperar dada la cantidad reducida de voces y refleja el alto mérito del director. La música instrumental estuvo a cargo de la orquesta del teatro. El espacioso interior de la Catedral se adapta bien a la música sagrada. Pronun­ció el sermón el reverendo doctor Santiago Figueredo, el que duró cerca de una hora y media. El servicio religioso terminó a las 3 y parte de la procesión regresó al fuerte".


Los restos mortales de Dorrego fueron depositados en el Cementerio de la Recoleta de la ciudad de Buenos Aires. El jurista masón Salvador María del Carril (1798-1883), uno de los impulsores del fusilamiento, le escribió a Lavalle unos días después: "Fragüe el acta de un consejo de guerra para disimular el fusilamiento de Dorrego porque si es necesario envolver la impostura con los pasaportes de la verdad, se embrolla; y si es necesario mentir a la posteridad, se miente y se engaña a los vivos y a los muertos".
Lavalle consiguió mantenerse en el poder hasta agosto del año siguiente. Después comenzó un largo derrotero en el marco de la guerra civil hasta que, huyendo hacia el norte, el 9 de octubre de 1841 murió durante un tiroteo con una patrulla federal en la ciudad de San Salvador de Jujuy.
Sus restos fueron llevados a Potosí (Bolivia) por los sobrevivientes de su ejército y en 1858 fueron trasladados al Cementerio de la Recoleta en Buenos Aires, curiosamente no muy lejos de donde descansan los de su enemigo de 1828.