3 de junio de 2008

Cortázar habla de Borges (y viceversa)

Jorge Luis Borges (1899-1986) y Julio Cortázar (1914-1984) son -no hace falta decirlo- dos de los más grandes escritores argentinos de todas las épocas. Contemporáneos, ambos compartieron el gusto por la literatura fantástica -si es que el término es suficiente para abarcar la amplitud de este género- abordando la realidad desde otra realidad: la creada por ellos mismos. A pesar de encontrarse en posiciones diametralmente opuestas en lo que a sus concepciones ideológicas se refiere, hubo entre ellos cierto respeto mutuo que se puso de manifiesto en muchas ocasiones.Así, en "La fascinación de las palabras" de Omar Prego Gadea (1996), Cortázar dijo de Borges:
"En principio soy -y creo que lo soy cada vez más- muy severo, muy riguroso frente a las palabras. Lo he dicho, porque es una deuda que no me cansaré nunca de pagar, que eso se lo debo a Borges. Mis lecturas de los cuentos y de los ensayos de Borges, en la época en que publicó 'El jardín de senderos que se bifurcan', me mostraron un lenguaje del que yo no tenía idea. Lo primero que me sorprendió leyendo los cuentos de Borges fue una impresión de sequedad. Yo me preguntaba: ¿Qué pasa aquí? Esto está admirablemente dicho, pero parecería que más que una adición de cosas se trata de una continua sustracción. Y efectivamente, me di cuenta de que Borges, si podía no poner ningún adjetivo y al mismo tiempo calificar lo que quería, lo iba a hacer. O, en todo caso, iba a poner un adjetivo, el único, pero no iba a caer en ese tipo de enumeración que lleva fácilmente al floripondio".
En 1986, cuando falleció Borges, la revista "Crisis" publicó un texto -hasta entonces inédito- en el que Borges decía de Cortázar:
"Hacia 1947 yo era secretario de redacción de una revista casi secreta que dirigía la señora Sarah de Ortiz Basualdo. Una tarde, nos visitó un muchacho muy alto con un pre­visible manuscrito. No recuerdo su cara; la ceguera es cómplice del olvido. Me dijo que traía un cuento fantástico y solicitó mi opinión. Le pedí que volviera a los diez días. Antes del plazo señalado, volvió. Le dije que tenía dos noticias. Una, que el manuscrito estaba en la imprenta; otra, que lo ilustraría mi hermana Norah, a quien le había gustado mucho. El cuento, ahora justamente famoso, era el que se titula 'Casa tomada'. Años después, en París, Julio Cortázar me recordó ese antiguo episodio y me con­fió que era la primera vez que veía un texto suyo en letras de molde. Esa circunstancia me honra. Muy poco sé de las letras contemporáneas. Creo que po­demos conocer el pasado, siquiera de un modo simbólico, y que podemos imaginar el futuro, según el temor o la fe; en el presente hay demasiadas cosas para que nos sea dado descifrarlas. El porvenir sabrá lo que hoy no sabe­mos y cursará las páginas que merecen ser releídas. Schopenhauer aconsejaba que, para no exponernos al azar, sólo leyéramos los libros que ya hubieran cumplido cien años. No siempre he sido fiel a ese cauteloso dicta­men; he leído con singular agrado 'Las armas secretas', y he elegido este cuento. Una historia fantástica, según Wells, debe admitir un solo hecho fantástico para que la imaginación del lector la acepte fácilmente. Esta prudencia corresponde al escéptico siglo diecinueve, no al tiempo que soñó las cosmogo­nías o el 'Libro de las mil y una noches'. En 'Cartas de mamá' lo trivial, lo necesariamente trivial, está en el título, en el proceder de los personajes y en la mención continua de marcas de cigarrillos o de estaciones del subterráneo. El prodigio requiere esos pormenores. Otro rasgo quiero indicar. Lo sobrenatural, en este admirable relato, no se declara, se insinúa, lo cual le da más fuerza, como en el 'Yzur' de Lugones. Queda la posibilidad de que todo sea una alucinación de la culpa. Alguien que parecía inofensivo vuelve atrozmente. Julio Cortázar ha sido condenado, o aprobado, por sus opiniones políticas. Fuera de la ética, entiendo que las opiniones de un hombre suelen ser superficiales y efímeras".
Suele presentarse a Borges y a Cortázar como dos polos opuestos de la literatura argentina; sin embargo, como creadores de mundos en los que lo imposible irrumpe en lo cotidiano, atrapando al lector entre lo natural y lo artificioso con proverbial naturalidad, no existe tal oposición. Borges y Cortázar fueron, cada uno a su manera, dos talentosos escritores.