18 de junio de 2008

Chandler o cómo describir a una chica en traje de baño

Para el autor de "The life of Raymond Chandler" (La vida de Raymond Chandler, 1976), el minucioso biógrafo Frank Macshane (1927-1999), Raymond Chandler (1888-1959) no se dedicó a escribir novelas policiales porque tuviera al­go que decir sobre el crimen en los Estados Unidos, sino por­que quiso comprender las contradicciones que lo habitaban para poder recon­ciliarse con ellas. Durante su juventud en Inglaterra, solía tener amargos recuerdos de su infancia en Norteamérica: su padre era un alcohólico violento, lo que llevó a su madre a divorciarse. "En el Dulwich College de Londres -dice Macshane-, Chandler recibió una buena educación humanística que le permitió escribir incisivos ensayos críticos y reseñas de libros. Pero también se inclinó por la poesía. Como escritor, buscaba una forma artística que fuera veraz sin ser vulgar, y que fuera hermosa sin ser sentimental".
Para mejorar su estilo y desarrollar el oficio, hizo un curso sobre escritura de cuentos. Escribió esbozos que, aunque la redacción era buena, los resultados terminaron siendo parodias de Henry James (1843-1916). Cuando comprendió que no triunfaría en Londres como perio­dista literario y poeta, Chandler decidió volver a los Estados Unidos en 1912. Allí consiguió distintos empleos en varios puntos del país, hasta entrar en la firma petrolera Dabney Oil Company, en Los Angeles, donde ascendió hasta vicepresidente. Durante ese período Chandler leyó mucho pero no intentó escribir. Cuando en 1932 perdió su trabajo a causa de la bebida y el ausentismo, decidió cambiar de vida y hacer un nue­vo intento para llegar a ser escritor. Esta vez su modelo fue Ernest Hemingway (1899-1961).
"Chandler hacía bien en buscar modelos -apunta Macshane-, porque sabía que las emociones que él quería expresar no podían expresarse en forma in­genua o torpe. Necesitaba una forma que le permitiera expresar sus sentimientos de un modo honesto. Sabía que escribir no es una mera técnica que pueda aprenderse. Es un proceso que les permite a los novelistas, poetas y ensayistas comprender la verdad de sus senti­mientos. El acto de escribir es el único medio de hacer el descubri­miento. Es un proceso que ayuda al escritor a asegurarse de que su trabajo es emocional e intelectualmente adecuado".
A esa altura de su vida fue cuando descubrió la ficción policíaca, un género que carecía de pretensiones, a través de la revista "Black Mask". "De pronto se me ocu­rrió -dijo Chandler- que yo podía escribir esto, y que me pagarían mientras aprendiera". De modo que empezó estudiando el trabajo de autores como Dashiel Hammett (1894-1961) y Erle Stanley Gardner (1889-1970), para ver qué podía aprender de ellos, copiando sus técnicas y escribiendo y reescribiendo muchos cuentos imitándolos, has­ta comprender la técnica. "Analizar e imitar; no se necesi­ta otra escuela", dijo mucho después, y así lo hizo durante meses, sin ninguna inten­ción de publicar. Además, era realista: "A ningún escritor de mi épo­ca se le dio nunca un cheque en blanco -escribió-, siempre tuvo que aceptar algunas condiciones impuestas, respetar ciertos tabúes, tratar de complacer a cierta gente", y admitió: "Ningún escritor escribió nunca exactamente lo que quería escribir, porque no hubo nunca nada dentro de él, nada puramente indivi­dual, que no quisiera escribir. Es todo reacción, de una forma u otra".
Al tiempo le envió una muestra de su trabajo a Joseph T. Shaw (1874-1952), el director de "Black Mask", quien se la aceptó y publicó inmediatamente. "Esos prime­ros cuentos eran competentes -rememora Macshane-, y tenían más individualidad que la mayoría de las historias publicadas en ese tipo de revistas, pero había poco en ellos que fuera especial y personal. Lo único evidente era que Chandler dominaba la técnica. Todavía quedaba por ver si sería capaz de producir algo de veras original, y por lo tanto capaz de ex­presar sus sentimientos e ideas".
Para sus cuentos creó de­tectives que coincidían con lo convencional en el género: Johnny Dalmas, Ted Carmady, Johnny De Ruse, Pete Anglich, Sam Delaguerra y Mallory. Esto no era relevante ya todas las historias sonaban igual y estaban tan llenas de acción que no había mucho espacio para la descripción de personajes. Dada su educación inglesa, descubrió que debía em­pezar de cero para escribir esas historias de los bajos fondos. "Tuve que aprender el norteamericano como una lengua extranjera", dijo. Como poeta, Chandler amaba lo que él llamaba "la magia de las palabras", y quiso llevar esa cualidad a sus historias policíacas, sabiendo que una narración tensa y desnuda era esen­cial para sostener el interés del lector, al mismo tiempo que podía expresar los sentimientos que acompañaban a la acción.
En años posteriores, le explicó en una carta a Frederick Lewis Allen (1890-1954), editor de la revista "Harper's Magazine": "Mucho tiempo atrás, cuan­do yo escribía para las revistas, puse en un cuento algo así: 'salió del auto y caminó por la acera inundada de sol hasta que las sombras de la arcada le cayeron sobre el rostro como agua fría'. Sacaron el párrafo y publicaron el cuento. A los lectores esas cosas no les gus­tan; lo único que quieren es acción. Y me propuse probarles que es­taban equivocados. Mi teoría era que sólo creían interesarse exclusi­vamente en la acción; que en realidad, aunque no lo supieran, la acción les interesaba muy poco. Lo que realmente les interesaba, igual que a mí, era la creación de emociones mediante el diálogo y la descripción; lo que recordaban, lo que quedaba de ellos, no era por ejemplo que a un hombre lo hubieran asesinado, sino que en el momento de su muerte ese hombre estaba tratando de tomar un broche para papeles de la superficie pulida de su escritorio, y el broche se le escapaba de los dedos, y su boca estaba entreabierta en una mueca absorta, y lo último en que pensaba en ese momento era en la muerte. Ni siquiera oyó el golpe en la puerta. Ese maldito broche parecía vivo por el modo en que se le escapaba, y estaba pensando que el único modo sería empujarlo hasta el borde del escritorio y apoderarse de él cuando cayera".
Otra biógrafa del autor, Dorothy Gardiner (1873–1957), dice en "Raymond Chandler speaking" (Habla Raymond Chandler, 1971): "Mientras que la descripción ayuda a inducir el sentimiento, la descripción escrita es menos eficaz que la voz humana, ya sea usada en diálogo o narración. Una voz tiene su propia carga de convicción y autenticidad. Lleva la historia a otro nivel, y capta las simpatías del lector. La voz llega a volverse el estilo del autor. En el caso de Chandler, este estilo se expresó en una lengua que combinaba el vi­gor del inglés clásico del Dulwich College con la vitalidad del habla norteamericana. Así se construyó el puente capaz de unir los dos la­dos de la conciencia de Chandler, el romántico y el realista".
El vehículo que usó Chandler para hacer po­sible esta unión fue Philip Marlowe, el detective honesto, físicamente duro e inteligen­te, algo más evolucionado que los detectives de sus primeros cuentos, que no sólo era recio y valiente, sino también ingenioso y dulce, algo bastante improbable en la vida real pero -gracias a su pluma- se hizo creíble y convincente. El propio Chandler definió a su personaje: Marlowe "es la personificación de una acti­tud ante la vida, la exageración de una posibilidad. Lo importante es que existe entero y completo y nada de lo que sucede lo cambia; en tanto detective, él está fuera de la historia y encima de ella, y siempre seguirá ahí. Es por eso que nunca se enamora, nunca se casa, nunca tiene una auténtica vida privada, salvo en la medida en que tiene que comer y dormir y tener un sitio donde dejar su ropa. Su fuerza intelectual y moral deriva de que él no obtiene nada más que su tarifa, a cambio de la cual, si puede, protegerá al inocente, dará abrigo al desampara­do y destruirá al malvado, y el hecho de que deba hacer esto mien­tras se gana malamente la vida en un mundo correcto, es lo que lo hace destacado".
Generalmente, un personaje repetido de una novela a otra se vuelve una figura conocida y previsible y sirve de punto de referencia para cada nueva historia. Pero Chandler cambió con el correr de los años, y Marlowe también. Después de terminar "The little sister" (La hermana menor, 1949), Chandler le dijo a su editor londinense Hamish Hamilton (1900-1988) que podía dejar de usar a Marlowe: "Encuentro su actitud cada vez más artificial -le escribió-. Me temo que el Sr. Marlowe ha desarrollado algo más que una sospecha de que un hombre de su ce­lebridad empieza a verse bastante ridículo en el papel de detective privado mal pago. Se ha vuelto autoconsciente, y trata de mantener su reputación entre los intelectuales. El muchacho se ha mareado".
Cuando trabajó en "The long goodbye" (El largo adiós, 1953), Chandler quiso pasar a un territorio nuevo y escri­bir una policial que tuviera la amplitud y el alcance de una novela común. En consecuencia rompió algunas convenciones formales, en un esfuerzo por hacer de Marlowe un hombre más sensible de lo que antes le había permitido ser. "Le hace trabar amistad con los persona­jes del libro -dice Gardiner-, y hasta enamorarse de uno de ellos. Estas experiencias le producen dolor y soledad, y Marlowe se desilusiona y se disgusta más y más. En buena medida, Chandler logró hacer de Marlowe un per­sonaje mucho más interesante de lo que era en las primeras novelas, pero desaparece gran parte de la liviandad, y el cinismo crece".Hacia el final de su vida, el humor de Chandler se ensombreció. La depresión lo volvió sentimental, autocompasivo y emocionalmente inseguro. En una carta al escritor Anthony Boucher (1911-1968) le dijo: "A largo plazo, y por poco que uno hable o incluso piense en el asunto, lo más durable del arte de escribir es el estilo, y el estilo es la inversión más valiosa que puede hacer un escri­tor con su tiempo. El pago es lento, los agentes no lo ven con buenos ojos, los editores no lo entienden, y se necesitará gente de la que uno no ha oído hablar siquiera para convencerlos poco a poco de que el escritor que pone su marca individual en lo que hace siempre resul­tará el mejor negocio. No puede lograrlo experimentando delibera­damente, porque el estilo en el que pienso es una proyección de la personalidad y es preciso tener una personalidad antes de poder proyectarla. Pero si uno la tiene, sólo se la puede proyectar sobre el papel pensando en otra cosa. Esto es paradójico en cierto sentido; es el motivo, me parece, de que yo siga afirmando que no se puede hacer un escritor. La preocu­pación con el estilo no hará un escritor. No habrá correcciones y pu­lidos que tengan un efecto apreciable sobre el sabor de lo que escri­be un hombre. El estilo es el producto de la cualidad de su emoción y percepción; es la capacidad de transferir esta emoción y percep­ción al papel lo que lo hace escritor, en contraste con la gente, tan numerosa, que tiene emociones igual de buenas y percepciones igual de agudas, pero no llega ni a un millón de kilómetros de ponerlas por escrito".
Chandler fue un artista genuino. Creó un personaje que se volvió parte de la mitología popular norteamericana y, por que no, universal, y al escribir so­bre Los Angeles pintó un mundo de gran belleza y funesta corrup­ción, es decir, la realidad norteamericana. Chandler hizo que las palabras bailaran, como en el siguiente texto: "Una chica con un traje de baño de piel de tiburón blanco y silueta voluptuosa trepaba la escalera al trampolín más alto. Miré la franja de blanco entre la piel bronceada de los muslos y el traje de baño. La miré carnalmente. Después quedó fuera de mi vista, oculta por el alero. Un momento después la vi zambullirse. Las salpicaduras se al­zaron lo suficiente como para atrapar la luz del sol y formar pe­queños arcoiris casi tan lindos como la chica. Después subió al borde de la piscina y se soltó la cinta de la gorra de baño y dejó en libertad su cabello aclarado por el sol. Dio la vuelta meneando el trasero al dirigirse a una mesita blanca y se sentó junto a un tipo musculoso con pantalo­nes blancos de dril y anteojos oscuros y un bronceado tan oscuro que no podía ser otra cosa que el cuidador de la piscina. El tipo se in­clinó hacia ella y la palmeó en el muslo. Ella abrió una enorme boca roja y soltó la risa. Con eso concluyó mi interés en ella. No alcancé a oír la risa, pero el agujero en la cara cuando separó los dientes fue suficiente para mí". Inigualable.