24 de abril de 2008

Truman Capote: "No soy un santo; soy alcohólico, drogadicto, homosexual y genio"

Truman Streckfus Persons pasó a la historia menos por sus vicios y su inclinación sexual que por su literatura plena de virtuosismo técnico y agudas observaciones. Sin embargo, él mismo se encargó de que lo primero no quedase rezagado con respecto a lo segundo.
En enero de 1945, Truman Capote era un ex corrector del "New Yorker" con un futuro incierto, un enano vanidoso -como lo llamaban sus compañeros- que se paseaba por las oficinas de la revista sin lograr colocar ninguno de sus cuentos. Seis meses más tarde ya se hablaba de él como la más ful­gurante joven promesa de la literatura americana de pos­guerra, se codeaba con las famosas escritoras Dorothy Parker (1893-1967) y Katherine Anne Porter (1890-1980), y no había fiesta a la que no lo invitaran.
El sustancial cambio se debió a que entre enero y octubre de 1945, había publicado en la revista "Mademoiselle" un extraño relato, "Miriam", inusual por su tema (la historia de una niña que lentamente vampiriza y destruye a una bon­dadosa viuda), por su estilo y, sobre todo, por la edad de su autor: veintiún años. Fue tal el éxito, que Robert Linscott (1888-1964), uno de los directivos de la editorial Random House le hizo firmar un con­trato sin precedentes: un anticipo de más de 1.000 dólares a cambio de su inconclusa primera novela, al que seguiría otro aún más sustancioso de la productora cinematográfica Twentieth Century Fox para ase­gurarse los derechos de adaptación al cine.
Los envidiables contratos firmados dispararon los rumores y las especulaciones acerca de su persona y su trayectoria anterior. Cuando apa­reció "Other voices, other rooms" (Otras voces, otros ámbitos), la solapa biográfica -com­puesta por él mismo- no contri­buyó demasiado a facilitar pistas sobre sus orígenes. Astuto y juguetón, y demostrando el especial talento para la autopromoción que caracterizaría su carrera, Capote resumió su vida en seis fantasiosas líneas, diciendo que había "escrito discursos para un político de tercera fila, trabajado como bai­larín en un restaurante flotante, amasado una pequeña for­tuna pintando flores en vidrieras, leído guiones para una pe­queña productora cinematográfica y estudiado la ciencia adivinatoria con la famosa Mrs. Acey Jones", solapa que pú­blico y crítica se tomaron absolutamente en serio, hasta el punto de que durante mucho tiempo tales invenciones fi­guraron en infinidad de notas periodísticas. A quienes más insistían, les contaba entonces que había nacido en Nueva Orleans el 30 de septiembre de 1924, que su madre había sido "la muchacha más atrac­tiva de Alabama", y que pasó buena parte de su infancia en el pueblo de Monroeville, en la vieja casa de unas tías. Hablaba poco de su padre natural, Aren Persons, y de su padre adoptivo, el cu­bano Joseph García Capote, y hasta muchos años después no reveló que el sonido primordial de su infancia fue el de una puerta al cerrarse, seguido del taconeo de su madre al partir, dejándole abandonado en una habitación de hotel mientras iba al encuentro de sus innumerables amantes.
Cualquier lector atento, sin embargo, hubiera percibido que en sus cuentos, como en su vida, había dos realidades radi­calmente opuestas: el lado de la luz, ejemplificado en cuen­tos como "A mink of one's own" (Mi visión del asunto), que la crítica calificó de "en­cantador, delicioso y sutilmente divertido", y el territorio de la sombra, poblado de criaturas tan inquietantes como la maléfica "Miriam" o los amenazantes protagonistas de "A tree of night" (Un árbol de noche), el relato que escribió en octubre de 1945, re­cién firmado el doble contrato.
En 1944, recién cumplidos los veinte años, había escrito más de cien páginas de una historia llamada "Summer crossing" (Crucero de verano), cuya protagonista era una jovencita de la Quinta Avenida que se quedaba sola en Nueva York durante un ve­rano mientras sus padres viajaban por Europa; una novela que abandonó por "inconsistente, artificiosa y poco auténtica" para dedicarse de lleno a la escritura de "Otras voces, otros ámbitos", la aventura iniciática de un muchacho que crece, solo y perdido, en una pequeña ciudad de Alabama, y cuya composición le llevó tres años hasta terminarla en "un pequeño cu­chitril en lo más perdido y oscuro de Brooklyn", donde aca­bó trasladándose para escapar de su madre, cada día más violenta y alcoholizada.
Precedido de una enorme expectación -los libreros co­menzaron a pedir el libro desde varios meses antes de su pu­blicación, y catorce editores europeos solicitaron derechos de traducción sin conocer del texto más que un breve resumen argumental- la novela salió al mercado en ene­ro de 1948, con una tirada de 10.000 ejemplares que al­gunos miembros de Random House cre­yeron excesiva. Sin embargo, en menos de tres meses se vendieron 30.000 ejempla­res, lo que supuso para Capote un in­greso de 20.000 dólares en concepto de derechos de autor.
Pese a las buenas ventas, las críticas de la mayor parte de los diarios neoyorquinos fueron brutales. Salvo el "Herald Tribune", que consideró el libro como "el mejor debut en la historia de la literatura norteamericana", los restantes críticos la calificaron de "inmadurez notoria", "lóbrego pozo de símbolos freudianos" y "mala copia de Carson McCullers".
Desde los más favorables hasta los más hostiles, los críticos dijeron que estaba influenciado por tres es­critores sureños William Faulkner (1897-1962), Carson McCullers (1917-1967) y Eudora Welty (1909-2001). Sin embargo, el propio Capote reconocía otras influencias mucho más amplias: Henry James (1843-1916), Mark Twain (1835-1910), Nathaniel Hawthorne (1804-1864) y los eu­ropeos Gustave Flaubert (1821-1880), Marcel Proust (1871-1922) y Guy de Maupassant (1850-1893) entre muchos otros.


En el momento en que su novela alcan­zaba el primer puesto en la lista de "best-sellers" -donde permane­cería por espacio de nueve se­manas-, Capote decidió viajar a Europa. Visitó Londres, París, Tánger, Venecia y acabó aposentándose en el sur de Italia. Mientras tanto volvió a la escritura de "Crucero de verano" para desecharla de nuevo, esta vez definitivamente, y en su lugar pro­metió a Random House una serie de artículos so­bre los lugares que había visitado. Durante su estancia en Europa, la editorial publicó, en febrero de 1949, una colec­ción de sus relatos bajo el título de "A tree of night and other stories" (Un árbol de noche y otras historias) y en septiembre de 1950 apareció "Local color" (Color local), una serie de estampas de Haití, Ischia, Tánger, España, París y Roma, completada con cua­tro textos sobre Hollywood, Nueva Orleans, Nueva York y su barrio de Brooklyn Heights que había escrito para las revistas "Vogue" y "Harper's Bazaar" en los días que precedieron al lanzamien­to de su primera novela.
Tras estas publicaciones, no tardaron en llegar otras. Pri­mero fue "The grass harp" (El ar­pa de hierba) en 1951, una novela breve que, a diferencia de lo sucedido con la anterior, los críticos trataron favorablemente de manera unánime. Por lo que respecta al favor del público, se vendieron casi 14.000 ejemplares ni bien apareció. Después le siguió el guión de la comedia musical "House of flowers" (La casa de las flores) presentada en Broadway con escasa fortuna en 1956.
Ese mismo año Capote se enteró de que la compañía Everyman Opera iba a representar "Porgy and Bess", de George Gerswhin (1898-1937), en Leningrado. Era la primera formación estadounidense que actuaba en la Unión Soviética desde la re­volución, aprovechando un momento de deshielo en la Guerra Fría. Intuyendo que la confrontación entre ambas culturas depararía un óptimo material para una serie de cró­nicas, ofreció sus servicios al "New Yorker", que rápidamente aceptó costear su viaje y estadía. De paso, el viaje le serviría para tratar de atenuar la depresión provocada por la muerte de su madre, Nina, que se había suicidado con barbitúricos mientras él se en­contraba en Italia escribiendo el guión de "Beat the devil" (La burla del diablo).
El resultado de la excursión fue "The muses are heard" (Se oyen las musas). Más que una crónica, el libro resultó ser una obra entretenida y divertida, narrando en primera persona un alcohólico viaje al fin de la noche moscovita. Situándose en el cen­tro de los acontecimientos, se adelantó en casi una década a las técnicas de lo que luego se conocería como "Nuevo Periodismo", y para la crítica se trató de "una bur­buja maliciosa, brillante y corrosiva". Tras aparecer en dos par­tes en el "New Yorker", fue publicado por Random House hacia fin del año 1956.
Un año después de su viaje a Rusia, intentó emprender una aventura similar en Japón. Durante 1957, la Warner iba a filmar en Kioto una superproducción dirigida por Joshua Logan (1908-1998), "Sayonara", con Marlon Brando (1924-2004) como protagonista principal. Ambientada en la guerra de Corea, el tema de la película aparecía interesante para un nuevo reportaje para el "New Yorker". Capote salió para Kioto con su nuevo proyecto: explorar las fronteras entre periodismo y literatu­ra en un reportaje a Marlon Brando.
"Yo sostenía -dijo- que un reportaje puede ser arte, igual que cualquier otra composición en prosa. Razoné de esta manera: ¿Cuál es el nivel más bajo del arte periodístico? La entrevista a un artista de cine. ¡Nada po­dría ser más banal!". Sin grabadora ni notas, logró que Brando le abriera su corazón y hablase sin parar durante cinco horas. "El se­creto del arte de entrevistar -prosiguió- es dejar que el otro crea que te está entrevistando a ti. Empiezas hablando de ti y lentamente vas tendiendo la tela de araña hasta que acaba correspondiendo y contándotelo todo". El perfil de Brando, "The Duke in his domain" (El Duque en su territorio), apare­ció en el "New Yorker" en noviembre de 1957 y todavía se uti­liza en las clases de periodismo de medio mundo como ejemplo del arte de la entrevista.


En 1958 llegó un nuevo éxito: la novela corta "Breakfast at Tiffany's" (Desayuno en Tiffany's), una de sus piezas más redondas, con la que cerra­ría, según sus palabras, su "segundo ciclo creativo". La novela se impuso con rapidez en el mercado cuando fue publicada en el otoño de 1958 en un volumen completado con los relatos "House of flowers" (La casa de las flores), "A diamond guitar" (Una gui­tarra de diamante) y "A Christmas memory" (Recuerdo navideño). El libro recibió un torrente de elogios, entre los que cabe destacar, por infrecuente, el de Norman Mailer (1923-2007): "Truman Capote es el mejor escritor de mi gene­ración; el que escribe las mejores frases, palabra por palabra, párrafo tras párrafo. Yo no tocaría ni una coma de 'Desayuno en Tíffany's', que se convertirá en un pequeño clásico".
De esa fecha data el plan general de "Answered prayers" (Plegarias aten­didas), la novela que arrastraría hasta su muerte, una "crónica proustiana, mi obra magna", de la que co­menzó a escribir algunas páginas hasta darse cuen­ta de que el "veneno de los hechos" imposibilitaba su regreso a la ficción. "Seguía buscan­do una nueva forma -reconoció en un reportaje-, algo a gran escala que tuviera la credibilidad de los hechos, la inmediatez del cine, la hondura y la libertad de la prosa y la precisión de la poesía. No podía permanecer quieto imaginando un relato. Había tantas cosas que sabía que podía indagar, tantos temas a descubrir. Los periódicos se me antojaban objetos vivos, y comprendí que mi faceta de novelista corría un te­rrible peligro. Aún no lo sabía con claridad, pero estaba a punto de comenzar el tercer acto de mi vida como escritor".
Ese tercer período comenzó exactamente el 16 de noviembre de 1959, cuando abrió el "New York Times" y halló una columna con este titular: "Rico agricultor y tres miembros de su familia asesinados". Estaba fechado en Holcomb, Kansas, y co­menzaba así: "Un rico agricultor, Herbert Clutter, su esposa Bonnie y dos de sus cuatro hijos, Nancy de 16, y Kenyon de 15, fueron encontrados hoy en su casa, muertos a tiros. Sus asesinos, que aún no han sido descubiertos, les dispararon a quemarropa después de haberlos atado y amordazado".
"Los escritores, cuando menos aque­llos que corren auténticos riesgos, que están dispuestos a jugarse el todo por el todo y llegar hasta el final -escribiría años después- tienen mucho en común con otra casta de hombres solitarios: los individuos que se ganan la vida ju­gando al billar y dando cartas. Mucha gente pensó que yo estaba loco por pasarme seis años vagando a través de las llanuras de Kansas; otros rechazaron de plano mi concep­ción de la 'novela real', declarándola indigna de un escri­tor serio. Fue como jugarse el resto al poker: durante seis exasperantes años estuve sin saber si tenía o no un libro. Fueron largos veranos y crudos inviernos, pero continué dan­do cartas, jugando mi mano lo mejor que sabía. Me llevó seis años escribir 'In cold blood' (A sangre fría) y otro año más recuperarme, si es que recuperarse es la palabra. No pasa un día sin que algún aspecto de esa experiencia no oscurezca mi mente".
Sin conocer a una sola persona del lugar, Capote viajó has­ta Holcomb. Su plan consistía en escribir una "novela real" con to­tal y absoluta objetividad, desterrando ahora la primera persona, convirtiéndose "en una mezcla de cámara y grabadora" para construir una "obra de arte li­bre de cualquier implicación emocional". Pero ignoraba por completo el pozo que iba a abrir­se bajo sus pies al llegar a Holcomb: "Si alguien me hubiera dicho lo que iba a encontrarme allí jamás hubiera tomado aquel tren".
Hasta entonces, los críticos le habían reprochado a Capote su tendencia a permanecer distante en sus cró­nicas periodísticas. Irónica­mente, el libro que más exento debía estar de cualquier implicación emocional habría de convertirse en una aventura existencial en la que no cabían la ironía, la frivolidad o la dis­tancia. El destino le reservaba un gol­pe insospechado: mediado el libro, la policía encontró a los asesinos y él encontró a su sombra. La aparición de Perry Smith le dio un giro a la novela y a su vida. No era un sim­ple asesino. Como él, había sufrido una infancia desgraciada y sin amor. Era su lado oscuro, la encarnación enloque­cida del dolor y la cólera acumulados. Era, descubrió, "lo que yo podía haber sido de haber embocado el camino erró­neo, la senda tenebrosa".


Capote comprendía el dolor de los Clutter, pero también el de los asesinos. La maquinaria judicial norteamericana añadió un nuevo hilo a la telaraña y proveyó el título del libro, su doble acepción: habían mata­do a sangre fría, y a sangre fría serían castigados. Dick y Perry -los asesinos- fueron condenados a la horca, pero su ejecución podía tar­dar años; años durante los que sufrieron algo peor que la pe­na capital: la espera en el "corredor de la muerte", dividi­dos entre el ilusorio anhelo de una revisión de condena y el deseo furioso de acabar de una vez. Capote quedó aprisionado con ellos en una telaraña: ansiaba desesperadamente que se publicara su libro, pero para ello era necesario que fueran ejecutados.
El trabajo había sido descomunal, agotador. Todo lo investigado ron­daba unas 6.000 páginas de notas, transcripciones de en­trevistas, conversaciones con psiquiatras, cartas, recortes de prensa e informes jurídicos, lo que quedó condensado en un volu­men de 343 páginas publicado por Random House en enero de 1966. Fue un éxito crítico y comercial instantáneo. En dos semanas se convirtió en el número uno de la lista de "best-sellers" y permaneció en su cima, imbatible, durante más de un año, generando cifras fabulosas. Al cabo de ese año se habían vendido 800.000 ejemplares en tapa dura y 2.500.000 en edición de bolsillo; había sido traducido a veinticinco idiomas y había reportado a su autor tres millones de dó­lares y medio millón más en concepto de derechos cine­matográficos.
A los ojos del mundo, 1966 había sido su año. Tenía cuarentiún años, era rico y famoso, uno de los escritores más impor­tantes del mundo. La crítica había sido unánime: "Una obra maestra absoluta, uno de los libros más influyentes de los años sesenta, que abre un sendero inexplorado". Pero pocos sabían que Capote estaba destrozado, cada vez más perdido en un laberinto de alcohol, drogas y fármacos. "Nadie sabrá nunca -confesaría en sus últimos años- lo que 'A sangre fría' se llevó de mí. Me chupó hasta la médula de los huesos. Creo que, en cierto modo, acabó conmigo. Antes de empezarlo yo era una persona bastante equilibrada. Luego no sé lo que me sucedió".
Cuando los asesinos le insis­tieron en que presenciase su ahorcamiento, creyó ser más fuerte de lo que era y que podría tolerarlo, pero no pudo. Aquel libro empezó a perturbar su vida. Leía y releía las cartas de Perry Smith, a quien veía co­mo una especie de hermano perdido, y secretamente se culpaba por su muerte. Luego, cuando le negaron el premio Pulitzer y el jurado del National Book Award declaró públicamente que el galardón "debía concederse a un libro menos co­mercial", se vino abajo. Consideró una mons­truosa injusticia que no le dieran esos premios y sus declaraciones de entonces tenían la furia de un niño herido, traicionado.
Decidió entonces retomar "Plegarias aten­didas". A poco de publicarse "A sangre fría" había firmado un contrato con Random House comprometiéndose a entre­gar el libro dos años más tarde, reci­biendo a cambio un anticipo de 250.000 dólares. En el mismo día había vendido los derechos de adaptación cinematográfica a la Fox por 550.000 dólares, pero cuando llegó la fecha no lo había terminado. Entregó a cambio un relato breve: "The Thanksgiving visitor" (El invitado del Día de Acción de Gracias), y solicitó una pró­rroga hasta mayo de 1969. En esa fecha el contrato ori­ginal fue susti­tuido por un contrato para tres libros, trasladando la fecha a enero de 1973 y aumentando sustancialmente el adelanto. Los de la Fox no fueron tan generosos, y en enero de 1971 se vio obligado a devolverles el anticipo. A mediados de 1973 se pospuso el plazo hasta enero de 1974, y seis meses más tarde volvió a modificarse hasta septiembre de 1977. En la primavera de 1980, un nuevo reajuste ponía como fecha lí­mite el 1 de marzo de 1981, subiendo la cantidad a un mi­llón de dólares, "pagadero a la entrega del manuscrito". Pero el manuscrito no llegaría nunca. "Ser buen escritor y permanecer arriba -dijo tras la pu­blicación de 'A sangre fría'- es un dificilísimo acto de equi­librio. No basta con el talento, hay que tener una tremenda capacidad de presencia. Lo único que puede destruir a un es­critor realmente fuerte y con talento es él mismo".
En 1973 apareció "The dogs bark" (Los perros ladran), una miscelánea cuyos textos habían sido escritos durante la década de los cincuenta. A finales de 1974, Capote le mostró al editor Joseph Fox (1926-1995) cuatro capítulos de "Plegarias atendidas". El primero de ellos "Mojave", terminaría apareciendo como un texto más de "Music for chameleons" (Música para camaleones) en 1980, aunque previamente apareció en el número de junio de 1975 de la revista "Esquire".
Otro de los capítulos "La cote basque" (Documento vasco) salió a la calle a mediados de octubre y armó un tremen­do escándalo. En el texto, Capote se encargó de despellejar -algunos reconocibles pero con nombre falso y otros con sus verdaderos nombres y apellidos- a la aristocracia neoyorquina sin piedad.
La reacción la resumió una viñeta de la portada de la revista "New York", en la que un caniche con los rasgos de Truman Capote irrumpía en una fiesta de etiqueta mostrando sus afilados dientes sobre la leyenda "Capote hites the hands thatfed him" (Capote muerde las manos que lo alimentan). En pocas semanas se le cerraron todas las puertas de la alta sociedad y hasta sus más antiguos amigos le dieron la es­palda. Capote, que siempre se había vanagloriado de controlar su imagen y su carrera, no logró sobreponerse y volvió a caer en un vértigo de alcohol y drogas. Muchos le dieron entonces por acabado. Aparecía borracho en la televisión, lanzaba bra­vatas paranoicas, incumplía compromiso tras compromiso y, lo más importante, parecía irremediablemente perdido para la literatura. Había alcanzado la cima con "A sangre fría" y, por consiguiente, sólo le quedaba el declive.


Sin embargo, en 1980, tras una brutal cura de desintoxicación, Capote se en­cerró en su departamento y en pocos meses completó los textos de "Música para camaleones", un libro admi­rable en el que figuran algunas de las piezas maestras de su producción, como "A beautiful child" (Una hermosa criatura), un extraordinario retrato de Marilyn Monroe (1926-1962); "A day's work" (Un día de trabajo), que narra el recorrido de Mary Sánchez, su mucama, por todas las casas que ha de limpiar a lo largo de un día, y una estremecedora novela corta titulada "Handcarved coffins" (Ataúdes tallados a mano). El libro vendió 85.000 ejemplares y permaneció dieciséis semanas en la lista de "best-sellers", pero los críticos recibieron aquellas espléndidas piezas como una colección despareja rescatada del fondo de los cajones, mientras terminaba "Plegarias atendidas", cu­yo secreto se llevaría a la tumba y sobre el que llovieron las más diversas especulaciones.
Por último, en 1982, dos años antes de su muerte, se publicó en una edición de lujo el que sería su último relato, "One Christmas" (Una Navidad), donde hablaba por pri­mera vez de su padre adoptivo, que en la narración -el pri­mer encuentro entre ambos, en Nueva Orleans- aparece tan desamparado y falto de amor como su propio hijo.
Truman Capote murió la tarde del 23 de agosto de 1984, un mes antes de cumplir sesenta años. La autopsia no reveló con claridad los motivos de su fallecimiento, aunque habló de "intoxicación múltiple con fármacos diversos".
Los archivos del escritor llenaban ocho grandes ca­jas. El material, examinado página a página y ca­talogado entre 1984 y 1985, consistía en originales manuscritos y primeros, segundos y terceros borradores escritos a máquina de varios rela­tos y novelas; las galeradas de "A sangre fría"; algunos dibujos; muchos recortes de periódicos; cua­dernos con entrevistas; ejem­plares y galeradas de sus trabajos en diversas revistas -"Esquire", "Mademoiselle", "McCalls", etcétera-; media docena de car­tas personales y unas cuantas páginas de las primeras notas de "Plegarias atendidas". Ni rastro de los capítulos restantes. Para algunos amigos, los destruyó convencido de que jamás llegaría a alcanzar la meta que se había propuesto. En 1987, Random House dio a conocer los capítulos que ha­bían aparecido en "Esquire": un libro de 180 páginas titulado "Answered prayers: the unfinished novel" (Plegarias atendidas: la novela inconclusa).