13 de marzo de 2008

América Latina: una lejana visión del materialismo histórico


América Latina rara vez fue objeto de atención por parte de Karl Marx​​ (1818-1883) y Friedrich Engels (1820-1895). Para la conciencia europea del siglo XIX, esta región del mundo era casi una tierra desconocida, y sólo grandes acontecimientos como la lucha por la independencia hispanoamericana, la guerra de México o la intervención anglo-franco-española contra ese mismo país, obligaron a algunos estudiosos y políticos del Viejo Mundo a recordar que el término América no siempre era un sinónimo de Estados Unidos.
Pese a su talento y a sus intereses poco menos que enciclopédicos, Marx y Engels no fueron en ese aspecto una excepción. Los textos suyos referidos directa o indirectamente a América Latina, aunque más abundantes de lo que generalmente se supone, representan una parte muy pequeña de su obra total. La filosofía alemana, la economía política inglesa y el socialismo francés, vale decir lo que el principal dirigente de la Revolución de Octubre Vladimir Lenin (1870-1924) llamó con acierto las “tres fuentes del marxismo”, se fusionaron en lo que a América se refiere, menos felizmente, más conflictiva y trabajosamente que en otras esferas del ideario de Marx.
En 1975, el investigador uruguayo Pedro Scarón (1941) reunió una cantidad de textos y fragmentos de la obra de Karl Marx y Friedrich Engels en “Materiales para la historia de América Latina”, en el que es posible reconocer varias etapas en el desarrollo del pensamiento de los filósofos alemanes sobre el problema nacional, y en particular sobre la expansión de los grandes países del Occidente europeo a expensas del mundo extraeuropeo.


Una primera, con fecha de comienzo aproximada en 1847 y que se cierra con el término de la guerra de Crimea en 1856, se caracterizó por el repudio moral a las atrocidades del colonialismo combinado con la más o menos velada justificación teórica del mismo. Los famosos artículos sobre la dominación británica en la India enunciaban notablemente esta posición, reseñada así por el propio Marx en una carta del 14 de junio de 1853 a Engels: “He proseguido esta guerra oculta (a favor de la centralización) en mi primer artículo sobre la India, en el que se presenta como revolucionaria la destrucción de la industria vernácula por Inglaterra. Esto les resultará muy chocante (a los editorialistas de ‘The New York Daily Tribune’, el periódico norteamericano en el que colaboraba Marx). Por lo demás, la administración británica en la India, en su conjunto, era cochina y sigue siéndolo hasta el presente”. A juicio de Marx y Engels el capitalismo desarrollado de países como Inglaterra ejercía una influencia civilizadora sobre los países bárbaros, aún no capitalistas; los sacaba de su quietud para arrojarlos violentamente a la senda del progreso histórico. Las consecuencias devastadoras de la libre competencia a escala mundial eran tan positivas como las que resultaban de aquélla en el interior de un país capitalista cualquiera. La libertad comercial aceleraba la revolución social.
Era natural, entonces, que Marx, “solamente en ese sentido revolucionario”, se pronunciara en esa época a favor del libre cambio. Todavía a fines del decenio de 1850 Marx se burlaba del proteccionista norteamericano Henry Carey (1793-1879) porque éste, aunque consideraba armónico el aniquilamiento de la producción patriarcal por la industrial dentro de un país determinado, tenía por inarmónico el que la gran industria inglesa disolviera las formas patriarcales o pequeñoburguesas de la producción nacional de otros países.


Dentro de la misma Europa, determinadas naciones eran para Marx y Engels las portadoras del progreso histórico, mientras que las demás no tenían otra misión que la de dejarse absorber por sus vecinos más poderosos. A la pregunta de si esta postura no contradecía la exigencia internacionalista formulada en el “Manifest der Kommunistischen Partei” (Manifiesto del Partido Comunista), aquella consigna que demandaba la unidad de los proletarios de todos los países, excluyendo implícitamente las rivalidades nacionales entre ellos, Marx y Engels, muy posiblemente, habrían respondido que la pregunta estaba mal planteada: aquella consigna sólo podía tener validez para las relaciones entre países donde hubiera proletarios. “En todos los países civilizados el movimiento democrático aspira en última instancia a la dominación política por el proletariado. Presupone, por ende que exista un proletariado; que exista una burguesía dominante; que exista una industria que produzca al proletariado y que haya vuelto dominante a la burguesía. De todo esto no encontramos nada en Noruega ni en la Suiza de los primitivos cantones”. En principio, entonces, pretender aplicar a la guerra entre Estados Unidos y México los principios de lo que después se llamó internacionalismo proletario, habría sido visto por Marx y Engels como el colmo de la desubicación histórica.
Hacia 1856 se abrió una nueva etapa en el pensamiento de Marx y Engels sobre el problema nacional y colonial, la que duró aproximadamente hasta la fundación en Londres de la Asociación Internacional de los Trabajadores (AIT) o Primera Internacional en 1864. Se trató de una fase de transición en la que Marx y Engels no revisaron claramente sus concepciones teóricas sobre la relación entre las grandes potencias europeas y el mundo colonial o semicolonial, aunque en sus escritos acerca del tema, el aspecto que prevalece -en la mayor parte de los casos- es la denuncia de los atropellos de aquellas potencias y la reivindicación del derecho que asistía a chinos, indios, etc., de resistir contra los agresores u ocupantes extranjeros.
Los límites del tercer período se pueden fijar entre 1864 y la muerte de Marx. Si desde cierto punto de vista es exacto que Marx fue uno de los principales fundadores de la Internacional, no menos cierto es que ésta contribuyó a desarrollar el internacionalismo de Marx, a liberarlo de elementos contradictorios de ese internacionalismo. Es notable, en este período, el cambio de posición de Marx con respecto a la cuestión irlandesa. Mientras que en 1848 Marx hacía suya la ambigua consigna de establecer una firme alianza entre los pueblos de Irlanda y Gran Bretaña, en cartas de noviembre de 1867 le escribió a Engels: “Antes consideraba imposible la separación entre Irlanda e Inglaterra. Ahora la considero inevitable, si bien después de la separación puede establecerse una federación”. La unión de 1801 entre Inglaterra e Irlanda, al dejar sin efecto las tarifas protectoras establecidas por el parlamento irlandés, destruyó toda vida industrial en Irlanda. El librecambista de 1848, en 1867 era un lúcido expositor de la necesidad de que países como Irlanda defendieran de la competencia británica -erigiendo barreras protectoras- sus incipientes industrias.


No menos profunda es la evolución del pensamiento de Marx, durante el período, con respecto a la India, momento en el cual, el autor de “Das kapital” (El capital) se aproximó a la noción del subdesarrollo. Muy lejos quedó la tesis según la cual el capitalismo inglés engendraría la industria moderna en su inmensa colonia asiática: “Más que la historia de cualquier otro pueblo, la administración inglesa en la India ofrece una serie de experimentos económicos fallidos y realmente descabellados (en la práctica, infames). En Bengala crearon una caricatura de la gran propiedad rural inglesa; en la India Sudoriental, una caricatura de la propiedad parcelaria; en el Noroeste, en la medida en que les fue posible, transformaron la comunidad económica india, con su propiedad comunal de la tierra, en una caricatura de sí misma”.
El apoyo de Marx a la rebelión de los indios ya no fue, en esos años, de índole fundamentalmente moral. Diversos textos sugieren que Marx se persuadió de la incapacidad de Inglaterra para cumplir en la India con la segunda fase de la doble misión que le había asignado en los artículos de 1853, aquellos de “sentar los fundamentos materiales de la sociedad occidental en Asia”.
A fines de este período, meses antes de la muerte de Marx, Engels realizó una importantísima contribución teórica al definir, respondiendo a consultas del líder socialdemócrata alemán Karl Kautsky (1854-1938), la política que a su juicio debía mantener, en sus relaciones con el mundo colonial, el proletariado victorioso. Partiendo de la tesis de que la revolución socialista sería llevada a cabo por la clase obrera de los países europeos más adelantados (y por la de los Estados Unidos), Engels estableció que el proletariado se haría cargo provisionalmente de las colonias pobladas por indígenas, a las que habría de conducir, lo más rápidamente posible, a la independencia.
Sin embargo en 1866, en una serie de artículos escritos a solicitud de Marx, Engels seguía negando a los -por él denominados- residuos de pueblos (servios, checos y rumanos) el derecho a una existencia nacional independiente, a la que sí eran acreedores los grandes pueblos dotados de “fuerza vital”. En los años siguientes, la militancia en la Internacional y en el movimiento socialista europeo hizo que pronunciamientos de este tipo se volviesen cada vez menos publicables, por lo que se los relegó a lo que Marx denominaba el “lenguaje brutal de las cartas”. Todavía en 1882, en correspondencia con el socialdemócrata revisionista alemán Eduard Bernstein (1850-1932), Engels reiteró su actitud de 1849 respecto a los eslavos de los Balcanes, “doscientos nobles pueblos de bandoleros”, “pintorescas nacioncitas” aliadas del zar y a las cuales únicamente después de la caída de éste se les podría conceder la independencia, aunque nunca, por ejemplo, el derecho de que impidieran “la extensión de la red ferroviaria europea hasta Constantinopla”.


La cuarta etapa la constituyen los años que van de la muerte de Marx a la de Engels. Aunque en aspectos particulares éste desarrolla con acierto conceptos suyos o de Marx sobre el problema nacional, en general fue ésta una fase de estancamiento, cuando no de involución. El mundo que quedaba más allá de Europa y de los Estados Unidos despertaba cada vez menos el interés del viejo militante y su actitud ante los problemas europeos presentó notorias afinidades con la posición “patriótica” que, ante la Primera Guerra Mundial, adoptó la socialdemocracia alemana.
En 1891, cuando parecía inminente el estallido de una contienda bélica entre Alemania, por un lado, y Rusia y Francia por el otro, Engels aseguró al fundador del Partido Socialdemócrata alemán August Bebel (1840-1913) que si Alemania era atacada “todo medio de defensa es bueno”: ellos deben “lanzarse contra los rusos y sus aliados, sean quienes sean”. Podría ocurrir, incluso, sostiene Engels, que en ese caso “nosotros seamos el único partido belicista verdadero y decidido”.
Los cuatro períodos descriptos se ajustan -en líneas generales- a los textos de Marx y Engels sobre América Latina, y particularmente en lo tocante a las dos primeras etapas. Los textos clásicos del marxismo pasaron de un respaldo categórico y entusiasta a la expansión norteamericana en la etapa entre 1847 y 1856, a la crítica de la misma en el período que va, más o menos, de 1856 a 1864. En 1861 y años siguientes Marx se opuso resueltamente a la intervención anglo-franco-española en México, pero no dejó de ser significativo que el fundamento exclusivo de sus críticas a los intervencionistas fuera tan poco “marxista”. Los interesantes artículos de Marx en defensa de México podrían haber sido firmados por más de un burgués honesto, hostil a la política pirata del Ministro de Guerra británico Henry Temple de Palmerston (1784-1865) o a la del Emperador francés Carlos Luis Napoleón Bonaparte (1808-1873).
Como quiera que haya sido, vale la aclaración hecha por el investigador argentino
Juan Dal Maso (1977) en “Marx y el problema de la periferia”: “Marx no defiende el orden colonial. Sí piensa que la penetración británica introduce los elementos de producción capitalista, como una premisa necesaria para la futura emancipación de las masas, pero al mismo tiempo denuncia el orden colonial británico como un sistema de expoliación y defiende el derecho de los indios a expulsar a los británicos”.
Insuficientemente representada, en cambio, está la etapa ubicada entre la fundación de la Internacional y la muerte de Marx. No hubo análisis de la claridad y contundencia alcanzados por algunos de los que en esa misma época Marx dedicó a Irlanda y a la India. Los textos “latinoamericanos” escritos por el viejo Engels en sus doce últimos años de vida, aunque interesantes, tampoco caracterizaron suficientemente la evolución experimentada, en ese período, por sus ideas sobre el problema nacional.


Párrafo aparte merece el artículo sobre Bolívar escrito por Marx en 1858. El más grande de los teóricos europeos del siglo XIX compuso una biografía de la más relevante figura latinoamericana de esa centuria, pero el resultado no fue todo lo importante que pudo ser. Aunque por esa fecha Marx evolucionó hacia posiciones diferentes, compartía aún el juicio pesimista de su maestro Hegel sobre América Latina, además de otros elementos que gravitaron también en sentido negativo. La afición de Simón Bolívar (1783-1830) por la pompa, los arcos triunfales, las proclamas, así como el naciente culto a la personalidad del libertador de gran parte de América del Sur, pudieron haber inducido a Marx a ver en aquél una especie de Napoleón III anticipado, esto es, alarmantes similitudes con un personaje que despertaba en Marx el más abismal y justificado de los desprecios.
Aunque no consta que alguna vez haya comparado a Luis Bonaparte con el general y político sudamericano, se sabe en cambio que los comparó -por separado- al despótico, cruel y megalómano emperador haitiano Faustin Élie Soulouque (1782-1873). Lo curioso es que Marx -cuya información sobre Bolívar era insuficiente, pero no tan pobre como suele creerse- en su ensayo biográfico dejó de lado temas que, de no encontrarse tan entregado a la tarea de demoler la figura del Libertador, tendrían que haberle interesado vivamente.
En las “Memories of general Miller in the service of the Republic of Peru” (Memorias del general Miller al servicio de la República del Perú) escritas por el general emancipacionista William Miller (1795-1861), sin duda la mejor de las fuentes por él consultadas, aparecen escasas pero sugerentes referencias a la actitud de las clases sociales latinoamericanas ante la guerra independentista, a la situación de los indios y el alcance de la abolición bolivariana del pongo (esclavitud en las haciendas) y de la mita (trabajo obligatorio en las minas), y al proyecto de Bolívar de vender las minas del Bajo y el Alto Perú a capitalistas ingleses (proyecto resistido por las clases altas, partidarias de que las minas se cedieran gratuitamente). Pero de esos y otros temas, cuyo tratamiento por Marx hubiese podido ser muy valioso, no se encuentran huellas en la biografía de Bolívar, centrada en la historia militar y política del prócer venezolano. De todas maneras, el extenso artículo tiene relevancia, más que como biografía bolivariana, como documento para el estudio de Marx.
“A Marx, como pensador -decía Ernesto Che Guevara (1928-1967) en sus ‘Notas para el estudio de la ideología de la Revolución Cubana’-, como investigador de las doctrinas sociales y del sistema capitalista que le tocó vivir, pueden, evidentemente, objetársele ciertas incorrecciones. Nosotros, los latinoamericanos, podemos, por ejemplo, no estar de acuerdo con su interpretación de Bolívar o con el análisis que hicieran Engels y él de los mexicanos, dando por sentadas incluso ciertas teorías de las razas o las nacionalidades inadmisibles hoy. Pero los grandes hombres descubridores de verdades luminosas, viven a pesar de sus pequeñas faltas, y estas sirven solamente para demostrarnos que son humanos, es decir, seres que pueden incurrir en errores, aun con la clara conciencia de la altura alcanzada por estos gigantes del pensamiento”.
Resulta evidente que el legado teórico y político de Marx genera amores y odios, pero nunca indiferencia. Más allá de las objeciones que se le hacen en cuanto a haber sido eurocentrista, economicista y obrerista -basadas muchas veces en reduccionismos y academicismos-, su influencia resulta incuestionable.