25 de diciembre de 2021

René Descartes y la duda metódica

Pocas veces, como en el caso de Descartes, la imagen de su personalidad y su biografía han sido tan dosificadas por una tradición académica, que ha hecho de él el retrato del filósofo encerrado en su gabinete, al lado de la estufa, meditando y construyendo el mundo desde la pura introspección. De este modo, el pensamiento cartesiano (de "Cartesius", forma latinizada de Descartes) aparece como inicio del racionalismo moderno, reafirmando, al mismo tiempo, la supuesta autonomía del quehacer filosófico, respecto del contexto histórico-político en el que se produce. Sin embargo, la trayectoria vital de este hijo de una familia de la pequeña nobleza provinciana francesa, está íntimamente vinculada a acontecimientos y situaciones decisivas en la historia de Europa, que representan el telón de fondo al que apuntan, ocasional pero no casualmente, hechos e ideas de la biografía de Descartes.
René Descartes vino al mundo en La Haye, pequeña ciudad de la región de Tours (hoy conocida como La Haye-Descartes), el 31 de marzo de 1596. Nacido en el seno de una familia de la pequeña burguesía (su padre era consejero en el Parlamento de Bretaña), tras la prematura muerte de su madre fue criado por su abuela. A los 10 años ingresó en el colegio de La Fleche, dirigido por los jesuitas y allí estudió hasta los 18 años recibiendo una educación netamente escolástica que no dejaría de criticar el resto de su vida dada su falencia en cuanto a proporcionar herramientas para buscar y pensar nuevos modos de entender el mundo. No obstante ello, recibió una destacada formación en matemáticas, lo que indudablemente le ayudó a determinar la orientación de su pensamiento filosófico. Para algunos autores, el joven Descartes fue uno de los llamados “libertinos eruditos”, un grupo de intelectuales que reflexionaban en contra de la moral cristiana que imperaba en la Europa del siglo XVII.
Los años posteriores a su salida de La Fleche, en 1614, representaron para Descartes el complemento normal en la formación de un hijo de familia acomodada: vida social en París, práctica de equitación y esgrima y, en contra de la opinión familiar, después de haber obtenido la licenciatura en Derecho en la universidad de Poitiers en 1616, decidió seguir la carrera militar en 1618, incorporándose en Holanda como voluntario en la Escuela de Guerra de Maurice de Nassau (1567-1625), el antiguo capitán general de los Países Bajos y estatúder -director de las campañas militares-, por entonces Príncipe de Orange y Barón de Breda.
Lo movía el deseo de viajar, conocer las cortes, frecuentar personas de humores y condiciones diversas y recoger nuevas experiencias. Este deseo de conocer mundo lo llevó a Alemania donde, después de haber asistido a la coronación del emperador Fernando II de Habsburgo (1578-1637), se alistó en el ejército. Estando en un cuartel en Ulm, en la noche del 10 de noviembre de 1619 descubrió, según su propio relato, “los fundamentos de una ciencia maravillosa”. Fue porque creyó tener una especie de revelación o descubrimiento que lo orientaría hacia la actividad filosófica: intuyó, más o menos repentinamente, que el método matemático podía ser generalizado y puesto como modelo de toda reflexión e investigación. Decidió entonces abandonar el ejército e iniciar un largo viaje por Europa visitando Bohemia, Hungría, Holanda, Alemania e Italia.


En 1625, de vuelta en París, vendió todas sus posesiones para asegurarse una vida independiente y se relacionó con la mayoría de los científicos de la época. Sin embargo no encontró el ambiente adecuado para su actividad reflexiva. Sabía, por lo que les había sucedido a muchos de sus colegas que se animaron a desafiar lo naturalmente dado por la Iglesia, que sus ideas y textos -que ya había comenzado a escribir- podrían despertar la ira de la inquisición cristiana. Por esa razón decidió en 1628, tras una breve estadía en la región de Bretaña, instalarse en Holanda, donde vivió hasta 1649 cambiando de residencia con cierta frecuencia, en función de las presiones de las autoridades municipales o a la búsqueda de una mayor tranquilidad para su actividad científico-filosófica. A lo largo de estos años, su vida fue de una gran regularidad: se levantaba tarde, pues se acostumbró a desarrollar sus reflexiones por la mañana, en la cama; comía al mediodía y después de comer se dedicaba a la jardinería o a la disección. Luego se ponía a trabajar hasta avanzada la noche.
Los primeros años los dedicó principalmente a elaborar su propio sistema del mundo y su concepción del hombre y del cuerpo humano. Influenciado por las lecturas de los matemáticos Johann Faulhaber (1580-1635) y Marin Mersenne (1588-1648), del científico Isaac Beeckman 1588-1637) y de los astrónomos Nicolás Copérnico (1473-1543) y Martin van den Hove (1605-1639), escribió sus primeros ensayos: “De homine” (Tratado del hombre) y “Regulae ad directionem ingenii” (Reglas para la dirección del espíritu). Cuando estaba a punto de completar “Le monde ou Le traité de la lumière” (El mundo o Tratado de la luz), al enterarse de la condena del astrónomo italiano Galileo Galilei (1564-1642) por parte del Santo Oficio de Roma en 1633, renunció a la publicación de su obra, lo que ocurriría póstumamente. En esas obras ya esbozó los puntos esenciales de su método deductivo de razonamiento, esencialmente matemático, proponiendo como ciencia ideal aquella basada en la intuición, la deducción, la enumeración y la memoria de todos los pasos dados.
En 1637, escrito en francés, apareció en Leiden su famoso “Discours de la methode” (Discurso del método), presentado como prólogo a tres ensayos científicos: “La dioptrique” (La dióptrica), “Les météores” (Los meteoros) y “La géométrie” (La geometría). En esta obra propuso una duda metódica que sometiese a juicio todos los conocimientos de la época, aunque, a diferencia de los escépticos, la suya era una duda orientada a la búsqueda de principios sobre los cuales cimentar sólidamente el saber. Este principio lo halló en la existencia de la propia conciencia que duda, en su famosa formulación “pienso, luego existo”.
“Como deseaba dedicarme exclusivamente a la investigación de la verdad -escribió-, pensé que debía rechazar como absolutamente falso todo aquello en lo que pudiera imaginar la menor duda, para ver si después de esto no quedaba algo en mis creencias que fuese enteramente indudable. (…) Estoy seguro al menos de que existo y de que existo como algo que piensa. Esto que soy no es el cuerpo, sino una sustancia cuya esencia consiste en pensar”.


La publicación de esta obra logró que, por un lado, ganase fama entre numerosos científicos y filósofos pero, por otro lado, arreciaron las críticas y la oposición a su filosofía. El filósofo británico Thomas Hobbes (1588-1679), por ejemplo, si bien compartió con Descartes la idea de hacer del sujeto el punto de partida de la reflexión epistemológica, la de considerar que los contenidos mentales son el origen del conocimiento, y la de la aceptación de las matemáticas como modelo de la filosofía, en ningún momento se sintió interesado por el problema del escepticismo ya que no lo consideraba como algo filosóficamente relevante.
Mucho más espinosas fueron las posturas adoptadas por el profesor de Matemáticas en el Colegio de Clermont de Paris, el jesuita Pierre Bourdin (1595-1653), quien instó a que se considerase como un delito la aceptación de la teoría de Descartes, y la de Gijsbert Voet (1589-1676), rector de la Universidad de Utrecht en Holanda, quien lo acusó oficialmente por ateísmo y prohibió sus textos en la institución ya que el Dios cuya existencia decía probar en su ensayo, no se identificaba con el Dios bíblico.
Debido a esta situación Descartes comenzó a mostrarse muy cauteloso en sus escritos y, en la correspondencia con sus amigos, les recomienda discreción e incluso que quemen sus obras para evitar un posible encarcelamiento o la muerte. Su deseo no era enfrentarse con la Iglesia Católica, de la que se sentía un miembro fiel. Pensaba que el conflicto entre ciencia y religión no era más que un malentendido y esperaba que se resolviese con prontitud para poder publicar sus obras sin controversias. No obstante, al observar la irritación de los conservadores, temió ser asesinado por algún fanático de la ortodoxia, por lo que, para mantener su privacidad y desorientar a sus enemigos, en el tiempo que residió en Holanda vivió en al menos trece ciudades distintas.
Durante ese período siguió escribiendo y durante los años siguientes fueron apareciendo “Méditations métaphysiques” (Meditaciones metafísicas, 1641), “Les principes de la philosophie” (Los principios de la filosofía, 1644) y “Les passions de l'ame” (Las pasiones del alma, 1649). En todas ellas, al igual que en las anteriores, Descartes se esmeró en explicar cómo interactúan en el hombre el cuerpo y el alma. Para él, la interacción entre ambos estaba en el cerebro, más concretamente en la glándula pineal, calificando al cuerpo como algo material y la mente-alma como algo inmaterial.
A pesar de su relativo aislamiento, mantuvo una abundante correspondencia con personalidades de su época, entre las que se destaca la que le tuvo vinculado con la princesa Isabel Estuardo de Bohemia (1596-1662) y, en los últimos años, con la reina Cristina de Suecia (1626-1689), quien le invitó a la corte de Eslocolmo para trabajar como filósofo residente y tutor de la propia soberana. Descartes llegó a la corte sueca en el mes de octubre de 1649. Allí murió de una neumonía el 11 de febrero de 1650 con 53 años de edad. Algo más de una década más tarde, en 1663, la Iglesia Católica añadió sus obras al Index librorum prohibitorum (Índice de libros prohibidos), lista en la que permanecería hasta su supresión en 1966.


En 1676 se exhumaron sus restos y fueron puestos en un ataúd de cobre para trasladarlos a París. Allí fueron sepultados en la iglesia de Ste. Geneviéve du Mont hasta que fueron removidos nuevamente durante la Revolución Francesa y llevados al Panthéon, la basílica dedicada a los pensadores y escritores de la nación francesa. En 1819, por fin, los restos de René Descartes fueron llevados a la abadía de St. Germain des Prés, donde se hallan actualmente.
En 1980, un médico alemán encontró en la Universidad de Leyden una carta del médico de la corte sueca que atendió a Descartes en su lecho de muerte, el holandés Johann Van Wullen (1585-1640), en la que describía detalles de la agonía. En ella se describen síntomas de náuseas, vómitos y escalofríos que no son propios de una neumonía sino más bien de un envenenamiento por arsénico. Las dudas cartesianas perduran aún después de más de tres siglos y medio de su muerte.