23 de diciembre de 2007

Los cuatro grandes de Hollywood acaparan el negocio

Con justificada razón, se ha dicho que los años de la década del veinte, fueron el momento en que algunos sectores de las clases opresoras, atemorizados por el cre­ciente movimiento de masas en Europa y América, comenzaron a abandonar las for­mas pacíficas, ordenadas y legalistas de dominación para adoptar otros métodos. El cine, por supuesto, no estuvo ajeno a esta realidad histórica. Elaboró un lenguaje nuevo, expresado por las imágenes en movimiento con múltiples efectos técnicos y psicoló­gicos y se constituyó en una industria poderosa, que al expandirse mostró formas inéditas de comunicación.
En 1921, la vanguardia fílmica europea intentaba de­sarrollarse. Sin embargo, la situación imperante en el continente no permitía sonreír a los productores ni a los direc­tores y tampoco a los artistas. Resultaba una ardua tarea enfrentarse a la competen­cia norteamericana que avanzaba sin tregua, con una producción en costante au­mento. A ello se le sumaban múltiples dificultades internas, entre ellas en Francia -por ejemplo- las compañías cinematográficas Phaté Fréres del director y productor Charles Pathé (1863-1957) y Gaumont del ingeniero e inventor Léon Gaumont (1864-1946) disminuían su área de trabajo, directamente afectadas por el boom de las realizaciones estadounidenses. Existía entonces una verdad irrefutable: los países de Europa occidental perdían gran parte de sus mercados internacio­nales y temían que pronto fuera sólo un buen recuerdo en el tiempo cuando las películas de ese origen señalaban cami­nos brillantes a la cinematografía mun­dial.
Testigo insoslayable de esa época, el cine siguió ade­lante: entre los films franceses memorables se pueden citar "Fièvre" (Fiebre, 1921) y "La femme de nulle part" (La mujer de ninguna parte, 1922) de Louis Delluc (1890-1924); "El Dorado" (1921) y "Villa destin" (Villa Destino, 1921) de Marcel L'Herbier (1888-1979); "L´Atlantide" (La Atlántida, 1921) de Jacques Feyder (1888-1948); "La Terre" (La Tierra, 1921) y "L'arlésienne" (La arlesiana, 1922) del injustamente relegado por algunos histo­riadores, André Antoine (1858-1943).
A pesar de los exitosos filmes "Za la Mort" (1915) y su saga "Za la mort contro Za la mort" (1921) de Emilio Ghione (1872-1930), el primer antepasado de las películas epi­sódicas y seriales, Italia distraía su aten­ción del cine para concentrarse en la prédica amenazante del Duce Benito Mussolini (1883-1945), que el 28 de octubre de 1922 marchaba sobre Ro­ma al frente de los "fasci italiani di combattimento" para asumir el gobierno, en una dictadura que supe­raría los veinte años de agitados eventos.Hubo otros países menos afectados por el vendaval de Hollywood. Uno de ellos era Alemania donde se rodaron en el bienio 1921/22 alrededor de 1.000 pe­lículas. Olvidadas la mayoría, no se debe soslayar "Der dummkopf" (El idiota, 1920) de Lupu Pick (1886-1931), ni tampoco "Hintertreppe" (La escalera de servicio, 1921) de Leopold Jessner (1878-1945). Pero el film clave de 1921 fue "Der müde tod" (Las tres luces) de Fritz Lang (1890-1976), con la colaboración de su esposa, Thea von Harbou (1888-1954).La aparición de esta mujer en el panorama fílmico germano significó un notable aporte a la realización cinematográfica, por lo menos hasta que decidió unirse al nazismo unos diez años más tarde. Dejando de lado este aspecto, su innegable talento se demostró en los sucesivos ar­gumentos que aportó a Lang. Con él, la escuela expresionista entró en una gran etapa.En Gran Bretaña, el cine se inició con las obras de Charles Urban (1867-1942), Robert William Paul (1869-1943), Cecil Hepworth (1874-1953), James Williamson (1855-1933) y otros pioneros. Lamentablemente, tras un período próspero, la Primera Guerra Mundial de­tuvo las filmaciones orientándolas hacia la causa bélica, con ejemplos como "Broken in the wars" (Los refugiados, 1918) de Hepworth y "A munition girl's romance" (La novela de una cantinera, 1919), de Violet Hopson (1887-1944). Después Maurice Elvey (1887-1964) rodó una versión de "Adventures of Sherlock Holmes" (Las aventuras de Sherlock Holmes, 1921) mientras Harold Shaw (1877-1926) filmaba "The woman of his dream" (La mujer de sus sueños, 1921). Superando sus propios records pro­ductivos, Hollywood -que ya era llamada la Me­ca del Cine-lanzó al mercado interna­cional, cerca de 850 films en 1921. Era la explosión colosal de un mecanismo mercantilista que no sólo incluía al cine como espectáculo en su inmensa red sino que también lo utilizaba como arma efectiva para su avance eco­nómico-político sobre el mundo.El lema de los "Cuatro Grandes" (Paramount, Fox, Metro-Goldwyn-Meyer y Warner Bros.) fue "la empresa devora a la empresa". Un slogan feroz cuya base era la competencia sin cuartel por razo­nes financieras y no por la calidad de sus películas.La cinematografía se contaba ya entre las cinco principales industrias de Estados Unidos. Tras los ágiles saltos de Douglas Fairbanks (1883-1929), los ardientes amores de Gloria Swanson (1897-1983) y el candor de Mary Pickford (1892-1979), se detectaban las influencias directas de los Bancos y los Trusts financieros, dirigidos por los magnates Jack P. Morgan (1867-1943) y John D. Rockefeller (1839-1937). En el año 1921 los exhibidores independientes se agruparon en la First National Exhibition Circuit, iniciando un lógico contrapeso al monopolio de los "Big Four". No resultó sorpresiva entonces, la designación por el presidente Warren Harding (1865-1923), del hasta ese momento Mi­nistro de Correos William H. Hays (1879-1954), en el todopoderoso cargo de presidente de la Motion Pictures Produciers of America, con un sueldo de 100.000 dólares mensuales. Hays, un característico representante de los círculos puritanos, llevó a la práctica una teoría personal según la cual "el cine es esencialmente un catá­logo animado de la producción america­na y representa el trabajo de 100.000 empleados", ejerciendo con fruición su tarea de censor y guardián de las buenas costumbres.También adquirió los derechos para exhibir las mejores películas extranjeras y las hizo proyectar regularmente en los circuitos de cuarta categoría. Pero su tarea principal estuvo centralizada en la creación de un "terror blanco": dis­poniendo de un ejército de policías y es­pías a sueldo, persiguió sin tregua a los "rebeldes" con su fatalmente famoso Código del Pu­dor. Con ese muestrario de hipocresía incrementó sagazmente los bajos instintos del norteamericano medio, descriptos a fondo por el novelista Sin­clair Lewis (1885-1951) en su magistral novela "Babbitt" de 1922. Despuntaban los años locos, caracterizados por las "flappers" (las mujeres que usaban minifaldas, lucían el cabello corto, escuchaban jazz, usaban excesivo maquillaje, bebían licores fuertes y fumaban) y los "gangsters" (mafiosos y asesinos a sueldo), pero Hollywood aparentaba ignorar la corrupción y las ca­lamidades públicas y privadas. Miles de metros de película fotogra­fiaban sin cesar el rostro de un Estados Unidos feliz y progresista. Cargados de hé­roes de sonrisa perenne y heroínas de belleza irresistible, los films crearon una mitología popular que ha perdurado hasta hoy. Así aparecieron la Swanson y Thomas Meigham (1879-1936) en "Male and female" (Macho y hembra, 1919) de Cecil B. DeMille (1881-1959) y el "latin lover" Rodolfo Valentino (1895-1926), debutante en una producción de la Me­tro-Goldwyn-Mayer de 1921 basado en la novela del español Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), "Los cuatro jine­tes del Apocalipsis", que dirigió Rex In­gram (1895-1969). Con "The sheik" (El sheik, 1921) dirigida por George Melford (1877-1961) y "Blood and sand" (Sangre y are­na, 1922), dirigida por Fred Niblo (1874-1948), el amado "Ruddy" renovó la admiración extasiada de la multitud femenina, en una expresión vulgar de adoración mundana in­flado por la publicidad de la Metro, en un culto ramplón y absur­do. Entre tanto celuloide para consu­mo masivo, se destacaron algunos pocos títulos rescatables: "The kid" (El pibe, 1921) y "Pay day" (Día de pago, 1922) de Charlie Chaplin (1889-1977); "Tol'able David" (1921) de Henry King (1886-1982); "Nanook of the North" (Nanouk el esquimal, 1922) de Robert Flaherty (1884-1951), y "Way down east" (La calle de los sueños, 1920) y "Orphans of the storm" (Los dos huérfanos, 1921) de D.W. Griffith (1875-1948). Lo demás es prácticamente para el olvido.